Blog

Las pequeñas cosas

{Banda Sonora: Raffaela Carrá – Caliente, Caliente, Eo}

[Este artículo fue editado y publicado en julio de 2021 por VOLATA MAGAZINE]

Por ÀLEX OLLER

¿Se imaginan entrenar como posesos durante años, con dedicación prácticamente exclusiva, renunciando a eventos familiares, noches con los amigos, vigilando la dieta, ignorando antojos, empujando los límites cada vez un poquito más para arañar, una a una, décimas de segundo que puedan significar la diferencia entre la victoria y la derrota, y echarlo luego todo a perder por culpa de lo que los norteamericanos llamarían una wardrobe malfunction? No hablo de un inoportuno y fortuito –o planeado, a saber– destape, como el de la célebre teta al aire de Janet Jackson en el Superbowl de 2004. Me refiero a que un trozo de fina tela o, más concretamente, la milimétrica distancia que la separa de la piel, sabotee las opciones de triunfo de un deportista de élite. Por increíble que parezca, ocurre: le pasó a una competidora mexicana durante los Mundiales de natación de Barcelona en 2013, cuando se equivocó de bañador y, enfundada en una talla que le venía grande, se hinchó como un pez globo en la piscina del Palau Sant Jordi, tirando por la borda horas y horas de sacrificio personal. Y este jueves, la cosa empieza mal para Mark Cavendish en la 12da etapa del Tour de Francia, cuando la organización le entrega un maillot verde de dos piezas, en lugar del buzo de una, que prefería el líder de la clasificación por puntos para disputar el posible esprint final, en Nîmes. ¿Manías?

Seguir leyendo en Volata Magazine…

Lobos con piel de cordero

{Banda Sonora: Aurora – Running With The Wolves}

Por ÀLEX OLLER

Aseguran algunos que el lobo aún ronda los bosques del Mont Ventoux y que el nombre de tan legendario puerto hors-catégorie no significa ventoso –venteux, en su traducción francés, aunque bien podría, dadas las ráfagas de hasta 320 kilómetros por hora que pueden llegar azotar su cima–, sino que alude a montaña –vinturi–; una redundancia que no hace más que remarcar la dificultad de su coronación, que no conquista, pues los alpinistas de verdad bien saben que un ascenso es mucho más que una prueba física. No por nada nuestros antepasados otorgaban a las sierras cualidades místicas, casi religiosas.

Lo leo este miércoles en la revista Rouleur –suscribirme, la mejor decisión del confinamiento, no se vayan a pensar que tales sabidurías me vienen de serie–, en otra magnifica previa de la etapa del día del Tour de Francia, la 12da entre Sorgues y Malaucène, con cinco subidas y un doble paso por el mentado pico, para conmemorar el 70mo aniversario de su primer ascenso por parte de Lucien Lazarides en 1951. El reguero de aventuras y desventuras desde entonces, incluido el trágico final de Tom Simpson en 1967, lo resume en un espléndido trabajo gráfico el diario AS y daría para no pocos libros y algún que otro poema, como el que dedicó al Mont Ventoux el ilustre provenzal Frédéric Mistral en 1866, casi una década después de hacer cima y escuchar la advertencia de un anciano: “El loco no es el que sube el Ventoux… ¡El loco es el que vuelve!”. Podría, pues, considerarse algo enajenado el Tour que, tras desvirgar el macizo, ha repetido hasta sumar 15 ascensos en total, 16 con el que nos ocupa y espera vencedor. Postulan todo tipo de valientes: desde veteranos como Rigoberto Urán, Michael Woods, Alejandro Valverde o Richard Carapaz, hasta jóvenes desacomplejados como Wout Van Aert, Jonas Vingegaard , Enric Mas y, obvio, el vigente campeón e indiscutible patrón de la carrera, Tadej Pogacar.

“Desde el norte, el Ventoux da miedo: Se diría que es como un muro. Se levanta, grandiosamente cincelado desde el pie hasta la cima; una corona negra de árboles. Un bosque de lárices, una línea dura. Sirve de matacán. Y el portal de la formidable muralla”, escribió Mistral, que sí debe su apellido al célebre viento que agita, cuando pasan los ciclistas –primero el fugado Van Aert, luego Kenny Elissonde y Bauke Mollema, después Vingegaard, Pogacar, Urán y Carapaz, y más tarde el pelotón– las banderas que dan color al lunar paisaje, de fondo blanco calizo, fruto del polvo que desprenden sus rocas y nula vegetación. Pero, volviendo al bosque, el libro que me intriga, desde hace semanas ya, es Le loup, une histoire culturelle, de Michel Pastoureau, una sobria edición con bellas ilustraciones y que forma parte de una serie que este historiador del medioevo dedica al bestiario autóctono europeo. “Allí donde ha estado a lo largo de los siglos, el lobo parece haber sembrado el terror, la destrucción y la desolación”, escribe el autor. La omnipresente religión siempre contrapuso a tan sangriento y voraz depredador la figura del cordero, blanco y puro, angelical, incapaz por naturaleza  de causar el menor daño; en tanto que guardiana de la fe y protectora del rebaño fiel, tampoco dudó en envilecer al animal salvaje, otorgándole unas connotaciones de lo más ruin y condenándolo al infierno. No bastaba con matarlo. ¿Les suena?

