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¡Boom! Croacia a la final

{Banda sonora: Boom – P.O.D.}

Por ALEX OLLER

Ya gafados en su momento AlemaniaUruguay y ahora Inglaterra, no quisiera ensombrecer las repentinas esperanzas de Croacia, pero cuesta no posicionarse a favor de los Vatreni tras su conmovedor partido de semifinales contra Inglaterra.

Obligados a la remontada tras el tempranero gol de Kieran Trippier, los balcánicos sacaron fuerzas de donde parecía no haber y voltearon el marcador mediante un notable ejercicio de autoestima, sellando con honores la primera clasificación de su historia a una final del Mundial.

En la otra cara de la moneda, los Pross lo tuvieron prácticamente todo a favor para formar un cartel de lujo contra un histórico rival como Francia, pero simplemente no estuvieron a la altura de la cita, que requería mayor grandeza de espíritu amateur que intento de gestión profesional.

Croacia sí lo estuvo.

Los chicos de Zlatko Dalic aterrizaron en Rusia sin hacer demasiado ruido pese a contar con un plantel de garantías e incluso jugadores de elite en sus respectivas posiciones: Danijel Subasic bajo palos, Ivan Perisic en el carril izquierdo, Mateo Kovacic, Ivan Raktitic y Luka Modric en el medio, y Mario Mandzukic en punta.

Superaron con nota la fase de grupos, aplicándole un severo correctivo a Argentina, pero sufrieron de lo lindo en octavos y cuartos, necesitando prórroga y penales para deshacerse de la seductora Dinamarca primero y la peleona Rusia después.

El último choque contra los anfitriones fue un parto que se cobró cara la factura emocional y física. O eso pensamos los que consideramos que los croatas, desgastados y ya superadas sus expectativas iniciales, llegarían fundidos a la semifinal.

El encuentro no pudo empezar peor, con el golazo de tiro libre de Trippier y juego plano y previsible por parte de los ex yugoslavos.

Pero Inglaterra no aprovechó el viento a favor, demasiado contemplativa en el medio y desdentada arriba, donde Harry Kane deambuló sin más socios que el desubicado Raheem Sterling, uno de los que no se sabe ya si viene o va, empecinado como parece estar en morderse la cola a cada nuevo intento de quiebro, a cual más improductivo.

Como a lo largo de todo el torneo, a Gareth Southgate le costó un mundo darle rienda a Marcus Rashford, aunque la joven promesa tampoco brilló, precisamente, en el estadio Luzhniki.

Para cuando ingresó la perla del Manchester United, Croacia ya había agarrado la semifinal por la pechera con un notorio cambio de actitud tras el descanso y el fulgurante empate de Perisic.

El tanto, muy del jugador del Inter, pisando el área por sorpresa y anticipándose a la defensa en remate acrobático, evidenció el paso adelante de los balcánicos y el desconcierto de los Tres Leones, cuyo largo historial de decepciones sobrevoló, amenazante, el cielo moscovita.

Y así, de la cerveza derramada a lo burro y el God save the Queen a toda garganta se pasó progresivamente al familiar cosquilleo del perdedor.

Partido nuevo.

Ey, ey, ey…

Los croatas, volcados en pos de la gloria, se comen el césped, siempre abrochados a Perisic, que a punto está de marcar el segundo en eléctrico zurdazo al poste.

Uy, uy, uy…

Prórroga.

Ay, ay, ay…

Y finalmente…

¡Boom!

Balón que cae del cielo, gana (otra vez) Perisic, y Mandzukic, más vivo que nadie, le come la tostada a John Stones y fusila a Jordan Pickford.

Gol. Locura. Tropiezos. Avalancha. Flashes. Besos. Tick-tack-tick-tack. Silbatazo. Lágrimas. Abrazos.

Y Croacia a la final.

Bélgica, cuestión de colmillo

{Banda sonora: Ne me quitte pas – Jacques Brel}

Por ALEX OLLER

Francia tiene muchas cualidades como país pero, reconozcámoslo de una vez, suele dar bastante rabia en el extranjero, no digamos ya entre los países fronterizos.

Perder contra los bleus, por buenos y guapos que estos sean –o precisamente por eso–, comporta un plus de dolor para el vecino. Y si además la víctima es Bélgica, tan frecuentemente menospreciada por los franceses, el agravio se vuelve martirio.

La escuela humorística belga es rica en historia y variantes, aunque a menudo son sus propios habitantes el objeto de los más burdos chistes franceses, bastante menos ocurrentes en la propagación de estereotipos.

Ya saben: las patatas fritas, las moules y esas cosas…

Es por ello que cuesta poco empatizar con su sufrida hinchada, una vez consumada la derrota por la mínima ante el irritante voisin. Los chicos que dirige el español Roberto Martínez se ganaron bastantes simpatías en el Mundial de Rusia, al que llegaron con la etiqueta de tapados… aunque tampoco tanto.

