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¿Truco o trato? Lo mío pa mi saco

{Banda Sonora: A Little Time– Helloween}

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España – Previa de Todos los Santos –Halloween, para las víctimas de la globalización– y aparecen con antelación los fantasmas. En el Congreso, en los autos judiciales, los podios de las salas de prensa, los telediarios y en las calles. No vaya a ser que el confinamiento les deje también sin su cuota de pantalla, con lo que a algunos les pone eso de salir con la sábana a pegar cuatro sustos.

Por suerte, también reclama atención la novena etapa de la Vuelta y allí nos vamos; aunque el primer fenómeno paranormal surge al constatar que no lo emite La Uno de Televisión Española. Superado el sobresalto –lo da Teledeporte–, nos acomodamos en previsión de una etapa, a priori, plácida y propicia para los sprinters, en caso de que el viento y consecuentes abanicos lo permitan.

La bucólica estampa del paisaje castellano a vista de pájaro sin duda invita a la práctica de la afición patria por antonomasia que es la siesta, pero interrumpe entonces una misteriosa exclamación la retransmisión televisiva, un “¡Joder macho!” de oculta procedencia y que Perico Delgado y Carlos De Andrés intentan disimular como mejor pueden: “Aquí el castillo tal y cual…”.

Aludíamos hace unos días a las novelas de Arturo Pérez-Reverte, que me atrevo a recomendar en tiempos de cuarentena. La penúltima, SIDI, un relato de frontera, narra las aventuras del legendario caballero Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como El Cid Campeador, cuyos restos reposaron justamente en la localidad de Castrillo del Val, donde se asentó su familia y de donde sale hoy el pelotón.

No tenía patria ni rey, solo un puñado de hombres fieles.

No tenían hambre de gloria. Solo hambre.

Así nace un mito

Así se cuenta una leyenda.

Así resume la editorial el libro, toda una oda a la épica castiza, el ardor guerrero y la caricatura de hombres duros y de pocas palabras entregados a su causa; mercenaria, sí, pero con honor, leñe. Una machirulada de tomo y lomo, aunque de lo más entretenida.

Sin escaramuzas de enjundia hasta el tramo final, la carrera discurre pendiente de la gran batalla a las puertas de Aguilar de Campoo, famosa por sus fábricas de galletas.

“Allí fuimos de viaje de fin de curso en octavo, para que veas el glamur de la escuela pública”, puntualiza La Maja con ese orgullo proletario que tanto la caracteriza.

Para galletas, las que suelen soltarse los sprinters en plena recta, pienso, deseoso de que la jornada acabe sin incidentes pese la cercanía de la base militar del ejército de tierra –de nombre Cid Campeador, cómo no–, que celebra a la vez el centenario de la Legión. Ya saben que todo se pega.

Es cierto que el día ha empezado con tono festivo por el 31 cumpleaños de Primoz Roglic, quien cede junto al líder, Richard Carapaz, el protagonismo a los velocistas, que avanzan a buen ritmo acompañados de sus hombres fieles, en busca de posicionarse de forma idónea para el ataque decisivo.

Pues resulta que sí resulta que hay hambre. Al fin y al cabo, a nadie le amarga un dulce, se trate de galletas o caramelos de Halloween. ¿Será truco o será trato?

Ya con la lanza a punto, se tira a por la gloria Pascal Ackerman, aunque el alemán mide mal la distancia y le acaba sobrepasando Sam Bennett, quien cruza sobrado la línea de meta. Segunda victoria para el irlandés en la Vuelta.

Pero, cuando parece que hay trato, surge el tercer fenómeno paranormal de la jornada: resulta que el ganador no es tal, pues los jueces deliberan sobre la maniobra que le ha permitido posicionarse en la punta –toca hasta dos veces a un ciclista del UAE– y optan al final por otorgarle el triunfo a Ackerman. Ni mitos, ni leyendas. Lo mío pa mi saco, que cantaba La Mala Rodríguez.

Nada que objetar, nada que decir. Quizás solo exclamar:

¡Joder, macho!

Más allá de Las Gaunas

{Banda Sonora: The Dream – Jerry Goldsmith}

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España – “¡Goool en Las Gaunaaas!”. No sé por qué, pero da la impresión de que cada vez que alguien alude a la clásica alerta dominical del Carrusel Deportivo, siempre lo hace con la noticia procedente desde el estadio del hoy desaparecido Club  Deportivo Logroñés. El campo enfangado, el traje rojiblanco con pantalón negro de toda la vida, la calva, el mostacho y la volea en el Bernabéu del Tato Abadía, con más pinta de guardia civil de película de Berlanga que de futbolista de primera división… Y la premonición-provocación de mi amigo Joan, con setenta “¡Oleg Salenko!” seguidos antes de que sonará el temido pitidito de Canal Plus y apareciera, efectivamente, el nombre del goleador ruso en la pantalla: gol en Las Gaunas y malas noticias para el Espanyol, que acabaría bajando a segunda división esa temporada 1992-1993. Nunca he pisado Logroño, pero tengo la sensación de que todo empieza y acaba en Las Gaunas.

