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Michael Buffer, un dandi entre las bestias

[Esta entrevista fue originalmente publicada por el diario RUMBO de San Antonio en 2006 y actualizada en 2011]

Michael Buffer es el anunciador más reconocido del mundo boxístico; testigo privilegiado de combates históricos, goza a fondo de una imagen de James Bond moderno que le permitió ejercer de modelo en sus inicios y acabar protagonizando series de televisión como los Simpsons.

 

Es una cotidiana noche otoñal de jueves y, frente a la puerta principal del austero Auditorio Municipal de San Antonio, destaca una lujosa limusina negra con chofer de uniforme impecable. A su alrededor, circula la ‘raza’, lo que los mexicanos aluden a afición de perfil popular.

La elegante estampa contrasta con la del típico seguidor del boxeo texano, surgido en su mayoría de estrato social humilde y que, en ocasión de esta velada, tiene la oportunidad de frecuentar un recinto menos decaído de lo habitual.

Sin duda el fastuoso carruaje espera a uno de los protagonistas de la función, pero el mediocre cartel no apunta a que ninguno de los boxeadores requiera de tan Hollywoodiana liturgia. ¿Quién pues?

Aparece entre la multitud, rodeado de miembros de seguridad y azafatas, un hombre de cabellera plateada, tez generosamente maquillada y ataviado en impoluto esmoquin negro. La ‘raza’ lo reconoce, le pide fotos y autógrafos, a los que accede con amplia y deslumbrante sonrisa antes de acomodarse en el interior de la limusina para, acto seguido, desaparecer por las calles del sombrío downtown san antoniano.

El protagonista de tan surrealista escena no es otro que Michael Buffer (Filadelfia, 2 de noviembre de 1944), el legendario ‘ring announcer’ del boxeo profesional, presentador oficial de innumerables combates a lo largo de 24 años de carrera y testigo privilegiado de las mejores refriegas de la historia, protagonizadas por mitos como Evander Holyfield, Sugar Ray Leonard o Mike Tyson.

Pionero en su estilo glamouroso e inequívocamente grandilocuente, saltó a la fama por su tradicional ‘¡Let’s get ready to rumbleeeeeee! (Prepárense para retumbar)’ de marca registrada y ha aparecido en numerosas películas como Ocean’s Eleven o videojuegos y series de televisión como Los Simpsons o South Park.

Su presencia en la anodina velada que nos ocupa tiene una explicación obvia: es televisada a nivel nacional, producida por la Golden Boy Promotions del mediático Óscar De La Hoya, y ninguna cara legitimiza más una función de medio pelo que la de Buffer, el James Bond del rudo mundo del boxeo.

Hablemos pues con Buffer… Michael Buffer.

Hasta los no aficionados identifican su cara con este deporte, ya que siempre está en los grandes combates… ¿Cuándo pensó por primera vez que se iba a dedicar a esto?

La primera vez fue hace 24 años, en televisión, empezó casi por diversión; y los últimos veinte ha sido mi profesión. Soy la única persona que se dedica a ello a tiempo completo. Podemos concluir que he tenido éxito, pues.

Parece que se lo  sigue pasando en grande: antes le he visto bailar hip-hop entre combate y combate.

Me divierto muchísimo. Siempre fui un fan, así que es mucho más fácil relajarse y absorber toda esta atmósfera que rodea al boxeo y disfrutar con los aficionados. Me piden que les vocee el ‘¡Let’s get ready to rumbleeeeeee!’ (gesticula con un micrófono ficticio y sonríe) y nos lo pasamos en grande, sí.

 

 

 

 

El otro día oí a un presentador hispano adaptar su estilo con su propio ‘¡A ver quién es el más machooooo!’. ¿Le gusta que le copien?

Vamos ponerlo así: fui el primero en usar una frase de copyright, literalmente. Cualquiera que quiera usar una frase, aunque no sea la misma, me está  imitando de alguna forma, está usando algo que yo creé… Es una gran forma de adulación, supongo.

¿El anunciador de boxeo, nace o se hace?

Creo que yo era bastante malo al principio y he ido aprendiendo con el tiempo. Y aún hoy, si me veo en alguna repetición por televisión y noto algo que no me gusta, intento mejorarlo de cara a la próxima vez.

Ha oficiado muchísimos combates. ¿Cuál fue el mejor?

El mejor fue en febrero de 1989 en Atlantic City entre (el panameño) Roberto Durán y (el estadounidense) Irán Barkley. Había medio metro de nieve afuera y se pegaron como locos dentro, una auténtica guerra que ganó Durán por decisión tras doce asaltos brutales. Y se llevó el cinturón de peso medio. Fue increíble.

¿Se emocionó al dar el veredicto final?