Fueron bastantes los que proclamaron a Bélgica candidata al título con entendibles reservas, pues su selección no alcanzaba las semifinales desde México’86, liderada entonces por jugadores de la talla de Eric Gerets, Jan Ceulemans, Enzo Scifo o Jean –Marie Pfaff.

La actual generación, apodada de oro, despertaba ciertas esperanzas entre sus simpatizantes. Y ciertamente, sobre el papel, el equipo presentaba argumentos suficientes como para pensar en levantar la Copa del Mundo. Fuerte en todas sus líneas y con profundidad de banquillo, poco o nada tenía que envidiarle a las 31 selecciones restantes en Rusia: un muro en el gigantesco Thibaut Courtois, defensa contrastada y polifacética, mediocampo talentoso y adaptable a las circunstancias, poder realizador arriba con Romelu Lukaku, y variantes tácticas de la mano de un técnico considerado innovador como Martínez.

Y así, el vecino tantas veces ridiculizado por Francia arrasó en la fase de grupos con un balance goleador envidiable y se presentó en semifinales dispuesto a acabar de una vez por todas con ese aire de superioridad de los bleus.

La estadística tampoco les era del todo desfavorable a los belgas: de 74 cruces previos con la France, habían ganado en 30 ocasiones, perdido en 24 y empatado 20.

Solo un pequeño detalle alteraba el ánimo: ninguno de esos triunfos se había producido en un Mundial.

Oh là là…

Pues sí, la tercera derrota mundialista llegó en San Petersburgo, donde los Diablos Rojos se estrellaron una y otra vez ante la sólida defensa francesa, que tuvo incluso arrestos para anotar el gol de la victoria cuando Samuel Umtiti se adelantó de cabeza al especialista Marouane Fellaini.

Martínez, quien acaparó los elogios conforme su equipo progresaba en el torneo, no encontró la fórmula de inicio, repitiendo el dibujo ofensivo que le dio el triunfo anterior sobre Brasil, y no reaccionó a tiempo en los cambios, recurriendo demasiado tarde a Yannick Carrasco y ni siquiera contemplando la opción de Adnan Januzaj.

Bien dotados para el desborde y el golpeo de larga distancia, cualquiera de los dos se antojaba un buen recurso para superar la ordenada defensa gala; aunque, en defensa del técnico y de los méritos del rival, hay que reconocer que los bleus rayaron a gran altura en la marca sobre Lukaku y controlaron en medida de lo posible las imprevisibles arrancadas de Eden Hazard y Kevin De Bruyne.

Francia no requirió de mucho más para ganar prácticamente con lo justo, como ya hiciera frente a Uruguay. Los pupilos de Didier Deschamps, también imponentes hombre por hombre, parecen ganar empaque con cada nueva y camaleónica victoria: que si la velocidad de Kylian Mbappé en esta, que si los detallitos de Antoine Griezmann en otra, ahora un testarazo de Raphael Varane, luego de Umtiti…

Pero ante Bélgica, más que cualquier otra cosa apareció el colmillo de un equipo aún joven pero también experimentado, y con el hambre propia de quien perdió la final de la última Eurocopa en París.

Y hablando de hincar el diente, disculpen el abrupto final, pero me espera la cena.

Patatas fritas con panceta… sin ánimo de ofender.

Toi cansao

{Banda sonora: Brasilia – Sr. Chinarro}

Por ALEX OLLER

Algunos de los que crecimos con el fútbol español de los 90 recordamos con cierto cariño aquel programa de humor de cartón piedra llamado Força Barça, donde Alfons Arús y sus secuaces enmascarados daban rienda suelta a todo tipo de hilarantes interpretaciones, sin tomar prisioneros entre los ases del balón.

Una de las que más cuajaron fue la del fantasioso delantero brasileño del Barcelona, Romário, de tan acreditado olfato goleador como fama de golfo.

Asiduo de la noche barcelonesa, al apodado baixinho no le gustaba madrugar, si por ello entendemos personarse a media mañana para entrenar en las instalaciones de su club, requisito mínimo de cualquier futbolista profesional.

Los imitadores del programa no perdieron ocasión de dar en la diana, y retrataron a un Romário fiestero y remolón, que acuñó como declaración-bandera aquel toi cansao que no tardó en popularizarse en la calle (el equivalente al viralizarse de hoy en día).

Que si toi cansao para hacer los deberes…

Que si toi cansao para bajar la basura…

Etcétera, etcétera…

Y así pareció reforzarse el viejo cliché del brasileño holgazán, amante de la playa y la fiesta, también caricaturizado años antes por Emilio Aragón en ese famoso sketch del pegadizo menos samba e mais traballar del programa Ni en vivo ni en directo.

Ha pasado (glups) más de un cuarto de siglo desde entonces, en que Brasil ha crecido en muchos aspectos, organizando un Mundial y unos Juegos Olímpicos; pero el estereotipo mucho me temo que resiste como arena sobre piel mojada.

