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Volta y libertad

{Banda Sonora: Juan Manuel Serrat – Mediterráneo}

Por ÀLEX OLLER

Amanece soleada Cataluña, pese a las nubes en forma de incidencia vírica que amenazan con ensombrecer las esperanzas de escapada vacacional de la población. Don Lorenzo, ajeno a los aerosoles de transmisión humana, parece brindar por la celebración en diferido de la centenaria edición de la Volta Ciclista a Catalunya, pospuesta hasta 2021 por prescripción sanitaria.

La quinta carrera de una semana de la temporada es en realidad la nosécuantosya de la campaña anterior. Así son estos confusos tiempos, donde a uno le cuesta más de la cuenta ubicar fechas y ubicarse en consecuencia. Curiosa región ésta, también, donde en apenas una hora de pedaleo pasamos de admirar la nieve del puerto de Santa Fe a contemplar el horizonte de las playas del mediterráneo y tararear la canción-homenaje que le dedicó a nuestro bello mar Joan Manuel Serrat. El venerado cantautor tiene, sin duda, el bendito don de teletransportarnos al territorio geográfico y espiritual de nuestra niñez.

“La bici forma parte de la historia de cada uno de nosotros. Su aprendizaje remite a momentos particulares de la infancia y adolescencia. Gracias a ella, todos hemos descubierto un poco de nuestro cuerpo, de sus capacidades físicas, y hemos experimentado la libertad a la cual está indisolublemente ligada”, escribió Marc Augé en Elogio de la bicicleta. La cita antropológica la recogió a su vez Rafael Vallbona en “Volta” a Catalunya 1911-2011, un segle d’esport i país en las que el escritor barcelonés desmenuza los primeros 100 años de existencia de la carrera catalana, que no alcanzaría sus 100 ediciones hasta hoy.

El hecho de que se trate de la única grande en compartir podio centenario junto a Tour y Giro bien merece una celebración, aunque deslucida por la falta de público en Calella, origen y final de esta etapa inaugural. Precauciones sanitarias obligan, y seguramente dé cuenta de ello la bibliografía dedicada al bicentenario; también registrará el desplome de Chris Froome a las primeras de cambio y la victoria del joven danés Andreas Kron al sprint frente al campeón de España, Luis León Sánchez y el francés Rémy Rochas tras 178 dinámicos kilómetros circulares por las alegres colinas del Montseny. “¡Allí estaremos la semana que viene!”, proclama La Maja, con ansia de paisaje, pedaleo y sal marina. “Ojalá”, suspiro mientras Joaquín Rodriguez comenta en Esports3 lo mucho que ha cambiado el mundo en doce meses: “Hace un año no nos hubiéramos imaginado a toda Calella con mascarilla. Hoy, si viéramos a la gente agolpada en la llegada, nos asustaríamos”, resume Purito.

El de Parets critica la estrategia del Movistar: “Se han precipitado y han dejado a Marc Soler demasiado solo”, señala, asumiendo que el catalán es el líder del equipo por delante de Alejandro Valverde y Enric Mas. La escasez de teóricos gregarios amenaza con pasar factura también al Ineos, que cuenta con Richard Carapaz, Geraint Thomas, Adam Yates y Richie Porte en sus filas. ¿Se jugarán la jefatura al piedra, papel, tijera?

Pues un método tan válido como cualquier otro, digo yo. Quizás incluso más. Evocador, por lo menos, de otros tiempos donde libertad era pedalear hasta la playa para darse un chapuzón con los amigos, y no las pamplinas que nos quieren vender algunos hoy en día. Per molts anys, Volta!

Ciertos silencios

{Banda Sonora: Guy Clark – Rain In Durango}

Por ÀLEX OLLER

Recibimos con tristeza el jueves la noticia del fallecimiento de Antón García Abril, aunque estos malos tragos amargan un poco menos cuando afronta el obituario con su habitual sensibilidad Carlos del Amor en Televisión Española. El cariño lo cura casi todo en esta vida, y no cabe duda de que estamos ante un periodista que le pone… amor a su oficio, por imitar aquí sus particulares juegos de palabras.

Explicaba en el reportaje García Abril la importancia que en la banda sonora tiene el silencio –“Si está bien usado, es la mejor música que existe”, mantenía–; y parecida reflexión hacía Roger Waters en el making-of de Dark Side of the Moon, donde se desmenuzaba a conciencia el álbum referente de Pink Floyd. El músico y productor se refería concretamente a “las pausas, los huecos libres” del tema Us and Them, y no hace falta ser un entendido en la materia para ubicarse y comprender que sí, efectivamente, los silencios pesan a menudo tanto o más que la melodía.