Y no. La ciudad del Tato, Oleg y otros héroes del fútbol añejo como David Vidal acoge hoy la octava etapa de la Vuelta, con final en otro puerto de primera categoría: el Alto de Moncalvillo, con una inclinación máxima del 15% no apta para cobardes.

Como el fútbol, el ciclismo también ha cambiado con el paso del tiempo, nos recuerda en el documental Volta, 100 anys de ciclisme Perico Delgado, al que le cuesta cada vez más disimular un cierto desdén por la influencia de la tecnología –desde luego, no siempre positiva– en un deporte hiperprofesionalizado pero que conserva aún gran parte de su espíritu amateur.

Mejores bicicletas, mejores maillots, mejores mecánicos, mejores masajistas, mejores hoteles, mejor dieta y mejor de todo, al menos en apariencia. ¿Mejores ciclistas? Con datos en la mano, seguro. Cuestión de evolución, como en el fútbol. ¿O se imaginan a Abadía y Cristiano Ronaldo entrando por la misma puerta de cualquier estadio actual sin levantar sospechas entre el cuerpo de seguridad? Los corredores de hoy pedalean más fuerte y más rápido, sí. ¿Pero mejor? Cuestión de gustos, sin duda; pero en no pocas ocasiones se echan de menos los arrebatos del ciclismo de antaño, cuando un Luis Ocaña, por poner un ejemplo, se lanzaba sin aparente ton ni son por la victoria desde demasiado lejos, o el Pirata Pantani –otra calva para la eternidad– abordaba una ascensión a puro golpe de riñón, sin mirar atrás.

La montaña contempla desde lo lejos al pelotón salido de Las Gaunas –perdón, Logroño– y observa impasible cómo se acercan, a ritmo alegre, las bicis impolutas, los cascos coloridos y la caravana de coches relucientes, e intenta adivinar si entre los 157 que tomaron la salida se halla algún valiente.

No será Tom Dumoulin, que abandona antes siquiera de subirse a la bici, pero se dan las condiciones para que la Vuelta regale a los aficionados una jornada para el recuerdo si los malditos pinganillos – esa ‘mejora’ tecnológica de la que aborrece el mismo director del Tour de Francia, Christian Prudhomme–, no lo impiden con instrucciones contemporizadoras desde los coches.

Neutralizada una primera escapada por el pelotón antes del ascenso al puerto final, el helicóptero de Televisión Española se entretiene con el imperial vuelo de un buitre, mientras Perico insiste en que será a partir del paso canadiense, a unos seis kilómetros de la meta, cuando la montaña se empine en serio. La ocasión se antoja pintiparada para el nativo de Toronto, Michael Woods, carroñero de raza la jornada anterior, cuando rapiñó una victoria de etapa a lomos de Omar Fraile y Alejandro Valverde, entre otros.

Al Bala, el primero en atacar, le debe sonar a dejà vu cuando ve como Woods y su jefe de filas, Hugh Carthy –quinto en la general–  le superan con cinco kilómetros por delante; pero la ladera sigue mirando, selecciona finalmente a los mejores y los Education First se descuelgan ante el impulso de líder de Richard Carapaz y la persecución acorde de Primoz Roglic.

Con el duelo al sol entre ambos en el repecho definitivo, un espectacular tira y afloja evocador del también clásico juguete del yoyó, regresa una vez más el ciclismo vintage a esta Vuelta robusta, rica en matices y frescura, siempre roja como buen rioja, denominación de origen. Que no se me enfaden.

A estas alturas no hay pinganillo ni modernidad que valgan. Es hora de que hablen las piernas y escuche la montaña, y ningunas dicen más que las de Roglic, capaz de imponerse por 13 segundos al ecuatoriano, que se mantiene líder por la misma diferencia sobre el esloveno.

No todo empieza y acaba en Las Gaunas. Tampoco finaliza la Vuelta en el Alto del Moncalvillo. Esperan Cantabria, Asturias y Galicia, con los lagos de Somiedo, el Angliru y La Covatilla. Alta Montaña. Ciclismo del bueno, de hoy y de siempre.

‘Avui’ no tocaba, Bala

{Banda Sonora: No More Lockdown – Van Morrison}

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España – Es martes y vuelve la Vuelta, valga la redundancia. No así el Giro, que plegó velas el domingo y me dejó con ganas de empezar a leer de una vez Indro al Giro, las crónicas del añorado Indro Montanelli de sus viajes por la Italia de Fausto Coppi y Gino Bartali, entre 1947 y 1948. El rosado ejemplar lo adquirí en 2015 en Milán cuando algunos incautos aún me pagaban por cubrir eventos deportivos, y desde entonces permanece, reclamando atención, en la biblioteca de casa. Piano, piano…

Al arrebato de melancolía literaria no le sigue su versión gastronómica, así que abro la nevera, reservo los medaglioni de albahaca y piñones para otra ocasión y me decanto por un apetitoso trinxat de la Cerdanya. Quizás el tradicional plato catalán –una simple y deliciosa receta de col, patata y panceta surgida de la manida ‘cocina de aprovechamiento’– tampoco case demasiado con la séptima etapa en territorio vasco; pero su etimología –“trinchado” en castellano– seguramente se ajuste mejor al estado físico de los ciclistas al finalizar el recorrido, que tras la jornada de descanso se presenta proclive a la indigestión, con dos ascensos a un mismo puerto de primera categoría: el de Orduña, a 900 metros de altitud.

