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(No) trabajar cansa

({Banda Sonora: Rosendo – Y venga vueltas}

Por ÀLEX OLLER

No quiero contarles mi vida (bueno, un poco sí…), pero creo que va siendo hora de desmitificar un tanto el oficio de periodista que en el pasado glamourizaron la industria de Hollywood, con reporteros ficticios que encarnaron actores del talante y porte de Humphrey Bogart, o las editoriales, que potenciaron la imagen del dandi con traje a medida y copa de licor en la mano de grandes escritores como Tom Wolfe, Gay Talese o Paco Umbral. Es cierto que escribo estas líneas sobre un suelo de parqué noble y a espaldas de una (falsa) chimenea flanqueada por una mini-barra de bar en el más que curioso piso que acabamos de alquilar en Valencia, pero también es verdad que muchas se han gestado antes desde el asiento de copiloto de una furgoneta en plena mudanza, la butaca de un tren, terraza de un bar o el banco de un parque, expuesto a los ataques de insectos. En fin, nada nuevo para quienes acostumbramos a rodar por el mundo con el bloc de notas, grabadora y portátil colgando, generalmente a horas intempestivas y justos de tiempo. Puede que incluso forme parte del encanto, sobre todo cuando nos envían a ello, con sueldo acorde y gastos pagados.

“¡Vamos, Dostoievski!”, apremia, con no poca guasa y entre montones de cajas, La Maja. Y es que queda mucho por hacer en este apartamento. Ahora le ha dado por rizar el rizo y pintar. “Ganas de complicarse”, reitero, plenamente consciente de que no soy el mejor ejemplo. ¿Quién toma la salida en Vuelta, Volta, Giro y ahora Tour en una misma temporada, al fin y al cabo? Inconscientes, chalados tipo Lachlan Morton, quien se empeñó en recorrer los 5,550 kilómetros reales del trazado de la ronda francesa en solitario, sin las comodidades propias de un equipo profesional y llegó cinco días antes que el pelotón. Y, sin embargo, en esas estamos: encarando la tercera carrera de tres semanas del calendario ciclista en pleno cambio de residencia y prolongada inmersión en la bolsa laboral. Que trabajar cansa, como titula Iñigo Domínguez su columna dominical en El País, está comprobado. Hace unos días, durante una comida con colegas de profesión en Madrid, uno explicaba cómo disfrutó de sus primeras vacaciones completas tiempo atrás y que probablemente fueran también las últimas, poniendo como ejemplo a otro compañero que le ocultaba a su familia, año tras año, el total de los días de descanso que le quedaban pendientes por disfrutar. ¡Toma claudicación a la dictadura de la supuesta productividad! Y luego luchamos para reducir las jornadas a 32 horas semanales…

Pero es que no trabajar también cansa. Porque hay que ponerse a buscar empleo, y eso es bastante peñazo: que si apúntate en el SEPE, que si monitorea los anuncios, que si actualiza y envía currículums, que si mantén y amplia contactos, que si acude a la capital para una entrevista, etc… Claro, hablo aquí de la mayoría de los mortales que no nos movemos por círculos como los que frecuentaba el Pequeño Nicolás, hoy condenado a prisión, y todos esos pequeñosnicolases a los que alude, en otro de sus brillantes artículos, Manuel Jabois; chuparuedas de toda la vida, en términos ciclistas, por ceñirnos a la variante menos ofensiva de la acción de lamer, o simplemente tramposos que pretenden ahorrarse un tramo del camino, sin darse cuenta de que el engaño, al final, se lo hacen a ellos mismos.

“¿Falta mucho? ¡Más rápido!”, protesta La Maja, que cada día va adquiriendo más maneras de editora de cierre, de no ser por la brocha gorda y cubo que arrastra y, me temo, pañuelo de cuatro nudos que pronto cubrirá su cabeza. “Ya va, ya va…”, contesto, aplicado en encontrar, tras otros 21 días de ruta, el punto y final. El resumen siempre ayuda, dicen, pero basta señalar que murió Raffaella Carrà, ganó Italia la Eurocopa, corren por allí unos audios de Florentino Pérez que tienen de lo más entretenido al personal y preocupan más que nunca (o sea, un poquito) el cambio climático y la variante Delta del coronavirus. No acabamos de salir del todo, por mucho que parezca que vayan a celebrarse los Juegos de Tokio y hagamos planes vacacionales. En Madrid intentamos visitar Ciclos Otero, tienda de referencia, y nos llevamos un chasco, pues la encontramos cerrada al estar de baja los dueños: malestar tras la vacunación. Son los tiempos que corren, un pequeño recordatorio de que no vale aún soltar los pedales. Trabajar cansa y no trabajar, también. Y cuentos, que nos cuenten los justos, como decía el otro día una amiga, empleada de bajo perfil y alta responsabilidad en el hospital de La Paz. En contar historias estamos pues, inclinando, de paso, la cabeza ante misiones más esenciales. También en leerlas en diarios, blogs, revistas –gracias, Volata–, libros y cómics. Todo sea por seguir avanzando, hacer camino juntos, echarnos unas risas y, de ser posible, coronar alguna que otra cima.

“Cuando vuelva, quiero ver eso acabado”, ordena, mientras va a por pintura, la editora. Aprovecho y le pido el nuevo Mortadelo y Filemón, Misión por España, con el pretexto de la inspiración, aunque tampoco miento. Bien me vale en cuestión de posibles viajes, quien sabe si incluso para preparar la Vuelta y, seguro, para un buen final de esos tan clásicos de Ibáñez: maldiciones, disfraz, escapada y promesa de nuevas y disparatadas aventuras.

Siempre nos quedará París

{Banda Sonora: Joe Dassin – Les Champs-Èlysées}

[Este artículo fue editado y publicado en julio de 2021 por VOLATA MAGAZINE]

Por ÀLEX OLLER

El 18 de julio de 1936, España se sumió en una profunda oscuridad política, social y económica de la que tardaría unos 40 años en salir. Podríamos argumentar que salir, lo que se dice salir, tampoco hemos acabado de salir del todo. De aquella pobreza espiritual que secuestró a generaciones enteras podríamos relatar también infinitas penurias, pero siendo este un espacio deportivo y tratándose del tercer domingo de julio, fecha especialmente señalada en este año tan complicado como etapa final del Tour de Francia, nos limitaremos a una lectura onomástica en términos puramente ciclistas.

