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Yo no me aburro

{Banda Sonora: Bob Marley & The Wailers – Sun Is Shinning}

Por ÀLEX OLLER

Escribía ayer Silvia Cruz Lapeña en El Periódico que aburrirse forma parte de la vida y, esta mañana, compartiendo ratos de holgazanería bajo la sombra de un árbol en los jardines del Turia con tres niños, sin mayor entretenimiento que el arte de la conversación, suscribo su tesis. Lo comentamos en más de una ocasión durante estos meses de pandemia: el confinamiento, a quienes tuvimos la suerte de no sufrir condiciones de hacinamiento, no se nos hizo tan peñazo como lo pintan, aunque tampoco gozáramos de patio privado, wifi, consola o televisión. Nos entretuvimos como hacían hoy Joana, Carme y Nel·lo en el cauce del antiguo río: conversando, jugando y tirando de imaginación para dedicarnos felicitaciones absurdas (¿las hay mejores?) o leyendo, esa afición tan en desuso, no solo entre los más jóvenes.

Este último domingo de junio podemos deleitarnos con la segunda etapa del Tour de Francia, entre Perros-Guirec y Mur de Bretagne, un recorrido de 183,5 kilómetros muy similar al de la jornada inaugural, aunque esperemos que menos accidentado. Mientras las autoridades siguen buscando a la espectadora que causó la primera gran caída masiva del sábado, los ciclistas afrontan un trazado mayormente llano con una escalada final y posible desenlace al sprint, donde podría repetir triunfo Julian Alaphilippe, el maillot amarillo que llegó a enlazar 14 días de líder en la edición de 2019.

Sobre el césped del Turia nos desperezamos junto a las canchas de béisbol, un deporte que La Maja –como tantos otros– tilda de “aburrido”. Antes ya hemos tenido un encontronazo mientras miraba hockey hielo, otro que le frustra porque, asegura, “no veo la pelotilla (o sea, el puck)”. Y, en cambio, le gusta el ciclismo, tanto su práctica como el espectáculo competitivo. En Estados Unidos, ni siete triunfos seguidos de Lance Armstrong en el Tour lograron enganchar al gran público. Para gustos, colores.

Quizás me ocurra con la afición deportiva como con el punto y coma, que lo cuelo con calzador, como por empeño; y mantengo así que no hay disciplina aburrida, ni partido, ni combate, ni etapa. Basta con afinar la vista o el oído para encontrarle un punto interesante, o empaparse de la previa, o esperar a que ocurra algo inesperado, como el golazo de Federico Chiesa anoche en la prórroga del Austria-Italia de octavos de la Eurocopa.

Y con estas y otras cosas me distraigo mientras rueda el pelotón por las mojadas carreteras bretonas, controlando la escapada y evitando riesgos hasta el punto de que algunos corredores del UAE sienten la necesidad de apartar al público con aspavientos en una aglomeración urbana. De incidentes ya vamos servidos, merci. También podría entretenerme tirando de redes sociales pero, tras el fútbol, me dormí con el capítulo Yo soy generación Z, de La Noche Temática en La 2, y creo que aún tengo pesadillas.

La infelicidad humana radica en no ser capaz de quedarse solo en una habitación, sostenía el filósofo y matemático Blaise Pascal. No me atrevo aquí a contradecirle, pero sí sugeriría un mínimo acompañamiento en forma de retransmisión televisiva, más si comentan la jugada tipos tan dicharacheros como Purito Rodríguez o Perico Delgado, capaces de aderezar etapas por tramos algo monótonas como esta, tirando de anecdotario, humor y colmillo ciclista. “Ver a Alaphilippe es un arte”, comenta el primero, cuando la cosa se pone seria a 10 kilómetros de la meta y Loulou busca abrirse hueco en cabeza. “Alpecin la quiere dura”, añade a continuación el de Parets, en referencia al equipo belga y la ascensión final rumbo a la volata.

Sin duda, ha valido la pena esperar el climax, con el valiente ataque de Nairo Quintana, algo fuera de su elemento, y la respuesta de Sonny Colbrelli y Mathieu Van Der Poel, más noticia hasta ahora por un cambio de zapatillas, un pinchazo y el maillot en homenaje a su abuelo, el gran Raymond Poulidor, que por lo exhibido sobre el asfalto. Pero el neerlandés, en su primer Tour, no falla y exhibe toda su potencia con un despegue de videojuego –como el de entrenamiento ciclista que patrocina– a falta de 700 metros que nadie es capaz de replicar. Pasan detrás, a seis segundos, Tadej Pogacar y Primoz Roglic, los dos grandes favoritos de la carrera, y a ocho Alaphilippe, quien cede el maillot jaune al joven prodigio. Poupou, allá donde esté, puede sentirse orgulloso de su nieto, al que todos felicitan y al que le saltan las lágrimas cada vez que le recuerdan que acaba de repetir la hazaña del padre y lograr lo que nunca pudo el abuelo. Esto es un homenaje familiar comme il faut, y no el lamentable episodio de la desaparecida espontánea en la jornada anterior.

“Aquí estamos llorando los dos como tontos”, suelta El Ruso en el chat de Whatsapp. Nos queda, como herencia de la pandemia, el telecompartir espectáculos deportivos con la sensibilidad a flor de piel, privados como estamos aún de hacer piña en locales cerrados. Todo llegará. Quien parece haber aterrizado definitivamente es Van Der Poel. Y aquí no se aburre ni Dios.

Maldita la gracia

{Banda Sonora: Yann Tiersen – Banquet}

Por ÀLEX OLLER

Conocí el concepto de amuse-bouche hace unos meses, cuando con La Maja decidimos darnos un homenaje en plena pandemia, hospedándonos por una noche en un hotel que hacía tiempo nos hacía ojitos en el centro de Barcelona y ofrecía un sabroso paquete de pernocta y experiencia gastronómica en su restaurante de reconocido –y merecido, añado–prestigio internacional. Cómo uno no se prodiga mucho en este tipo de lujos y la ocasión, dentro de lo malo, brindaba la posibilidad de catar exquisiteces fuera de nuestro alcance habitual, nos lanzamos al ruedo sin pensarlo demasiado. Fueron 24 horas de vacaciones de lo más aprovechadas, haciendo el guiri en nuestra ciudad de residencia y degustando delicias como el mentado divierte-bocas, que si no recuerdo mal consistía en un embriagador turrón de foie.

Con la boca destapada –por lo menos al aire libre y sin aglomeraciones– afrontamos al fin el arranque del Tour de Francia este sábado, tras más de un año enmascarados, distanciados por un filtro que nos ha protegido del virus pero también nos ha impedido expresarnos con la naturalidad propia de las relaciones humanas. Había ganas de quitarse el bozal, como lo llaman algunos, de sonreír y hacernos visibles en todo nuestro esplendor, mientras esperamos un poco más a que, ya sí de una vez, se nos permita también el contacto físico, la proximidad espontánea, para dar por enterrado ese oxímoron de la distancia social, que tan a contrapelo irrumpió en nuestras vidas.