El mensaje del día en el chat de amigos se lo lleva esta vez Pepe El Ruso con un vídeo del típico ‘globero’ refunfuñetas con el que muchos solemos identificarnos. Ahora solo falta que aparezca el protagonista en plena rampa de 14% de inclinación, esa en que Alejandro Valverde se lanza a por el triunfo en persecución de Michael Woods.

Me había propuesto no hablar hoy de El Bala, tras tanto empeño en buscar señales bajo las piedras sin dar en la diana. Pero Jaime avisa bien pronto de que el murciano protagoniza una primera escapada junto con un numeroso grupo de corredores, noticia que me pilla con el trinxat a media cocción y ganas de protestar en voz alta con otro clásico fogonazo catalán: aquel “avui no toca” que soltó hace años nuestro (no tan) Molt Honorable, Jordi Pujol.

Pero ni el líder, Richard Carapaz, ni Hugh Carthy, ni Dan Martin, ni Primoz Roglic parecen interesados en seguir la rueda de Valverde, Omar Fraile, Nans Peters o Guillaume Martin, quienes alcanzan finalmente a Woods, provocando cierta expectación en el chat y nuevos halagos desde la comodidad del sofá.

“¡Qué elegante corre El Bala!”, exclama La Maja.

Para magnificencia, la del Salto de Nervión, origen del río que desemboca en Bilbao y escenifica otra estupenda etapa de esta Vuelta, salida de Vitoria justo el día en que nos enteramos del regreso al panorama ciclista del KAS, la marca de la popular bebida refrescante que nació precisamente en la capital alavesa, patrocinó durante años uno de los equipos más recordados del ámbito nacional y recupera ahora vínculos con su adhesión a la carrera.

Tras salir como un tiro, parece que Woods cae víctima del efecto gaseosa y se limita a acompañar al resto camino de la meta. Crece la indignación por la renuncia a dar relevos del canadiense, ex jugador de hockey hielo que no acepta –por los menos en esta aventura– los añejos códigos del ciclismo.

Todos tiran, menos él. Hasta que falta aproximadamente un kilómetro para llegar a Vilanueva de Valdegovia y da, entonces sí, toda una demostración de aceleración, propia de un patinador de velocidad. Intenta seguirle, pero no puede, Fraile, que completará el podio junto a Valverde, visiblemente contrariado con la actitud del vencedor.

“Cuando eres el más vigilado, siempre es muchísimo más difícil”, explica a Televisión Española el lugarteniente del Movistar, que sin embargo no pierde el optimismo de cara a lo que queda. “Oportunidades muchísimas y descanso, ni un día”, zanja.

Trinchado o no, El Bala sigue apuntando a una victoria de etapa.

Avui, simplemente, no tocaba.

Domingo frío, Vuelta caliente

{Banda Sonora: Aqualung – Jethro Tull}

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España – La pandemia nos robó la ascensión al Tourmalet en la sexta etapa de la Vuelta –si todo fuera eso…– pero la climatología dominical regaló unas condiciones propias de cine de aventuras de sobremesa, con frío, lluvia y visibilidad reducida entre la salida en Biescas e improvisada final en Formigal. Eso, para los que disfrutamos de la carrera en pantuflas desde el sofá de casa y para los realizadores televisivos, con planos dignos de la trilogía del Señor de Los Anillos: picos escarchados, glaciares, lagos, frondosos bosques, riachuelos y juraría que hasta algún hobbit por la coqueta localidad de Sallent de Gállego y un dragón entre las nubes…  o un helicóptero. A saber.

“¡Eso es hielo”, exclama durante la retransmisión Purito Rodríguez. Y sí, lo es. Cosas de disputar la Vuelta a destiempo. Lo dicho: si todo fuera eso…

A los protagonistas sobre el glaseado asfalto – léase ciclistas y cámaras motorizados–, el tiempecito les debe saber más bien a cuerno quemado y acarrea no poca logística para combatir la hipotermia que se ceba con hombres como Oscar Cabedo, quien recibe entre temblores ropa de abrigo y cariñosas friegas por parte de sus compañeros del BH Burgos.