Y ahora leo que Neymar, ese adalid de la humildad, constancia, sudor y trabajo duro, no sabe si le quedan fuerzas para seguir jugando al fútbol tras caer eliminado en cuartos de final del Mundial de Rusia.

Que está cansado, vaya.

Física, mental y hasta anímicamente, oigan.

Se me ocurren, así a bote pronto, 37 millones de poderosas razones para que el autoproclamado líder de la canarinha se levante mañana, se calce las botas y empiece a currar; sea ya en las instalaciones del club que le paga, el campo base de la federación brasileña, o el helipuerto de su mansión en Mangaratiba, que tampoco nos vamos a poner estupendos a estas alturas.

Pero puestos a hablar de fatiga, si me permiten…

Toi cansao de las bicicletas, cabriolas y absurdas filigranas de Neymar (cuando va ganando, porque cuando pierde no las veo, llámenme ciego).

Toi cansao de que Neymar muera dramáticamente y resucite milagrosamente después de cada roce con un rival, por liviano o directamente inexistente que ese sea.

Toi cansao de los menosprecios de Neymar a colegas de profesión, equipos, aficiones y países enteros, como hizo con México tras la eliminación del Tri.

Toi cansao de que Neymar llore tras cada partido, gane o pierda, por emoción o tristeza.

Toi cansao de que Neymar se declare “feliz”, a todas horas y sin importar el contexto, como si no existiera otra palabra para describir su estado de ánimo, y éste en realidad nos importara.

Toi cansao de los cambios de bota de Neymar a los 20 minutos de partido, como si la elección correcta del taco no fuera una obligación profesional a priorizar sobre estrategias comerciales de medio pelo.

Toi cansao de los peinados de Neymar.

Toi cansao de que se hable de Neymar como relevo de Leo Messi, cuando ni tan siquiera alcanzó a Ronaldinho.

Toi cansao de los tejemanejes de Neymar y del padre de Neymar para fichar por el Barça, el PSG, el Real Madrid y el (espacio a rellenar dentro de 12 meses).

Toi cansao de que Neymar y el padre de Neymar no paguen sus impuestos.

Y finalmente,

Toi cansao de que Neymar esté cansao.

Inglaterra, ya toca

{Banda sonora: London Calling – The Clash}

Por ALEX OLLER

Más de medio siglo sin celebrar un éxito se antoja mucho tiempo para el inventor de cualquier cosa, y no digamos ya si el asunto en cuestión es el llamado Deporte Rey.

Ni más, ni menos.

Solo tuve el placer de ver en directo una vez a Inglaterra. Fue, como debe ser, en el templo de Wembley en 2011, con motivo de un partido de clasificación a la Eurocopa contra Suiza y acompañado de un cómplice a la altura de este tipo de correrías futbolísticas: mi amigo Rodrigo.

Recuerdo más bien poco del encuentro, salvo que hacía sol y acabó en un bastante insulso 2-2 tras adelantarse los helvéticos.

Por entonces, a los ‘Pross’ los dirigía un ya decadente Fabio Capello, que ni tan siquiera se esforzó en aprender algo del idioma durante sus casi cinco años en el cargo, y acabaría presentando su dimisión antes del torneo continental.

Más que lo visto sobre el césped, mi memoria almacena estampas de la extensa jornada; pues al contrario que en España, los británicos insisten en convertir la asistencia a un partido de fútbol en un day event al que se le deben dedicar un mínimo de 12 horas de atención completa e ininterrumpida.

Y así, en la exigente liturgia balompédica local ni faltaron la camiseta Umbro vintage 1996, ni el entusiasta consumo de rebosantes pintas de cerveza, ni la tradicional compra y minuciosa lectura del programa oficial de tan magno evento, generoso en cánticos de todo tipo, muchos de ellos alusivos a la segunda guerra mundial y –más concretamente– al derribo de bombarderos alemanes.

El día empezó con un sentido homenaje al infarto de miocardio por vía de copioso almuerzo de huevos Bennedict acompañado de la prensa deportiva, indispensable en estos casos para afrontar con un digno bagaje informativo el choque internacional.

Nos podrán acusar de borrachos pero no de incultos, pensé, mientras criticábamos animadamente la nueva equipación inglesa, inusualmente fea según nuestro particular criterio.

“¿Qué son esos ridículos puntitos multicolores?”, nos preguntamos indignados.

“Parece un pijama”, coincidimos entre carcajadas.

Fue entonces cuando avisté, unas tres mesas enfrente, a un corpulento individuo de mediana edad, cabeza rapada y mirada intimidatoria, junto a la que parecía ser su novia, distraída con su teléfono móvil. Ambos lucían, impoluta, la prenda en cuestión, con el escudo de los Three Lions del lado corazón.

Sin torcer el gesto, el tipo levantó la vista de su propio periódico y clavó los ojos sobre mi rostro inmóvil –puede incluso que petrificado–, como estudiando la situación.

Pasados unos segundos que parecieron eternos, inquirió:

-You going?