Había también ganas de Tour tras la experiencia de la pasada edición, un notable espectáculo deportivo mayormente desprovisto de aficionados en las carreteras francesas. Lo recordaremos como el del destape de Tadej Pogacar y la crisis de Primoz Rogic en la penúltima jornada; también por disputarse a destiempo, en septiembre, y por ello celebramos este retorno a la rutina deportiva, o nueva normalidad, como se empeñan en llamarla algunos (otro oxímoron). En la salida en Brest están casi todos, Pogacar y Roglic, por supuesto, también Geraint Thomas y Richard Carapaz, del potente Ineos, los colombianos Rigoberto Urán y Nairo Quintana, Mathieu Van Der Poel, homenajeando con un maillot a su abuelo, Raymond Poulidor, y los españoles Enric Mas y Alejandro Valverde. Tan solo faltan Egan Bernal, Remco Evenepoel y Mikel Landa, tras correr con diversa suerte el Giro de Italia. Y figura, como no, el campeón del mundo, Julian Alaphilippe, favorito local y lo más parecido, por carácter y estilo ciclista, a un amuse bouche que nos podamos encontrar sobre el asfalto.

Lamentablemente, el retorno a la normalidad entraña cosas como las que ocurren a 45 kilómetros del final. Tras dos caídas previas –la segunda de Julien Bernard por el temible efecto afilador–, la carrera se ve afectada por un tremendo suceso de lo más evitable, cuando una desubicada en toda regla decide posar para la cámara, pisando el arcén, cartel en mano y con el pelotón a la espalda. En resumen: lo que pretendía ser una gracia para los amigos acaba convirtiéndose en un spot viral sobre lo que nunca debe hacer un supuesto espectador durante una competición ciclista y se cobra no pocas víctimas en una monumental montonera en la que vuelan corredores, bicicletas y algún que otro aficionado. No se trata aquí de demonizar a nadie, que si algo nos enseñó el documental Catching Hell es cómo podemos pasarnos de frenada prensa, aficionados y deportistas cuando uno de la tribu comete el error de convertirse en protagonista indeseado; pero bien haríamos en tomar nota de una vez, que no sé yo si de la pandemia saldremos mejores o peores, pero un poco más listos convendría, por el bien de todos.

La mejor noticia para la infractora es, lamentablemente, la peor para el Tour, pues al tremendo accidente le sigue, 37 kilómetros más tarde, otra espeluznante caída masiva, nuevamente por el efecto afilador de las ruedas en un acelerado y apretado pelotón. Gajes del oficio, sin duda, aunque Antonio Alix denuncie en Eurosport que, con la primera etapa disputada en las estrechas calles bretonas, cosas como esta eran de prever.

Se esperaba también un triunfo del simpático Alaphilippe para abrir boca, tras el nacimiento de su hijo, y no defrauda el francés, quien aprovecha el desmembramiento de la carrera para lanzarse por el triunfo a 2,3 kilómetros de la meta. Loulou, con ese pedaleo juguetón que le caracteriza, aguanta la persecución de Michael Mathews y Roglic y pasa el primero, llevándose el pulgar a la boca a modo de celebración. Es una gracia, ésta sin consecuencias, en una jornada maldita para no pocos de sus rivales, como Froome y Marc Soler, forzados a abandonar, o López y Valverde, relegados a las primeras de cambio en la general. Un trago amargo para empezar, esperemos que subsanable por la veintena de platillos venideros que esperamos degustar. Ganas de disfrutar, las hay más que nunca. Pero a mesa puesta, modales, mesdames y messieurs, que esto es el Tour… s’il vous plaît.

Seguir

{Banda Sonora: Zucchero – Bacco Perbacco}

Por ÀLEX OLLER

Carles Francino regresó a la cadena SER el pasado 10 de mayo, dos días después de que arrancara la edición 104 del Giro de Italia. Tras 47 jornadas de baja por Covid-19, el locutor volvió a la radio con sietes kilos menos y una hipoteca de cariño para toda la vida, según contó él mismo, emocionado, a sus oyentes. Su discurso nos conmovió a muchos en un momento en que, sí, es posible que estemos especialmente sensibles, pero es que trató cuestiones universales que nos deberían concernir a todos, independientemente de las circunstancias. Francino habló de la necesidad de compartir experiencias y sentimientos, de la fuerza del cariño, de gestos como el de seguir aplaudiendo a los sanitarios y –en su alegato más viral– “de invertir más energía en las cosas importantes de la vida… Y no perder tiempo en peleas absurdas y otras gilipolleces”.

Aquí, claro, entra el criterio de cada cual para definir sus prioridades. En el mundo globalizado que nos ha tocado vivir, siguen mandando la ley del consumo y la rentabilidad. Lo recuerda Corsino Vela en el ensayo Ciclismo y Capitalismo, de la bicicleta literaria al negocio del espectáculo, cuando escribe que “en la economía capitalista, como ya dejó bien claro en el siglo XIX aquél filósofo alemán que emprendiera la crítica de la economía política, el valor de las cosas remite indefectiblemente al tiempo de trabajo necesario para su producción. De ahí que en la sociedad industrial la búsqueda compulsiva de la reducción del tiempo (productividad) se haya convertido en el eje de toda actividad”. Considera el autor que la compulsión por la reducción del tiempo que rige la marcha del ciclista profesional se opone a la actividad creativa del tiempo no cronometrado, el del viajero y el artesano, y pregunta si existe una mejor metáfora de la existencia humana sometida al proceso de producción capitalista.

Habrá quien piense que dedicar 21 días –13 de ellos laborales– a escribir un diario del Giro –o de la Vuelta a España– en una plataforma casera de escasa visibilidad es una profunda pérdida de tiempo, una gilipollez que no genera ganancias materiales. También hay quienes consideran que ir en bicicleta, por el simple placer de poder hacerlo, es otra soberana gilipollez. Como aquel  encabronado señor que iba soltando humo en el tren que nos llevaba de Figueres a Granollers durante una de las jornadas de descanso. Cada vez que se subía un incauto cicloturista al vagón, aumentaba la bronca: “¡Otra bicicleta! ¡Vaya por Dios! ¿Pero es que no tienen adónde ir? ¿Si tanto les gusta ir en bici, porqué viajan en tren?”, refunfuñaba, con creciente vehemencia hacia un grupo de divertidas jubiladas. ¿Y usted, por qué no va a pie?”, intercedió una de las interpeladas. “¡Yo voy a trabajar!”, contestó, altivo, embriagado de orgullo e indignación, el agraviado. “¡Uuuyyy, que suerteee!”, respondió, con no poca guasa, la otra. “¡Nosotras ya no podemos trabajar, que somos viejas! ¡Señal de que usted aún está bien joven!”. Ya no dijo nada más el usuario cascarrabias, quien sabe si herido en su orgullo, y se bajó en la siguiente estación, suponemos que presto al riguroso cumplimiento del deber profesional. Las jubiladas desalojaron el convoy poco después, entre bromas y risas, dispuestas al goce y disfrute de un día de paseo bajo el sol.