“Son un poco exagerados con el drama de mojarse, nosotros nos hemos mojado muchas veces y luego a dormir al refugio o a la tienda y no nos quejamos tanto…”, suelta Jaime en el chat de amigos montañeros, que aprueban masivamente la reprobación. Tampoco echaría yo nada en cara a quien optase por cobijarse en el cercano balneario de Panticosa, situado en un enclave de lo más privilegiado y con un aire retro propio del Gran Hotel Budapest. Ojalá algún día…

Los aficionados, ya se sabe, están hechos de otra pasta: felices de aguantar la ventisca y la humedad que se cala en los huesos más insospechados con un paraguas a modo de parapeto o, los más aventurados, luciendo llamativos disfraces apeluchados que colorean el decorado. ¡Alegría, que es domingo! En cualquier caso, son pocos los valientes que hacen guardia en las cunetas, asegurando de paso la requerida distancia de seguridad.

El margen sobre la carretera la marcan los hermanos Izaguirre, Gorka y Ion, quien va de menos a más y acaba coronando la etapa en solitario, con 25 segundos de ventaja sobre Michael Woods, considerable alivio e infantil sonrisa al cruzar torpemente la meta, los brazos en cruz y el casco chorreante. Una foto triunfal para el álbum familiar, a la que se suma en noveno lugar Gorka, tras liderar varios kilómetros en escapada.

Menos ufano se le ve a Primoz Roglic, de pómulos rojos y mirada perdida, el gran derrotado del día al ceder 43 segundos y el maillot colorado a Richard Carapaz, que percibe desde la ascensión a Formigal el sufrimiento del esloveno y ataca con ganas. Un líder débil es como sangre en el agua para un depredador como el ecuatoriano, que pasará desde el martes a ser el cazado, cuando la Vuelta arranque de nuevo en Vitoria tras la más que merecida jornada de descanso (ya sea en el refugio, la tienda o el hotel).

Apretada la general, con cuatro aspirantes –Carapaz, Hugh Carthy, Dan Martin y Roglic separados por menos de 30 segundos– preocupa ahora la continuidad de la carrera por el creciente acoso de la Covid-19 y consecuente declaración del estado de alarma por parte de las autoridades. Alerta ya estamos todos, tras el ejemplo del Tour y otro desenlace taquicárdico en el Giro de Italia, donde se lleva finalmente la ‘maglia rosa’ Tao Geoghegan Hart –otro con nombre de personaje de Tolkien– tras sacarle 39 segundos a Jai Hindley en los 15 kilómetros de la contrarreloj. Un cierre nuevamente de película tras tres semanas de sufrimiento.

Así es el ciclismo en época de pandemia: apretado hasta los dientes aún sin Tourmalet y pendiente todavía de un triunfo de etapa de Alejandro Valverde, por mucho que se empeñe uno en buscar señales por el camino. La última, el golazo del tocayo Fede en el clásico Barça-Madrid del sábado, tampoco resultó. Como con tantas otras cosas, habrá que esperar.

Si solo fuera eso…

Ecos del Cinca, palabras de Nietzsche

{Banda Sonora: The Tired and the Hurt – Moby}

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España – Pasa la Vuelta por Aínsa el sábado, bordeando el río Cinca, y repesco la imagen de la cabecera del periódico Ecos del Cinca, que recibíamos puntualmente en Barcelona, incluso un buen tiempo después del fallecimiento de mi yayo, fiel suscriptor por fidelidad a las raíces.

Quién sabe por qué me daría a mí por pronunciarlo mal, obviando la norma gramatical y refiriéndome al rotativo – y por extensión, al propio río– como ‘Kinca’ o ‘Quinca’; una manía que conservo aún. Como la de decir ‘jarsey’ en lugar de ‘jersey’. En fin, taras que arrastra uno, manías, misterios tan indescifrables como la sospechosa propensión de Dan Martin a las caídas absurdas, en este caso aparentemente sin consecuencias, a pocos  pedales de la meta y que deja hasta cuatro bicicletas cómicamente enredadas sobre el asfalto. Un poco como cuando se enzarzan los cables del auricular en el bolsillo, vamos. Fastidio, pero sin mayor drama.

El irlandés, que bien podría recurrir a uno de esos esconjuraderos que pueblan el Pirineo oscense, acaba la jornada igual que como empezó: segundo clasificado a cinco segundos del líder, Primoz Roglic. La etapa, entretanto, depara un bonito duelo por el triunfo entre el trío que forman Guillaume Martin, Tim Wellens y Thymen Arensman, otros con aparente querencia por las aventuras, si bien no absurdas, algo temerarias. Con el imponente Valle de Ordesa como magno escenario –¡ay, la de cestos de ceps que recolectamos por esos bosques no hace tanto!– los protagonistas de la jornada desprecian el para nada despreciable ritmo del pelotón y se lanzan hacia el brumoso horizonte, que tanto podría deparar la dulce gloria como la más cruel de las caídas; de la misma manera que la temible Escupidera despeña despiadadamente a quienes atacan el Monte Perdido sin la debida prudencia.

“No os aconsejo la paz, sino la victoria”, decía Nietzsche a través de Zaratustra; y se aferra a la recomendación el escritor, filósofo, autor teatral y hoy implacable competidor Martin, recientemente glosado por Carlos Arribas en otra excelente entrevista para El País.