En súbito repliegue defensivo, al más puro estilo Capello, acerté a adivinar que, una vez comprobado nuestro atuendo, se refería al partido.

-Yes… acerté a musitar.

De nuevo, pausa.

-I will see you there, afirmó con seriedad máxima, como quién emplaza a una batalla irrenunciable, antes de volver a centrarse en su café y la lectura del Times.

Asentí, sin más que añadir a, probablemente, la conversación más profunda de menos de 10 palabras que haya tenido y vaya a tener en mi vida.

Un partido oficial de los ‘Pross’ siempre es de suma importancia para los inventores del fútbol. Y es por ello que, una vez eliminada Uruguay, rescataré mi camiseta de Inglaterra para lo que queda del Mundial de Rusia, esperando que Jordan Pickford siga parando lo imparable y Harry Kane goleando a pares, hasta levantar la Copa el próximo 15 de julio en Moscú.

52 años sin títulos son demasiados.

Ya toca celebrar un desfile en las calles de Londres.

You going?

Uruguay Nomá

{Banda sonora: Cielo de un solo color – No Te Va Gustar}

Por ALEX OLLER

¡Uruguay Nomá!

La arenga se grita en la Plaza Independencia de Montevideo, donde una pantalla retransmite los partidos de Uruguay; también de calle a calle entre vecinos que se cruzan, y se lee en carteles publicitarios o pancartas improvisadas… pero más que nada se siente con creciente intensidad, conforme avanza la hora del partido de cuartos de final del Mundial de Rusia contra Francia.

Desayunamos fuerte, no sea que nos vayamos a prórroga  y penales sin gasolina, y agarramos sitio en primera fila frente al televisor, los ojos clavados en las imágenes de la llegada al estadio y calentamiento.

Llega entonces el primer golpe: Edinson Cavani, el héroe de los dos goles a Portugal en octavos, no juega. El Matador, confirman los locutores, no se recuperó a tiempo de su lesión muscular y no figura ni de suplente.

No importa. Tenemos al otro asesino (deportivo), Luis Pistolero Suárez, en el once junto al sustituto Christian Stuani, el de los 21 goles con el modesto Girona esta temporada.

¡Uruguay Nomá!

Parece que hay mayoría celeste en las gradas cuando suena el himno no oficial de Uruguay: ese Cielo de un solo color de los No Te Va Gustar, que la fanaticada celeste adoptó como propio desde el Mundial de Sudáfrica. Lo cantan a todo pulmón, con esa característica sacudida de antebrazo perpendicular al suelo (como tirando confeti a lo burro), mientras los chicos de Oscar Washington Tabárez se ejercitan sobre el césped.

Ya marcamos el primer gol sin saltar a la cancha con la espontanea interpretación, muy bien valorada por los analistas televisivos. “No se cantó solo con el corazón. Se entonó mucho mejor que en octavos”, opinan. Ojalá se traslade eso mismo al césped.

¡Uruguay Nomá!

Un seguidor sostiene una careta gigante de Cavani, mientras las cámaras apuntan al tenso rostro de Stuani, llamado urgentemente a filas para asumir el rol de su vida en un Mundial.

Aparecen entonces las tres oficinistas de siempre, que ocupan sus tres asientos de siempre, en el mismo orden de siempre (si por siempre entendemos las cuatro anteriores victorias de Uruguay)… aunque no piden lo de siempre.

Nchts…

Pero da igual.

¡Uruguay Nomá!

Suena el Seven Nation Army de los White Stripes por la megafonía del estadio de Nizhni Novgorod, nombre a fácilmente adaptable a cualquier ciudadela del Señor de los Anillos. Se augura una batalla de cine.

Se interpreta el himno –ahora sí– oficial de Uruguay, ese ¡Tiranos temblad!, que acaba en arenga del capitán Diego Godín a sus compañeros. Gol y medio de ventaja.

¡Uruguay Nomá!

Toca el turno de La Marseillaise, como ya explicamos el himno por excelencia, tal como reconocen los propios comentaristas. “Maravilloso”, coinciden. Realmente, vale por gol y medio, o sea que empezamos con igualdad en el marcador.

¡Uruguay Nomá!

Comienza el partido. Los de Tabárez arrancan ordenados y pisan con cierta asiduidad, aunque escasa precisión, el área de una Francia tímida, como tomándole la medida a los cuartos. Suárez presiona a Benjamin Pavard –el del golazo a Argentina– obviando directamente la pelota, acción que acaba con el galo retorciéndose de dolor en la banda. “Eso fue todo choque”, escuchamos.

¡Uruguay Nomá!

Primeros destellos del veloz Kylian Mbappé, que deja atrás a Diego Laxalt y centra un balón que no alcanzan ni el arquero Fernando Muslera  –más a continuación– ni ningún compañero bleu.

“Laxalt no puede con Mbappé, pero tampoco Francia puede con Mbappé”, sentencia el analista. Humor fino, el charrúa.

¡Uruguay Nomá!