No es la primera vez que, en estos diarios, abordamos el tema, y probablemente no sea la última. Desde los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, avisando de la amenaza de extinción de la especie, pasando por la iconografía deportiva que rescata valores como la audacia, la tenacidad y el poder de la manada, hasta la lectura de La llamada de lo salvaje, el antepasado del perro domestico me resulta un ser de lo más fascinante. Seguro que, tanto al naturalista español, como a Jack London, les embrujaría también el Mont Ventoux, con sus leyendas e incontestables 1,912 metros sobre el nivel del mar; y no menos los aguerridos ciclistas que escalan sus rampas. ¿Lobos o corderos? Cuesta percibir en Pogacar a un depredador, con su rostro de monaguillo y esa sonrisa aparentemente desprovista de maldad. Y sin embargo, ha causado estragos entre el pelotón, mordiendo con saña en cuanto ha podido. ¿Y cómo describiría London al simpático Van Aert, de suave afeitado, divertido tupé y discurso desenfadado? El belga, como Ben O’Connor el domingo en modo supervivencia, ataca por instinto, baja veloz y consigue cruzar primero la meta para echarle una buena dentellada al, hasta ahora, intocable Pogi. No es una carnicería, pero tampoco está mal, tras operarse en mayo de apendicitis y asumir a contrapelo el rol de líder del Jumbo-Visma en la carrera, una vez abandonó Primoz Roglic (y ahora Tony Martin). “No me lo esperaba antes del Tour, pero ayer empecé a creérmelo y hoy he visto que todo es posible”, se emociona el campeón de su  país, recién vencedor en la vecina Francia, tras coronar una cima que admitió antes a solo dos de sus compatriotas –el gran Eddy Merckx y Thomas de Gendt– y que el propio Van Aert considera “icónica”.

El filósofo local, Roland Barthes, prefirió describir el macizo como “déspota de los ciclistas, que nunca perdona a los débiles y exige un tributo injusto de sufrimiento”. Suena, más que a mística, a montaña asesina, de insaciable apetito y afilado colmillo. Aunque, puestos a citar, rescatemos el antiguo dicho de Plauto, que posteriormente popularizó Thomas Hobbes: “Homo homini lupus (El hombre es un lobo para el hombre)”. Conviene recordarlo, también en la carretera, por mucho que algunos se vistan de cordero.

Manda huevos

{Banda Sonora: Kiko Veneno – Hace calor}

Por ÀLEX OLLER

“¡Parecemos huevos fritos!”, suelta al viento (es un decir) una señora buscando el cotizado refugio de una sombra en Benimaclet, donde el sol cae a fuego este mediodía. 50 grados marca el luminoso de la farmacia que, sí, está justo en la esquina más expuesta al calor, pero 50 grados son 50 grados… En contraste, el grisáceo cielo del departamento de Drôme, concretamente entre las carreteras que conducen desde Albertville, en la región de Saboya, a (la otra) Valence, en Auvernia-Ródano-Alpes, sabe a gloria desde el lado opuesto de la pantalla, ya tumbado en el sofá, con el aire acondicionado refrescando cuerpo y mente, algo apelmazados, me temo, por los efectos de la segunda dosis de la vacunación. Nada grave, poca cosa en comparación con el padecimiento sobre la bicicleta de los ciclistas que permanecen en liza en este Tour de Francia, más a sabiendas de que el ganador tiene nombre y apellido.

Todo es posible, supongo, al arranque de la décima etapa: que Tadej Pogacar sufra una desgraciada caída, o hasta que el segundo clasificado, Ben O’Connor, pueda recortarle algo de tiempo al líder, hasta ahora intocable en la carrera, parece incluso que reservón, por momentos juguetón con sus rivales, que debieron, sin duda, agradecer la jornada de descanso del lunes; casi tanto como los peatones españoles un buen toldo, cuando suenan las tres. Faltan seis horas para que juegue la selección nacional contra Italia en semifinales de la Eurocopa, aunque nadie lo diría, pues no se atisban camisetas, ni se escuchan tertulias –apenas chicharras y alguna dolçaina en los jardines del Turia–, ni consta aún plan de reunión alguno con los amigos, resguardados como estamos la mayoría del ambiente abrasador. En un arranque de lucidez, decidimos con La Maja que comeremos arroz a la cubana, un plato sencillo, resultón y muy de la estación.

Reconoce el campeón de España Omar Fraile, en La Montonera de Eurosport, que los corredores celebraron el parón tras una semana de tute en que ha destacado, cómo no, Pogacar, pero también el renacido Mark Cavendish, capaz de volver a ganar en La Grande Boucle –y por duplicado– para acercarse a dos victorias del récord de 34 de Eddy Merckx. Aparte del fuera de serie esloveno, el británico fue el gran ganador del domingo, al evitar caer fuera de control gracias al remolque de compañeros como Tim Declercq y Michael Morkov. El sueño de completar la gesta sigue, pues, bien vivo para los aficionados, si bien el apodado Manx Missile, tan bajo perfil como siempre, se empeña en rebajar expectativas. “Espero que estéis disfrutando del show”, cierra Fraile.

La etapa llana discurre plácidamente y regala estampas de frescor que, la verdad, se agradecen; un poco como cuando éramos pequeños y nos deleitábamos con los anuncios veraniegos de helados o bebidas refrescantes y nos salía ese Homer Simpson que todos llevamos dentro para darnos un baño de fantasía en una cascada de Trinaranjus o saltar de flor en flor en un jardín de Calippos lima-limón. ¿Mencioné que marcan 50 grados?