No hay como citar a los clásicos en una crónica, y más en jornada de clásico futbolero –en minúscula y sin comillas, recuerda la Fundéu–, cuyo visionado postergaremos para más adelante, si los ‘spoilers’ lo permiten. ¿Un Barça-Madrid en diferido por ver la Vuelta? Pues sí: manías, manías, manías…

Como la de citar a Arribas, que la jornada previa apuntaba que esta edición la ronda española se está disputando a un ritmo distinto al habitual de las carreras de tres semanas, más cercano quizás al de las clásicas. Otra vez: clásicos, clásicas, clásico…

Ya en la recta decisiva en Sabiñánigo, un falso llano de los llamados rompepiernas, se descuelga Arensman y solo quedan Martin y Wellens en bonito duelo franco-belga, imponiéndose finalmente Wellens. Esta vez ríen los últimos los belgas, habituales víctimas de los chistes de sus vecinos. Ya saben… el humor, esa otra gran receta para disfrutar de lo que nos da la vida y relativizar las pérdidas.

“Escribo porque me gusta escribir. Es un placer, no una necesidad”, le dice, a propósito del gozo, Martin a Arribas.

Asiento, pensando también en el simple placer de la lectura.

Como el que sentía mi yayo cada vez que llegaba a casa el Ecos del Quinca.

Perdón, Cinca.

¿Y Bennett?

{Banda Sonora: Born to run – Bruce Springsteen}

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España – Ahora sí, cuarta etapa Garray-Egea de los Caballeros, que suena como a novela de Arturo Pérez-Reverte, aunque en este caso no aventuramos sangre. El sudor, en la Vuelta, viene de serie, pero la primera semana es demasiado pronto aún para las lágrimas, por mucho que el cielo, algodonado en algunos horizontes, amenace con un esporádico chaparrón.

La incierta variedad atmosférica –ahora un rayo de sol calentando el lomo, luego igual una gota fría deslizándose nuca abajo–, parece incomodar más que el horizontal recorrido, donde apenas sopla el viento, temido en la previa, pero que finalmente no comparece para tensar la carrera con sus temidos abanicos.

Tampoco comparece el colombiano Daniel Martínez, renqueante tras marcarse un etapón en el Tour y caerse a las primeras de cambio en la ronda española. Otro guerrero fuera de combate. Lástima.

Y se plantan en el Giro los ciclistas, que sabotean la decimonovena etapa por disconformidad con las condiciones meteorológicas y –a su parecer– exceso de kilometraje, espoleando de paso un interesante debate sobre derechos laborales entre Carlos De Andrés y Perico Delgado durante la plácida narración televisiva. También lástima (lo primero).

Los estragos de la Covid-19 se notan también en la comunidad ciclista y afectan directamente a la Vuelta, que alteró la etapa dominical con ascenso al mítico Tourmalet a instancia de las autoridades vecinas. Triple lástima. Finalmente, la jornada empezará en Biescas y acabará en Formigal; lo que, francamente y con el debido respeto, es como pasar de un chuletón de buey a un buen bistec. En cualquier caso, no están los tiempos como para despreciar vianda alguna. O sea que p’alante y ‘bon appetit’.

Quizás el afán de compensar el vacío francés me haya empujado a primera hora a optar por un ‘pain au chocolat’ en el horno Baluard de la Barceloneta. Superados los puertos de Montjuic, toca –como en la Vuelta– disfrutar hoy del llano paseo marítimo; no así de sus terrazas, cerradas hasta nueva orden.

Pero no todo son malas noticias. “Bruce Springsteen ha sacado nuevo disco”, informa en el telediario Ana Blanco. El Boss, con pandemia o sin, sigue a los suyo y se le ve en plena forma. Ya saben el dicho de sobre los viejos rockeros.

¿Alguien dijo Bala?

Pues no. La etapa de hoy tampoco será para Alejandro Valverde. Pero sí para un velocista de raza, de los de toda la vida. De esos que esperan agazapados la ocasión pintiparada para sacar la guitarra, marcarse un solo de traca y llevarse a la chica. Nacidos para correr.

Tan tapado va entre los sospechosos habituales que De Andrés ni lo encuentra al encarar la última curva.

“¿Y Bennett?”, pregunta desconcertado el narrador, como si se le hubiera volado un papel, el papel, del escritorio.

Imposible que haya desaparecido. Hace rato que el Deceuninck anda perfilando a su especialista de cara al sprint. Y sin embargo no se le ve hasta que, en la recta final, el bueno de Sam asoma la nariz por el sobaco izquierdo de Jasper Philipsen, olfatea la meta, mide el esfuerzo y rebasa con autoridad al belga rumbo a la victoria.

“¡Increíble!”, exclaman al unísono De Andrés y Perico sobre el segundo triunfo seguido para Irlanda en la Vuelta. En la general, la vida sigue igual: Primoz Roglic, Daniel Martin y Richard Carapaz.

Y en la vida, así en general, hay cosas que nunca cambian.

Larga vida al Boss.