Minuto 40. Cae el 1-0 en favor de los franceses, y del modo menos sospechado: a balón parado, con cabezazo de Raphael Varane adelantándose a Stuani, quien parece incluso marcar en contra.

“Con 1-0 Uruguay se va a exponer, pero para eso está la Copa del Mundo”, nos informan. Tomamos nota.

¡Uruguay Nomá!

Intermedio. Tarta celeste, cortesía de la casa.

¡Uru (ñam)… guay (ñam)… Nomá!

Empieza el segundo tiempo. Antoine Griezmann, el crack de Francia de simpatías charrúas, presiona a Muslera y casi le roba la pelota al portero, que intenta, sin demasiado éxito, simular confianza tras el error de bulto.

Glups.

Minuto 61. Griezmann suelta un tibio zapatazo desde fuera del área, Muslera interpreta mal la trayectoria del balón, posiciona peor el cuerpo y dobla las manos de tal forma que este acaba cayendo mansamente en el arco. Todo lo que no debe hacer un portero, en tres pasos, y el goleador que no celebra ante el ensordecedor silencio charrúa.

Uruguay Nomá…

El tramo final es un quiero y no puedo de los chicos de Tabárez, que buscan pero no encuentran el gol del honor que finalmente se apuntará la hinchada, una vez asimilado el mazazo, con el improvisado cántico del tema de No Te Va Gustar, nombre que resume el sentimiento colectivo.

Qué saben, qué saben ellos

Que no le pueden cantar

Hay algo que sigue vivo

Nos renueva la ilusión

Y en el último suspiro…

Ay celeste, regaláme un sol…

Venga, todo juntos:

¡Uruguay Nomá!

Sin Italia no es lo mismo

{Banda sonora: Yo quiero verte danzar – Franco Battiato}

Por ALEX OLLER

Escuché una vez que Italia, quizás para compensar tanta belleza paisajista, arquitectónica, musical y artística, además de sus generosas aportaciones al mundo de la moda y la gastronomía, se decantó por una propuesta futbolística bastante menos generosa en lo teóricamente estético y bautizada, sin mayores miramientos, con un nombre de interpretación tan poco ambigua como catenaccio.

Equivalente al cinturón de castidad en un rectángulo de juego, el ya legendario sistema defensivo italiano acostumbra a tener mala prensa entre los amantes del supuesto fútbol de ataque. Como si un ordenado repliegue y oportuno contragolpe –que es lo que pretende ser, en el fondo, el catenaccio– fuera incompatible con la más letal de las ofensivas.

Seguramente, si todo el mundo jugará como Italia, me fascinaría bastante menos ese fútbol de trinchera, paciencia y puntería asesina que tantos consideran áspero y hasta insustancial; pero si algo tiene de maravilloso este deporte, y más en un Mundial, es esa variedad de estilos, cada uno con su libre interpretación según la época y sus muy particulares circunstancias.

Brasil pasó del jogo bonito en los años 70 a una variante bastante más europeizada y física en los 90, España cambió la furia por el tiki-taka, e Inglaterra modernizó su apuesta directa en favor de una mayor asociación a ras de césped.

Los matices son múltiples, las tendencias atractivas y, aún con todo, muchas selecciones mantienen un vínculo difícilmente quebrantable con sus raíces balompédicas. En Argentina, por muy entrenado que esté el coro,  suelen acabar prevaleciendo los solistas. Holanda, por su parte, acostumbra a proponer una partitura colectiva más acorde a quienes inventaron el fútbol total. Y Alemania, como decimos, siempre es Alemania (o casi).

Pero si en un equipo podemos confiar para que no nos defraude, ese es Italia. Claro que la barra, en mi caso, suele estar bastante baja. Al menos en lo referente a la materia estética.

¿Qué es la belleza, al fin y al cabo?

La belleza, como bien explica el admirado Enric González en Una cuestión de fe –de muy recomendable lectura, y no solo para los aficionados periquitos– no es sinónimo de estética. Lo importante en el fútbol y la vida, opina, es la efectividad, que a su vez conlleva una cierta emoción estética. Y a tal efecto pone como ejemplo a un jugador que cojea, tropieza, pierde el balón, lo recupera, resbala y marca, ni que sea por puro empeño, un gol feo de narices; pero estéticamente tan poderoso como El grito de Munch o gran parte del expresionismo alemán.

La belleza, siempre tan subjetiva ella, también la puede encontrar uno en esa estampa que se imagina color sepia. O ¿por qué no?, también en el arte del catenaccio, consistente en resistir con orden y convicción pretoriana hasta generar el instante exacto para el contragolpe mortal de necesidad.

La clave, claro, está en no fallar.

Y lo bueno –o bonito, si se quiere–, se revela en el momento en que Italia no perdona. Como cuando Roberto Baggio, minutos después de que Julio Salinas no lograra rentabilizar el asedio de España en cuartos de final del Mundial’90, se escapó en solitario y regateó a Andoni Zubizarreta para empujar el gol victorioso.