No es una alucinación: dos se han escapado – Tosh Van der Sande y Hugo Houle–. Tampoco son una amenaza: el pelotón hace la goma y no debe esforzarse demasiado para alcanzarlos, primero uno, luego el otro, ya roto el matrimonio, a falta de 35 kilómetros del final. Otra pareja de amigos recién casados se ha animado en el último año a adoptar dos gallinas, de nombre Thelma y Louise, que les proveen de diversión y huevos frescos a diario en el chalet. Tremendo lujo, pienso, mientras La Maja prepara la sartén, también con cierta envidia por la piscina, no nos vamos a engañar. Se desliza la propuesta futbolera, pero cierto ánimo derrotista impera entre nuestros deseados anfitriones. “No importa, si aquí vamos con Italia”, insistimos. Pero nones: ni plan, ni Eurocopa, ni gambas… La vendetta será servida caliente, con comanda de pizza en Don Carlo. ¡Forza Azzurra!

También le vamos a Cavendish en el sprint, y el veterano campeón no falla. Escoltado espléndidamente por Morkov hasta los últimos 100 metros, se lanza con un par a por la meta y supera holgadamente a Wout Van Aert y Jasper Philipsen para cerrar una jornada sin cambios en la general, pero anticipo de terremoto en el Olimpo ciclista: quedan 11 etapas, cuatro de ellas favorables a los velocistas. Considera el abrumado vencedor –33 triunfos ya–  que “con el trabajo que hizo el equipo, tenía que rematar. Morkov estuvo impresionante. Yo realmente no hice nada”. Cómo los tiene, este Cavendish, a quien tampoco le pueden en modestia. El show, que diría Fraile, no ha estado nada mal. Y ni siquiera llegamos al intermedio del Tour, así que, además de al ventilador, seguiremos pegados al televisor. Quien sabe, quizás sufra una pájara Pogacar, o se exhiba hasta límites más insospechados aún. O puede que lo de O’Connor el domingo fuera apenas la punta del iceberg. Espera el miércoles el Mont Ventoux, donde todo un campeón como Chris Froome se vio obligado a recorrer en 2016 unos metros a pie. ¿Y si cayera el récord de Merckx?

Todo es posible, supongo.

Escalera hacia el cielo

{Banda Sonora: Los Hermanos Cubero – Problemas a los problemas}

Por ÀLEX OLLER

Leí el otro día que la mítica marca de guitarras Gibson, tras declararse en bancarrota en 2018, resucitó de la crisis gracias al confinamiento al que obligó la pandemia y que aumentó notablemente la demanda de instrumentos para combatir las horas de tedio. Tuve ocasión de visitar su fábrica en Memphis en 2005, algo que recomiendo a cualquier amante de la música, y me consternó la rígida política de control de calidad de la empresa: si una de esas magnificas obras de artesanía presentaba el más mínimo defecto, aunque este se evidenciara en la última fase de la cadena de producción, se destruía sin paliativos y el desguace era vigilado las 24 horas del día para evitar hurtos que pudieran dañar más adelante la imagen y reputación de la casa.

No se anda con bromas uno de los grandes fabricantes del rock and roll, como tampoco sus consentidos artistas, acostumbrados a la excelencia de los materiales, a que les rían las gracias y les concedan todos los deseos, a cual más descabellado. Tadej Pogacar se ha encaprichado de los leoncitos de peluche que regalan, al término de cada etapa, al líder del Tour Francia, nos cuenta Carlos Arribas, pero no parece por ahora proclive a un repentino ataque de divismo, aunque el vigente campeón sí dejara entrever cierto ardor caciquil el sábado, tras someter a sus rivales en Le Grand Bornand. “Ataqué para vengarme del día anterior, cuando todos corrieron contra mí. Decidí que sería yo quien corriera contra todos”, se sinceró, sin cortarse un pelo. A lo Michael Jordan.

Cuesta seguir la carrera cuando uno anda de mudanza a tres bandas entre La Mancha, Cataluña y la Comunitat Valenciana, una prueba tan exigente en lo físico como lo mental, un triple ascenso a puertos de primera categoría, con no pocas tensiones en el pelotón familiar y donde, al sobreesfuerzo de las subidas, le siguen los ocultos peligros de las bajadas, incluso de los falsos llanos. En este caso, el golpe de teatro –y literal– se produce en el último tercio de la etapa y de la manera más tonta, cuando chocamos el frontal del furgón con un engañoso bolardo. La cobertura total del seguro contratado nos ampara, creemos, pero por si acaso consultamos el precio del recambio en el servicio oficial y nos consta que lo cobran a precio de una Les Paul, firmada por el mismísimo Slash.

Explica James Curleigh, ex consejero delegado de Levi’s, luego a cargo del rescate de Gibson, que “en la industria musical hay una dinámica muy diferente a la moda. En moda todo va endiabladamente rápido y tienes que poner el foco en el futuro. En música es todo más reposado, hay que balancear un pasado icónico y un futuro innovador”. A guitarrazo limpio ha desmelenado el Tour Pogacar, que descansa ese lunes en el camerino tras apuntarse el domingo a un dueto con Ben O’Connor, el único capaz de amenazar aún su liderato, aunque da la impresión de que el esloveno encara la segunda semana sabiéndose el amo del escenario, rey de la pista e indiscutible cabeza de cartel. Entre ambos suman 47 años, y 26 cuenta Wout Van Aert, otro de la camada de jóvenes que aseguran un espléndido futuro para este deporte, tantas veces equilibrista entre su relato epopeyas pasadas y un afán progresista, de marcada cultura aventurera. “Hay que vender el muñeco”, decía Andrés Montes, cuando la NBA no era aun lo que es hoy en día en nuestro país. Pero Pogi –peluche incluido– se vende solo, mientras viejos rockeros como Nairo Quintana, Chris Froome, Vincenzo Nibali o Alejandro Valverde luchan por no pasar de moda.