Soria no es una curva

{Banda Sonora: Viento (Déjame ir contigo) – Extrechinato y Tú}

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España – Tercer día de la Vuelta, con etapa entre Lodosa y Laguna Negra pasando por Soria, y segundo y último del Retro Festival de Vox en el Congreso. Empiezo la mañana con mi propio show pirotécnico en la cocina –no olviden nunca acoplar el filtro en una cafetera italiana– que altera el desayuno, avecina una jornada convulsa y me empuja a despejar ideas con un brumoso paseo por las vecinas laderas de Montjuic.

Otras veces escenario de la ronda española, la apodada Montaña Olímpica alberga hoy algún que otro ciclista amateur y paseantes de diverso pelaje, apurando esas preciadas dosis de libertad que siguen amenazando otro posible confinamiento.

“¡Vamos, Bala!”, escucho en un repecho. Y no, no es en esta ocasión un aliento a Alejandro Valverde, sino el reclamo de una señora a su perrito, rezagado en la contemplación del frondoso entorno.

Proclive a imaginar mensajes ocultos de los detalles más insignificantes, me pregunto si no será un buen augurio para el murciano, que ya ganó en Soria en 2004 y, cuentan durante la retransmisión televisiva, anoche fue padre por quinta vez. Los astros parecen unirse, ¿o no?

Domina el verde en Montjuic, y el escaso cemento a la vista exhibe no pocos y coloridos graffitis. Se repiten por la cara norte los alusivos al Newell’s Old Boys, el popular club argentino de Rosario de fervorosa hinchada, entre los que se cuenta Leo Messi.

Pienso en los sufridos ciclistas, de los contados murales que se les dedican en comparación y de cómo apenas pueden percibir sus nombres pintados sobre el asfalto durante la esforzada carrera, cuando les falta el aire en pleno golpe de riñón y el sudor de la frente les nubla la vista y las ideas.

Y entonces se me empañan otra vez las gafas. Maldita mascarilla.

Ya en casa, delante del televisor, me entero de que Thibaut Pinot, ese que hace un mes L’Equipe daba otra vez como candidato al Tour en su portada, no tomará la salida al sufrir molestias de espalda; y me pregunto, nuevamente y con el debido respeto, qué habrá hecho este ciclista ya evidentemente gafado –aparte de nacer en Francia, claro– para merecer tal consideración por parte del prestigioso rotativo.

Pasa el pelotón por Soria y me viene a la memoria la despectiva frase de un amigo culé hace ya 24 años. “Soria es una curva”, soltó el muy cretino, antes de que el Numancia –entonces en Segunda B– le diera un susto de aúpa al Barcelona en cuartos de final de la Copa del Rey. Aquel Dream Team corrigió el 2-2 de la ida en los Pajaritos con un 3-1 en el Camp Nou, pero inmortalizó la gesta del modesto equipo numantino, que venía de eliminar a Real Sociedad y Sporting de Gijón.

“Pues no tan curva”, contesto virtualmente ahora, contemplando la Catedral de San Pedro y pensando a la vez que las curvas las carga el diablo, y más en jornadas lluviosas de asfalto traicionero, como las que acompañan esta tercera etapa.

Con Pinot fuera de combate y Chris Froome ya en plan entrenamiento, los favoritos se limitan a Esteban Chaves, Enric Mas, Richard Carapaz, Dan Martin y el maillot rojo, Primoz Roglic.

A medio kilómetro del final, aguantan todos en un grupo de escapada que irrumpe entre la niebla como jinetes en plano frontal de western y donde arrancan primero Aleksandr Vlasov y Sepp Kuss pero se impone finalmente Martin, con Roglic pegado a la rueda, nuevamente segundo y capaz de añadir un mordisquito más de ventaja a su liderato.

No ha podido ser finalmente para El Bala, que cede 55 segundos y supera los dos minutos de margen en la general.

Y repesco entonces la que, sin duda, es la frase del día, tan válida para cruzar una meta como dar un (supuesto) portazo o cerrar una crónica:

“Hasta aquí hemos llegado”.

Soler y guiños en tiempos de rock duro

{Banda Sonora: No hay tregua – Barricada}

Por ALEX OLLER

Barcelona, ESPAÑA – Arranca la segunda etapa de la Vuelta en una Pamplona restringida por la pandemia, que tampoco da tregua en el escenario de Barricada y la plaza donde tantas veces afiló la pluma –y empinó el codo– Ernest Hemingway, cronista de la Guerra Civil, numerosos Sanfermines y declarado aficionado al ciclismo.

“Las carreras de ciclismo en carretera son el único deporte del mundo digno de ese nombre”, decía el autor de Fiesta, donde el protagonista confraterniza con los corredores de la vuelta al País Vasco a su paso por San Sebastián.

Tampoco da tregua el Congreso, que de dignidad exhibe más bien poca últimamente, ahora con una censurable moción y nuevas estridencias; un rock duro bastante menos apetitoso que el que nos propone a menudo El Drogas, cuyo reciente documental sigue como asignatura pendiente en mi videoteca particular.