Nosotros seguimos el viaje con una lección gratuita de justicia poética al corazón de la más salvaje y descarnada dictadura de la productividad en las alforjas; también con ganas de unirnos al alegre desfile velocípedo con el balanceo del pedal y de continuar relatando etapas con el masajeo del teclado. Pero, sobre todo, de apreciar en toda su dimensión la ruta y no perder tiempo en peleas absurdas y otras gilipolleces.

Resurrección en el Duomo

{Banda Sonora: Toto Cutugno – L’italiano}

Por ÀLEX OLLER

Ciclismo. Sport vero”, rezaba una pancarta en una curva de la carretera entre Verbania y Alpe Motta, escenario el sábado de la vigésima etapa del Giro de Italia, en que acabó en realidad de definirse la carrera italiana, pese a que este domingo queda el trámite de poner los puntos sobre las íes. ¿Es el ciclismo un deporte de verdad, como sostenía el mensaje? ¿En comparación con cuáles? El fútbol, considerado el espectáculo rey, aglutina pasiones al combinar su accesibilidad global –bastan dos mojones y una bola de trapo o papel para practicarlo en cualquier rincón del mundo– con el innegable atractivo del factor teatro: la llegada al estadio, primer avistamiento del césped, canto del himno y ondear de las bufandas. Otros prefieren la pureza del atletismo: hombres y mujeres corriendo, con o sin zapatillas, sobre el tartán o la arena, y quien cruza primero gana; es la ley del más rápido, el más fuerte, el más constante o el que salta más lejos o más alto, Carros de Fuego, sin trampa ni cartón. El dopaje continúa siendo una alargada sombra que planea sobre cualquier competición profesional, cierto. Y si algún deporte lo ha conocido y padecido, desde sus inicios hasta hoy, es el ciclismo. Pero, pese a ello, la bicicleta sigue gozando de una enorme popularidad, cada vez más global. Salta a la vista, aún en estos tiempos de pandemia, en que los aficionados se adueñan de las cunetas para alentar a sus ídolos y expresar sus más íntimos sentimientos, en una singular declaración de amor que surge, en gran parte, gracias a figuras como Egan Bernal.

El Cóndor de Zipaquirá, lo llaman desde que se inició en Colombia, donde crio conejos para apoyar la economía familiar, antes de matricularse en periodismo y empezar a destacar en BTT, para luego emigrar a Italia y pasarse al asfalto. Ha sido un largo viaje, no solo en el plano geográfico, para este chico que apenas cuenta 24 años pero que, en términos ciclísticos, parecen más. Hace solo dos que ganó el Tour de Francia, primer cafetero en llevarse a casa el maillot amarillo, y ahora, mientras se prepara en Senago para encarar la vigésimo primera y última etapa del Giro con final en Milán, es plenamente consciente de que en su maleta de regreso habrá un hueco reservado a la maglia rosa, igual que la que estrenó para su país Nairo Quintana, en Trieste, cuatro años atrás.

La contrarreloj no es lo suyo, pero Bernal se defiende. Es un exponente más del nuevo ciclismo colombiano que evolucionó de los famosos escarabajos de los años 80, –escaladores que daban espectáculo pero sucumbían sobre el llano– y actualmente depara rodadores versátiles como Rigoberto Urán o Daniel Martínez, el escudero de lujo que ha acompañado al líder en los días más delicados de esta 104a edición; concretamente en la tercera semana, cuando pisaron fuerte el pedal Simon Yates y Damiano Caruso y el sudamericano, tras un monumental despliegue en el ecuador de la carrera, se preguntó si, de verdad, estaba de vuelta. Hace nueve meses, parecía imbatible al afrontar la defensa de su corona en el Tour en una entrevista a la revista L’Equipe, en que afirmaba que la clave del éxito consistía en “no dejar jamás de creer tus posibilidades” y consideraba que la victoria anterior le había permitido adquirir una cierta tranquilidad interior.

Desde entonces, pocas cosas fueron bien para el jefe de filas del potente Ineos: su participación acabó en abandono por sus recurrentes problemas de espalda, emergieron otros jóvenes-prodigio, como el belga Remco Evenepoel y el esloveno Tadej Pogacar, quien le arrebató el trono en la grande boucle, en su propio equipo ganaron peso compañeros como el ecuatoriano Richard Carapaz, capaz de disputarle un rol protagonista, y se vio obligado a empezar prácticamente de cero con su primera participación en el Giro mientras Colombia, política y socialmente convulsa, se sumía en jornadas de protestas y violencia policial.

Precavido, se lo tomó con cierta calma desde la jornada inaugural, una cronometrada circular por Turín que se llevó su fiel gregario, el gigante Filippo Ganna, y esperó hasta la novena para dar un golpe sobre la mesa en Campo Felice, donde se vistió por primera vez de rosa y empezó su particular remontada desde aquel triste abandonó en Grenoble, el 16 de septiembre. No ha soltado el liderato hasta este domingo, en que el gigantón Ganna, que sí es un especialista en la lucha contra el reloj, vuela hacia la victoria en la plaza Duomo de Milán y no le frena ni un pinchazo. Tiene cierta simetría este Giro, con las dos victorias del italiano a modo de tapa de un libro que se ha escrito con la pluma ligera de Bernal sobre el sterrato, el pique juvenil con Evenepoel en un sprint intermedio y el ascenso a Cortina d’Ampezzo; también con el drama de Mikel Landa en Cattolica, el motor de Yates en Sega di Ala y Alpe di Mera, el pundonor de Caruso en Alpe Motta y el tesón de Joao Almeida hasta el último segundo.

La clausura ha tenido su miga con una caída de Rémi Cavagna y una maniobra del coche del Groupama que ha molestado a Matteo Sobrero, pero nada ha cambiado en el panorama general: Peter Sagan se lleva la maglia ciclamino de los velocistas, Geoffrey Bouchard, la azzurra de la montaña y el colombiano, la blanca de la juventud junto a la rosa de campeón. “Estaba concentrado, no quería asumir riesgos y perder el Giro”, dice, tras besar a su novia, un aliviado Bernal, quien asegura haber disfrutado por primera vez en una contrarreloj. Es su segundo triunfo en una grande y, de conquistar pronto la Vuelta a España, haría historia con el triplete a tan temprana edad. “Estoy que exploto de felicidad”, concluye, antes de firmar, a lo Rafa Nadal, el objetivo de la cámara. Del otro lado, el broche, el titular y la referencia literaria las pone Javier Ares en el plató de Eurosport. “Resurrección, de Tolstoi. Bernal ha vuelto”, zanja el narrador.

Y sonríe, de nuevo en lo alto del podio, brazos en alto, trofeo en mano, el Cóndor de Zipaquirá. Hoy Ave Fénix sobre el arco del Duomo, renacido de sus cenizas para deleite de los feligreses. Campeón del Giro y figura global del ciclismo, un deporte vero con leyendas para la eternidad.