En esa particular velada, se fue el sonido justo al acabar la pelea. ¡Es una historia verdadera! Me acuerdo que subí al ring y me dije: ‘esto es acojonante, voy a lucirme y emocionar aún más al público anunciando que Durán ha recuperado el título. Se van a quedar con la boca abierta…’. Pero me tocó hacerlo a grito pelado, sin micrófono, mientras otras cuatro personas en cuatro esquinas del pabellón, entre ellas el promotor Bob Arum, lo repetían a los espectadores en el gallinero. Fue surrealista, pero una noche fantástica.

¿Y lo peor que le ha tocado ver en un cuadrilátero?

Un combate de hará unos quince años en el Madison Square Garden de Nueva York, donde hubo una batalla campal entre el público, y luego el llamado ‘Fan Man’ de 1993, cuando un hombre ataviado en una especie de paracaídas con ventilador se abalanzó sobre el ring y cayó sobre la mujer de Riddick Bowe. Hubo un parón de veinte minutos y la tuvieron que llevar al hospital. Era en Las Vegas y Evander Holyfield acabó derrotando a Bowe, que perdió la concentración. Fue la única derrota de su carrera. Una lástima.

¿Cuál es el boxeador que más admira?

El mejor que he visto, como anunciador, es Leonard Haegler; pero antes, Muhammad Ali. Presenté un programa de televisión analizando a los grandes de la historia y realmente tuve oportunidad de revivir sus grandes combates y constatar lo bueno que era. El mejor de la actualidad, para mí, es Manny Pacquiao, que le ha pasado definitivamente por delante a‘Pretty Boy’ Floyd Mayweather.

¿Hay alguna profesión en el mundo del boxeo mejor que la suya?

Cuando estoy en alguna convención o hago una aparición personal siempre empiezo mi discurso remarcando que soy la única persona de la historia que ha estado en el ring con Sugar Ray Leonard, Evander Holyfield, Mike Tyson y todos los grandes… ¡Y ninguno me puso la mano encima, porque yo les presentaba y salía a toda velocidad!. A la gente le encanta eso.

¿Qué hubiera hecho de no ser anunciador?

Cuando empecé, todavía ejercía de modelo, y seguí como unos diez años más, ya pasados los cuarenta años. Aún me caben los mismos trajes, pero ya estoy un poco mayorcito. La verdad es que no sé la respuesta: desde que despegué, nunca he vuelto la vista atrás.

Usted vistiendo esmoquin, dos tipos en calzones pegándose hasta perder el sentido, y señoritas en paños menores vitoreadas obscenamente… ¿Me lo explica?

¿Es una combinación loca, verdad? Yo me visto de James Bond, estoy rodeado de ‘chicas Bond’ dando vueltas al ring y dos bestias se golpean el cerebro sin tregua, mientras el árbitro suda como un poseso… Repito: yo los anuncio y me salgo del ring a las primeras de cambio.

Pero defíname este deporte…

Es un gran deporte, realmente, porque se trata de un mano a mano clásico, donde es hombre contra hombre y no hay nadie más. Los fans pueden decir de todo, y también los miembros de tu esquina, pero allí arriba estas solo, y tienes que sobrevivir mediante lo que has aprendido entrenando y tu instinto natural. Al final, el que gana normalmente es el que tiene más ganas y saca fuerzas de flaqueza, como pasó con grandes como Ali o Leonard. Sacan el orgullo cuando parecen vencidos y, como fan, siempre estas buscando vivir ese momento clásico. Amo este deporte.

¿Y qué parte de su trabajo es la que más le gusta?

Lo mejor es la fama: la semana que viene iré a Alemania, luego a Manchester y a Montecarlo, y siempre encuentro gente que me reconoce en los lugares más curiosos del mundo. Como cuando estaba de turista en Roma y me vino un italiano en el Coliseo: ‘Scusi, Michael Buffer….’ Eso es agradable para mí.

¿Qué les contará a sus nietos?

La vez que estaba en un combate y se me acercó Ali, que siempre había sido mi ídolo. Me saludó y me susurró al oído (imita su voz): “¿Aún te crees tan guapo? ¡Sigo siendo más guapo que tú! ¡Get ready to rumbleeeee!’. Me fascinó que me conociera, y lo mismo me pasa con estrellas de cine o del deporte, o como cuando voy a Nueva York y me cuelan en los mejores clubs. Me agrada esta vida de glamour.

¿No tiene pesadillas como los boxeadores?

No en este deporte. Bueno, si me devuelven un cheque, quizás.

Ser perico y cagarse encima

Por: Alex Oller

La semana pasada no fue particularmente buena para el Sports Güey. Mí esperado viaje a Londres, sin resultar catastrófico, sufrió varios golpes bajos.

El primero: la “imprevista” (o ya clásica, según se mire) escapada exprés del Sub, habitual camarada de batallas cerveceras afincado en la City, rumbo a Irlanda por motivos laborales. Baja sensible para el “Keep Walking Pub Tour 2012”. Pero lo peor es que tampoco alcanzó la segunda parte al cien por cien. Entre el desgaste del viaje, el corazón virtualmente desplazado junto a su “nueva ilusión” a kilómetros de distancia y el simultáneo y tórrido affaire amoroso con su recién estrenado IPhone, el Sub estuvo mermado de rendimiento. Como si Leo Messi volviera de jugar con Argentina, medio enchochado y adicto al Whatsapp para disputar un partido de Champions.