Puestos a agitar el cabolo, hagámoslo pues al ritmo que marca Movistar, con un arreón de agárrate y no te menees a 50 kilómetros de la meta que obliga a la súbita reacción del pelotón; y más concretamente de Marc Soler, que se suelta definitivamente el pelo en el descenso a Lekunberri para acabar cruzando por primera vez la meta como ganador en una gran ronda.

Parece que conviene no dormirse en esta joven Vuelta, con apenas dos etapas recorridas, pues si en la inaugural Primoz Roglic asestó un cuchillazo a sus rivales al menor despiste, el miércoles irrumpieron unos rollizos potros en plena carrera, cruzándose con ciclistas sobre el asfalto y amenazando con protagonizar un bizarro episodio, de esos que hoy nos da por llamar ‘virales’.

¿Fue un sueño? ¿Otro reclamo territorial de la naturaleza ante los incordiantes pasatiempos de los humanos? ¿Un guiño literario del tío Ernesto desde el más allá?

“No era una bicicleta. Lo que hacía era montar a caballo”, alegaba, nuevamente en Fiesta, el protagonista sobre un accidente y su supuesta impotencia.

Algo desconcertado aún por el golpe –¿o galope?– de teatro, escucho las promociones de Televisión Española que interrumpen, a su vez, la emocionada narración de Carlos de Andrés: “Esta noche, Inés del alma mía”, anuncia el periodista, añadiendo “una serie de amor y guerra” a modo de coletilla.

Lo primero no sé, pero lo segundo parece asegurado en la carrera, donde Roglic aprieta de nuevo en el ‘sprint’ por el segundo lugar que le da seis segundos de bonificación y amplía así a nueve su ventaja sobre el segundo en la general, Dan Martin, y 11 y 17 respectivamente sobre Richard Carapaz, tercero, y Jhoan Esteban Chaves y Enric Mas, ambos cuartos. Ya saben, es “el juego del gato y el ratón”, que canta Barricada.

La etapa del jueves sale de Lodosa y acaba en Laguna Negra-Vinuesa; y la del viernes, con final en Ejea de los Caballeros, parte de Numancia. Para más guiños está la cosa…

El ‘murri’ Roglic, un demoledor golpe de pedal y un centenario

{Banda Sonora: Let It Rain On Me– The Fake Arts, Mathew Simon Clark}

Por ALEX OLLER

Barcelona, ESPAÑA – Me pongo la gabardina, agarro el paraguas y, ya con las llaves en la mano, me dispongo a salir rumbo a la Filmoteca de Catalunya para asegurarme una entrada para la prometedora proyección vespertina de Volta, 100 anys de ciclisme.

Estoy a un paso de cruzar el umbral de la puerta, pero algo me retiene.

Es el ruido de fondo de la televisión, más concretamente la excitada la narración de Carlos de Andrés en Televisión Española de la primera etapa de la Vuelta a España, entre Irún y Eibar-Arrate.

Tenía dudas sobre si contemplar la totalidad de la jornada inaugural, habitualmente poco proclive a las sorpresas, pero el tono ‘in crescendo’ del  periodista alerta de la posibilidad de  emociones fuertes nada más empezar.

Decido finalmente retroceder con cierto fastidio, sin desvestirme un ápice, y sentarme junto a mi esposa, en su habitual pose de La Maja Desnuda –versión batín y pantuflas, que estamos ya en otoño–, perfeccionada durante años de épicas sobremesas ciclistas.

“¡Vamos, Bala!”, suelta al ver como se rezaga ‘su’ Alejandro Valverde.

El murciano ha quedado descolgado del grupo de escapados que, entre otros, forman Daniel Martin, Sepp Kuss, Richard Carapaz, Enric Mas y Primoz Roglic y que, contra la previsión inicial, ha decidido darle una vuelta de tuerca a las primeras de cambio a esta Vuelta; como para reclamar parte de la atención depositada sobre el Giro de Italia, que se disputa simultáneamente.

Conforme alcanzan el último puerto de montaña, van cediendo corredores, aunque conmueve tanto el empeño por no descolgarse de Valverde como del cuadruple campeón del Tour Chris Froome o el aparentemente maldito Thibaut Pinot –caerán ambos–. Superado el alto de Arrate, Perico Delgado nos avisa del peliagudo desenlace, estrecho y sinuoso, proclive a los navajazos.

Amaga Kuss, vigilan Carapaz y Martin y mide fuerzas Mas, pero, entre tanto tanteo mutuo, Roglic aprovecha un parpadeo, quizás incluso la sombra de un árbol o una oportuna brisa para soltar un demoledor golpe de pedal y escaparse, carretera abajo, como quien tira de un bolso y le da gas a la motocicleta.

“Ya lo han visto”, sentencia De Andrés mientras el ex saltador de esquí vuela hacia la meta y el mallot colorado, que sabrá  a gloria tras su fatídico final del Tour.

“¡Que corredorazo!”, exclama La Maja; y pienso yo que qué pillo, mientras resuena en mi cabeza aquel “¡Murri, murri, murri!” de Eduald Serra tras el golazo de Tamudo en la final de Mestalla.