También en el cine. Impactado aún por el visionado de Certain Women, séptimo largometraje de la estadounidense Kelly Reichardt, me pregunto cómo habrá hecho esta realizadora para transitar tanto tiempo y a tan bajo volumen por debajo del mainstream, no ya de Hollywood, sino del propio cine independiente. ¿Sumergida? Algunos, que nos las damos a veces de cinéfilos, no descubrimos su talento hasta que a la Filmoteca de Catalunya le dio por programar un ciclo que incluye también Meek’s Cutoff, un western en cierto modo contemplativo, sin apenas tiros o diálogos, pero descarnado a más no poder. El estilo de Reichardt, sobrio, sutil y hechicero, no necesita más aderezo que una simple guitarra acústica para relatar las peripecias de una caravana de pioneros por el desierto de Oregón o los dilemas existenciales de ciertas mujeres, protagonistas anónimas de dramas cotidianos, en las nevadas llanuras de Montana. Pueblo pequeño, infierno grande.

Ponferrada no es Livingston, pero constatamos en Nevenka, la miniserie documental de Netflix, como el silencio puede acompañar a una víctima hasta su tumba, de no rebelarse esta y ser capaz de pronunciar la palabra “basta”. No es necesario gritarla, pero sí decirla las veces que hagan falta y sin complejos: Basta a su acosador sexual, en este caso el Señor Alcalde; basta a los parásitos que le rodean; basta a los compañeros que lo consienten; y basta a los miembros de una sociedad que permite –si no promueve– a diario el abuso de poder hacia ciudadan@s indefens@s.

O cómo leí recientemente en un grafitti: Olé tu coño, Nevenka.

Basta al diputado del Partido Popular que se mofa en el Congreso de los problemas de salud mental que sufren tantos españoles… y los que no sabemos. Basta al representante de VOX en la Asamblea de Madrid que se refiere a la diputada Carla Antonelli en masculino. Basta a las supuestas “ruedas de prensa” de la ultraderecha, mítines encubiertos sin posibilidad de pregunta; y menos, por parte de una hembra.

Hay silencios periodísticos, silencios artísticos, silencios laborales, silencios médicos, silencios burocráticos, silencios administrativos, silencios políticos y silencios cómplices.

Silencios que muestran, silencios que esconden, silencios que embellecen, silencios que apestan, silencios que acompañan, silencios que duelen, silencios que alivian y silencios que matan.

No nos hagamos ‘las suecas’

{Banda Sonora: X-Ray Spex – Oh Bondage, Up Yours!}

Por ÀLEX OLLER

“Aquí los hombres sirven para dos cosas: para nada y para dar dinero. Nada más”, le subraya Doña Olga a una de las ficheras del cabaret Barba Azul en La Mami, brillante documental de producción catalana donde Laura Herrero Garvín retrata el día a día –o noche a noche– de las mujeres que pasan por la trastienda de un mundo plagado de machismo, violencia y desigualdad.

Conservo la esperanza de que el periodismo siga sirviendo para algo más, pero me guardo la cita en el bolsillo, que uno nunca sabe para dónde soplará el viento mañana y las novedades del día tampoco animan precisamente al optimismo. Arquea una ceja desde su trono del aseo-guardarropía la Mami y no hace falta añadir mucho más. Hay cosas que apestan bastante más que el baño de un cabaret de Ciudad de México con apelativo feminicida: desde nombramientos directivos a menosprecios públicos por parte de compañeros de quinta división. El mérito, como bien explica nuestra protagonista, está en manejar a todo tipo de clientes, “desde la persona más educada hasta el más patán”. Y es por ello –corrige a una joven intrusa– que “estas mujeres no son putas. Son trabajadoras sociales”.

El dinero aprieta y por la familia lo que sea. Aunque no estén –ni estamos ya– para aguantar a hijos e hijas de puta –con perdón para las putas–. Ni en el 8-M ni cualquier día del año. Y al que no lo tenga claro, va otra producción catalana estrenada esta semana en TV3: X, la sèrie, con un primer capítulo dedicado a desenmascarar las agresiones  machistas que a diario consentimos como sociedad. No nos hagamos más las suecas.

No todo son malas noticias. El lunes llegó al buzón el último ejemplar de Panenka con alentador titular pospandémico (Volver) y el martes heredé un auténtico tesoro: otras tantas revistas futboleras del siglo pasado destinadas a engalanar la hemeroteca personal. Las conservó con mimo durante toda una vida nuestra añorada Ana, periquita de corazón y ejemplo de lucha obrera, bondad y generosidad que nos dejó demasiado pronto. Otra injusticia, aunque nos sintamos afortunados de haberla conocido.