Permítanme, prego, disfrutar del acierto del francotirador cuando éste solo cuenta una bala en el cargador; y aplaudir al rival por su fútbol tacaño, especulador y más feo que un día sin pan.

Y añadiría: exitoso.

Sí, Italia puede que no esté presente en Rusia, pero cuenta cuatro Copas del Mundo en su palmarés.

La penúltima ganada en España’82, con aquellos míticos partidos ante Brasil y Argentina en el desaparecido Sarrià.

Quizás sean las ocultas huellas de Paolo Rossi sobre el césped del derruido estadio y mi afinidad españolista las que apelen a tan súbita nostalgia.

Pero que quieren que les diga…

Yo la echo de menos, a la Azzurra.

‘Jogo’ de nuevo rico

{Banda sonora: Cuando fuimos los mejores – Loquillo y Trogloditas}

Por ALEX OLLER

Los nacidos en 2008 aún no han catado el acné pre-adolescente (o eso espero), ni mucho menos saben distinguir, gracias a Dios, entre el buen fútbol y el fútbol bonito.

Se cumple una década desde que España ganara el primer título en color de su historia, la Eurocopa de 2008. Y mucho nos falta, todavía, para adquirir la mayoría de edad y sentarnos en la mesa de los mayores junto a Brasil, Alemania, Italia, Argentina y Uruguay, que cuenta dos Copas del Mundo en su palmarés; e incluso Inglaterra, ni que sea por derechos de autor.

Y pese a que solo contamos con tres trofeos europeos y un Mundial, no solo nos las damos de relevantes, sino que somos los nuevos guayones de la clase, los que reinventamos el juego, cuando por estos lares menospreciamos tanto a Luis Aragonés mientras fuimos vírgenes como ahora a José Antonio Camacho, un histórico de la selección y que tanto aportó al fútbol español.

Preferimos abonarnos a la absurda noción de que creamos el llamado tiki-taka, sin reconocer que los grandes torneos se ganan, claro está, con buen fútbol; pero también con cierta dosis de suerte, un solidario trabajo defensivo, jugadas a balón parado convenientemente ensayadas y las intervenciones de un arquero en estado de gracia como lo fue en su día Iker Casillas.

Salvo la primera variante, del resto poco o nada se ha apreciado en el Mundial de Rusia en una España crecientemente inocua en ataque, obsesionada en masajear la pelota hasta rayar lo obsceno, y empeñada en reflejarse en la exagerada figura de Isco Alarcón, el futbolista-bisutería por antonomasia.

Como dijo en su día Xavi Hernández, abanderado de la mejor versión de La Roja, no es lo mismo jugar bien que jugar bonito, y da la sensación de que Isco, a quien iba dirigida la aclaración, juega con el espejo de mano en el bolsillo.

España pasó, tras el triunfo de 2008, de aspirar a ganar algún trofeo a pretender sentar cátedra balompédica, ahorrándose por el camino todo un temario de estudio teórico y práctico.

Así somos.

Y así nos las pegamos.

Como hoy, cuando caímos en penales ante la ninguneada Rusia. Cero de cuatro ya ante países anfitriones en Mundiales y, en este caso, aburriendo a las ovejas.

Uno, llámenme carca, echa a veces de menos la simpleza de esa época en que el fútbol olía a hierba, habano y sobaco. Tiempos de ilusiones frustradas y bastantes menos pretensiones. Cuando éramos los mejores (pero no ganábamos nunca).

Pero un día ganamos y, en vez de tomar nota y disfrutarlo con naturalidad, optamos por autoproclamarnos los nuevos representantes del jogo bonito que originalmente inventó Brasil.

Justamente, proclamarán algunos.

Pecado de nuevo rico, opinarán otros.

Peor incluso. Si me permiten, nunca fuimos tan malos.

Y tampoco tan buenos.

Mundial Animal

{Banda sonora: Santa Maradona – Mano Negra}

Por ALEX OLLER

“¡Golassso!”

Y luego está el…

“¡Noooo! ¡Animal!”

Esas son las dos variantes esenciales que he podido observar entre aficionados argentinos y uruguayos –algo más sensibles al matiz los segundos– a la hora del análisis en vivo de un partido de futbol.

El gol siempre se grita, y casi siempre es un golazo, o golassso. En esta parte del mundo, parece que no existen los goles pachi-pacha o los goles a secas; en cualquier caso puede influir algo de suerte, y en tal circunstancia se abre una nueva puerta a la hipérbole.

Cuando el gol no es tal, la culpa suele atribuirse al rematador, sometido entonces al escarnio de la comparación animalística. Da igual la especie: como si un mamífero resolviera igual de mal un mano a mano que un reptil. La cuestión es que es un animal. Con puntos de exclamación.

Si, en cualquier caso, el delantero no convirtiera por intervención del arquero, se recurre a un adjetivo. Y uno solo.

“¡Tremendo!”

Como en “tremenda parada”, igualmente aplicable a la interpretación del reglamento, siempre limitada al negro o blanco, sin lugar a una amplia paleta de grises.