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La tiranía del tiempo

{Banda Sonora: Egon Soda – Corre, hijo de puta, corre}

Por ÀLEX OLLER

Suena el despertador a las 7:30 de la mañana y llegamos con amplía antelación a la estación Joaquín Sorolla para tomar el AVE que parte de Valencia a Madrid. Ya se sabe que el tren no espera, ejemplo recurrente, cuando no máximo exponente de la tiranía del tiempo que impera en la era moderna. Lo explica muy bien Pablo Batalla Cueto en La virtud en la montaña. Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista, un notable ensayo humanístico-deportivo donde recuerda que fue la máquina a vapor, origen de la locomotora, la que sustrajo los afanes humanos a los ritmos de la naturaleza. “Las máquinas de Watt no hubieran alumbrado el capitalismo si este no hubiera puesto a manejarlas a trabajadores educados en el nuevo sentido del tiempo dictado por el reloj”, escribe.

También cuenta Carlos Arribas, en su crónica del día anterior del Tour de Francia, como el líder Tadej Pogacar se apoya en la ciencia del entrenador cántabro Yeyo Corral cuando se trata de maximizar recursos de cara la contrarreloj de este sábado por la 20ma etapa, que el esloveno aspira a ganar vestido de amarillo, en el que sería su cuarto triunfo en la carrera y tercero seguido en la modalidad cronometrada. Asegurados, a falta del paseo triunfal, el domingo en París, el maillot jaune de la general, blanco de joven y a topos de la montaña, el vigente campeón puede permitirse un capricho más llegando el primero a la meta de Saint-Emilion. Saldrá el último, como corresponde a quien encabeza la general, de Libourne, y le irán informando por el pinganillo de sus progresos –así como de los de la competencia–, en relación a la combinación de factores y datos como kilómetros, vatios, minutos, segundos y temperatura, además de sensaciones.

Me gustan los relojes de arena, los clásicos de agujas, digitales, de pulsera, de cadena o de pared, y lo paso mal si salgo a la calle sin su referencia. No me acostumbro a consultar la hora en el móvil y me avergüenza pedirla al vuelo, cuestión de pudor bastante absurdo, supongo… manías adquiridas de quien se crio con horarios en casa, timbres en clase y campanadas en la plaza. También de ciertas rutinas se forjan los recuerdos, aunque allá cada uno con lo que haga con su tiempo. En Trabajar cansa, su artículo dominical en El País, Iñigo Domínguez advertía hace unos días que ya nadie está distraído por el espectáculo que contemplan sus ojos, tan ocupados cómo andamos todos en fotografiar cuanto (no) vemos y compartir ese (no) testimonio con nuestros allegados. “Estar a secas, saber estar, es algo cada vez más difícil. Nos hemos especializado en no estar a lo que estamos”, denuncia, aludiendo al saludable sentido del hedonismo, ahora bajo amenaza. Y solo le falta citar a la espontánea de aquella funesta pancarta de “Allez Opi-Omi!” que saboteó con su imprudencia la primera etapa la ronda francesa. “Deja el puñetero móvil, estos días no volverán, no se guardan en una carpeta, no los vas a ver después”, cierra el columnista.

Mientras Pello Bilbao se altera al descolgársele el auricular, los aficionados alientan esta vez tras las vallas al local Guillaume Martin y, aunque los belgas se acercan algo más a Wout Van Aert, se abren como un acordeón a su paso, tal es la velocidad con la que el joven del Jumbo-Visma vuela por la carretera. 19no en la general, lucha por el triunfo de etapa porque es, según cuenta, “la ilusión de mi vida”; aunque también para negársela al omnipresente Pogacar, quien le quitó el pasado Tour en la prueba individual a su compañero Primoz Roglic, ausente hoy, tras verse forzado a abandonar, cumplida la primera semana de competición. No aguantó el esloveno después de caer y ver como su compatriota le sacaba más tiempo aún en los Alpes. Un tiránico Pogi le despertó antes de hora y, como tantos otros, el ex saltador de esquí optó por hacer las maletas y presentarse en la estación. Mejor esperar sentado al próximo tren.

Tiempo de AVE marca Van Aert al cruzar la meta tras 35 minutos y 53 segundos e intenta no perder comba Pogacar, consciente de que no le bastara el registro de 15 días atrás, cuando se impuso en la crono de Laval, para derrotarle. Pese a las indicaciones de Corral y su empeño, llega finalmente octavo tras el belga, tres daneses, dos suizos y el italiano Mattia Cattaneo. Después de todo, solo un mediterráneo clasifica entre los diez primeros, los nueve restantes son nórdicos, no sé si de los países autodenominados frugales, pero ciertamente adinerados y desde luego, no especialmente solidarios. Lo digo tras cenar la noche anterior con un recién llegado turista suizo, muy majo y con su correspondiente reloj tope de gama. Y, ya que preguntan, les diré que pagamos a pachas. También les comento que, del restaurante, muy rico y bien pintón, a las 22:30 nos tiraron. Muy educadamente, eso sí: “Necesitaríamos la mesa”, solicitaron. Por lo visto hay turno doble. No se lo tomen a mal, cuestión de ritmo y producción.

Al ponderar sobre el reino de la hora y del cronómetro sobre todas las cosas, Batalla Cueto subraya que, si en algún lugar imperan con el sadismo de un Führer es en el deporte, “no por casualidad nacido en Inglaterra y al mismo tiempo que el capitalismo”, y cita un proverbio italiano que dice que el hombre mide el tiempo y este mide al hombre. A falta de un día para concluir el Tour, el cronometro no engaña: Van Aert, finalmente tumbado en el sofá, contempla su obra mientras Pogacar, derrotado hoy, brindará como campeón mañana. Quien esto escribe, desembarcado puntualmente en Madrid, cuenta ha dado ya de unos sabrosos espárragos trigueros, rabo de toro, natillas y café entre pecho y espalda. Un menú de lo más apañado, sin más prisa que la de enlazar siesta y retransmisión ciclista. Aquí sí que me permito soltar el reloj y disfrutar de una buena digestión, sin despertador. Estar, en definitiva. A secas.