Se compraron guitarras, pianos –maldita sea, como pesa…– y también muchas bicicletas durante el confinamiento. Nos pedaleábamos encima, que dirían algunos, pendientes de que nos dejaran salir a las carreteras a tomar bocanadas de horizonte. Se está notando también en el Tour, con las cunetas pobladas de espectadores, aún con las peores condiciones climáticas, como el domingo en Tignes, cuando Pogacar y O’Connor también ignoraron el frío y la lluvia, embrujados por el espíritu de la improvisación, para marcarse una jam session de época en la rampa más heavy hasta la fecha. O mejor aún, una Stairway to Heaven de Led Zeppelin, coronando, escalón a escalón, cada uno a su tempo, el cielo alpino. Mensaje, aplomo y virtuosismo, el sello de otro gran añorado como Frank Zappa, de quien los cines –¿las salas? Sí, las salas– estrenan estos días documental. “Cuando el público nos pide otra, tocamos esta canción, porque entonces seguro que ya no nos piden más”, bromeaba el iconoclasta guitarrista de Baltimore, socarrón como parece serlo Pogacar con el Tour: ¿Qué no queréis ataques tardíos, porque no ocurre nada? Aquí va uno a 30 kilómetros, a ver qué pasa ahora… Zappa, igualmente irreverente, siempre me recordó un poco a Phil Jackson, por tendencia hippy, sentido del humor y aspecto físico, larguirucho y con ese divertido mostachón, además de fonéticamente, por esa Z de Zenmaster.

No nos vendría mal una sesión de meditación a La Maja y a mí, pienso, camino del centro de vacunación de Cornellá, dónde me espera la segunda dosis de Moderna para acabar de complicar la travesía. ¿Servirá, además de cerrarle la puerta al virus, también para aligerar problemas, ni que sean puramente logísticos?, pondero, consciente de que, a corto plazo, bien podría empeorarlos con sus temidos efectos secundarios. El recinto ferial adecuado a la ocasión tiene forma piramidal, como el antiguo pabellón de los Grizzlies en Memphis. Un pequeño viaje en el tiempo también distrae en momentos de inquietud, aunque lo que se agradece de verdad es el riguroso control de calidad de nuestra sanidad pública. Cuando uno sale de la cadena de montaje, no puede más que sentirse un poco estrella del rock, un poco Pogacar, escalando hacia el cielo, sin defectos a la vista, como esas Gibson por las que suspiran artistas como Enrique Bunbury. “Una Les Paul  es un animal perfectamente diseñado para el rock. Es infalible”, sostiene el ex Héroes del Silencio.

Mudanzas a mí…

La fábula de la rana

{Banda Sonora: Barricada – Salta (Por instinto)}

[Este artículo fue editado y publicado en julio de 2021 por VOLATA MAGAZINE]

Por ÀLEX OLLER

El otro día puse la televisión y me saltó encima Telecinco, así sin avisar ni nada. De golpe y porrazo, un primer plano en Alta Definición de un desfigurado rostro embadurnado de maquillaje a manos llenas, tostada piel de bronceador a manivela, pestañas como puños americanos, morros de Botox y tetas de silicona con brillo de papel maché en un escenario de cartón piedra. Es lo que tiene ver los octavos de final de la Eurocopa que retransmite la mentada cadena y olvidarse luego de cambiar el canal. Les aseguro que el susto es de aúpa, aunque supongo que a todo se acostumbra uno con el paso del tiempo; como las ranas, que se supone no perciben la subida de la temperatura del agua hasta que ésta alcanza su punto de hervor y ya es demasiado tarde para el anfibio. O eso dice la fábula, no me queda muy claro.

Seguir leyendo en Volata Magazine…

Hola, Fondo Norte

{Banda Sonora: Rancid  – Hooligans}

Por ÀLEX OLLER

“¡Mastuerzo!”, oí desde la habitación que gritaban en el salón, seguido de un reguero de insultos no aptos para horario infantil y un exasperado “¡¿Será posible?!”. Me pregunté por un instante si no me habría equivocado de día y se estuvieran jugando ya los cuartos de final de la Eurocopa, dado el grado de exaltación de la indignada espectadora –en este caso mi estimada suegra–, que no sabía ya como acomodarse en un sofá que, de poder hablar, me da a mí que pediría clemencia, que le dejarán descansar en paz y no le hicieran cómplice de semejante espectáculo.

