Abrazos en mar y montaña

{Banda Sonora: Garzón y Collazos – Soy Colombiano}

Por ÀLEX OLLER

Hay momentos en la vida en que sobran las palabras y faltan los abrazos, como cuando uno se va de casa por un tiempo o cuando, tras una dura travesía, alcanza al fin la orilla y ve que sus acompañantes, o no están, o están mal. Poco que decir y mucho que contar en situaciones como las de Abdou, quien partió a pie de Tánger, cruzó a nado la frontera con España, llegó exhausto a Ceuta y se derrumbó al constatar que su hermano se hallaba inconsciente y con bajas pulsaciones. Así lo entendió al menos la voluntaria de Cruz Roja que lo consoló con ternura en la misma playa, antes de que fuera devuelto, sin identificar, a Marruecos. Un ejemplo (el de ambos) de humanidad, ni más ni menos.

El deporte busca a menudo una épica que podríamos encontrar, probablemente, a la vuelta de la esquina, si escarbáramos un poco en los quehaceres cotidianos de nuestros vecinos. Pero la competición nos ofrece un escenario más neutro, más controlado y esterilizado, donde el drama raras veces se compara con las trágicas consecuencias de un naufragio en la vida real. Explica este lunes en el Telediario Abdou, ya de regreso a Casablanca, que aún no sabe nada sobre la suerte de su pariente y que su sueño sigue siendo el mismo: tener una vida digna y lograr ver algún día un partido del Barcelona, su equipo favorito. Ya ven, qué afición.

Como en el fútbol, el ciclismo también pone el teatro, aunque en el caso de la decimosexta etapa del Giro de Italia, el marco es natural y de lo más imponente: los Alpes y sus admirados Dolomitas. Toca madrugar –en términos no migrantes–, pues la jornada se presenta como la más exigente hasta la fecha en la carrera y la amenaza de mal tiempo no facilitará las cosas. El tappone llaman a los 5.7 kilómetros de desnivel de un total de 212 que debe recorrer el pelotón, con hasta cuatro colosos –La Crosetta, Passo Fedaia, el Pordoi y el Passo Giau– barrando el camino, previo al descenso a Cortina d’Ampezzo. La ventaja de Egan Bernal en la clasificación podría sufrir algún arañazo en caso de pájara, aunque también se distanciaría definitivamente el colombiano con un golpe de autoridad en la considerada etapa reina.

Pero pronto se tuercen las cosas: el parte meteorológico no es bueno en las cotas altas, con temperaturas bajas y presencia de nieve, y los organizadores cancelan de una tacada 50 kilómetros y dos de los ascensos programados. De majestad, a princesa. Más vale prevenir que curar, piensan unos; otros sostienen que quizás no había para tanto, pero la decisión es aceptada sin protestas por los profesionales. Respeto al mar y poca broma en la montaña: ayer murieron en China 21 participantes de una maratón campo a través, al verse sorprendidos en ruta por fuertes vientos, lluvia helada y granizo. “No opino”, zanja Javier Ares en Eurosport. “Como aficionado, me siento huérfano, como corredor, lo entiendo y, como organizador, no lo discuto”.

La polémica está servida, pero también la etapa, en la que los corredores patinan y agradecen el resguardo temporal de los túneles ante lo inhóspito de las condiciones. Se mantiene la subida al Passo Giau –con su 9.3% de media de inclinación y 14% de máxima– como atractivo final del día, que sigue con una escapada de seis, entre los que forman Antonio Pedrero, Gorka Izaguirre, Joao Almeida y Vincenzo Nibali.

En el Telediario continúan hablando de Abdou, al que reúnen vía telefónica con la voluntaria que lo abrazó, y enlazan con imágenes de cómo el ejército español repele a porrazo limpio a otras personas recién llegadas; esas que nos da por llamar migrantes. Acto seguido, nos informan de la reapertura de fronteras con el Reino Unido por parte española para poder acoger como se merecen a esos ansiosos guiris británicos, que han tenido que esperar –¡meses, oigan!– hasta, por fin, lograr disfrutar de un poco de sol mediterráneo. Aquí, el sector turístico reparte besos con lengua, no digamos ya aquellos municipios que negaron en su día sus plazas hoteleras vacías a quienes huyen de la miseria. Eso sí, como seguimos estando en su lista ámbar, nuestros amigos ingleses –quienes teóricamente solo pueden viajar en caso de necesidad– deberán someterse a cuarentena al regresar a las islas. “Un incordio”, lamentan algunos. El país de acogida (ahora sí) aguarda a que el semáforo pase pronto al verde.

Sin más señalización que sus pulsaciones en la empinada carretera italiana, Bernal se lanza cuesta arriba a falta de 22 kilómetros del final. No es la primera vez que se arranca en la carrera, pero bien podría ser la última, porque nadie le sigue y el de Zipaquirá  se merienda también a Pedrero cuando le faltan cuatro para coronar la última cima nevada, antes de distanciarse en la bajada y permitirse el lujo de aflojar el ritmo en los metros finales, despojarse del chubasquero y mostrar al mundo, y en especial a Colombia, la maglia rosa de campeón. Aún no lo es, pero lo siente: ya le saca dos minutos y 24 segundos a Damiano Caruso, 3’40’’ a Hugh Carthy, 4’18’’ a Aleksandr Vlasov y 4’20’’ a Simon Yates en la general. Ha hincado definitivamente la rodilla Remco Evenepoel, ahora a 28’07’’ del líder, y también se rinde la hinchada al portento que tantos llaman patrón.

Inflado el pecho, soltadas la rabia y el manillar, Bernal se yergue sobre la bicicleta a su paso por la meta alpina, estira sus alas de cóndor andino y hace un gesto, para toda una vida, que le sale de dentro. Es el abrazo del momento, tan humano como universal.

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