Ajustes y desacuerdos

{Banda Sonora: Django Reinhardt – Ride Red Ride}

Por ÀLEX OLLER

Van ya 21 jornadas de Tour de Francia con la de este viernes, que acaba en Libourne, a cinco kilómetros de la bella Burdeos, tras recorrer 207 kilómetros desde Mourenx, mayormente horizontales y flanqueados por viñedos. Un escenario propicio, en teoría, para los esprinters, y de lo más bucólico, digno de una película de Woody Allen, la versión campestre en la Nueva Aquitania del acomodado estilo de vida que retrató –o idealizó– en Vicky Cristina Barcelona.

Por mucho que Hachette se tirara atrás en la publicación de su más reciente biografía, sigue siendo en el país vecino donde más se venera al realizador neoyorquino, tanto en el prestigioso festival de Cannes, que el sábado cierra su 74ta edición, como entre el público que acude en fiel peregrinación a las salas de cine. La Grande Boucle es otro clásico del verano y no faltan los incondicionales aficionados que pueblan los arcenes de las carreteras, aun en días tan plácidos como el de hoy para los corredores. Convienen los analistas que lo que es bueno para los ciclistas, no lo es tanto para el espectador, y viceversa. Pero aquí nadie pasa por taquilla, se espera tanto o más que la carrera a la caravana publicitaria y siempre existe la posibilidad de ser testigo de la Historia, la firme un cabeza de cartel como Tadej Pogacar o un secundario de lujo con alma de robaescenas, tal que Mark Cavendish.

En una campiña similar filmó Quentin Tarantino la memorable secuencia inicial de Inglorious Basterds, en que el coronel nazi Hans Landa, conocido como El Cazajudios, visita la granja de Monsieur Lapadite y, tras dos vasos de leche y una muy agradable conversación, honra su apodo ajusticiando a la familia de refugiados que esconde en su sótano el anfitrión. Todos menos a la adolescente Soshana, que escapa campo a través y jura venganza. Es un tema recurrente en el cine del director de Kill Bill I&II y Django Unchained, y acostumbra a ser también un plus de motivación en el deporte. Aquel “volveremos”, a lo Arnold Schwarzenegger del brasileño Deco, tras caer el Barcelona en Stamford Bridge en 2005, o el principal acicate que espoleó la grandeza de Michael Jordan, como reafirmó la serie documental The Last Dance. Es también la razón –bolsa económica aparte– por la cual, a un épico combate de boxeo, le suele seguir otro entre los mismos contendientes, y luego un tercero: la revancha mueve pasiones y vende muy bien.

A veces son cosillas menos perceptibles, pequeñas rencillas entre competidores, las que alteran la escena entre bastidores. En el béisbol, un lejano pique previo entre un bateador y un pitcher, del que solo se acuerdan ellos, puede desencadenar una monumental tangana sobre el montículo. Una carrera ciclista, por ejemplo, puede quedar sujeta a los caprichos del pelotón, capaz de secuestrar una jornada por históricas discrepancias con la organización,  o una etapa verse marcada por un ajuste de cuentas entre colegas, incluso ex compañeros, como ocurrió en la pasada Vuelta a España, cuando Richard Carapaz vio frustrado su ataque al líder por dos integrantes de su anterior equipo, el Movistar. ¿Vendetta? Solo los implicados lo sabrán.

Cuesta escrutar muchas veces las causas de una u otra decisión en caliente, como ahora, que precisamente el conjunto español no acierta a meterse en la gran fuga, a más de 100 kilómetros de la meta, cuando se va el grupo de cabeza. Tampoco se entiende muy bien qué es lo que pasa a falta de 24, al acelerar el pedaleo Matej Mohoric, que se escapa solo mientras atrás Nils Pollit, Mike Teunissen, Edward, Theuns, Jasper Stuyven, Georg Zimmermann y otros tantos se pican, se retan y se señalan. Que si tira tú, que si te toca a ti, que si acuérdate de, que si vaya jeta, que si yo no voy…. Y no hay acuerdo, ni, me temo, ajuste de cuentas. Es la historia interminable, donde lo único seguro es que la riña tendrá continuidad, de una u otra forma, en otra carretera de otra carrera. Aunque repitan protagonistas, será una película distinta. Mientras, esta se acerca a su final feliz con el joven y alegre Pogacar libre por ahora de rencores –quitando una ligera reprimenda a Michal Kwiatkowski por acelerar a destiempo–, rumbo al fundido a negro en Paris.

La ciudad del amor y del vencedor del Tour fue también otro personaje más en la 41ra cinta de Allen, aquella Midnight in Paris en que Owen Wilson queda hechizado a medianoche y viaja a los Felices Años Veinte. Se trata de otro homenaje de época del nativo del Bronx, como el que le dedicó al jazz y a la figura de (el otro) Django Reinhardt en Sweet and Lowdown, traducida en España como Acordes y desacuerdos. Allí están los paralelismos entre el músico y el cineasta, para quien quiera verlos y rendir cuentas. El séptimo arte tampoco escapa a las discordias, aunque algunos nos limitemos a disfrutarlo, a secas.

Gozamos igualmente del triunfo de Mohoric en Libourne, donde instaló en 1967 su secretaría Papá Noel para responder al más de millón de cartas que le envían periódicamente, pidiendo regalos, los niños de toda Francia. Todos los deseos y más le son concedidos al campeón esloveno, doble ganador en la ronda francesa tras su escalofriante caída en el Giro de Italia. Un premio, seguro, a su constancia y buen comportamiento. Aunque, tras la redada policial a su equipo el día anterior por parte de las autoridades francesas, tampoco él es ajeno a la tentación de la venganza. Y se la cobra con un llamativo gesto –dedo índice a los labios, mandando callar–, como siente que es debido y a su justo tiempo: cerrando cremallera nada más cruzar la meta.