El padrino le pudo al patrón

{Banda Sonora: Nino Rota – The Godfather Waltz}

Por ÀLEX OLLER

Leave the gun, take the cannoli”, es mi cita preferida de la trilogía de El Padrino, cuya melodía suena incesantemente por la ventana este sábado tarde, que algún vecino o vecina ha considerado propicia para desempolvar el saxo. La verdad, no desentona, y la música acompaña de lo lindo la disputa de la vigésima etapa del Giro de Italia, esa que debería decidir, de una vez por todas, si Egan Bernal se convierte en el segundo colombiano de la historia en conquistar la carrera italiana.

El primero fue Nairo Quintana, hace siete años. Bernal ya ganó el Tour de Francia en 2019 y encarna la pujanza del nuevo ciclismo cafetero. Tras su decepcionante participación en la pasada edición de la vuelta francesa, en que compitió lastrado por unas dolencias de espalda, el de Zipaquirá se ha desquitado en la corsa rosa: suma dos triunfos de etapa, a lo grande, y solo falta el colofón de verse en lo alto del podio, el domingo en Milán.

Pero para ello debe evitar el desastre a lo largo de los 164 kilómetros del trazado entre Verbania y Alpe Motta, que acaba con un duro ascenso de 1727 metros y discurre en gran parte por Suiza, con el eterno Passo San Bernardino y su vertiginoso descenso. Tendría su gracia que, tras 19 jornadas de arduo pedaleo por las carreteras italianas, el Giro se decidiera en territorio históricamente neutral. Bernal dejó huella en la segunda semana, después de que su compañero Filippo Ganna, cuya localidad natal escenifica la salida sabatina, luciera primero el maillot rosado. Remco Evenepoel parecía entonces el enemigo número uno del apodado patrón, pero el belga desistió al inicio de la tercera semana, conforme creció la estela de Simon Yates, capaz de ir arañando segundos al líder; entretanto, luchaba por la condición de escolta, que sigue conservando en un discreto segundo plano, Damiano Caruso.

Sin apenas hacer ruido, el veterano corredor siciliano se ha mantenido constantemente a la sombra de Bernal, del que le separan dos minutos y 29 segundos en la general. Caruso no ha atacado todavía, no se le recuerdan arranques de furia, cambios de ritmo o siquiera alianzas temerosas; simplemente ha perseverado, firme su pedalada, tras un líder en forma y, por ahora, le basta para contar 20 segundos de ventaja respecto a Yates. En terminología hípica estadounidense, vendría a ser el dark horse, en España, lo llamaríamos el tapado y, en cuanto a símil futbolístico, evocaría la figura de Salvatore Schilacci, siciliano como él y héroe de la selección azzurra que acabó tercera en el Mundial de Italia’90. Hasta entonces un delantero poco conocido, que se desenvolvió en un club modesto como el Messina hasta fichar por la Juventus, Totò saltó a la fama cuando anotó cuatro goles de forma consecutiva tras arrancar el torneo como suplente, y acabó como máximo goleador del mismo, con seis tantos. No era, desde luego, un prodigio de técnica, pero tenía el don del buscavidas, del futbolista de barrio que aprendió a jugar sobre los adoquines de las calles de Palermo.

Caruso es de Raguso, más al sur de la isla, pero esta tarde, fría y lluviosa, busca cantar diana en el norte de Italia, cuando se une a Romain Bardet, Nichael Storer y su compañero, Pello Bilbao, en la bajada de San Bernardino. Le sacan 45 segundos al grupo de Bernal y Yates a falta de 40 kilómetros de la meta, y el cuarteto pisa gas a fondo para seguir aumentando el margen en el segundo ascenso a un puerto de primera categoría, el Passo Di Spluga. “La carrera está perfecta para Yates”, opina, ávido de épica, Juan Antonio Flecha en Eurosport; pero el británico, titánico en las jornadas previas, no se decide, mientras los fugados, ya con el sol de vuelta en cotas bajas, toman algo de aire en el tránsito hacia Alpe Di Mera. En una planicie algo más inhóspita y con la Estatua de la Libertad de fondo, ordenó parar el coche El Gordo Clemenza para mear, momento que aprovechó su compañero para disparar en la nuca a Paulie. Fueron tres tiros, seguidos de seis palabras para la historia del cine, tras subirse la bragueta.

A rueda de Bilbao, Caruso sale disparado a por la cima, seguido por un pundonoroso Bardet, que a duras penas puede sostenerse. Más atrás, Jonathan Castroviejo arenga a Bernal sin la misma vehemencia que el también colombiano Daniel Martínez el miércoles, y el Ineos reacciona lo justo para no perder comba. Yates no da señales de lanzarse y el patrón ya firma ceder medio minuto al segundo clasificado. Es su versión calculadora, una más en el máster de ciclismo que viene siendo este Giro, tras aprobar con nota las asignaturas de potencia, oportunismo y espectáculo. Ya sin Evenepoel como jefe de filas, Joao Almeida se desinhibe y se amocha al grupo perseguidor, sabedor que está en juego, no solo subir peldaños en la general, sino la firma de un jugoso contrato fuera del Deceuninck. De raza, palomero.

Espoleado por los tifosi, Caruso agradece con una palmada en la espalda el esfuerzo de Bilbao y, cuando restan seis kilómetros para coronar, piensa en los cannoli de su Sicilia natal, la de la saga de los Corleone, los héroes como Schilacci y las calles del temido pavé que recorre su bici a falta de 2.5. Se relame los labios el corredor del Bahrain, Bardet cede y también Yates, pero no Bernal, quien da un golpe de riñón para cruzar segundo la línea de meta. El maglia rosa, a falta de la crono dominical, es campeón virtual de la carrera, con un minuto y 59 segundos de ventaja sobre el italiano y 3’23’’ respecto a Yates,. Ha sido otra gran jornada para la hinchada colombiana, que celebra también la exhibición y sexto puesto de Martínez en la general.

Pero el gol, el bravo, es para el tenaz Caruso. 33 años y un triunfo en el Giro lo contemplan. Será segundo en el podio mañana, un peldaño por debajo del patrón. Pero hoy poco importa, hoy se ajusta, de pie sobre la bici y como si de un traje de boda se tratará, el maillot de ganador. Ni rastro de la pistola humeante. En casa del padrino, lo celebran como un gol.

Caza mayor, premio menor

{Banda Sonora: Delafé y las Flores Azules – Cielo}

Por ÀLEX OLLER

“Todavía quedan flores por oler”, apuntó Javier Ares en Eurosport, durante la retransmisión de la decimoséptima etapa del Giro de Italia, el miércoles, en la que Dan Martin se encaramó a la empinada rampa de Sega di Ala y le siguió, a ritmo de heavy, Simon Yates, quien rebajó distancias con el líder, Egan Bernal, dando así un considerable vuelco a la carrera. Tras una jornada de transición el jueves, el viernes arranca con las mismas diferencias entre los aspirantes al triunfo final: el portador de la maglia rosa cuenta tres minutos y 23 segundos de ventaja sobre el británico, tercero, y 2’21’’ respecto al segundo, Damiano Caruso, favorito local.