Cuidaré como se merece tan preciado botín, entre los que destaca un ejemplar del diario Dicen con perfil de Dani Solsona –“El jugador del  momento”– con fecha de 1975, la revista Onze en versión española, las guías de México’86 de Mundo Deportivo y Marca y el programa de un partido de baloncesto entre los Harlem Globetrotters y el New York Nationals por el trofeo BEBE Y VIVE EL CAFÉ con referencias a “los campeones de ébano” y “el equipo blanco”. ¿Otros tiempos? En lo relativo a la moda, sin duda: ay, esos shorts corticos y esos flequillicos… Y, ¿qué me dicen del siguiente titular en portada del semanario AS Color?: “No me dejó una perra” (doña María) en respuesta a la pregunta ¿Dónde está el dinero de Bernabéu? del antetítulo. ¡Toma clickbait! Indago en páginas interiores y encuentro otra declaración que tampoco tiene desperdicio: “Antes era la señora de Bernabéu y ahora soy solo su viuda”. Demoledor.

Bien mirado, arquea también las cejas Doña María en la foto. Me pregunto que se dirían la viuda y la Mami en el confesionario del Barba Azul. Bien pensado, igual sí que de algo sirve el periodismo.

Monte y culebras

{Banda Sonora: Vincent Tempera & Orchestra, RZA – Ode To Oren Ishii}

Por ÀLEX OLLER

“La sala de trofeos está llena de copas despreciadas”, advirtió en la previa del Barcelona-Sevilla Ricard Torquemada en Tot Costa. El veterano analista no es precisamente sospechoso de resultadista; simplemente opina que, en el deporte, debemos valorar en su justa medida la consecución de un título pues, por lo general, no suelen caer por inercia.

Tampoco en la vida los regalan –pese a las triquiñuelas de algunos–, subrayaba recientemente Ramón Besa, maestro de periodistas por mucho que le duela la definición. “No conozco a nadie del gremio que tenga colgado el diploma en el despacho, como sí hacen los médicos o los ingenieros”, señalaba Besa, denunciando así un extraño pudor por parte de quienes tuvimos la ocurrencia de licenciarnos en la materia.

Puestos a citar referentes, Bruce Lee renegaba de la palabra “estilo” porque consideraba que condicionaba en exceso, que más valía expresarse libre e individualmente en el arte del combate, sin atender a patrones. “Me gusta porque es muy rápido y siempre gana a los malos”, resumía un joven fan en el documental Be Water, cuya retransmisión coincidió en La 2 con la vuelta de semifinales de la Copa del Rey en Telecinco.

A veces conviene dejarse la camiseta en el armario, los librillos en el cajón y disponerse, sin más, a disfrutar de un buen partido de fútbol como el que libraron Barça y Sevilla –más los primeros que los segundos– en un desierto Camp Nou. Necesitados de remontar el 2-0 de la ida, los azulgranas culminaron una meritoria gesta a la antigua, con gol a pelota parada de un central en el último suspiro y aparición de un suplente en la prórroga.

Perdón, de nuevo, por las etiquetas. El hábito, ya se sabe.

Digamos que los aficionados neutrales –si es que aún existen– debieron apreciar el tesón y la valentía de los locales frente a un Sevilla que intentó gestionar su ventaja y, por no acertar, no acertó siquiera a transformar un penalti que hubiera inclinado considerablemente la cuesta a escalar por el rival.

Aparecieron la diestra de Ousmane Dembélé, una mano de Marc-André ter Stegen y la cabeza de Gerard Piqué –por ese orden– para forzar el tiempo suplementario y permitir la celebración de un actor secundario como Martin Braithwaite una vez volteada la eliminatoria. Y estuvo como siempre Lionel Messi. Poco debería importar ya su futuro, que se marche o que se quede al finalizar la temporada. Hoy está. Y marca diferencias. Que lo gocen los culés. Fluyan. Be Water, amigos.

El panorama horas antes era nefasto para el club, con el presidente Josep María Bartomeu enfangado en el Barçagate a pocos días de las elecciones y el equipo lejos del liderato en la liga y al borde de la eliminación en la Copa y la Champions.

“Ya esto es monte y culebras”, sentencia Natalie, la maestra de Congo Mirador en el documental “Érase una vez en Venezuela”, que retrata la inevitable decadencia de un poblado flotante cercano al lago Maracaibo, azotado por el cambio climático, la polución, la negligencia y las corruptelas.

En Barcelona, pese al olor a podrido, queda, por lo pronto, la posibilidad de seguir peleando un título, que no es poco.

(Algunos) siempre tendremos seis años

{Banda Sonora: La Trinca – Dansa del Sabre}

Por ÀLEX OLLER

Nada como ver un Atlético de Madrid-Chelsea resuelto por la mínima en Bucarest para darse cuenta del incalculable valor del tiempo en nuestras vidas y de cómo lo solemos desperdiciar algunos con infumables tostones –por usar un adjetivo recientemente al uso en ciertos sectores–: otro partido más, este de ida de octavos de final de la Liga de Campeones, del que apenas podemos rescatar un golazo de Olivier Giroud.