Por la cara

{Banda Sonora: Los Punsetes – Opinión de Mierda}

Por ÀLEX OLLER

En Chile descubrí, de la mano de mi colega y amiga Ángela en 2010, la revista Caras, otra que engrosa el catálogo del papel cuché dedicado a la llamada prensa rosa, del corazón o, como se autodefinen tirando de anglicismo, información de celebrities. Les cuento: este jueves son portada el mal momento de Carolina Hadelmann (le descubrieron nódulos en las cuerdas y no puede volver a hablar), Julián Weich, a quien denunciaron por no cumplir el aislamiento por Coronavirus, y Rodrigo De Paul –a éste sí lo conozco, es futbolista y acaba de fichar por el Atlético de Madrid –, que fue papá por segunda vez. De Tadej Pogacar y el Tour de Francia, nada de nada. Y eso que el esloveno está en la cresta de la ola, aseguran mis fuentes que en su triunfo de ayer saludó en plena ascensión a su bella novia, Urska, y la carrera, si de analizar rostros de gente conocida se trata, es todo un poema.

Como nos gusta escrutar el lenguaje corporal… se trate de un reality show o en el ámbito del deporte, que al final es otra forma, supuestamente más noble y civilizada, de competición. Ocurre cada vez que se alcanza una tanda de penales, como el domingo pasado, en la final de la Eurocopa. “Uy, este lo falla”, aventuramos, repentinamente doctorados en psicoanálisis facial. Y erramos nosotros, porque lo mete, aunque ello no baste para que no insistamos con el siguiente: “Uy, este va con susto”, y así hasta el final, pues forma parte del juego la pasión por la opinión sin fundamento, el cuñadismo, ya sea pontificando sobre el éxito o fracaso de futbolistas profesionales o aventurando rupturas sentimentales en el mundillo de la farándula.

Tampoco se escapa a la afición la última ascensión a la montaña en la Grande Boucle. Decidido con antelación el campeón, un intratable Pogacar que amenaza, a este ritmo, con firmar una época tan dorada en el ciclismo como la que marcó –perdón, sigue marcando– Isabel Preysler en el ¡Hola!, apenas nos queda el cuchicheo de si Mark Cavendish superará o no el récord de 34 victorias de Eddy Merckx, o la quiniela por el triunfo de etapa. En Teledeporte, Perico Delgado apuesta por el líder esloveno, mientras que se decanta por Richard Carapaz el invitado y ex campeón, Carlos Sastre. “¡Uh! ¡Qué gordo!”, remarca sobre el madrileño La Maja, fan declarada de las onomatopeyas que aderezan los reportajes gráficos del Cuore. Insiste mi suegra que allí es donde está la pasta de verdad –en la prensa del corazón, no en Teledeporte– y que me cambie de especialidad, ahora que aún estoy a tiempo. Tan seguro no ando, pero, para que no se diga, lo intento: “¡Aaaarghhhh!”, ¿pero han visto qué lorzas, las de Michal Kwiatkowski, en plena subida con el maillot entreabierto? Perdón, no puede ser, la cámara engaña, seguro: el danés de 31 años mide 1.76 metros y pesa 68 kilos, lo he mirado. ¿Ven? Esa manía por los datos impide hacer carrera… Y el gregario va cómo un tiro tras subir y bajar el temible Tourmalet. Eso no es panza, es motor que trabaja a destajo para su jefe de filas en el Ineos, un Carapaz consciente de que es su última oportunidad de colarse en la codiciada tapa.

Lo buscó el miércoles el ecuatoriano en Saint Lary, compitiendo con Pogacar y otro enfant terrible como Jonas Vingegaard, pero entre los dos jóvenes le robaron el plano. Tiró de trucos de veterano, con gruñidos y muecas de sobreactuado sufrimiento, pero a cara de póker tampoco le pudo al vigente campeón, que leyó la jugada, aguantó el embate y ¡uaaaaaaaaaaaaaaaaaaasss!, le adelantó al final con un demoledor cambio de ritmo, casi al esprint.

Repiten, como tantas veces en los magazines de cotilleos, los mismos protagonistas en esta 18va etapa, Pogacar, Vingegaard y Carapaz. Disfrutó de sus 15 minutos de fama el francés David Gaudu, que corona el puerto de primera categoría y baja como los ángeles antes de que lo alcance el pelotón y después de que Carlos de Andrés destaque la “cadencia elegante” de Wout Poels –“mmmmmmm…”– en contraposición al “estilo atrancado” de Michael Woods –“uuuuufffff…”–. Una vez cruzado el puente de Napoleón y atrapado el favorito local, empieza el Sálvame Deluxe de verdad, en la tremenda ascensión a Luz Ardiden, con los favoritos y unos cuantos atrevidos más –Daniel Martin, Ben O’Connor, Sepp Kuss, Jonathan Castroviejo y Enric Mas– echándose miraditas, amagando nuevamente con ataques, culebreando e interrumpiendo cadencias. Otra vez, los pronósticos en el grupo de Whatsapp: que si Carapaz, que si Wout Van Aert, que si Kuss… todo con tal de no ir sobre seguro y apostarlo todo al amarillo. Es más divertido interpretar caras, otro pequeño placer que nos ha birlado momentáneamente el maldito coronavirus.

Un día después de la fiesta nacional, se toma un receso el presidente francés Emanuel Macron y aparece siguiendo la jornada, primero en coche, luego de pie en la llegada, siempre cubierto el rostro por la familiar mascarilla. Entrenados a estas alturas en el reconocimiento gestual, simplemente percibimos su ligero arqueo de cejas al pasar, como una exhalación, Pogacar, tras otra impresionante escapada a 300 metros de la meta. “Este es cazador y, donde apunta, dispara”, concluye Sastre, que da, de paso y sin darse cuenta, con la tecla mágica para lanzar penales.

Ya en lo alto del podio, con ramo de flores, peluche y tres maillots –amarillo de líder, blanco de joven y topos de la montaña–, luce sonrisa el vencedor mientras brillan los flashes y aplaude el presidente. Es foto de portada para el de siempre. El más vigente que nunca campeón de la gente. El que gana –¡Diossss!– por la cara.

Patapúm p’arriba

{Banda Sonora: Édith Piaf– La Marseillaise}

Por ÀLEX OLLER

La 17ma etapa del Tour de Francia acaba este miércoles en Saint Lary-Soulain, pero pasa antes por Bagneres de Luchón, idílica localidad termal del llamado Midi-Pyrénées que nunca he tenido el gusto de pisar, pero que siento en parte mía, pues fue durante años el lugar elegido por el Espanyol para realizar su  anual stage de pretemporada, cuando los equipos de fútbol –por lo menos los más sensatos– optaban por fomentar el turismo y el comercio de proximidad. También fueron tiempos felices para los periquitos a finales de los 80, pues nos entrenaba Javier Clemente, clasificamos terceros en la liga de 1987 y llegamos a la final de la UEFA en 1988.