Quedan tres días para llegar a Milán y 176 kilómetros para alcanzar en el primero de ellos la meta de Alpe di Mera, tras el recorte de 10 kilómetros por parte de la organización para esquivar el paso por Mottarone, escenario el pasado domingo de un trágico accidente de teleférico que se cobró 14 víctimas mortales. Los corredores, que ofrecerán las ganancias del la jornada a las familias afectadas, dedican un minuto de silencio a los fallecidos antes de montar e iniciar la ruta desde Abbiategrasso. Un gesto bello para contrarrestar el inmenso dolor de un oscuro suceso en un paraje idílico. Y el deporte, concretamente el de la bicicleta, también en su faceta amateur, con el simple consuelo físico y espiritual del pedaleo, ofreciéndose como cura a modo de viaje, de vía de escape hacia adelante.

De ciclismo, belleza y muerte trata también del documental Ciao Pirla, que protagonizó Oscar D’Aniello en 2013. El cantante de Facto Delafé, quien venía de perder a su padre durante la producción del disco De mí sin ti, se propuso llevar las cenizas del progenitor desde Barcelona a su pueblo natal de Desio, cerca de Milán. Lo hizo a golpe de pedal, acompañado por un equipo de producción, amigos y profesionales como Joaquín ‘Purito’ Rodríguez o Alejandro Valverde, con quienes aprovechó la ocasión para conversar y departir sobre la vida. Para oler las flores, como quien dice. La cinta, una oda al amor filial, baja el telón con un poético ofrecimiento del cantante al Lago Como, en cuyas plácidas aguas hunde su bici junto a los restos paternos, certificando, de ese singular modo, el final de tan espiritual odisea.

Aquella lírica imagen a orillas del lago me embruja desde entonces; también hoy cuando el pelotón rodea el Lago Maggiore, el segundo en extensión de Italia, aunque en el caso de nuestros vecinos mediterráneos, la cantidad es relativa: la competencia real es por la calidad de sus postales, y es encarnizada. Suele decir Jorge Valdano, cuando le preguntan sobre los orígenes del catenaccio, que ese fútbol tan afeado por algunos se creó para contrarrestar la inmensa belleza de Italia en lo relativo a las artes y el paisaje. No podemos decir lo mismo del Giro, pues la naturaleza se funde aquí con la misma competición y en ningún caso ésta puede considerarse antiestética. Las bajas de figuras como Mikel Landa, Remco Evenepoel o Alekasandr Vlasov no han restado brillo a la carrera, que mantiene intacto su interés con la reciente y creciente pujanza de Yates, quien ataca cuando se empina definitivamente la cuesta, una vez neutralizado Mark Christian, el último de los escapados.

La verdadera caza mayor del día es coto reservado a los últimos 10 kilómetros de ascensión, y el británico es el segundo en probar las fuerzas de Bernal a 6,4 del final. Unos 200 metros antes lo ha intentado Joao Almeida, otro que va de menos a más en la corsa y que no inquieta tanto al colombiano, escoltado por el fiel Daniel Martínez y midiendo los tiempos. Envalentonado, Yates se estira, tanto para coquetear con un posible asalto al liderato como para recortarle a Caruso, a quien espera disputar, por lo menos, el segundo cajón del podio. El italiano cuenta, a priori, con ventaja en la cronometrada final del domingo, y es por ello que el líder del BikeExchange fuerza la máquina, con vistas a rematar la faena el sábado, cuando pueda sacar a relucir sus dotes de escalador en la última, y muy exigente, etapa de montaña.

Yates se exhibe por ahora, y se le ve pletórico al coronar, por delante de Almeida, Bernal y Caruso, la cima de Alpe Di Mera. Le ha sacado 28 segundos al patrón –más seis de bonificación–y 32 al siciliano y ahora clasifica a dos minutos y 49 segundos del primero, y a 20’’ del segundo. “Ya queda menos. Desde la cima de mañana, en Alpe Motta, casi se ve Milán”, bromea Laura Meseguer en La Montonera. El premio gordo aún no se ha cobrado. Falta menos, pero resta camino y quedan rivales por honrar, amigos con quienes conversar, ausentes por recordar, estampas que admirar y no pocas flores por oler.

‘Piano piano, si va lontano’

{Banda Sonora: Pink Floyd – Time}

Por ÀLEX OLLER

Cuando uno se adentra en la casa materna a recoger bártulos, se arriesga a que aparezca del armario, cajón, caja o sobre más insospechado, cualquier cosa. Es, se pretenda o no, un viaje al pasado. A ese tiempo en que decidimos que era una buena idea hacerse fotos con un pitillo en los labios y cara de duro, u ordenar listas de los diez mejores guitarristas del rock –nacionales e internacionales, ojo–, sin haber levantado en la vida más instrumento que la flauta de la asignatura de música, antes siquiera de descubrir a Jethro Tull y considerarlo una alternativa cool. Pero entre entradas de conciertos, cartas y felicitaciones sonrojantes, parches de Scooby Doo y facturas, recibos y reclamaciones varias, pueden emerger joyas del periodismo como un recorte de la contraportada del diario El País, con fecha del 23 de diciembre de 1997, firmada por the one and only Carlos Arribas y titulada “Prohibido decir ‘serpiente multicolor’”, en la que expone el empeño del ciclismo español por evitar viejos tópicos de cara a modernizar su imagen en el Siglo XXI.

Como ya han pasado unos años desde que guardé el apunte, y reconociendo mi culpabilidad en el uso de del manido recurso faunístico, voy a hacer un esfuerzo en el relato de la decimoctava etapa del Giro de Italia de este jueves, aunque debo admitir que el símil reptil no me rechina tanto como a otros. Además, en este caso, se ajusta que ni pintiparado al trazado de 231 kilómetros, plano, plano, entre Rovereto y Stradella, una última oportunidad para que los velocistas se posicionen y culebreen en busca de puntos para llevarse la maglia ciclamino al mejor sprinter. Pero su actual portador, Peter Sagan, parece no tener interés alguno en forzar el ritmo, y se genera cierta bronca entre el grupo por la parsimonia del eslovaco, quien ya cuenta un triunfo en la carrera. Piano piano, si va lontano, silba la montonera, mientras 23 corredores se estiran sin demasiada convicción.

Escribía Arribas que, según los mandatos de las fuerzas vivas del ciclismo español tras el boom Induráin, “el pelotón pasará a definirse como un entramado de relaciones tácticas y estratégicas. Y el ciclista ya no será ‘un jornalero de la gloria’ sino un deportista de élite que conjuga fuerza, resistencia, potencia, velocidad, concentración y entrenamiento siempre al límite de lo humano”. La idea, según el secretario del Consejo del Ciclismo Profesional, Víctor Cordero, era “dejar de usar imágenes y metáforas que datan de la época del No-Do, seguir transmitiendo la idea de que el ciclismo es un deporte de alpargata”. A los periodistas se les pedía, en definitiva, “un poco de imaginación, que se inventen rivalidades y ofrezcan opiniones para crear polémica”.