“Cuando sabes que el tiempo es corto, el tiempo te hace muy feliz”, le dijo Pau Donés a Jordi Évole en su última charla antes de despedirse de la vida, que definió como “momentos, personas, vivencias, colores, sensaciones y emociones”. La entrevista, emitida dos días antes del 40 aniversario del 23-F, acabó con el cantante interpretando a pelo El sitio de mi recreo del también añorado Antonio Vega, canción que incita como pocas al viaje espacio-temporal. Eso que nos da por llamar nostalgia.

Parecido efecto produce la lectura de Siempre tendremos 20 años, el último cómic de Jaime Martín, aunque su banda sonora discurra por circuitos más rockeros. El autor de Jamás tendré 20 años y Las guerras silenciosas, entre otras obras, retrata con destreza una juventud española marcada por la transición, con las frustraciones e inquietudes propias de la edad y un telón de fondo cambiante del blanco y negro al tecnicolor que él mismo se encarga de dibujar, lápiz en mano, desde el instituto a las editoriales barcelonesas y francesas.

Consta, como no, el frustrado golpe de estado que conmemoramos estos días –su fracaso, no el intento– con multitud de programas y reportajes especiales, también sobre la música que acompañó aquel inicio de los 80 y la que surgiría como consecuencia de tan funesto arrebato militar. A muchos ciudadanos, como ilustraba la versión de Dansa del Sabre de La Trinca, se les aparecieron viejos fantasmas; otros, como Martín, alcanzaron a contextualizar el histórico momento; y algunos, demasiado niños aún para comprender el significado de cuanto acontecía, llegamos a intuir que algo, efectivamente, estaba aconteciendo por primera vez en nuestras cortas vidas.

“Demasiado mayor para entender tik tok, muy joven para soportar la turra del 23-F”, escuché esta mañana en la radio; y si bien es cierto que a menudo tendemos a la sobrecobertura informativa –así como a entronizar figuras poco edificantes en representación de causas de lo más venerable–, conviene recordar, como hizo Meritxell Batet en el Congreso, que “los peligros existen”.

El mayor que nos ocupa tiene un nombre bien claro: se llama fascismo. Y más nos vale no olvidar que 40 años atrás retomó momentáneamente la escena para generar no pocas emociones entre quienes padecieron la dictadura.

Momentos, personas, vivencias, colores, sensaciones y emociones. Pasa el tiempo y pasan los tostones infumables. Mientras, algunos seguimos buscando a diario, ya sea mediante partidos de fútbol, cómics o canciones, el sitio de nuestro recreo.

París a toda vela

{Banda Sonora: New Funk Génération – F.F.F}

Por ÀLEX OLLER – Empecé el miércoles trotando por delante del ya icónico Hotel Vela, escenario la madrugada del martes de un piromusical no solicitado por parte de algunos desubicados aficionados culés. “Recurso de equipo pequeño”, pensé, constatando que no quedaba ya rastro de la gamberrada, destinada a interrumpir el sueño de los futbolistas del Paris Saint-Germain allí hospedados.

Mal asunto para el Barcelona cuando una eliminatoria de octavos de la Liga de Campeones parece disputarse más en la calle que en el campo, donde los azulgrana se vieron arrollados por el que, a día de hoy, es su principal rival en Europa desde el punto de mira institucional. Tras años de rifirrafes en los despachos, siempre ganados por los parisinos, Ronald Koeman calentó la previa quejándose de los insistentes guiños desde la capital francesa hacia su principal activo futbolístico: Leo Messi.

Al goleador de la primera Champions del Barça y hoy técnico se le empieza a torcer el tupé, irritado por la creciente presión sobre su continuidad, las críticas sobre el juego en otra frustrante temporada y la escasa competitividad del equipo en la sonada derrota, 4-1 en casa contra el PSG. Apenas las paradas de Marc-André ter Stegen y un arrebato verbal de Gerard Piqué –ventajas de la nítida acústica que proporcionan los estadios vacíos en tiempos de pandemia–, esbozaron una mínima resistencia por parte de un equipo venido a menos en el que bien pudo ser el último partido internacional de Messi en el Camp Nou defendiendo –es un decir–los colores azulgrana.

Algunos culparán al diez, que estuvo peor en la sala de prensa –o sea, no estuvo– que sobre el campo, aunque tampoco allí se distinguiera, precisamente. Otros apuntarán a Koeman, no sin argumentos, y no faltarán los dedos que señalen los despachos, pendientes por ahora de que los ocupe una nueva junta directiva; o no tan nueva, de imponerse Joan Laporta en las próximas elecciones.