Como colofón a un glorioso torneo, perdimos contra el Bayer Leverkusen a doble partido, tras ganar en la ida 3-0, una desgracia que precipitó el descenso a segunda división a la siguiente campaña y el adiós del técnico de Barakaldo que, con su fútbol algo rudimentario pero altamente efectivo, popularizó la expresión de patapúm p’arriba. Gran parte de la afición e incluso algunos de sus futbolistas –como Job, leí en una entrevista reciente– le echan aún en cara su alineación excesivamente conservadora en Alemania. Es posible –no jugaron ni John Lauridsen, ni el Txingurri Valverde, por ejemplo–, pero difícil criticar a quien ideó parecidas estrategias para tumbar, sucesivamente, a los todopoderosos Borussia Mönchengladbach, AC Milan e Inter Milan.

“Lo que funciona no se toca”, es una máxima que suele aplicarse al deporte de alta competición y que incluye al ciclismo, sobre todo cuando uno lidera con comodidad una carrera de tres semanas, como ocurre actualmente en el Tour con Tadej Pogacar. Salvando estilos contrapuestos, tampoco hay mejor exponente del concepto defensivo que Miguel Indurain, presente hoy en el plató de Teledeporte para comentar la jornada, con ascensos al Col de la Peyresourde, Col de Val Louront-Azet  y Col du Portet. Él, tan acostumbrado a gestionar en la montaña las rentas impuestas en aquellas machaconas etapas contrarreloj, el de los anuncios de Sobaos Martínez, el Miguelón que todos conocemos y amamos, es el encargado de comentar la jugada con Carlos de Andrés y el deslenguado Perico Delgado, que define el la subida final como “la más dura de la carrera”.

Allí ganó en 2018 Nairo Quintana. Este mediodía, el cámara del helicóptero se entretiene con el vuelo de dos majestuosas águilas mientras, a ojo de pájaro, el pelotón se estira como cuando se doctoró el colombiano y buscan, sin demasiado éxito, fugarse Dorian Godon y Anthony Pérez. A falta de 45 kilómetros de la meta, con la aparición del sol contradiciendo el parte meteorológico y pensando ya en esa larga ascensión sin descanso, Perico lo tiene claro: “Hoy es llegar a puerto y salvarse quien pueda”. Miguelón calla y, por tanto, otorga. Si compareciera Clemente, alguna ocurrencia soltaría, pero la táctica, de haberla, sería parecida: sobrevivir ante todo y luego ya veremos.

Patapúm hicieron también los ciudadanos franceses que se rebelaron hace justo 232 años en Paris, aunque más que p’arriba, fue p’abajo, si por ello se entiende la prisión de La Bastilla, tomada por revolución popular, que no revuelta, como erró en considerarla el rey Luis XVI. Desde entonces, el 14 de julio es la fiesta nacional, conmemorativa del movimiento que abolió la monarquía y, con un discurso muy bonito pero también a golpe de guillotina, asentó las bases de la democracia moderna. Ya saben: Liberté, Egalité, Fraternité y esas cosas.

Lejos de verse como una turba uniforme, el grupo de corredores se desmiembra sobre el asfalto recalentado conforme se empina la cuesta, con rezagados como el maillot verde Mark Cavendish luchando para no entrar fuera de control y otros, como Enric Mas, Julian Alaphilippe y Quintana, por mantenerse vigentes y no perder de vista a un Pogacar que se ve fuerte y con ganas de asalto, bien escoltado por sus compañeros del UAE. En la temida ascensión al Col du Portet, pasan por la cuchilla del esloveno ciclistas tan acreditados como el trío anteriormente mentado o Rigoberto Urán, mientras se aferran a su rueda, con el maillot amarillo por bandera, revolucionarios de raza como Richard Carapaz o jóvenes utópicos como Jonas Vingegaard.

Intercede, a falta de 10 kilómetros y en pleno esfuerzo, Indurain. “Aquí ya no sabes si seguir con el grupo o descolgarte y…”, empieza el navarro, a quien interrumpe Perico con un guasón “…y te vas para casa” que le saca una sonrisa a Miguelón. Ni que hecho por Muchachada Nui. Es que así, no se puede.

Cruzada a cámara lenta la pancarta de los 10 kilómetros, sigue pedaleando, ya en solitario, todo pundonor, Pérez, que aprieta el bidón y se moja, muerde el pitorro y bebe, abre la boca y toma aire con cara de terror. El terror a los 2,215 metros de altitud y a la proximidad de la guillotina. Pero cuando llega el verdugo, un poco más arriba, entre niebla y bengalas de color, el corte es rápido y limpio, prácticamente indoloro. Avanzan Pogacar, Vingegaard y Carapaz, por ese orden. El mismo en el que, tras un amago de descuelgue y repentino ataque del ecuatoriano, acabaran coronando el pico. El mismo en el que clasifican, al cierre de la jornada, en la general. El mismo en el que, se supone, formarán en el podio al llegar a Paris.

Tras el patapúm p´arriba, versión ciclista, la revolución ha sido mínima. Apenas Urán ha caído del segundo lugar al cuarto y Mas, a última hora y pese a ceder tiempo, ha ganado un puesto. A falta del Tourmalet, una crono y un posible nuevo récord de un Cavendish que sigue en su trono, la capital espera campeón el domingo. Será, salvo hecatombe leverkusiana, el atrevido Pogacar, un verso libre que no entiende de igualdad y fraternidad a la hora de golear. Y mucho menos de amarres cuando se trata de dar pedales.

Ni te escapes, ni te embarques

{Banda Sonora: Marujita Díaz – Al Uruguay}

[Este artículo fue editado y publicado en julio de 2021 por VOLATA MAGAZINE]

Por ÀLEX OLLER

Tengo mal recuerdo de Saint Lary, preciosa localidad pirenaica con una estación de esquí pésimamente gestionada cuando escasea la nieve. Tampoco ayudó que en aquella lejana visita se pegara un señor costalazo nuestro amigo Jorge en una de sus peladas pistas, que el jeep se quedará sin batería y que tuviera que escuchar por radio cómo caía derrotado el Espanyol, 4-1 en el Camp Nou en octavos de final de la Copa del Rey.