¿Recuerdan aquel viral video del Tano Pasman, desgañitándose frente al televisor ante el irremediable descenso de River Plate en 2011? Pues algo parecido aunque, en este caso, la desesperación no la provocaba un partido de fútbol, sino el programa Pasapalabra, que el jueves celebró el equivalente a la final de la Liga de Campeones de los concursos televisivos. Resulta que aquí también uno elige bando, y mi suegra se había decantado definitivamente por uno de los participantes, relegando al otro a un rol que vendría a ser lo que Fernando Hierro para un acérrimo seguidor del Barcelona. O sea, el anticristo. “Pero… ¡será inútil!”, bramaba. Era el fenómeno ultra traspasado al show televisivo; solo faltaba que, desde la finca de enfrente, otro vecino sintiera simpatía por el rival, sacara su bandera al balcón y se dedicaran lo que quedada de programa a lanzarse improperios. Con un poco de suerte, coincidirían en gustos y la cosa derivaría en un más amable tuya-mía de “¡Hola, Fondo Norte! ¡Hola, Fondo Sur!”.

Supongo que ya saben por ahora como acabó el asunto, pues ha sido noticia en los medios de comunicación nacionales, y no constan, que yo sepa, incidentes violentos entre radicales de uno y otro lado, como ocurre demasiado a menudo en el llamado deporte rey. En otros, como el ciclismo, ha habido y habrá grandes rivalidades, como Eddy Merckx-Luis Ocaña, Jacques Anquetil-Raymond Poulidor o Gino Bartali-Fausto Coppi; pero, por lo general, quienes animan a Primoz Roglic en este Tour de Francia no acostumbran a citarse para una batalla campal con los simpatizantes de Tadej Pogacar o los incondicionales de Julian Alaphilippe. Lo más que pueda ocurrir es que un imprudente espectador cause una caída masiva, o que los corredores se enganchen el algún sprint; pero la afición, sea ya en las cunetas o tirada en el sofá, se revela, de natural, dócil.

Quienes se muestran inusualmente agitados este viernes con los ciclistas en carrera, empeñados en revolucionar la séptima etapa entre Vierzon y Le Creusot, la más larga hasta la fecha y no por ello menos peligrosa, más teniendo en cuenta que los Alpes esperan a la vuelta de la esquina. Tras la contrarreloj del miércoles, se dio por sentado que Pogacar contaba con viento de cara para lo que queda de ruta, pero Mathieu Van Der Poel se resiste a entregar el maillot amarillo y aprieta con fuerza nada más salir, se suceden los ataques y se estira el pelotón, hasta que lo encabezan los fugados Matej Mohoric y Brent Van Moer, sospechoso habitual tras escaparse también el martes.

La pelea es bonita, con una rauda reacción del UAE –quizás demasiado–, un ataque vintage de Vincenzo Nibali y un toque de sal de Perico Delgado desde la cocina de Teledeporte. “Ese puerto de tercera categoría se va a marcar a fuego en las piernas de los ciclistas por el ritmo que llevan”, comenta el segoviano, mientras reina la paz en el salón y, por lo que (no) oigo, en las casas de toda España. ¿Será cosa del ciclismo o de la hora, propicia para la siesta? ¿Resaca de la excitación de Pasapalabra o descanso previo al partido de la selección?

No hay tregua, en cambio, en las carreteras francesas y Roglic es el primero en darle la razón a Perico, cuando se queda clavado a falta de 14 kilómetros para la meta y aprovecha la ocasión Richard Carapaz para dar un golpe de riñón. Pese a no marcar diferencias, la jugada no le sale mal al ecuatoriano, que “ha arrancado con una potencia tremenda y viene a ganar el Tour”, remarca Alberto Contador en La Montonera. Si bien Pogacar acaba también trasquilado, la victoria se la adjudica finalmente Mohoric, otro esloveno con palmarés que ve como Van Der Poel, flanqueado ahora por Wout Van Aert y Kasper Asgreen en el podio, alarga una jornada más su liderato y le saca 3’43’’ al vigente campeón en la general. Lo único remarcable en cuanto a incidentes, ha sido, al final, un rifirrafe verbal entre Michal Kwiatkowski y Enric Mas.

“¡Monstrenco! ¡Ni con la portería vacía la mete!”, escucho nuevamente, acabada ya la etapa, y me reconforta un poco: Es fútbol, juega España contra Suiza y, al que falla, se le insulta lo normal. La cosa, al contrario que en Pasapalabra, casi acaba en drama y solo falta la sentencia del Tano Pasman para el punto y final: “Estamos en la B”.

Cavendish, el renacido

{Banda Sonora: Pierre de la Rue – O salutaris hostia}

Por ÀLEX OLLER

Maravillado por el infinito talento de Leonardo da Vinci, el Rey Francisco I apadrinó en 1516 al pintor, arquitecto, matemático, anatomista, botánico, pensador, escultor, ingeniero, urbanista, inventor, científico, músico, poeta y escritor –como para no abrumarse con semejante currículum– y se lo llevó al Château du Clos Lucé, a orillas del Loire, donde el monarca le dijo, básicamente, que se pusiera cómodo e hiciera lo que le viniera en gana. El sueño de cualquier creador se cumplió para el ilustre florentino en Amboise, donde falleció tres años después y donde circulan este jueves los ciclistas del Tour de Francia, salidos de Tours y camino de Chateauroux en esta sexta etapa, reservada, en teoría, una vez más, a los sprinters.

La resaca de la prodigiosa contrarreloj de Tadej  Pogacar, el miércoles en Laval, es dura en el pelotón, que toma aire en previsión a los ascensos del fin de semana, donde esperan cinco puertos de primera categoría. Los corredores cicatrizan las heridas provocadas por la epidemia de caídas de los primeros tres días y ponderan como hincarle el diente al prodigio esloveno, cuando restan más de dos semanas de carrera. “Queda mucho Tour”, dice el tópico. “Sí, ya… ¿y eso, es bueno?, responderán los más pesimistas.