Segundo golpe: el training laboral en el que participé presentó ciertos eh… desajustes. Afortunadamente, el trasfondo cómico del asunto y la surrealista puesta en escena compensaron ampliamente la creciente exasperación individual. Digamos que, cuando las dos nociones más valiosas que uno saca de un curso de primeros auxilios son “mejor lo dejamos morir, será uno menos”, y se alienta sin pudor alguno la opción de “defecarse  encima” como recurso de supervivencia, concluimos que la inversión de dinero, tiempo y esfuerzo bien valió la pena.

Tercer golpe: no pude acudir a un partido de fútbol en vivo. Imperdonable laguna en visita a la tierra donde se inventó el balompié. Cierto que se jugaba el Inglaterra-Holanda en Wembley, pero no soy hombre de amistosos. Y, sin el acompañamiento del Sub, con quien vivimos hace unos meses el choque clasificatorio contra Suiza, no es lo mismo.

Total, que me regresé a Barcelona justo a tiempo para reencontrarme con la liga el fin de semana. Y no en una fecha cualquiera: un domingo de café, copa y puro, con derbi vasco entre Athletic y Real Sociedad y, para cerrar la jornada, mi Espanyol en el Bernabéu contra el Real Madrid.

¿Sería esta la vez que los periquitos tomaríamos el estadio merengue?

Mentiría si dijera que tenía buenas sensaciones, pero hice lo que hacemos los buenos aficionados cuando nos fallan los argumentos: tirar de fe ciega, bravuconería y vestuario.

“Vamos a machacarlos”, le pronostiqué a la Sports Gûeya mientras me enfundaba mi “Pipiolo” Losada, vintage 1988.

“Claro que sí”, respondió con máscara de convicción.

Poco importaba que viniéramos de perder consecutivamente en casa contra Levante y Zaragoza. O que sumáramos dos de los últimos 12 puntos posibles.

“0-3”, le aposté a Wilson en el chat. Silencio al otro lado.

Y así me planté ante el televisor, cerveza en mano, dispuesto a mentirme las veces que hiciera falta que sí, que esta vez el Bernabéu podía caer. Qué le íbamos a enseñar cuatro cosas a Mourinho y todos aquellos que nos hinchan regularmente las pelotas con la supuesta filiación Espanyol-Real Madrid.

“¡¡A por ellos!!”, alenté a la pantalla, cual Sargento Arensivia ante un saco de patatas.

Y en cero-coma, se acabó.

Culés y merengues probablemente nunca entiendan lo que explicaré a continuación, pero los pericos (como, probablemente, los seguidores de los restantes equipos de la liga) hemos desarrollado a lo largo de nuestra sufrida vida blanquiazul un innato don perceptivo para distinguir, casi de inmediato, cuando un partido de fútbol no va a favorecer nuestros intereses. Especialmente si es contra el Barça o el Madrid.

A veces pasa incluso al ver la alineación, como cuando al entrenador se le ocurre experimentar con un central tosco de lateral derecho en el Camp Nou. O cuando salta al Bernabéu con tres pivotes defensivos y el veterano interior de turno que, al cabo de media hora, recuerda muy lúcidamente por qué llegó a plantearse la retirada en la pretemporada.

En esta ocasión, debo reconocer que la alineación me gustó, pues jugaban “los buenos”: Alvaro arriba, Coutinho, Weiss, Romaric, Verdú…

Paremos un momento allí.

Verdú.

Quizás el problema inicie con la catalogación de Verdú como “bueno”. ¿Puede ser “bueno” realmente un jugador cuyo sello autoral es el nulo sentido de urgencia, el don de perder el balón en las situaciones más comprometidas o entregarlo al compañero más exigido, la capacidad de afrontar cada jugada con la misma actitud pasivo-agresiva de “yo solo andaba por aquí” que amenaza semanalmente con sumergirme sin remedio en el sórdido mundo de las drogas duras?

Lo siento, pero cuatro buenos pases y cuatro buenos goles al año no bastan para merecer apodos como “El Genio del Eixample”.

¿Comparaciones con Iván De La Peña? Por favor.

Cuando el “brazo ejecutor” del Espanyol, según palabras del propio entrenador, no es otro que Verdú, un tipo estupendo pero al que únicamente le queda incorporar bolsillos al pantalón para jugar más cómodo, quizás sea señal que el equipo no es todo lo bravo que lo pintan algunos. En este caso concreto, al “brazo ejecutor” del Espanyol no le hubiera venido nada mal un chute de cafeína para despertar.

En fin, que desde un principio el Espanyol deambuló sobre el césped del Bernabéu con ese aire de “empanao” que, en mi modesta opinión, mejor describe el fútbol de Verdú.