“¡Tremendo penal!” o “¡Tremendo foul!”; y no puede faltar, claro, ese “¡Tremendo offside!”.

Un offside, un foul o un penal, o son tremendos o, simplemente, no son.

De la misma manera en que la eliminación de Argentina en octavos de final del Mundial es un tremendo fracaso.  O, como mínimo, un papelón.

La vigente subcampeona del mundo recién cayó 4-3 con la vigente subcampeona de Europa Francia, un resultado que no maquilla el pésimo juego de los de Jorge Sampaoli a lo largo del torneo.

Claro que, de haber enchufado ese último balón Maxi Meza, quizás la prórroga hubiera dictaminado un distinto final para Leo Messi y compañía, y ahora estaríamos hablando de una tremenda remontada.

Pero no pudo ser.

No pudo ser porque ni Messi apareció y, como era previsible, tampoco aparecieron ni sus compañeros ni el técnico, cuyo legado en Rusia quedará limitado a comparaciones estéticas poco decorosas.

¿Cuál les gusta más: la del hermano menos atlético de Andre Agassi o mini-Vin Diesel?

Sí salió en la foto Marcos Rojo, el del gol salvador en la fase de grupos, pero esta vez para verse retratado por Kylian Mbappé en el penal que supuso el primer gol de Antoine Griezmann.

Argentina flirteó con la remontada gracias a un golassso de Angel Di María y afortunado desvío de Gabriel Mercado a tiro de Messi, desesperado en el tramo final, consciente de que cada balón entregado a un compañero le era devuelto en forma de ladrillo.

No fue el día del Díez, desde luego.

Sí el de Mbappé, autor de dos goles, colaborador en otro y espectador de lujo del golassso –nuevamente– de Benjamin Pavard, el tanto clave que empató el partido previo al destape definitivo del goleador del PSG.

El Mal perder de Argentina quedó patente desde el primer tiempo, cuando Javier Mascherano pateó de mala manera a N´Golo Kanté –el típico cabreo del veterano frente al espejo de su declive–; también cuando Nicolás Otamendi se apropió de mala manera del botellín de agua de un lesionado Olivier Giroud, y otra vez al final, cuando el defensor bonaerense soltó un pelotazo a la espalda del francés.

Y como suele ocurrir, la fealdad sobre la cancha acabó por transgredir la pantalla del televisor.

Unas mesas tras la mía, la paciencia de un sufrido espectador albiceleste acabó por descorchar toda la bilis acumulada tras pasar del relativo entusiasmo en la igualada de Di María, al más oscuro de los lamentos con el cuarto tanto de Mbappé.

“¡Golassso!”, exclamó en el 1-1, luego suspiró un “Diosss” en el 3-2, y ya no pudo evitar la autopsia albiceleste, siempre asociada a Messi: “Parece que juegue otro”.

Y finalmente, tras la enésima escapada de Mbappé:

“Que alguien lo quiebre, vooo…”

Hay que ser animal.

Un día sin Mundial

{Banda sonora: Por una cabeza – Carlos Gardel}

Por ALEX OLLER

Acabada la fase de grupos, al Mundial le da ahora por tomarse un día de descanso; se supone que para recuperar el aliento a nivel planetario o acomodar compromisos varios como bodas, bautizos y comuniones.

Quizás sea una buena ocasión para retomar ciertos hábitos, o entregarse a fondo a discusiones de pareja como ésta, leer los clásicos, escuchar tangos, hacer recados, pasear o qué se yo…

A servidor, por muy amante del balón que sea, le sobra el fútbol gran parte del año. Me refiero a ese fútbol que no para entre semana, que superpone partidos como si fueran tortillas de fábrica, uno encima del otro, sin mayor sentido que el de la producción masiva para un público demasiado aborregado como para levantarse del sofá y ejercer de verdadero hincha en el estadio. Fútbol a todas horas. Fútbol de servicio a domicilio. Fútbol de microondas…

¿Pero el Mundial?

El Mundial es otra cosa, papá…

Sí, ya sé. También es un producto comercial. Puede que el producto comercial. Pero es eso y mucho más.

El Mundial es un mosaico de banderas, culturas y etnias supuestamente regidas por un único reglamento sobre la cancha; así como de experiencias vitales compartidas en tiempo real desde los rincones más dispares de nuestra geografía, gracias a la evolución tecnológica.

“De alguna manera nos tendremos que entretener hoy”, asiente Mónica, la costurera.

Un viernes sin Mundial amanece lluvioso y gris en Montevideo, aunque la perspectiva de que Uruguay pueda clasificar a cuartos de final el sábado, cuando enfrente a Portugal, es motivo suficiente para que el vecindario se levante de la cama con una misión prioritaria: preparar el asado del día siguiente.