Pensemos que sí, que es bueno, especialmente para quienes albergamos la esperanza de que Mark Cavendish logre repetir su hazaña del martes y añadir un triunfo más a su palmarés en la ronda francesa. Le faltan tres al velocista británico para igualar la marca de 34 victorias de Eddy Merckx en la grande boucle, después de años sin comparecer, más cerca de la retirada que otra cosa, tras sufrir mononucleosis e indicios de depresión. El recorrido, que ni pintado por el propio Leonardo, es como para alegrarle la vida a cualquiera de bonito, con los castillos del Loire como principal reclamo turístico y un paisaje de campos de trigo y lagos, también del agrado de los roulers, que disfrutan la planicie en un día soleado, de festejo a pie de carretera, pero sin peligrosas aglomeraciones. Se distancian así, al tran-tran, Greg Van Avermaet y Roger Kluge, pero no más de tres minutos, siempre a tiro de piedra del gran grupo, donde descansan los favoritos, incluido Pogacar.

“La ciencia fue el capitán, la práctica fue el soldado”, se aplicaba Leonardo, privilegiado autodidacta en multitud de disciplinas, para las que se valía del arte de la observación. Entre ellas parece que figuraba también el de diseñador de armas de guerra, según nos contarán esta noche en la serie que le están dedicando en Televisión Española. En el plató de Teledeporte, entretanto, Perico Delgado se entretiene explicándole a Carlos de Andrés cómo echaba de menos el cocido familiar cuando se eternizaban las carreras: “necesitaba otro aire, alimentar el estómago, pero también la cabeza”. Lo dicho, esperemos que el Tour 2021 no se nos haga bola.

Dentro de lo accidentado, de entre los comparecientes no se lamentan más bajas ilustres que la de Marc Soler, y el ramillete de figuras mantiene intactas sus opciones pese al golpe sobre la mesa del vigente campeón. En estos tiempos de bigdata, mediciones de vatios y demás, las cualidades físicas de Pogacar bien merecerían un dibujo tipo Hombre de Vitruvio por parte del polifacético hombre del Renacimiento; quizás también el aleteo de Julian Alaphilippe sea digno de una prolongada contemplación, o la sonrisa de Richard Carapaz invite a un retrato como el de La Gioconda, o la docena de favoritos inspire una pintura coral como la de La última Cena.

Otro Leonardo, de apellido DiCaprio, encarnó hace unos años a un trampero en la película El Renacido, en la que, en su afán por reunirse con su hijo, sufría un sinfín de peripecias y adversidades en las nevadas montañas de Dakota, la más recordada, el ataque de un oso, filmado en toda su crudeza. La técnica cinematográfica del Siglo XXI posibilita despliegues como ese, y los avances televisivos nos permiten contemplar, desde múltiples ángulos, como, una vez alcanzados los fugados, el pelotón se estira y se parte en dos trenes a partir del último kilómetro, con los equipos posicionando a sus velocistas de cara al triunfo final. “A veces los sprinters funcionan por inspiración”, alerta De Andrés.

Están entre ellos Sagan, Jasper Philipsen, Nacer Bouhanni y Arnaud Démare, pero también Cavendish, luciendo ya el maillot verde que le acredita como el mejor en este tipo de lides y hábil para buscar el carril derecho, apretar los dientes y superar al resto rumbo a su segunda volata en la carrera, tercera en Chateauroux tras 2008 y 2011 y 32da en sus 13 participaciones en el Tour. Cae la inevitable pregunta sobre la que vendría a ser su gran obra: la réplica o ampliación del récord de Merckx. Pero el británico prefiere centrarse en los pormenores de la llegada, dando cuenta de sus propias dotes para la observación: que si los anteriores finales fueron en líneas distintas, que si he sentido el viento por la izquierda, he pillado una rueda por la derecha… Quizás no baste para considerarlo un hombre del Renacimiento, pero si para constatar que Cavendish, ni que sea en términos ciclistas, puede saberse renacido.

Cierto que queda mucho oso todavía, pero si yo fuera su director de equipo, le diría lo que Francisco I a Leonardo: “Figura, el castillo lo pongo yo. Tú, a lo tuyo”.

El día de la bestia

{Banda Sonora: Def Con Dos – El día de la bestia}

Por ÀLEX OLLER

Hay que andarse con ojo con las referencias castrenses, que empezamos hablando un día aquí de La Legión y, pasados dos, nos cuelan a su mascota en plena carrera. Ha aparecido la cabra en el Tour de Francia, y no me refiero a los simpáticos rumiantes que pueblan las sierras de nuestros vecinos y cuyos deliciosos quesos exportan a mansalva, no: faltan unos días aún para encarar las jornadas de montaña. Aludo al habitual sobrenombre de la bicicleta ultraligera que los ciclistas usan para disputar las etapas contrarreloj, esa tan pintona con el manillar en forma de cuerno de chivo para facilitar el apoyo de los antebrazos y la postura aerodinámica. Seducen por su estética futurista y tuneadas varias, aunque ninguna con mayor halo que La Espada de Miguel Indurain, cuyo singular apodo da cuenta del salto de categoría.