Sin noticias de los favoritos, más allá de los abandonos de Remco Evenepoel, Giulio Ciccone y Nick Schultz, bien acomodados Egan Bernal, Simon Yates y Damiano Caruso en el entramado de relaciones tácticas y estratégicas, ponderando las inconveniencias del plan de ruta, pasa súbitamente a la acción Rémi Cavagna a 26 kilómetros de la meta. Es, la del francés, una iniciativa aparentemente no consultada con el centro de control, en la que sopesa por sí solo los pros y contras de un prolongado incremento de la intensidad de pedaleo, sin atender a las fuerzas centrifugas que le rodean. Lo que los antiguos, en su limitado ingenio, hubieran llamado, simple y llanamente, un hachazo.

Gianni Vermeersch intenta acompañarlo, pero no puede. Luego se van tras él Nicolas Roche –el primo de Dan Martin, vencedor la jornada anterior–  y Alberto Bettiol. La retransmisión de Eurosport no ofrece imágenes de la bajada técnica –“con diez, doce curvas, muy muy malas”, según Alberto Contador–, con lo que los escribas nos imaginamos un descenso de rayos, truenos y monstruos por el que transita sin temor el valiente Cavagna, ya con 20 minutos de ventaja sobre los eruditos estrategas; esos que conjugan fuerza, resistencia, potencia, velocidad, concentración y entrenamiento siempre al límite de lo humano.

El ritmo de maratón dominguero tiene, seguro, explicación científica en el tute del miércoles, en que el Giro vio flaquear por vez primera a Bernal, cuyo cometido esta jornada es conservar la maglia rosa y descontar días –quedarán, tras este, tres– de cara a la crono de clausura, el domingo en Milán. El colombiano ya perdió 51 segundos de ventaja sobre Yates, quien clasifica tercero a 3’23’’, tras Damiano Caruso, segundo a 2’21’’. Contador apuntó entonces que, más que el tiempo cedido, lo importante era la moral (¿tocada?) del líder, pero ni uno, ni otro la pone a prueba en esta ocasión. Sus razones tendrán. Lo importante, según el mensaje del que daba cuenta Arribas, era no pensar que el trabajo de la prensa se limitaba “en ponerles un micrófono a los ciclistas en la meta para que éstos, agotados, respondan con su primer eructo. Y todos contentos”.

San Agustín decía sobre el concepto del tiempo que “si no me preguntas, sé lo que es, pero cuando me lo preguntas, ya no lo sé”. Cavagna sabe que Bettiol le sigue y que es mejor escalador que él; y cuando el italiano le alcanza a falta de 6.4 kilómetros para el final, sabe que le pasará y que cruzará el primero, y eufórico ante su público, la meta en Stradella. Igual no sabe que le adelantará también Simone Consonni. Y si le preguntan por qué la gran mayoría de sus colegas tardan 27 minutos en llegar a puerto, es probable que no sepa cómo contestar.

Hablan Bernal y Cavagna. El colombiano luce mejor cara que 24 horas antes y dice que “espero haberme recuperado bien y estar mejor mañana. Es difícil decir que estoy súper confiado. Debo seguir concentrado”. El francés considera que “lo he probado, pero no ha sido posible. Mentalmente no me encontraba bien. Necesito tiempo”.

A falta de espectáculo sobre el asfalto, de la posibilidad de que desde el plató de La Montonera puedan “resaltar los valores de emoción y esfuerzo con un montaje show al estilo del fútbol, con utilización de la última tecnología y recursos cinematográficos”, opto por rescatar, desde este humilde foro, el concepto del tiempo; ese que me permite analizar con perspectiva la vigencia (o no) de un polvoriento recorte de prensa, y que cotiza tan al alza hoy entre los integrantes de la serpiente multicolor.

Suena el heavy, despierta el Giro

{Banda Sonora: Judas Priest – You’ve Got Another Thing Coming}

Por ÀLEX OLLER

Algunos llevan mal los días de asueto. Se levantan y no se encuentran, se rebelan, exigen a los demás que se pongan las pilas cuando están aún en fase de recarga. Y si el Giro de Italia se para los martes, cuando la mayoría de mortales trabaja, patalean todavía más: ¿Cómo que no hay carrera? ¿Cómo que no hay crónica? ¿Cómo que no hay tercer tiempo? ¿Y de qué vamos a hablar, ahora? Tan importante es frenar un rato, como asimilar qué es lo conveniente, ni que sea en aras de la venerada productividad, no fuera a ser que pausáramos por placer, sin más.

Avisan los ciclistas veteranos de que las jornadas de descanso tienen su peligro, que hay que saber digerirlas, sin excesos: rodar un poco, refrescar la memoria muscular, respetar la dieta… mantenerse alerta, vamos, aunque ahorrándose el estrés. A Egan Bernal, actual líder de la carrera italiana tras 16 etapas, se le ve confiado este miércoles, al arranque de la decimoséptima en la bella, soleada y bucólica localidad alpina de Canazei. El colombiano, quien suma dos victorias hasta la fecha, viene de mostrarse pletórico el lunes, cuando cruzó primero en Cortina d’Ampezzo, luciendo la maglia rosa a todo color, y distancia en casi dos minutos y medio a su rival más cercano. Agresivo en su regreso a una gran vuelta tras su lesión de espalda, no ha dudado en atacar y, puñalada tras puñalada, ir eliminando rivales: primero fue el accidentado Mikel Landa, luego Remco Evenepoel, después Aleksandr Vlasov y, ahora, tras un merecido reposo, toca no descuidar la defensa, mirar el marcador e iniciar la cuenta atrás hasta Milán.

El recorrido es un todo reto para quienes se vean con ánimos de intentar recortarle al apodado patrón, pues cierra con dos puertos de primera categoría, y el último, Sega di Ala, es una auténtica pared con tramos de inclinación al 16%. Victor Campeanerts, ganador el domingo, ni toma la salida, pero una veintena de corredores se adelanta al pelotón y pasa primero por Trento, donde se celebró en el Siglo XVI el histórico concilio ecuménico de la Iglesia Católica que, más que una reunificación del cristianismo, ofició de acuerdo contra la reforma protestante y reafirmación de las jerarquías y la autoridad papal. O sea, oído al pinganillo y caza a los dispersos, pero con orden, que aquí no se escapa ni Dios.

Cuesta no ensimismarse con las espectaculares estampas tirolesas, pintadas de intenso verde y azul, mientras los ciclistas rodean el Lago di Pra da Stua, el día en que Mikel Nieve cumple 37 años y la hinchada celebra la reafirmación de Bernal como icono del nuevo ciclismo que también encarna Tadej Pogacar, su verdugo en el pasado Tour de Francia. Y empiezan las cuentas: ¿Para cuándo otro duelo entre el esloveno y el antioqueño en una grande? Menos focos se posan sobre el irlandés Dan Martin, que lleva el ciclismo en los genes –es hijo de Neil Martin y sobrino de Stephen Roche– y cuyo mayor logro hasta la fecha es haber acabado cuarto en la última Vuelta a España. Pero, a falta de 40 kilómetros para la llegada, el patito feo lidera una fuga junto a Gianni Moscon y Antonio Pedrero, que saca dos minutos y medio de ventaja al grupo de los favoritos. Bernal ni se inmuta. No es una amenaza en la general el nativo de Birmingham, conocida también como la ciudad de los mil oficios o el taller del mundo por su relevante liderazgo durante la Revolución Industrial en el corazón de las Midlands. La segunda urbe más poblada de Inglaterra, que alberga el Second City derby entre Aston Vila y Birmingham City, también dio a luz al género del Heavy Metal con la formación de legendarias bandas como Black Sabbath o Judas Priest, y Martin martillea con la saña de un pionero el pedal conforme empieza el verdadero rocanrol: la ascensión final.