Cuando “El Genio del Eixample” y Romaric no carburan, el equipo es otro. Y el africano también tuvo un día de esos en que a uno le entran ganas de bajar al césped y rastrear el dorso de su mano en busca de sellos de discoteca.

Siendo justos, nadie se salvó. Ni Alvaro, ni Coutinho, ni Javi López, ni Raúl Rodríguez, ni Juan Forlín, ni el utillero o ejecutivo de marketing que decidió que sería una buena idea jugar de negro y azul radiactivo, pasándose por la entrepierna 100 años de historia blanquiazul en Madrid.

Como diría Spike Lee: “Noooooooooooooooooooooooooooooo-body”.

Empezó el partido y, al minuto, apreté los dientes.

A los dos, se me escapó mi primer “nscht”.

A los cinco, ya solté una grosería.

A los 10, empecé a pensar que lucir la camiseta de la infausta final de Leverkusen justo la semana en que el equipo germano visita Barcelona (ampliaremos información mas adelante) quizás no fue la mejor de las ideas y valoré un cambio raudo de indumentaria (decidiendo finalmente en contra).

A los 23, cuando un saque de banda a favor se convirtió de forma incompresible en el primer gol del Madrid, contemplé estampar el mando de televisión contra la pared (en contra también).

A los 38, con el segundo tanto, la Sports Gúeya se distanció disimuladamente en el sofá, sin osar levantar la vista del Sudoku ni emitir sonido alguno.

Al descanso, ya estaba convidando a uno de los jugadores visitantes (dejaré que adivinen cual) a soltar gases en un caja de zapatos.

Ya en la segunda parte y resignado a la derrota, me entregué a
furiosa catarsis verbal vía chat con Wilson. “Al menos adivinaste los cambios”, intentó reconfortarme, el angelito. Si es que si uno no se consuela, es porque no quiere.

Pero lo peor para los pericos acababa de empezar.

En cuanto el Madrid marcó el primer gol, comencé a imaginar los encuentros durante la semana con mis amigos culés, tan aficionados al cachondeo a la hora de alimentar la leyenda urbana de la connivencia de marras entre merengues y pericos.

Aún con ellos, la cosa no pasa de la broma simpática y deportiva, siempre bienvenida. Donde las dan, las toman.

El problema es que muchos culés se acaban por creer el cuento, por no hablar de la prensa deportiva barcelonesa.

El razonamiento es tan absurdo como insultante para alguien con dos dedos de frente: los enemigos de mis enemigos son mis amigos, básicamente.

Eso implicara que el Espanyol, en calidad de rival supremo del Barça, se aliaría con el Madrid, rival supremo del Barça, para intentar perjudicar al Barça a toda costa, incluso su propio bienestar.

De allí que el Espanyol intente siempre ganarle al Barça por todos los medios posibles, mientras se deja fustigar desvergonzadamente por el Madrid a cada ocasión.

Según este macabro imaginario azulgrana, a los pericos solo nos falta salir al Bernabéu con traje de cuero apretado y una bola roja en la boca.

¿Entienden?

Yo tampoco.

La brillante línea argumentativa del “Tea Party” culé opta directamente por obviar las amplias diferencias presupuestarias entre uno y otro equipo. El hecho que, por ejemplo, el Madrid llegue al partido con nueve victorias seguidas y el Espanyol, con dos derrotas al hilo en casa, no importa. Como tampoco cabe recordar que, en su momento, pasaron 27 años sin que los blanquiazules ganaran en el Camp Nou, siendo repetida y dolorosamente vapuleados por el Dream Team de Johan Cruyff en la época más reciente.

Si dos extraterrestres del planeta Tontitron aterrizaran hoy en el local de una peña culé, pensarían que ellos, con un par de entrenamientos, podrían ganar 5-0 en el Bernabéu.

Entiendo que un niño de 10 años, habituado a los grandes éxitos del equipo de Guardiola en territorio blanco, piense así. Pero cuando hablamos de adultos, aficionados que sufrieron el dominio del Madrid de Alfredo Di Stefano o la Quinta del Buitre, resulta incomprensible. Cualquiera diría que el Barça siempre volvía con los tres puntos de Chamartín. La historia, sencillamente, lo desmiente. No lo digo yo, lo dice el propio entrenador. “Paraula de Pep”.

Miren, como perico acérrimo, deseo que el Barça pierda hasta el avión de vuelta a casa. Y el 80% de la tribu blanquiazul piensa en términos similares por razones que no vamos a exponer aquí y ahora.

Eso se llama rivalidad deportiva y, en la lista de rivales, el Barça ocupa generalmente la primera plaza. La segunda depende de a quien se pregunte.

Lo que resulta un ejercicio de cinismo desvergonzado es pedir cuentas sobre ello, como si simpatizar simplemente con el Espanyol ocultara otra filiación mayor. No basta ser de un equipo y rivalizar con otro. Hay gato encerrado y toca buscarlo.

La prueba, entonces, llega con los cánticos anticulés que se escuchan habitualmente en el estadio perico. “La moral del esclavo”, como los define la Sports Güeya.