¿Ven? Contando el mote que los narcos mexicanos reservan al rifle de asalto AK-47, son ya dos las referencias armamentísticas en un espacio que se supone deportivo. Si es que se empieza por devolver cortésmente el saludo militar y se acaba formando fila en aplicación de la ley marcial. Suerte que en la crono de este miércoles mandan el reloj, la cadencia de las pedaladas y el ritmo cardiovascular de los protagonistas. En la época de aquellas exhibiciones de Miguelón, la fotogénica montura gozaba de su cuota de protagonismo, pero eran aquellas 28 pulsaciones del navarro de impertérrito rictus las que dictaban sentencia.

A Tadej Pogacar, campeón vigente del Tour, le faltan cuatro más para igualar el repóquer de Indurain. Como dirían en México, está cabrón, pero el esloveno cuenta apenas 22 años y vuela, liviano y con cara alegre, tras salir como un tiro de Changé, la mirada puesta en la meta de Laval y un maillot amarillo que por ahora luce Mathieu Van Der Poel y que Pogacar quiere para él y para que sus rivales sepan que lo quiere cuanto antes y que no le teme al peso que conlleva portarlo durante las dos semanas y media que restan de carrera. Si es que este chico no tiene idea buena…

“Va a ser aquí, ¿verdad?”, preguntaba el Padre Ángel en El día de la bestia. “¿El qué?”, demandaba el segurata. “Esta noche. El día de la bestia”, insistía el cura. “No. Hoy toca Satánica. Habla con el de la barra, que es el que lleva los conciertos”, zanjaba el de la puerta.

La genial película de Álex de la Iglesia se estrenó el mismo año en que Indurain culminó su dominio de la ronda francesa, cuando el travieso Pogi, ese que empezó haciendo diabluras en monociclo en su localidad natal de Komenda, ni siquiera había nacido. Contaba seis años su compatriota Primoz Roglic, el gran derrotado en la edición anterior y principal rival en la actual. Ex saltador de esquí, el líder del Jumbo Visma ansia redimirse en la prueba individual donde perdió el Tour 2020 en la penúltima fecha pero, tras caer el lunes y viralizar sus vendajes “de momia”, se muestra incomodo sobre la cabra, mientras Pogacar le resta minutos al mejor crono de Stefan Küng y Van Der Poel lucha por defender su liderato en la general.

“Huele a cerdo”, suelta Carlos De Andrés en la retransmisión de Teleporte, cuando se cuecen la etapa y buena parte de la carrera, mientras Perico Delgado aclara que las raspaduras de Roglic “influyen a la hora de tensar los músculos y no corres igual”. La noticia del día es que los gendarmes han dado por fin con la causante de la espeluznante montonera en la jornada inaugural y que se encuentra bajo arresto, pendiente de la decisión del juez y las posibles denuncias que le puedan caer, posiblemente de afectados directos como Marc Soler, una vez descartada su participación en la Vuelta a España. Señora, las fotos a pie de carretera, como las referencias castrenses, la carga el diablo. Aprendamos de una vez.

No luce cuernos, ni rabo, Pogacar, pero gestos de diablillo, como el de mirar a cámara en pleno esfuerzo rodador, sí tiene el jefe del UAE, que se come, kilómetro a kilómetro, segundo a segundo, la contrarreloj hasta desbancar a Küng y acariciar el maillot jaune. “¡Padre, mire como vuelo! ¡Como los ángeles!”, le gritaba el heavy José Mari al Padre Ángel, colgado del cartel luminoso de Schweppes de la madrileña Gran Vía, en la escena más icónica de El día de la bestia. Es pronto aún para saber si la etapa de hoy será la que definirá el Tour 2021, pero el destrozo del esloveno en la clasificación general es considerable: tras cinco días de carrera, le saca 40 segundos a Julian Alaphilippe, 1’36’’ a Richard Carapaz, 1’40’’ a Roglic, 1’46’’ a Geraint Thomas y 1’50’’ a Enric Mas. El mazazo anímico, por mucho que Van Der Poel conserve una jornada más el liderato por unos muy meritorios pero escuálidos ocho segundos, es mayor aún, aunque El Ruso posa una interesante disyuntiva en el grupo de Whatsapp: “Pues sí. Se confirma lo del año pasado. Lo que pasa es que ahora irán todos a por él. Y la pregunta es: ¿Tiene equipo que le proteja/ayude?”.

La cabra, efectivamente, tarde o temprano tirará al monte, y falta saber cómo se comporta, entonces, Pogacar, si como ángel o como demonio. A día de hoy, simplemente es una bestia.

No todo es negocio

{Banda Sonora: Dire Straits – Money For Nothing}

Por ÀLEX OLLER

Tour is bussiness”, dice Carlos De Andrés que le comentó un día un ciclista de cuyo nombre asegura que no se puede acordar. La cuarta etapa del Tour de Francia de este martes, una planicie de 150 kilómetros entre Redon y Fougères, da para tertulia de la buena en el plató de Televisión Española, donde se explaya como invitado el imberbe Juan Ayuso, prodigio ciclista de 18 años, de quien una eminencia como Carlos Arribas escribe que “quiere comérselo todo”. Sobre la bicicleta, no me atrevo a opinar, pero bajo los focos, el catalán luce conocimiento, chispa, swing y la confianza propia de la juventud. Por atreverse, se atreve hasta a vacilar a Perico Delgado con un “¿tú nunca has llegado tarde?” que le saca la risa al segoviano. Y eso que el juvenil aún no había nacido cuando el ex campeón incurrió en su más sonora jaimitada en tierras francesas.