“Démosle otra oportunidad… en verano será otra cosa”, pensé aquel miércoles 6 de enero de 2016, esforzándome en aparcar rencores. Pero al sintonizar Teledeporte este martes 13, me encuentro, a su paso por el mismo escenario, un Tour de Francia sombrío y destemplado, de nubes grisáceas, gotas frías y carreteras resbaladizas, sin ánimo de aventura en el pelotón, sino más bien de supervivencia, cuando restan seis días para llegar a París. No es que me considere especialmente supersticioso –lo justo: cambio de ubicación cuando mi equipo pierde, mantengo postura y vestimenta si gana, veto a los gafes de casa si el partido lo requiere, repito o altero rutinas siguiendo un riguroso proceso científico, etc…–, pero los augurios no mejoran con el reportaje que le dedican en la retransmisión a Luis Ocaña y su desgraciada caída en La Menté hace ya medio siglo, después de ganar su primera etapa, el año anterior en Saint Gaudens.

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Trapos de colores

{Banda Sonora: Adriano Celentano – Azzurro}

Por ÀLEX OLLER

Ayer tocaban armarios y camiseta de baloncesto. Este domingo, parqué y zamarra de fútbol de Gianluca Vialli, que se juega la final de la Eurocopa y aquí vamos siempre con Italia. Estrenamos programación social en el (funky) piso y, entre L’Officina del Gusto y Divinos Sabores de Sicilia, tiramos la casa por la ventana: mortadela, porchetta, salami, quesos Pecorino y Taleggio, focaccia, aracinis a discreción, todo regado con botellines de Nastro Azzurro y Peroni. La retransmisión de la 15ta etapa del Tour de Francia me pilla con el móvil en la mano, deleitándome con los highlights del ex delantero de la Sampdoria, donde formó legendaria pareja ofensiva con Roberto Mancini. I gemelli del gol, los llamaban, de lo bien que se entendían. Tanto, de hecho, que siguen juntos 30 años después como técnicos, y está noche regresan a Wembley, donde perdieron una final de la Liga de Campeones contra el Barcelona y esperan darle un soberano disgusto a Inglaterra.

Pero faltan horas todavía para el evento del día, y la carrera ciclista, más que un antipasto, es un entrante a degustar con calma y sin interrupciones. Dejo el teléfono y me centro, que hoy tocan los Pirineos de verdad, con la entrada en Andorra y el Pas de la Casa y el inevitable cachondeo por parte del personal con el que solemos movemos por la zona: una panda de quisquillosos a la hora de elegir alojamiento esquiador, que no valoran como se merece la privilegiada ubicación y excelentes prestaciones de nuestra habitual morada, desde donde se verá, en primera fila, ascender al pelotón.

Se espera espectáculo en el Principado, donde residen una cincuentena de corredores que acompañan al líder de la general, un Tadej Pogacar demasiado tranquilo en los últimos siete días, desenfocado primero por el récord de Mark Cavendish, luego jugando al catenaccio, priorizando no encajar gol y renunciando así a los trepidantes ataques a los que nos malacostumbró en la primera semana de competición. La jornada, con subidas a tres puertos de primera categoría, es propicia para probar suerte a pecho descubierto y descubrir si sus pequeños amagos de ¿debilidad? tienen fundamento. El mañana no existe, pues el lunes toca descanso y La Maja saca la corneta con un  “¡Vamos Bala!” dedicado a Alejandro Valverde y que se oye desde el ala norte de la casa, sin mediar hilo musical. Puede ser un buen día para el murciano, que desayuna con su convocatoria para los Juegos Olímpicos y anuncia una rueda de prensa de cara al siguiente. También presentan candidatura, si bien no para la etapa, sí para alterar la general, los sospechosos habituales: Rigoberto Urán, Richard Carapaz, Ben O’Connor y Jonas Vingegaard.

Están acostumbrados al show los andorranos, aun a su pesar. Más si cabe, tras la declaraciones –mediáticas, no fiscales– de ciertos youtubers durante la pandemia y las conocidas triquiñuelas de la familia del (no tan) Molt Honorable President Jordi Pujol. Coincide la etapa en el paraíso fiscal justo cuando ratifica el G-20 el pacto para que las multinacionales tributen sus ganancias en los países europeos donde acostumbran a hacer negocio. ¡Menudo disparate! ¡Hasta aquí podíamos llegar! Si me puede la indignación a mí, portador de una camiseta trucha de los años 90, imagínense a esos pobres patriotas que aparecen en las cunetas ondeando estelades. Bastante tienen con pagar el 21% del IVA de la banderita de turno, que tampoco las regalan, eh… aunque las haya corsas, francesas, eslovenas y del Real Zaragoza. Y camisetas cuento otras tantas: del Barça –la cuatribarrada, como no–, del Betis, del Athletic y hasta del Espanyol. Para gustos, colores. Los hay, incluso, que prefieren por bandera un chuletón, titula Elvira Lindo en El País. Así estamos también en temas medioambientales, mirando al tendido y tirando de chascarrillos, como quien no quiere la cosa, no sea que a alguien le dé por pensar y arreglar asuntos que nos conciernen a todos. Menos mal que, de la pandemia, salimos mejores.

Tras anunciar –muy ad hoc– el pase de la película La pequeña Suiza durante una pausa publicitaria, en Teledeporte le preguntan sobre el tema cárnico a Patxi Vila, pero el responsable de rendimiento del Movistar esquiva la polémica y se centra en la carrera, donde Pogacar parece aburrido hasta que empiezan a sucederse los ataques a 46 kilómetros del final. Es Nairo Quintana el que prueba en subida, y emociona ver al colombiano escalar el Pic Maià con el orgullo de un campeón, aunque no las piernas. Tras un par de intentonas, lo cazan en bajada, y tampoco consiguen descolgar al líder Carapaz, Urán o Vingegaard, quienes, tras turnarse ante Pogi, desisten y llegan en manada por delante, eso sí, de un desfondado Guillaume Martin y detrás del héroe del día, el pletórico Sepp Kuss.