Probablemente tenga razón. Yo, personalmente, nunca los apoyaré, pero entiendo que una afición tan maltratada en su propio territorio como la perica utilice su casa para gritar alto y claro lo que le venga en gana dentro de unos parámetros razonables.

Algunos culés se ofenden, obviamente. Alegan no comprender semejante ensañamiento con sus colores. ¿A qué viene gritar contra el Barça cuando estáis jugando contra el Sevilla?, inquieren.

Claro que, a diferencia de la mayoría de pericos que conozco (tampoco son tantos, no nos vamos a engañar), los culés no suelen ir al estadio.

Si fueran, quizás acabarían sumándose a los grandes éxitos de la grada del Camp Nou, como el tristemente famoso “Madrid se quema” en partidos contra el Racing de Santander o los aplausos y gritos de “¡A Segunda!” cada vez que el marcador anuncia un gol contra el Espanyol en campo ajeno. Y no olvidemos los silbidos e insultos dispensados sin cuartel a ex pericos que se presenten con el Valencia o la Real Sociedad, por ejemplo.

Nos guste o no, forma parte del ritual forofo, aquí  y en la cancha de Boca Juniors, donde le cantan en contra a River Plate aunque estén jugando con Banfield. Los fans de los Rangers de Nueva York siempre corearan el “Potvin sucks”  jueguen contra quien jueguen en la NHL. En la NBA, Celtics y Lakers se recuerdan habitualmente con cariño. Y, según relato del propio Sub entre Whatsapp y Whatsapp tras su visita a Manchester, “los aficionados del United celebraron con puro odio los cuatro goles del Tottenham al Liverpool”.

Por cierto, que el Tottenham volvió a caer este domingo ante los “Red Devils”. Y ya van 26 partidos seguidos sin ganarles.

¿Creen que en Liverpool les acusarán de cómplices?

Ya que de reclamar se trata, ¿Qué tal si el Barça dejara de perder contra Osasuna, rival directo del Espanyol? ¿O tantos otros equipos del fondo del pozo cuando nos jugábamos la permanencia?

De todas maneras, debo reconocer que lo que más me ha dolido esta semana no han sido los previsibles reproches culés.

Por si la mera presencia de 4000 seguidores con la camiseta del Bayer Leverkusen en las calles de Barcelona no fuera suficiente puñal en el recordatorio perico, el martes le preguntaron al entrenador germano, Robin Dutt, si pensaba que remontarle un 3-1 al Barcelona en el Camp Nou sería más difícil que ganarle aquella final de la UEFA al Espanyol en 1988, cuando los chicos de Javier Clemente acabaron de dilapidar en los penales la ventaja de 3-0 sudada en la ida en el mítico Sarriá.

Respondió que sí, que este Barça era mejor equipo, pero no antes de fruncir el ceño y conversar brevemente con sus acompañantes. El entrenador del Bayer no tenía ni idea de lo que le estaban hablando.

El histórico Waterloo perico, olvidado en Leverkusen. Eso sí que duele.

Pero, como muestra de buena voluntad y (por qué negarlo) con la esperanza de que le sirva a su equipo para sorprender al gran rival perico, me permitiré recomendarle a Dutt esa vanguardista táctica a la contra, revelada en el mítico curso londinense y puesta en práctica (sin éxito) por el Espanyol en el Bernabéu.

“Si todo lo demás falla, cáguese encima”.

“Cholo”, el gran jefe atlético

[Este artículo fue editado y publicado en febrero de 2012 por THE ASSOCIATED PRESS]

Por: Alex Oller

BARCELONA (AP) —  “¡¡Ole!! ¡¡Ole!! ¡¡Ole!! ¡¡Cholo Simeone!!

La grada del Vicente Calderón retumba en una noche de frío invierno madrileño al calor de los integrantes del Frente Atlético, ubicados al fondo Sur del coloso a orillas del Manzanares.

Tambores de guerra “indios”, como se conoce a los seguidores del Atlético de Madrid, alientan la tribu rojiblanca hacia su primera victoria bajo el nuevo gran jefe: Diego Pablo Simeone, el “Cholo”.

El tiempo parece no haber pasado para el ídolo argentino del club que lucha diariamente por enterrar el apelativo de “Pupas”.

En la centenaria historia del Atlético, brilla con luz propia la estela que dejó en su día Simeone, ganador del mítico doblete la temporada 1995-1996, en que los “colchoneros” se adjudicaron liga y Copa del Rey.

Pero este bonaerense de nacimiento ganó mucho más que títulos en sus dos etapas de rojiblanco. Se llevó el cariño y el respeto de una afición necesitada de referentes. Amor eterno.

“¡¡Ole!! ¡¡Ole!! ¡¡Ole!! ¡¡Cholo Simeone!!

La grada ya rugía entonces el nombre del centrocampista todoterreno que se cobraba enemigos en la cancha por la misma razón que ganaba adeptos tras la portería: se partía el cuerpo y el alma por la camiseta.