Es probable que Joao Almeida, el portugués errante que no encontró Evenepoel cuando más lo necesitó en el sterrato, sea más de fados, pero acude presto al toque de guitarra del líder del Israel Start-Up, y reta al resto de candidatos a cuatro kilómetros de la cima. El cóndor de Zipaquirá le echa el ojo pero tampoco se preocupa en exceso: viene de soltar a Hugh Carthy y Romain Bardet y se siente bien. Bastan un par de pedaladas para darle alcance junto a Simon Yates. ¿A qué viene tanto ruido? Es el redoble de batería de Yates, hijo de otra ciudad industrial británica como Mánchester, quien parece hinchar las ruedas de su bicicleta cada vez que sus poderosas piernas bombean, cual pistones, sus pedales. Y conforme crece el del BikeExchange, se empequeñece Bernal, quien se encorva por primera vez en este Giro. Y sufre. Y se queda. “¡Uy, Egan!”, se alarma Alberto Contador en la retransmisión de Eurosport. También se percata sobre el caliente asfalto Almeida, quien se va con Yates a por Pedrero –lo pasan– y Martín –no lo pasan-. Corona la inédita cota el irlandés, no sin sufrimiento, pues cada zapatazo es un puñal que le obliga a una contorsión distinta, cual desbocado headbanger, convertida la bici en un potro de tortura digno de la Santa Inquisición.

No hubo concilio alguno en la carrera a su paso por Trento y Bernal necesitó de la rueda y arenga de su compañero, Daniel Martínez, para no caer a la hoguera cuando quedan cuatro días (tres  laborables, otro de fiesta y ninguno de descanso) para el juicio final. La mirada del maglia rosa , que pierde 51 segundos con Yates, denota estrés, angustia por el ardor de las brasas y revela, por vez primera, un atisbo de debilidad de quien lidera la general, ahora con dos minutos y 21 segundos de ventaja sobre Damiano Caruso y el británico algo más cerca: tercero a 3’23’’. Sonó, a guitarrazo limpio, el despertador: Hay Giro, hay crónica y hay tercer tiempo.

“No es el tiempo, es la moral. ¡Que duro es el ciclismo!”, exclama Contador. Duro, no, querido Alberto. Esto ya es heavy.

Abrazos en mar y montaña

{Banda Sonora: Garzón y Collazos – Soy Colombiano}

Por ÀLEX OLLER

Hay momentos en la vida en que sobran las palabras y faltan los abrazos, como cuando uno se va de casa por un tiempo o cuando, tras una dura travesía, alcanza al fin la orilla y ve que sus acompañantes, o no están, o están mal. Poco que decir y mucho que contar en situaciones como las de Abdou, quien partió a pie de Tánger, cruzó a nado la frontera con España, llegó exhausto a Ceuta y se derrumbó al constatar que su hermano se hallaba inconsciente y con bajas pulsaciones. Así lo entendió al menos la voluntaria de Cruz Roja que lo consoló con ternura en la misma playa, antes de que fuera devuelto, sin identificar, a Marruecos. Un ejemplo (el de ambos) de humanidad, ni más ni menos.

El deporte busca a menudo una épica que podríamos encontrar, probablemente, a la vuelta de la esquina, si escarbáramos un poco en los quehaceres cotidianos de nuestros vecinos. Pero la competición nos ofrece un escenario más neutro, más controlado y esterilizado, donde el drama raras veces se compara con las trágicas consecuencias de un naufragio en la vida real. Explica este lunes en el Telediario Abdou, ya de regreso a Casablanca, que aún no sabe nada sobre la suerte de su pariente y que su sueño sigue siendo el mismo: tener una vida digna y lograr ver algún día un partido del Barcelona, su equipo favorito. Ya ven, qué afición.

Como en el fútbol, el ciclismo también pone el teatro, aunque en el caso de la decimosexta etapa del Giro de Italia, el marco es natural y de lo más imponente: los Alpes y sus admirados Dolomitas. Toca madrugar –en términos no migrantes–, pues la jornada se presenta como la más exigente hasta la fecha en la carrera y la amenaza de mal tiempo no facilitará las cosas. El tappone llaman a los 5.7 kilómetros de desnivel de un total de 212 que debe recorrer el pelotón, con hasta cuatro colosos –La Crosetta, Passo Fedaia, el Pordoi y el Passo Giau– barrando el camino, previo al descenso a Cortina d’Ampezzo. La ventaja de Egan Bernal en la clasificación podría sufrir algún arañazo en caso de pájara, aunque también se distanciaría definitivamente el colombiano con un golpe de autoridad en la considerada etapa reina.

Pero pronto se tuercen las cosas: el parte meteorológico no es bueno en las cotas altas, con temperaturas bajas y presencia de nieve, y los organizadores cancelan de una tacada 50 kilómetros y dos de los ascensos programados. De majestad, a princesa. Más vale prevenir que curar, piensan unos; otros sostienen que quizás no había para tanto, pero la decisión es aceptada sin protestas por los profesionales. Respeto al mar y poca broma en la montaña: ayer murieron en China 21 participantes de una maratón campo a través, al verse sorprendidos en ruta por fuertes vientos, lluvia helada y granizo. “No opino”, zanja Javier Ares en Eurosport. “Como aficionado, me siento huérfano, como corredor, lo entiendo y, como organizador, no lo discuto”.

La polémica está servida, pero también la etapa, en la que los corredores patinan y agradecen el resguardo temporal de los túneles ante lo inhóspito de las condiciones. Se mantiene la subida al Passo Giau –con su 9.3% de media de inclinación y 14% de máxima– como atractivo final del día, que sigue con una escapada de seis, entre los que forman Antonio Pedrero, Gorka Izaguirre, Joao Almeida y Vincenzo Nibali.

En el Telediario continúan hablando de Abdou, al que reúnen vía telefónica con la voluntaria que lo abrazó, y enlazan con imágenes de cómo el ejército español repele a porrazo limpio a otras personas recién llegadas; esas que nos da por llamar migrantes. Acto seguido, nos informan de la reapertura de fronteras con el Reino Unido por parte española para poder acoger como se merecen a esos ansiosos guiris británicos, que han tenido que esperar –¡meses, oigan!– hasta, por fin, lograr disfrutar de un poco de sol mediterráneo. Aquí, el sector turístico reparte besos con lengua, no digamos ya aquellos municipios que negaron en su día sus plazas hoteleras vacías a quienes huyen de la miseria. Eso sí, como seguimos estando en su lista ámbar, nuestros amigos ingleses –quienes teóricamente solo pueden viajar en caso de necesidad– deberán someterse a cuarentena al regresar a las islas. “Un incordio”, lamentan algunos. El país de acogida (ahora sí) aguarda a que el semáforo pase pronto al verde.