Y como Roglic, decido entonces escaparme rumbo a la Filmoteca donde –precauciones Covid mediante– se proyectará poco después la cinta de Jon Herranz y Gerard Peris, relato coral de impecable factura visual de una carrera que este año debía celebrar su centenario, finalmente pospuesto por la pandemia.

“En el ciclismo unos sufren para ganar y otros para no quedarse fuera, pero todos pedalean los mismos kilómetros”, subraya en el documental Rubèn Peris, director de la Volta y padre de Gerard, criado entre bicicletas y ciclistas y a su vez entregado a un deporte popular de naturaleza romántica que lucha por abrazar tecnificación y espíritu amateur.

Junto a Herranz, logran dotar hasta las imágenes del parking de la caravana de una cierta mística y juntar testimonios privilegiados gracias a entrevistas con primeras espadas como Froome, Perico, Purito Rodríguez, Miguel Indurain y Federico Bahamontes, o los periodistas Carlos Arribas y Xavier García Luque.

La tercera gran ronda en cumplir 100 ediciones junto a Giro y Tour se rueda por ahora en formato cinematográfico y se lee también en la penúltima edición de Volata. Mientras, los aficionados nos contentamos con las retransmisiones simultáneas de la carrera italiana y la Vuelta que, con furtivo y demoledor golpe de pedal de Roglic, ha empezado, a su vez, a cien.

Messi y el mercado

[Esta columna fue editada y publicada en septiembre de 2020 por LA OPINIÓN]

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España – El primer viernes de septiembre arrancó en España con un chute en la bolsa por una titánica fusión bancaria y cerró con una más que notable alta en las listas de empleo: Lionel Messi seguirá desempeñándose laboralmente (por ahora) en Barcelona.

El anuncio, vía entrevista exclusiva con el portal Goal.com, sacudió los cimientos del planeta fútbol, pero careció en esta ocasión de la euforia que generó el primer regreso de Michael Jordan a la NBA en 1995, por poner un ejemplo.

“A día de hoy, la economía ha producido 6.1 millones de empleos desde que soy presidente y, si Michael Jordan vuelve a los Bulls, serán 6,100.001 nuevos empleos”, proclamó el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, como muestra del impacto que ‘Air’ ejercía no solo en el ámbito deportivo, sino también en el social, económico y hasta cultural.

No consta pronunciamiento alguno del gobierno español sobre la reincorporación de Messi, retenido a regañadientes por un Barça mezquino con el que muchos consideran el mejor futbolista de la historia.

Tampoco tuiteó esta vez un escueto (y precipitado) “se queda” Gerard Piqué, como hiciera el central azulgrana en 2017 tras malinterpretar las señales de Neymar, otro en salir por la puerta falsa rumbo al Paris Saint-Germain.

Messi se queda. Pero a disgusto. Y así, francamente, no es lo mismo.

Puede que el 10 dé lo máximo de sí. Sería lo esperable, por la altura de su ficha y su palmarés. Puede que regrese con ansias de callar bocas, firme otra temporada de Balón de Oro y conquiste todos los títulos a su alcance. Puede…

También puede que no. Puede que al rosarino, retenido contra su voluntad mediante un discutible legalismo, le dé un ataque de melancolía y la pelota por primera vez se transmute en pesado grillete encadenado al tobillo.

Es tan lícito que la entidad catalana defienda sus derechos contractuales como conveniente recordar que su máximo goleador histórico será libre de firmar con el club que mejor le parezca a partir del próximo 1 de enero. El Manchester City sigue siendo, por ahora, el mejor perfilado pero… ¿alguien se imagina a un despechado Messi echándose a los brazos del Real Madrid?

Seguramente el melodrama no dé para tanto, aunque queda claro que el gran beneficiado hasta el momento no es otro que el eterno rival blanco. Ni el Barça, ni desde luego Messi salen reforzados de semejante esperpento.

Poco acostumbrado a pisar en falso sobre la cancha, el crack quedó en fuera de juego al no ejecutar a tiempo la cláusula liberadora, y el club se limitó entonces al “no es personal, solo son negocios”, dejando a la vez la gestión del teatro al recién llegado Ronald Koeman.

La hinchada ‘culé’ ha asistido, atónita, al bochornoso desenlace del adiós anunciado (que no concretado) de su ídolo. Con un océano de goles a su espalda -el ‘maradoniano’ al Getafe, el cabezazo en suspensión al Manchester en la final de Roma, la vaselina al Betis, el triplete en el Bernabéu…-, Messi parece haberse marcado por primera vez en contra.

“Como todos lo autogoles, son lindos… pero el daño es sublime”, sentencia desde la distancia mi amigo Rodrigo, inicialmente embrujado por ‘La Pulga’ 15 años atrás en una ya difunta redacción texana.

Discutible la primera afirmación, incuestionable la segunda, Messi y el Barça avanzan ahora hacia un futuro donde la única certeza es que ya no van de la mano.

Y exclamarán, los más cínicos: “¡Es el mercado, amigo!”.