Entretanto, Kylian Mbappé levantó la mano en las oposiciones a relevar a Messi del trono del fútbol mundial con una pletórica demostración de técnica, velocidad y goles que evocó la memorable exhibición de George Weah en el mismo Camp Nou hace 25 años y con la misma camiseta. No menos brillante, pese a no marcar, estuvo Mauro Icardi, quien regresó a la casa donde se formó para firmar un auténtico partidazo con presión defensiva incluida sobre Messi, acusado en ocasiones de vetarle en las convocatorias de la selección argentina. Marco Verratti, otro objetivo del Barça retenido por el PSG, se multiplicó para borrar del campo a Sergio Busquets, Frenkie De Jong, Pedri y quien se pusiera por delante, sin atender al carné de identidad.

Tranquilo en la zona técnica, Mauricio Pochettino, dirigía sin aspavientos a los suyos, consciente de que este Barça dista mucho del Dream Team de Johan Cruyff que tantas veces le amargó la existencia como central del Espanyol; no digamos ya de la versión mejorada luego por Pep Guardiola, que dio el martes su último coletazo sin más testigos presenciales que los propios protagonistas.

Ni necesitó el PSG a Neymar, baja por lesión, para sentenciar a los azulgrana y anunciar su firme candidatura a conquistar de una vez por todas la Champions. En el Camp Nou, escenario en 2017 de su más sonado batacazo, el club parisino evidenció el martes que su ambicioso proyecto continental no solo parece asentado, sino que navega a toda vela, con sueño o sin.

Le vale madre

{Banda Sonora: One More Time – Daft Punk}

Por ÀLEX OLLER – Primero lo primero. Hace 12 días, tras glosar a lo largo de seis párrafos las virtudes de Tom Brady, acabé apostando en este prestigioso espacio por el triunfo de Kansas City en la Superbowl; y además, de paliza.

Pues bien, sí fue paliza. Pero del lado contrario. Escribo estas líneas con el marcador fresco, 31-9 a favor de los Buccaneers, y la imagen en pantalla –sí, una vez más– de Tom Brady sujetando el trofeo de campeón mientras le nombran MVP. Un inmaifeis en toda regla por parte del mejor jugador de todos los tiempos. Especificamos lo de jugador por encima de quarterback, porque nadie puede toserle ya al Golden Boy, tras la conquista de su séptimo título a los 43 años.

Si mi predicción pareció atrevida, me explico a continuación: Patrick Mahomes, el mariscal designado como sucesor de Brady –si algún día a este señor le da por retirarse– apenas suma 10 derrotas en 54 partidos disputados en la NFL, la ofensiva de Kansas City está marcando época bajo su dirección y la defensa, en especial su secundaria, se antojaba capaz de frustrar al veterano pasador, susceptible a la presión de los linieros.

No fue así, exactamente.

Lo único que rozó el dorsal 12 fue el confeti al final del partido, y Brady fue capaz de desmontar con precisión quirúrgica y no poca paciencia a los campeones defensores. Se llevó merecidamente el MVP por completar, una vez más, una Superbowl para enmarcar, libre de fallos y en la que aupó nuevamente el nivel de sus compañeros como solo lo pueden hacer los realmente grandes: en los mayores momentos. Y es que el efecto del GOAT va más allá de la cancha. Por él regresó tras retirarse Rob Gronkowski, clave en la final con dos touchdowns, logró reclutar al mercurial Antonio Brown, reivindicado con otro TD, y ejerció de reclamo para Leonard Fournette, quien también anotó después de sufrir el ninguneo del resto de la liga.

¿Qué pensarán en Boston al ver cómo, en su primera campaña en Florida, Brady canta victoria de la mano del veterano entrenador Bruce Arians y el prometedor asistente Byron Lefwitch? Argumentaba en la previa el colega Ricardo López, que de esto sabe bastante más que yo, que Tampa tenía mejores piezas, que sus linebackers podrían contener a Travis Kelce entre líneas y tanto Jason Pierre-Paul como Shaquil Barrett aprovecharían la debilitada protección de Mahomes para sacarle de su zona de confort y forzar errores.

Debo reconocer que el premiado analista de los Rams las clavó todas. Mi razonamiento era el siguiente: en caso de llegar apretados al último cuarto, la balanza podría decantarse del lado de la mística y saber hacer de Brady pero, de empezar con mal pie, al ultra competitivo quarterback le podrían entrar las prisas y exponerse así al rodillo de Kansas City. Aposté por una ventaja temprana para los Chiefs y, si bien anotaron un primer gol de campo, luego cedieron la iniciativa y remaron siempre a contracorriente. Los Bucs, que arrancaron la campaña con claroscuros, fueron de menos a más y, ya en la gran cita, parecieron un calco de los Patriots al ejecutar un plan perfecto, sin jugadas para la galería pero tampoco costosas faltas o turnovers que dieran alas al rival.