El último en lanzarse es el primero en cruzar la meta, tras un despliegue de potencia, que solo ha logrado seguir, 23 segundos más atrás, un bravísimo Valverde, al que le puede la precaución en la bajada. “Él conocía la carretera mejor que yo. Era importante ganar, pero más importante era no caerse”, explica el veterano, aludiendo a la residencia andorrana del estadounidense. 41 tacos cuenta El Bala, que tenía solo dos cuando Italia, este mismo 11 de julio, pero 39 años atrás, ganó el Mundial de España. Hoy toca, insisto, un triunfo de la Azzurra y que se monte una buena fiesta, no en Londres, sino en Roma. Con distancia y sin desmadre, productos cárnicos, camisetas y banderas, si procede. Mientras suenen Franco Battiato, Adriano Calentano y Raffaela Carrà, poco importa… hasta trapos de colores, si se quiere.

Segundo, no segundón

{Banda Sonora: Journey – Don’t Stop Believin‘}

Por ÀLEX OLLER

De entre las nosecuantasmil cajas de libros, discos, utensilios de cocina, material deportivo y ropa que me rodean, he rescatado mi camiseta del Dream Team de Scottie Pippen. Aparte del valor coleccionista y sentimental, es ligera, transpirable y multiusos: sirve tanto para soltar un mate en las narices de un pívot balcánico (a quien pueda, claro), como para la bastante menos glamurosa tarea que me ocupa esta mañana de sábado, que es la de limpiar, reparar y poner algo de orden en nuestro nuevo hogar.

Me lanzo a ello con casi el mismo empeño con el que Pippen se propuso blanquear a Toni Kukoc en los Juegos de Barcelona’92, cuando el escudero de Michael Jordan en los Chicago Bulls se tomó como una afrenta personal la incorporación del croata por parte de la franquicia. Entre ambos, consiguieron anular a la Pantera Rosa, considerado entonces el jugador europeo de mayor proyección. El alero estadounidense, descontento con su contrato y sabiéndose siempre a la sombra de MJ, andaba resquemado por la entrada en escena de un competidor directo en su posición, tanto en la pista como en jerarquía de vestuario. Y hablando de… voy por esos armarios.

El inicio, llegado el mediodía, de la 14ta etapa del Tour de Francia supone un respiro de las prioridades domésticas y también un paréntesis en el monólogo, estos últimos días, de Mark Cavendish en la carrera. Igualado el récord de 34 victorias de Eddy Merckx, el protagonismo recae hoy –cortesía de un recorrido de 183.7 kilómetros con ascensiones a cinco puertos de montaña– en quienes conservan opciones en la clasificación general, si por opciones entendemos la lucha por el segundo lugar. No está nada mal la pelea tras Tadej Pogacar, indiscutible líder con más de cinco minutos de ventaja sobre Rigoberto Urán. Separados por menos de 40 segundos, se encuentran a continuación Jonas Vingegaard, Richard Carapaz y Ben O’Connor, afilados los codos para subirse a podio final en París, cuando faltan ocho días y esperan, a la vuelta de la esquina, los Pirineos.

Las caídas están siendo una constante en la presente edición, y no hay jornada en que no aparezca en pantalla un maltrecho corredor. En esta ocasión es Stefan Bissegger, con heridas en el hombro y el muslo. Pese a todo, sigue empeñado en unirse cuanto antes al resto del grupo, camino del Col de Saint Louis y sus rampas de un 12% de inclinación. “Algunos ya están oliendo la montaña”, bromea en Teledeporte Carlos de Andrés. Y es que hay ganas de gesta, formato hachazo, de fugas valientes cuesta arriba, de volar como Jordan en un concurso de mates.

Al pobre Pippen, cuando querían chincharle, le trataban de segundón, aún a sabiendas de que, en cualquier otro equipo, hubiera sido el capataz. Su mejor temporada a nivel individual fue en 1994, cuando Air se retiró momentáneamente y le dejó solo al frente del equipo, apenas secundado por un recién llegado Kukoc. El 33 se salió con una campaña digna de MVP, aunque con el tachón de negarse a ingresar en los instantes finales del tercer partido de las Semifinales del Este contra los Knicks. Tras seis años a la sombra de Jordan, no supo digerir la decisión de Phil Jackson de diseñar el último tiro para el croata (que, además, lo metió). Y es que, si debe costar pasar de ser el número uno en la universidad a convertirse en número dos en la NBA, no digamos ya volver a erigirse en perro alfa para ver cómo, de repente y en el momento cumbre, se exige una nueva bajada de escalón.

Mandar es complicado y delegar también. No envidio a los jefes, aunque se consideren bien pagados. Va con el sueldo, entiendo, atender peticiones de diversos frentes, gestionar egos y organizar el trabajo para alcanzar objetivos y que, en ocasiones, brillen otros, o responder de los fracasos. No es para cualquiera. Bien se lo recordaba Tony a Silvio en los Sopranos, cuando le dijo que no tenía “ni puta idea de lo que es ser el número uno. Cada decisión que tomas afecta una faceta de todo lo demás. Es demasiado, a veces. Y, al final, estás tú solo frente a todo ello”. Quizás pecara de duro con su fiel consigliere, pero, en cuanto faltó el jefe unos días, a Silvio le pudo la presión. La responsabilidad es una carga que no todos están dispuestos a asumir, y no es una excepción el ciclismo, un deporte de equipo donde un corredor fuera de su elemento puede llegar a dinamitar el objetivo colectivo.

No parece pesarle la etiqueta de favorito a Pogacar, aunque se le note menos alegre de a lo que nos tiene acostumbrados , cuando se cumplen dos semanas de competición. Anda vigilante en el pelotón cuando se escapa un grupo de corredores, entre los que no está ninguno de los anteriormente mentados, pero sí Guillaume Martín, al que La Maja alienta con fervor, me temo que por corporativismo. El autor de Sócrates en bicicleta no es una amenaza para el campeón esloveno, pero sí para los aspirantes a podio, y amplía diferencias mientras Urán, Vingegaard, Carapaz y O’Connor, conservadores, hacen cálculos y confían en recuperar ese tiempo en las cotas pirenaicas. El francés, de formación filósofo, no es un alfa, como tampoco lo es Bauke Mollema en el Trek-Segafredo, pero el neerlandés tira como un husky en el Yukón y suelta un trineo de rivales que no se ponen de acuerdo para darle caza antes de que sea demasiado tarde. El seleccionador nacional, Pascual Monparler, encargado de elegir el uno, el dos y el resto de nuestros representantes en los inminentes Juegos de Tokio, analiza: “A Mollema le interesa una carrera rápida. Cuanta más agonía, mejor”.