El partido, programado para las tres de la tarde, invita a la parrilla y cierta esperanza entre los locales, siempre prudentes, pero que ven como la celeste va dando pasitos en el torneo y, poco a poco, se atreven a aligerar su discurso pesimista de los días previos: que si el arquero no es fiable, que si el mediocampo no da, que si el técnico no sabe…

Un viernes sin Mundial invita, en cualquier caso, a revisar la penca de la oficina, o  las predicciones de la jornada inaugural.

A ello voy, pues…

-Selección que parte como mayor favorita: Alemania

Obvio. ¿Qué más da que haya caído ya en la maldición del campeón?

Esta ni la cuento.

-Jugador más destacado: Marcus Rashford, Inglaterra.

Un partido como titular, ya sin nada en juego ante Bélgica, y dos claras ocasiones falladas. En la línea de mi apuesta por Zlatan Ibrahimovic como goleador de Alemania 2006. Me ahorraré la estadística.

Agua.

-Partido más atractivo de la fase de grupos: Bélgica-Inglaterra.

Lo dicho: fue un amistoso, que los Diablos Rojos ganaron por la mínima.

Cero de dos.

-Selección sorpresa del torneo: Marruecos.

La primera eliminada de Rusia 2018. Perdió con Irán y acabó última de grupo.

Strike tres.

-Mejor selección latinoamericana: Uruguay.

Por ahora, sin duda: balance perfecto y campeona de grupo.

Hay vida.

-Equipo decepción: Colombia

Apuntaba maneras, pero la victoria ante Senegal clasificó como primeros a los cafeteros.

Casi.

-Campeón: Uruguay.

Aún queda un trecho, con Portugal en el camino y quizás Argentina más adelante. La teoría es que los charrúas irán de menos a más, pero quien se frota seguro las manos es Gatorade, pensando ya en el posible cruce Leo Messi-Luis Suárez que aderece su popular campaña publicitaria.

Complicado.

Casi tanto como un día sin Mundial.

Colombia y el baile que no cesa

{Banda sonora: La camisa negra – Juanes}

Por ALEX OLLER

Si el Senegal-Japón se reveló como la final del buenrollismo en Rusia, el siguiente partido de los africanos contra Colombia se antojaba, más allá de las urgencias respectivas, la final del baile.

¿Hay dos selecciones que hayan exhibido mejor movimiento de cadera, tanto en las celebraciones sobre la cancha como en las gradas? Sinceramente, lo dudo. Aunque, mediado el primer tiempo, ya parecía que el bongo le estaba ganando el doble duelo a la waka-waka. Por lo menos a tenor de las imágenes televisivas.

Ocurre que los senegaleses viajaron a Rusia a disfrutar y  exhiben esa natural alegría tanto en la victoria como la derrota o el empate. Colombia, por su parte, vino mayormente a reivindicar los méritos de una generación que enamoró en Brasil-2014, hija a su vez de la quinta de la esperanza de 1994, de tan trágico final que mejor ni recordarlo.

Y la danza, bien lo saben los cafeteros, no admite ni titubeos ni distracciones. Es carpe diem puro, sin más objetivo que el goce inmediato.

La selección de José Pekerman empezó transitando la cornisa de la eliminación desde su derrota inicial ante Japón, y previsiblemente arrancó su partido a todo o nada sumida en un mar de dudas: en el sistema y la alineación, sobre el estado físico de James Rodríguez, y también respecto al ánimo de Carlos La Roca Sánchez, reintegrado al once tras su expulsión a los tres minutos de torneo, que acarreó además la más repugnante de las amenazas.

A Colombia le costó entrar en el partido ante el valiente y vertical equipo africano; pero el relevo de un renqueante James sobre la media hora ofició de  punto de inflexión para los sudamericanos, aliviados después de que el VAR rectificara un penal señalado a Davinson Sánchez.

Algo debió corregir también al descanso Pekerman, ese hombre con pinta de enterrador albino del lejano Oeste, pues sus hombres afrontaron con mayor determinación el segundo tiempo, ejerciendo presión alta y marcando la raya en el mediocampo con una Roca pletórica, que se reveló clave en el engranaje defensivo.

Luis Muriel, sustituto de James, también se esforzó en abrir brecha en la defensa senegalesa, aunque Radamel Falcao siguió en su línea descendente desde que abandonara hace años el Atlético de Madrid, con mayor relevancia en la sección de tribunales que el apartado deportivo.

Tuvo que ser Yerry Mina, otra vez, quien se elevara más que nadie para desequilibrar la balanza a favor de Colombia. Con su segundo gol a balón parado del torneo, el defensor del Barcelona selló el pase a octavos, ratificado a la vez por la victoria simultanea de Polonia sobre Japón.

Un empate hubiera servido a Senegal, y por momentos deseé que los colombianos colaboraran con un desvergonzado autogol, pero África se queda desde ya sin representantes en Rusia.

Se acabó el fútbol para los Leones de Teranga, pero no la fiesta.

¿Al fin y al cabo, quién mejor que Mina, con sus celebraciones coreografiadas a ritmo de cumbia, para despedir a los reyes del baile?