El pundonor de Mahomes fue digno de aplauso, aunque Brady no esté listo aún para ceder el relevo. Las estadísticas, los análisis y las predicciones simplemente no sirven ya para explicar la grandeza del mito, que sí resumió acertadamente Ricardo con el siguiente razonamiento: “Los Superbowls, los MVPS, los récords, todo lo que ha ganado… le vale madre. A sus 43 años, sigue queriendo ganar el próximo partido más que cualquier otra cosa. Siempre quiere más”.

Y si por si acaso quedaban dudas, el siete veces campeón lo dejó bien claro desde el podio. “Volveré”, avisó cual Terminator.

Séptimo partido en el Madison

{Banda Sonora: Rhapsody in Blue – George Gershwin, Gary Graffman, Zubin Mehta, New York Philarmonic}

Por ÀLEX OLLER

“Algo se cuece a orillas del río Hudson”, podría pregonar nuestro añorado Andrés Montes. Y sí, parece que algo de humo emana de la cocina del Madison Square Garden. No es el vapor de las fantasmagóricas alcantarillas del pavimento de Manhattan. Debe ser la cabeza pensante de Tom Thibodeau –Thibs, para los amigos– dándole vueltas al próximo plan de acción de los Knicks, el equipo estandarte del baloncesto neoyorquino y que suma ya demasiadas temporadas ejerciendo de hazmerreir de la NBA.

Campeones por última vez en 1973, solo han clasificado a los Playoffs en cuatro de sus últimas 19 temporadas, recopilando sonoros fracasos deportivos y bochornos de lo más variopinto lejos del parqué. La sufrida afición del Madison acusaba al cierre de la pasada campaña un estado anímico bordeando la indiferencia, algo harto difícil de conseguir en una ciudad que se considera a sí misma el ombligo del mundo, donde impera la ley del más fuerte, tanto en las moquetas de las entidades financieras como el asfalto de las canchas callejeras.

Nos ahorraremos pues la lista de agravios bajo el mandato del propietario James Dolan, cuyo último intento de reflotar el barco pasó por el reclutamiento de un entrenador chapado a la antigua y que recopiló grandes éxitos como asistente defensivo en Boston antes de destacar –ya con plenos poderes– en Chicago y defraudar en Minnesota.

La contratación de este entusiasta del catenaccio baloncestístico, solterón y contrastado workaholic vino a corroborar las intenciones de alterar profundamente lo que a algunos les ha dado por llamar “cultura de club”. No sé si cabe atribuir demasiada estrategia a los movimientos de la gerencia a lo largo de las últimas dos décadas, más acordes a un arrebato con tres copas de más en un casino que al análisis profesional de las posibilidades de mercado.

El caso es que Thibs asegura, por lo menos, un mínimo de seriedad a la hora de la toma de decisiones y, junto con el general manager, Scott Perry, se espera que pueda moldear un plantel competitivo a su imagen y semejanza. Ya se intuyeron algunos brotes verdes la pasada campaña y, con 22 partidos disputados en la actual, podemos afirmar que estos Knicks no son ningún chiste. Tras sufrir una grave lesión en su debut con los Lakers y pasar a ser uno de los jugadores más infravalorados de la liga en las cinco siguientes temporadas, Julius Randle está que se sale en la pintura, siguiendo la tradición de ala-pívots de corte clásico de la franquicia – Dave Debusschere, Charles Oakley, Larry Johnson, Anthony Mason, Xavier McDaniel, Chris Smith…–, RJ Barrett florece en su segunda campaña como alero multiusos capaz de medirse de tú a tú con los mejores y, mientras el rookie Obi Toppin se foguea, Immanuel Quickley ejerce de grata sorpresa en el puesto de base, con un desparpajo muy propio de los directores de juego del agrado de Thibodeau.

Pendiente de retocar algunas piezas –quizás el exterior Austin Rivers, poco riguroso en el manejo de la ofensiva–, el efecto Thibs ya se nota en el todavía vacío Madison, tal es la maldición sobre la apasionada hinchada knickerbocker. La duda es si el veterano técnico, ideal para dar el primer paso fuera del pozo, será capaz de pisar firme en el segundo… y los que falten hasta poder competir nuevamente por el campeonato.

Lo bueno del nativo de Connecticut conlleva también lo malo: una alta exigencia física y mental que acaba por desfondar a sus jugadores. Guerreros como Joakim Noah, Luol Deng, Derrick Rose o Jimmy Butler brillaron bajo su tutela, pero los dos primeros sufrieron apagones súbitos cuando su cuerpo dijo basta, el tercero nunca volvió a ser el mismo tras destrozarse la rodilla en los minutos de la basura, y el cuarto por ahora aguanta como un titán en  Miami; tanto que tampoco sería de extrañar una nueva reunión con su mentor en Nueva York.