Se lo pasan bien en la retransmisión, mientras esperan que el pelotón dé caza a los dos escapados, Brent Van Moer y Pierre Luc Perichón, controlados a no más de tres minutos de distancia, la mitad cuando se supera el ecuador del trazado. Tras tres días de sustos y raspaduras, los corredores firman llegar enteros a la meta, y escenifican su descontento con una protesta –un minuto de parón y 10 sin ataques–, reclamando mayores medidas de seguridad para evitar accidentes. No gustaron las palabras del presidente de la UCI, David Lappartient, apuntando a que “la mayoría de las caídas fueron por falta de atención de los ciclistas”.  Tampoco me veo capacitado aquí para valorar la idoneidad del recorrido pero, entendiendo el mosqueo de los protagonistas, también es cierto que algunas de las patinadas parecieron lo que en el argot tenístico catalogaríamos como “errores no forzados”.

El otro día me comí un bolardo al calcular mal una curva. ¿Está idóneamente ubicado el carril bici? Probablemente no. ¿El moratón de mi rodilla es culpa de quien diseñó la vía urbana? Pues tampoco. Ocurre que en el ciclismo profesional hay tanto en juego que las meteduras de pata no se saldan con un mero hematoma, sino que se pagan con intereses. Y en la Grande Boucle, más todavía. El Tour es negocio, sí. Por ello en sus carreteras se inventó la caravana publicitaria y por ello la causante de la montonera en la jornada inaugural sigue en busca y captura por parte de la gendarmería. La factura está pendiente, señora. Poca cosa comparado con los audios que escucho, horrorizado esta mañana, de los implicados en la trama Gürtel y ese chapucero “pero por lo menos me pagareis los gastos, ¿no?” del siniestro comisario Villarejo. Bussiness is bussiness, efectivamente.

Pisan huevos los ciclistas, conscientes de que la jornada reserva, en teoría, una victoria a los velocistas, entre quienes se halla Peter Sagan, pero no Caleb Ewan, resignado al abandono tras fracturarse la clavícula en el patinazo que provocó con el eslovaco en el sprint final del lunes. La sospecha es que el australiano negoció con el diablo al retirarse antes de tiempo del Giro de Italia para afrontar con mayores garantías el Tour; y, ahora, resulta que no llegará ni a la segunda semana. Es el mercado, amigo…

Sin Rocket Pocket, saltan las apuestas. ¿Hilvanará un triplete el Alpecin, tras ganar Mathieu Van Der Poel y Tim Merlier en las jornadas previas? ¿Triunfará Mark Cavendish, como hiciera hace justamente seis años para su 26ta victoria en la carrera francesa? El británico, quien ya suma una treintena, se quejaba recientemente de que su persecución de las 34 de Eddy Merckx es más obsesión de la prensa que suya, aunque el mundo ciclista entero parece apoyarle en el reto, tras superar una mononucleosis, sufrir una depresión y plantearse muy en serio la retirada.

Como muchos corredores hoy, Francia ha despertado herida tras la derrota de su selección de fútbol anoche en octavos de la Eurocopa, cuando remontó ante Suiza, luego se dejó empatar y finalmente cayó en la tanda de penales. El deporte también puede ser montaña rusa de emociones y, en ocasiones, lo parece en sentido literal, como cuando la cámara frontal enfoca, a falta de 26  kilómetros para el final, a la pareja de fugados en plena ascensión, mientras en segundo plano se avista el descenso del grupo perseguidor. Cuando quedan 14, Van Moer suelta a Perichón y se va por el triunfo en solitario, pero el pelotón responde y le da alcance en el último kilómetro. Ha sido morir en la orilla para el belga y una travesía sin naufragios, pero algún sobresalto (también literal) para Cavendish, quien pierde el sillín sobre el kilómetro 100 y se apretuja entre Van Moer y Michael Mathews para lograr al sprint su 31a victoria en la ronda francesa.

El ciclista del Deceuninck se emociona después “por el esfuerzo de mis compañeros y porque tanta gente cree en mi”. 18 años mayor que Ayuso, Cavendish es un hilo conductor entre generaciones “como las de Erik Zabel y Óscar Freire”, subraya Adrián García en La Montonera. Y hoy, empapado de lágrimas y prácticamente enmudecido, a solo tres volatas más de la legendaria marca de Merckx, es también testimonio vivo de que el Tour es mucho más que un negocio.

Arriesgar

{Banda Sonora: Fuerza Nueva (Niño de Elche + Los Planetas) – El novio de la muerte}

[Este artículo fue editado y publicado en junio de 2021 por VOLATA MAGAZINE]

Por ÀLEX OLLER

Hace falta tener cuajo para plantarse en la marina sur de Valencia a cantar himnos de La Legión como El novio de la muerte o reinterpretar Els Segadors (versión obreros de Seat) ante un público tan curioso como ávido de bailoteo veraniego. Y más, bajo el nombre de Fuerza Nueva, el desaparecido partido político de extrema derecha. Sin embargo, eso fue precisamente lo que hicieron el pasado jueves Niño de Elche y los Planetas, en un atrevido proyecto escénico común que ha provocado un considerable revuelo. ¿Cómo se atreven? Pues se atreven. En el nombre del arte, del espectáculo o de la provocación, se atreven. Y es digno de escuchar y de ver. ¿Necesitan, acaso, mayor motivo?

Seguir leyendo en Volata Magazine…