Hoy, Simeone está de vuelta con 41 años a cuestas pero similar grasa corporal y un curioso parecido con el cantante Tom Waits. Adicto al gimnasio, esquiva ahora la misma pelota por la que antes mordía. Su condición de nuevo entrenador del Atlético requiere de otras habilidades, y el “Cholo” nunca se antojó futbolista de pachangas.

La entidad tampoco ha cambiado mucho desde que la dejara por última vez en 2005. Sigue en permanente inquietud deportiva y existencial, con la mirada puesta en la construcción de un nuevo estadio.

La etiqueta de “Pupas” permanece a pesar de la Liga Europa ganada en 2010 y, uno por uno, emigran sus estrellas: Fernando Torres, Sergio Agüero, Diego Forlán, David De Gea…

La nueva temporada trajo al colombiano Radamel Falcao y al timonel Gregorio Manzano pero, transcurridas 17 fechas del campeonato, tan sólo permanecía el delantero.

Con el equipo clasificado 11mo y el entorno desquiciado, la cúpula se planteó un cambio de timonel, y surgió el nombre de Simeone, recién dimitido del club de sus amores, Racing de Avellaneda.

Su buen desempeño en Argentina avalaba al ex capitán, la comunión con la afición era total y, en caso de marejada, se antojaba el paraguas ideal para la directiva.

Llegó como regalo navideño y se presentó sin alardes: “El esfuerzo no se negocia”, advirtió antes de despachar al díscolo José Antonio Reyes al Sevilla y dejar clara su filosofía: “Prefiero tener una ocasión y ganar a varias y perder”.

Salvando alguna reticencia inicial, el plantel asumió el mensaje y adoptó el espíritu combativo del nuevo jefe. Nueve partidos, cinco victorias y cuatro empates después, el Atlético sigue invicto bajo su mando con solo dos goles encajados, clasificado sexto y con posibilidades de alcanzar la Champions en caso de ganar este domingo al tricampeón Barcelona.

“Es su reflejo: presión los 90 minutos, orden, concentración, protagonismo y libertad para llegar”, explica su ex compañero Kiko Narváez. “Es un gran comunicador. Comprende lo que pasa, sabe exponer sus ideas y gestionar un vestuario. Saca lo mejor de cada uno”.

Conviene el técnico azulgrana, Pep Guardiola: “Ha logrado cambiar la dinámica en plena temporada, algo muy difícil. Ha transmitido todas las cualidades que tenía como jugador: el equipo tiene alma, es agresivo e intenso. Todos los jugadores trabajan y cada balón es el último. Es su sello”.

Los rojiblancos también progresan en Liga Europa, donde este jueves eliminaron al Lazio por un global de 4-1.

El equipo romano fue precisamente el destino de Simeone tras dejar el Atlético y el Inter de Milán, y sus seguidores le dedicaron una calurosa bienvenida en el choque de ida.

“Siempre hubo un cariño y respeto mutuo con la grada por su forma de ser”, recuerda Kiko. “En el penúltimo partido de liga, campeonábamos con una derrota del Valencia. Pero él dijo que no, que tenían que ganar para quedar campeones en nuestro estadio con nuestra afición. Pensábamos que estaba loco, pero cuando jugamos en el Calderón nos dimos cuenta del motivo”.

Entre sus rivales, los recuerdos son menos edulcorados. El portugués Fernando Couto se las tuvo con el “Cholo”, al que soltó un codazo en un Atlético-Barsa. El argentino se apuntó la matrícula y, ya en la liga italiana, le devolvió la caricia con pisotón de propina en un Inter-Lazio.

Por desgracia, su imagen más recordada en España no es ninguno de sus 47 goles, sino la clavada de taco en el muslo de Julen Guerrero, estrella del Athletic de Bilbao.

También hizo perder los nervios al brasileño Romario, imperturbable ante el gol, que le lanzó un “crochet” sin balón de por medio.

Y en Inglaterra costó digerir la expulsión de David Beckham en el Mundial 1998, cuando pateó al bonaerense, precipitando la eliminación británica.

Simeone se limita ahora a ejercitarse unas tres horas diarias en las instalaciones de la zona residencial que comparte junto a su jefe de prensa personal y el preparador de porteros.

Pese a conservar otra amplia residencia de sus tiempos de futbolista, su ex mujer Carolina quedó en Argentina cuidando de sus tres hijos. Su primogénito, Giovanni, destaca como habilidoso delantero en las inferiores de River Plate. Nada que ver con el fútbol de trinchera de papá.

En Madrid queda con los suyos en el reservado de una conocida parilla argentina y suele compartir mantel una vez al mes con integrantes del doblete como Kiko, Toni Muñoz o Roberto Solozábal.

También acude semanalmente con el consejero delegado Miguel Angel Gil Marín y el director deportivo José Luis Caminero, otro ex compañero, con quien mantiene relación puramente profesional.