“Con Thibs, todos los partidos son un séptimo partido. Todas las posesiones son un séptimo partido”, bromeaba en Chicago Noah.

Ese mismo espíritu se palpa hoy a orillas del Hudson. Algo se cuece en el Madison, sí. Y el chef no está para bromas.

Brady ya ganó, le pongo a Kansas City

{Banda Sonora: Kansas City – Albert King}

Por ALEX OLLER

Tom Brady ya ganó. Ganó cuando tomó su primer snap en sustitución de Drew Bledsoe el 23 de septiembre 2001. Generalmente, los elegidos en el número 199 del Draft no llegan a debutar en la NFL. Y menos en la posición de quarterback. Brady, que como novato lanzó tres pases, le ganó luego la titularidad a uno de los mejores en su posición y ganó la Superbowl en su segunda temporada. Y luego otra. Y otra. Y otra… y así hasta contar media docena.

Dentro de 11 días, el apodado Golden Boy tendrá, a sus 43 años, ocasión de ampliar su palmarés con la consecución de su séptimo trofeo Vince Lombardi en caso de tumbar a los Kansas City Chiefs en Tampa Bay, donde ahora imparte cátedra. Pero es que el flamante mariscal de los Buccaneers ya ganó. Lo hizo durante 20 temporadas en New England, donde creó de la nada una dinastía junto al entrenador jefe Bill Belichick, con quien entrará de la mano algún día en el Salón de la Fama. El viejo cascarrabias sin duda también merece su cuota de crédito y, como Brady, probablemente deba considerarse el mejor de todos los tiempos en su rol; o G.O.A.T, como prefieren abreviar algunos. Quien sepa por qué se rompió el matrimonio hará un año, tras la derrota de los Patriots en el Wild Card contra Tennessee. Pero el caso es que el veterano jugador decidió emigrar a Florida. Un sorprendente golpe de teatro como conclusión a una brillante y singular carrera, no exento de riesgos. Y, sin embargo, una vez más, Brady estará en la gran final.

Venza o pierda contra los Chiefs del electrizante Pat Mahomes el día 7, Brady ya ganó, cerrando definitivamente el debate sobre a quién corresponde mayor autoría en el prolongado éxito de los de Massachusetts. Si el gerente de los Chicago Bulls de Michael Jordan, Jerry Krause, abrió hace años la polémica con su famosa declaración de que “son las organizaciones las que ganan campeonatos, no los jugadores”, el último triunfo de Brady logra también desacreditar al ya fallecido directivo. Porque triunfazo es alcanzar la Superbowl con los Bucs, una franquicia que cuenta un título en sus vitrinas, en 2002, y apenas clasificó tres veces a los Playoffs desde entonces.

Al imponerse el pasado domingo en Green Bay, su tercera victoria seguida a domicilio, Brady dejó en la cuneta a otro grande como Aaron Rodgers, seis años menor, y pasó con nota su decimocuarta final de Conferencia en 21 campañas en la NFL, una estadística inaudita junto a sus 33 triunfos en postemporada, más del doble del segundo de la lista: el legendario Joe Montana, con 16.

El Golden Boy ya ganó. Derrotó a todos sus rivales, incluido Belichick cuando este pasó a ocupar la trinchera enemiga, un movimiento que empezó en los despachos al fantasear el coach con un futuro post-Brady en el que obraría parecida magia con el emergente Jimmy Garoppolo. El supuesto sucesor acabó con sus huesos en San Francisco, perdió la Superbowl el año pasado contra los Chiefs y este año ni olió los Playoffs mientras Tompa Bay aspira a coronarse ante Mahomes y compañía en su propia casa.

A Brady no le quedan rivales en el fútbol americano. Si busca más alicientes, quizás los encuentre en otros deportes: ¿superar los seis campeonatos de Jordan en la NBA? No dudo de su capacidad, al igual que MJ, para la automotivación; pero me permitiré en este caso apostar (es un decir) por los Chiefs de Mahomes, el único que se antoja ahora mismo capaz de seguir medianamente su estela. Con 25 años recién cumplidos, cuenta ya con una Superbowl y luce mejor reparto, incluyendo al entrenador. Cuesta ir contra quien lo ha ganado todo, pero precisamente por ello opino que, completada definitivamente una obra maestra, toca abrir otro libro cuya portada promete.

Le pongo a Kansas City. Y por amplio margen. Que no se diga.