Sin más señalización que sus pulsaciones en la empinada carretera italiana, Bernal se lanza cuesta arriba a falta de 22 kilómetros del final. No es la primera vez que se arranca en la carrera, pero bien podría ser la última, porque nadie le sigue y el de Zipaquirá  se merienda también a Pedrero cuando le faltan cuatro para coronar la última cima nevada, antes de distanciarse en la bajada y permitirse el lujo de aflojar el ritmo en los metros finales, despojarse del chubasquero y mostrar al mundo, y en especial a Colombia, la maglia rosa de campeón. Aún no lo es, pero lo siente: ya le saca dos minutos y 24 segundos a Damiano Caruso, 3’40’’ a Hugh Carthy, 4’18’’ a Aleksandr Vlasov y 4’20’’ a Simon Yates en la general. Ha hincado definitivamente la rodilla Remco Evenepoel, ahora a 28’07’’ del líder, y también se rinde la hinchada al portento que tantos llaman patrón.

Inflado el pecho, soltadas la rabia y el manillar, Bernal se yergue sobre la bicicleta a su paso por la meta alpina, estira sus alas de cóndor andino y hace un gesto, para toda una vida, que le sale de dentro. Es el abrazo del momento, tan humano como universal.

Pasear como obispos

{Banda Sonora: Cage The Elephant – Ain’t No Rest for the Wicked}

Por ÀLEX OLLER

Leo de buena mañana un artículo en el New York Times que relata la curiosa trayectoria deportiva y espiritual del obispo de Vercelli, Monseñor Giovanni Pellielo, de 51 años, quien aspira a disputar en breve sus octavos Juegos Olímpicos. Cuenta cuatro medallas hasta la fecha en la modalidad de tiro, es conocido como Johnny y reza cinco veces al día en una capilla casera, no demasiado lejos del campo de entrenamiento que bautizó con su nombre. Su inspiración proviene, asegura, de un encuentro privado hace 21 años con el Papa Juan Pablo II. A tenor de su nutrida sala de trofeos, parece que el representante de Dios en la tierra le inspiró de lo lindo. Y también se intuye que el obispo vive acorde al cargo que ostenta.

Es domingo, Día del Señor, y la decimoquinta etapa el Giro de Italia no es matadora: unos 146 kilómetros, aunque espolvoreados de cuantiosas subidas y bajadas que no alteran demasiado el relieve pero podrían contribuir a romper el ritmo de carrera y propiciar alguna que otra escapada. El sábado fue el día de Lorenzo Fortunato y del primer triunfo del Eolo-Kometa en el Zoncolan y el lunes será el día de la considerada etapa reina: 212 kilómetros entre Sacile y Cortina d’Ampezzo, con ascenso final al imponente Passo Giau, una oportunidad para que Egan Bernal coloree un poco más de rosa su maillot de líder de la general o para que algún aspirante como Simon Yates o Remco Evenepoel tiente su suerte y rece por una pájara del colombiano.

Por ahora el pelotón transita entre Grado y Gorizia, pasando a ratos por Eslovenia, donde aparecen banderas tricolores a mansalva, conforme suben la cuesta del Gornje Cerovo Albert Torres, Victor Campenaerts y Oscar Riesebeek. El trío se ha destacado del grupo original de 15 fugados, tras un espanto inicial en las ventosas playas de Grado, donde una caída masiva provoca un parón en la carrera de media hora y no pocas protestas entre los ciclistas más avanzados, empeñados en seguir tirando pese a las medidas de seguridad. También se respira cierta rebeldía estos primeros fines de semana post-toque de queda en las grandes urbes españolas: unos quieren correr más de lo aconsejable, otros se resisten y las autoridades sanitarias no hacen más que recordar a diestro y siniestro que todo es por nuestro bien. Me pregunto qué dirán de todo ello en misa.

En Italia están de enhorabuena: tras la emotiva victoria de Giacomo Nizzolo, hace dos días en Verona, el país entero triunfó el sábado noche en el festival de Eurovisión con el grupo Maneskin y su canción Zitti e buoni, aunque al parecer ha arreciado en las últimas horas una polémica sobre si el cantante consumió cocaína durante el concurso. La banda lo niega, alegando que estaba recogiendo los cristales rotos de un vaso de vidrio. Suena un poco a las manidas explicaciones sobre supuestos dopajes de algunos atletas. Y me cuestiono, aunque no sea este el mejor ejemplo, porqué están mal vistas las drogas en el deporte y no tanto en el mundo del espectáculo. ¿Queremos menos a las estrellas del rock que recurren a estimulantes? ¿Se habrá dopado alguna vez Johnny? “Hay dos tipos de deportistas”, sostiene Pellielo. “El primero necesita satisfacer sus necesidades: ‘Quiero la medalla. Necesito la medalla’. No estoy entre ellos. El segundo tipo es gente que lo hace por amor. Amo el deporte”. No encajan sus palabras, en principio, con el discurso habitual de los adictos al éxito, por mucho que el prelado, considerado por sus fans el Maradona de la escopeta, tampoco parezca contemplar la retirada por ahora.

Y es que no suelen retirarse, los obispos, sinónimos del buen comer y mejor vivir a ojos de muchos, como el añorado Ivà, que los retrataba sin misericordia como insaciables sibaritas en sus viñetas de Makinaja. “Vivir como un obispo”, alude a menudo La Maja cuando se refiere a un cantamañanas. La vida contemplativa, pero versión Premium. No sé si será buena idea ver Salvados esta noche en el prime time, a tenor del anunciado: “‘El casero de Dios’. El programa desvela los negocios inmobiliarios del arzobispo de Oviedo. Gonzo entrevista a las víctimas afectadas por las operaciones de Sanz Montes”. Que nos cojan confesados…

Sí se retiran de este Giro Rubén Guerreiro, Natnael Berhane, Jos Van Endem y Emanuel Buchmann, quien iba sexto en la general, tras la montonera que suscita el parón y cierta cautela entre los favoritos, que aflojan el ritmo conforme avanza la carrera y empeoran las condiciones meteorológicas. Los fugados, ajenos al relajo general, meten 11 minutos de por medio con el gran grupo y, mientras Torres da chepazos en la última subida, Campenaerts se juega el tipo en el descenso, convertido por el agua en auténtica pista de patinaje, con algún que otro susto. Finalmente Torres también cede –no queda claro si por miedo o cansancio– y el belga se disputa la gloria en los últimos metros con Riesebeek sobre el temido pavé. Campenaerts, que en una contrarreloj del Giro 2017 protagonizó una insólita petición de cita a una chica, descubriendo su pecho con la inscripción Carlien Daten? fue negado en aquella ocasión, pero se lleva el premio en esta: controla en todo momento los movimientos de Riesebeek y se impone al sprint.

17 minutos después llega el pelotón, mojado pero al tran-tran. No news, good news, pensarán Bernal, Evenepoel y Yates. Ha sido, para los aspirantes a la victoria final, poco más que un paseo dominical. Diríamos que contemplativo. Amén.