La buena racha actual quizás fomente la rutina del ágape, pero lo cierto es que a Simeone no le hace justicia la reputación de futbolista aguerrido. Siempre atesoró más calidad de la dispuesta al público y albergó un notable espíritu formativo.

“Te sientas a tomar un café y le da igual: en seguida aparta la sacarina, el azúcar y la taza para marcarte un movimiento sobre la mesa”, revela Kiko. “Como Pep (Guardiola), era una prolongación del entrenador en el campo y tenía vocación. No paraba de estudiar, ver, preguntar sobre tácticas a todo el mundo”.

Voraz consumidor de vídeos y conversaciones, visitó los entrenamientos de Guardiola y el madridista José Mourinho; y complementa su capacidad analítica con una personalidad ganadora, capaz de contagiar un vestuario. Pero también, granjearse animadversión entre sus superiores.

Abandonó el Atlético por la puerta trasera al chocar con el técnico, Radomir Antic, que pronto hizo limpieza del plantel y amansó el vestuario.

De sus protegidos, queda su compatriota serbio Milinko Pantic, entrenador del filial atlético pero no asiduo a las comidas del núcleo duro del doblete.

Antic declinó ser entrevistado por THE ASSOCIATED PRESS para este reportaje.

“A las tres semanas de llegar con veinte y pocos años, el “Cholo” ya provocó una reunión en pretemporada porque la cosa iba mal y nos cantó los defectos a todos”, acaba Kiko. “Yo fui una de las dianas, pero lo valoré porque tiene un discurso claro y sólo quiere que le des lo mismo que te da él  a ti: dedicación, honestidad, ganas de aprender y amor por el juego”.

Trazos de gran jefe, sin duda.

Marc Gasol, ese All Star

Por: Alex Oller

Hará cosa de tres años, ejerciendo de supuesto enteradillo del mundo NBA, un compañero de trabajo me resumió el contento del habitual consejo de redacción matutino.

“Ha dicho fulanito que estaría bien escribir algo sobre Marc Gasol, que lo está haciendo muy bien en la NBA”, transmitió.

“Eso no es indicador de lo bien que está Marc, si no de lo mal que está la NBA”, zanjé con aire de perdonavidas, al tiempo que estrellaba mi tabaco de mascar en la escupidera del rincón a lo Clint Eastwood.

Bueno, más o menos así lo imagino.

Lo que no recuerdo, por desgracia, es el nombre del susodicho fulanito para expresarle mis más sinceras disculpas.

Resulta que, pasados tres cursos y medio desde esa temporada de novato, nuestro estimado Marc, el hermano pequeño (y gordito) del venerado Pau Gasol, está a punto de participar en el primer fin de semana de las estrellas en condición de actor principal. Es decir, como un Señor All Star de tomo y lomo, votado por los propios entrenadores, que se supone son los que entienden de esto.

Y aquí ando yo, con los recuerdos de mis estúpidas fanfarronadas a cuestas.

Moraleja A: Soy un melón.

Moraleja B: A veces más vale fijarse en lo que puede hacer un deportista que en lo que no puede hacer.

Es un mal común entre los analistas. Y la mejor prueba es Marc: antes siquiera de pisar un parqué de la NBA, ya lo habíamos descuartizado entre todos.

En el All Star de Houston 2006, precisamente el primero que jugó su hermano Pau, no había quien diera un duro por el futuro de Marc.

-“Está demasiado gordo”.

-“No salta”.

-“No sabe qué hacer con la pelota en las manos”.

-“Dusko (Ivanovic) le hará llorar en el Barça”.

Y no estamos hablando de listillos que escriben un blog de tarde en tarde como yo, sino expertos reputados. Gente de amplio recorrido en el mundo del baloncesto, con mili en patios de jesuitas, pabellones griegos, Juegos Olímpicos y Finales de la NBA.

Pues el “hermano gordito” nos ha callado, poco a poco y uno a uno, a todos.

Como Beatriz Kiddo en Kill Bill I&II, Marc ha ido puliendo su espada Hanzo y decapitando a los no creyentes. Sin prisa pero sin pausa ni piedad.

Vean, si no, sus estadísticas desde que fuera elegido por los Lakers en tardía segunda ronda del Draft de 2007 y posteriormente traspasado a  Memphis junto a Kwame Brown, Javaris Crittenton y una foto firmada de Jack Nicholson (se rumorea que el autógrafo ni siquiera era del propio Jack)  a cambio de su hermano Pau:

TEMP            MINS             PTS                 RBTS              ASTS              TPS

08-09                        30.7               11.9               7.4                  1.7                  1.1

09-10                        35.8               14.6               9.3                  2.4                  1.6

10-11                        31.9               11.7               7.0                  2.5                  1.7

11-12                        38.1               15.0               10.1               3.1                  2.2

TOTAL           33.3               12.9               8.1                  2.3                  1.5

 

¿No está mal como moneda de cambio de Pau, no?