Una vez me reí de Marc Gasol

[Esta columna fue editada y publicada en noviembre de 2020 por LA OPINIÓN]

{Banda Sonora: City Of Stars – Ryan Gosling, Emma Stone}

Por ALEX OLLER

Una vez me reí de Marc Gasol. Pero fue, como diría Jacinto Antón del asalto al Congreso de los Diputados en 1981 (casi) sin querer. Fue en privado, una simple charla entre colegas. Hace tiempo. Bastante tiempo. Una fanfarronada sin más, propia de un impostor al que, de vez en cuando, le gusta dárselas de entendido. Y aquel día me equivoqué. No entendí nada. No había entendido que Marc Gasol, el objeto de mi desafortunado chiste, un competidor como la copa de un pino del que más bien poco sabía, había venido para quedarse. Que de broma, nada.

Marc era entonces el hermano pequeño de Pau. Perdón, el hermano gordito. El hermano malo, según se atrevieron incluso a definir algunos desaprensivos. Hasta allí no llegué, pero sí me pareció un stretch, como dicen en Estados Unidos, aventurar que a ese joven pívot, por entonces todavía en formación, le esperaba un brillante futuro en la NBA.

Marc disputaba su primera temporada con los Grizzlies tras dar el salto desde el ya desaparecido Akasvayu Girona de la liga ACB de España, donde ya había rendido bastante bien. De hecho, podríamos decir que el Akasvayu Girona, un equipo sin historia surgido prácticamente de la nada a 100 kilómetros de Barcelona, era prácticamente Marc Gasol. Pero de Girona a la NBA, y concretamente a los Lakers de Kobe Bryant, de Shaquille O’Neal, de Magic Johnson, de Kareem Abdul Jabbar, de Jerry West, del Showtime, mediaba un trecho. Y pese a todo, habían apostado por él en el Draft de 2007.

Mi recelo se basó en otra desafortunada apreciación por parte de otro colega durante el All Star de Houston de 2006, cuando Marc aún luchaba por hacerse un hueco en la rotación del Barça y el serbio Dusko Ivanovic, célebre por sus severos métodos de entrenamiento, ejercía de técnico azulgrana. “Al gordito lo va a hacer llorar”, predijo el experto (aquí sin ironía alguna).

Desconozco si Marc lloró, pero lo pasó mal hasta que se reencontró con Svetislav Pesic, quien supo ver en el patito feo, si bien no las cualidades de un cisne, sí el tesón de un guerrero capaz de convertirse en un hombre importante; tanto que se lo llevó con él a Girona. Y a orillas del río Ter, Marc se convirtió en Marc.

Algunos no lo supimos ver hasta más adelante. Hasta que soltó amarras en el Mississippi y cuadró el círculo que había iniciado años antes en el instituto local de Memphis, cuando aún ejercía de hermano pequeño de Pau. Con el tiempo, se ganó el corazón de los aficionados, formando un formidable dúo interior junto a Zach Randolph, así como el respeto de los analistas, que vieron como el poste iba quemando etapas, mejorando sus prestaciones, puliendo su físico y ampliando su juego. Dicen que en el FedEx Forum muchos lo prefieren incluso a Pau, que su estilo combativo encaja más con una ciudad de las consideradas blue collar de Estados Unidos y que, al haber crecido a la sombra de su hermano, es uno más entre ellos.

Desde aquel mal chiste en una ya difunta redacción, Marc ha superado cualquier expectativa tras ejercer de moneda de cambio a los Lakers para fichar a Pau. Su palmarés incluye dos Mundiales, dos platas olímpicas, tres elecciones al All Star de la NBA y un anillo de campeón con los Raptors. Incluso escribió el prólogo de El sueño de mi desvelo, del compañero Antoni Daimiel. En él explicaba cómo empezó a soñar despierto viendo los partidos de Hakeem Olajuwon, “uno de los pívots de los que más he aprendido”, de los Bulls de Michael Jordan y, sí, “de los Lakers de Shaq y Kobe”, y escribía lo siguiente: “Apenas podía imaginar en aquel momento lo que vendría después”.

Así de aplicado, atento y generoso es Marc Gasol, capaz, sin tan siquiera proponérselo, de que el mas patán de los pronosticadores se sienta un poco menos patán por meter la pata. Al fin y al cabo, hasta Dirk Nowitzi no se podía creer que fuera el hermano de… cuando se lo encontró por primera vez.

Ahora, como bien apunta otro del gremio, viene a Los Ángeles “a cuadrar el (otro) círculo”, junto a LeBron James y –esperemos– Anthony Davis. Sus números ya no son los de Memphis, está mayor, va sufriendo achaques físicos tras fracturarse el pie derecho en 2016 y su rol se ha visto reducido.

Pero no seré yo quien descarte aquí un final made in Hollywood. Con Marc, no más bromas.