Solo en la carretera, a lo Tony Soprano, el otras veces gregario aprieta y llega el primero, una anomalía como lo es también el salto de Martin a segundo de la general, a cuatro minutos y cuatro segundos de Pogacar y 1’14’’ del tercero, Urán. No sé si con agonía, pero hay que saber ubicarse, tanto en la lucha por la etapa como en la carrera. Un buen ejemplo es Michael Morkov, lanzador estrella del récord de Cavendish, que tras cada esprint corre a agradecerle su impagable labor. El danés, como Pippen en los seis campeonatos de los Bulls, se sacrifica y acostumbra a salir en la foto, a veces incluso como segundo, que nunca segundón.

Tierra, viento, fuego… y récord

{Banda Sonora: Earth, Wind & Fire – Shinning Star}

Por ÀLEX OLLER

Mark Cavendish está a una victoria de igualar el récord de 34 en el Tour de Francia de Eddy Merckx. Se lo van recordando, pero el británico ni se inmuta, feliz como está de regresar a las carreteras francesas tras un prolongado parón que, por momentos, pareció definitivo. El velocista del Deceuninck corre por placer, o eso se desprende, por lo menos, de sus palabras. Está de rebote en la 13ra etapa, este viernes entre Nîmes y Carcassonne, después de que el director del equipo alemán, Patrick Lefevere, apostara por reclutarlo a bajo coste.

Los supersticiosos dirán que no se trata de la mejor combinación de número y día para tal gesta. La jornada anterior, el maillot verde se rayó un poco, después de que la organización no atendiera sus preferencias de vestuario. Tampoco el recorrido, de 220 kilómetros –con 2,000 metros de desnivel positivo acumulado–, es el mejor: no se descarta un final al esprint, pero la ventosa región del Alto Languedoc parece más propicia para los intereses de los llamados caza etapas, que suelen imponerse en las grandes clásicas.

Amenaza Cavendish, pese a los peores augurios y a que vuelve a enfundarse la dichosa equipación de dos piezas, en convertirse a la vez en un clásico, después de sus tres triunfos de etapa y sus conmovedoras entrevistas a pie de podio, en que el diminuto ciclista destila humanidad a raudales, facilitando que el manido formato de pregunta-respuesta vaya progresivamente fluyendo hacia una más natural conversación. ¿Tanto cuesta hablar como personas? Disculpen el ataque gremial… va por ambos interlocutores: el que afronta el cuestionario tras un señor tute sobre la bicicleta y el que lo lleva a cabo, la mayoría de veces tras otra yincana de tomo y lomo entre bastidores.

(Chris Graythen/Getty Images)

Bien lo saben en el plató de Teledeporte, donde hoy aparece como invitado Felipe Orts, quien se atreve a aventurar sobre los tres cuartos de carrera que “algo va a pasar”. No yerra en su pronóstico el ciclista de ruta y cross, que viene de ver como unos cuantos corredores se despeñan como una manada de ñus por un terraplén, aparentemente sin graves consecuencias, pero dejando una nube de polvo y una fantasmagórica secuencia para el recuerdo: entre unos empinados arbustos, aparece una bicicleta, luego un brazo y, finalmente, un señor con casco… es el danés Kragh Andersen, del DSM, con cara de susto y no pocos rasguños. Tras rescatar sus gafas del espeso follaje, el danés sigue en carrera, pero no así Simon Yates, otra víctima de la caída que dice basta, cerrando así su gris participación en La Grande Boucle.

La zona, donde fluye el río Cesse, despliega un gran encanto visual, pero, como casi todo lo bonito, esconde un considerable peligro en forma de desfiladeros y violentas ráfagas, ideales para la celebración del Mundial de viento y competiciones de cometas, pero también abono para los temidos abanicos en el pelotón, donde se refugian, precavidos, el maillot amarillo, Tadej Pogacar, y los candidatos a acompañarle en el podio de Paris, Richard Carapaz, Jonas, Vingegaard, Rigoberto Urán y Ben O’Connor.

Quedan nueve días para alcanzar la capital, y quienes descontamos etapas para el récord de Cavendish –no él, que se distrae con otras cuestiones– anotamos tres teóricamente propicias, incluyendo la presente. Tras una cómica escapada de Pierre Latour y Omer Goldstein, en que ambos parecen maldecirse para acabar dándose palmaditas, no hay más fugas que impidan una llegada masiva. El Manx Missile ha pinchado, pero cambia de bici y no pierde comba junto a su inseparable escudero, Michael Morkov, que lanza su enésima volata en la llegada a la fortificada Carcassonne, donde se cocinan sabrosos cassoulets.

Se cuece también, en la llamada flamme rouge –su giro más afilado– el que sería y acaba siendo, épico 34to triunfo de Cavendish, el que le iguala con Merckx y que provoca que, al fin, tras el coqueteo de las entrevistas anteriores, el periodista le pregunte qué siente, al saberse, si no el mejor, el más ganador de la historia del Tour. “Cansado. Estoy muerto. Llegar primero, después de tanto calor, tanto viento, en subida… estaba al límite”, responde Cavendish, tras rebasar en la meta, acompañado de Morkov, a Jasper Philipsen e Iván Cortina. “Es otra victoria, para mí tan importante como la primera”, relativiza, empapado en sudor, detallando a continuación la complicación que conlleva ser estrecho de hombros y ladear en exceso la cabeza, a ojos de los quisquillosos comisarios.

Y así, en un día de abrasador sol, polvorienta tierra y notable vendaval, se rentabiliza la mejor inversión de Lefevere con un récord que nadie o muy pocos esperaban, ahora marcado a fuego, a golpe de pedal por un señor ciclista, que se considera un tipo normal.