Al ritmo que va, Marc pronto podría cambiar la etiqueta de “traspaso más desequilibrado de la historia” (el entrenador de los Spurs, Gregg “Cascarrabias” Popovich, incluso insto a la NBA a vetarlo) por la de “traspaso bastante satisfactorio para todos los implicados”. Si es que no la ha cambiado ya.

Y en su única temporada en Playoffs, las prestaciones se elevaron:

TEMP             MINS             PTS                 RBTS              ASTS              TPS

10-11                        39.9               15.0               11.2               2.2                  2.2

 

Las cifras revelan un constante progreso, salvo en la pasada campaña. Casualmente la mejor de la historia de los Grizzlies, que lograron con Marc lo que nunca hicieron con Pau: alcanzar unas semifinales de Conferencia Oeste en una postemporada para el recuerdo, con el dorsal 33 como piedra angular.

No lo hizo solo, desde luego, y el bajón estadístico tiene explicación en la consolidación de Zach Randolph como referente ofensivo de la franquicia. Llegado a Memphis la campaña anterior, el ala-pívot fue una auténtica bestia y, junto a Marc, formó el tándem interior más consistente y tenaz de los Playoffs.

Hasta quedar varado a orillas del Mississippi, “Z-Bo” había sido otro tipo de bestia, de bastante peor calaña en la NBA. Pero en el pequeño de los Gasol encontró un aliado, un compañero de trincheras sin ansias de protagonismo pero hambre de títulos. Un campeón del mundo con alma de currante, dispuesto a sacrificar sus números por el bien del equipo.

Y así escribieron una de las historias más improbables de los Playoffs. Randolph, el bala perdida, todo talento y cero cordura, junto al patito feo del linaje Gasol, dominando la pintura ante los rocosos Spurs y despeinando sin complejos a la nueva niña bonita de la liga, Oklahoma City Thunder.

Los números, en verdad, no reflejan del todo el impacto de Marc sobre el parqué. Incluso parecen escasos para un All Star. Es por ello que decidí ver esta madrugada el partido de los Grizzlies contra los pujantes 76ers, previo al fin de semana de las estrellas.

Y hay reconocer que, si de elegir a los mejores se trata, el pívot pasa con nota la prueba del algodón.

Insisto: sus 15 puntos, 14 rebotes, cinco tapones y siete asistencias no lo dicen todo. Es la manera en que el plantel, poco a poco, ha ido adoptando la personalidad de Marc, dejando a un lado las frivolidades para picar piedra noche sí y noche también, hasta poder tumbar a cualquier rival.

Es verdad que Philadelphia se presentó sin Elton Brand ni Spencer Hawes, bajas sensibles bajo los aros, pero Marc tampoco dio opción a sus sustitutos y estuvo en todas, dirigiendo el ataque de su equipo y acudiendo a las ayudas defensivas sobre Andre Iguodala, Evan Turner o los eléctricos Jrue Holiday y Louis Williams.

Los 76ers, habituados a mimar el balón desde la llegada de Doug Collins al banquillo, cometieron 14 pérdidas y solo encestaron el 36.5% de sus tiros.

En un equipo aún demasiado irregular, Marc fue el ancla a ambos lados de la cancha con el 17mo doble-doble de su carrera y ejerciendo las labores de base mejor que el propio Mike Conley Jr.

Y  todo sin la ayuda de Randolph, al que los Grizzlies esperan recuperar tras las festividades en Orlando.

Previsiblemente, los números de Gasol vuelvan a su cauce con el retorno de “Z-Bo”. Pero, para entonces, el catalán estará de vuelta de su primer All Star, igualando en galones a su talentoso compañero.

¿Han oído?

“All Star”, repito, arqueando la comisura  de los labios hacia la escupidera.

Di María, la cuchilla del Madrid

Por: Alex Oller
BARCELONA (AP) — Angel Di María ve como el balón que acaba de tocar se aloja en la portería rival y, acto seguido, corre paralelo a la grada levantando las manos, juntando ambos pulgares invertidos y encorvando los dedos restantes en su ya clásica celebración, formando el símbolo del corazón.

Di María, argentino de 23 años originario de la ciudad de Rosario, es tan vital para el Real Madrid como el órgano que mimetiza después de cada gol, dedicatoria a su esposa Jorgelina. Su clase, exigida y probada al máximo nivel, se compara con la de los mejores extremos que han pasado por la “Casa Blanca”, pero son su entrega y sacrifico por el bien común las virtudes que tienen prendado a su entrenador, José Mourinho.

En su segundo año en el Madrid, este lánguido futbolista con aspecto de antiguo ha explotado definitivamente como referente en un equipo con las máximas aspiraciones, que lucha contrarreloj por sobreponerse al dominio del Barcelona, ganador de casi todo en los últimos años.

Tras formarse en la fructífera cantera de Rosario Central, Di María llegó a la capital española procedente del Benfica lisboeta a finales de junio de 2010 como primer refuerzo de la era Mourinho, gran valedor de su fichaje y con quien comparte agente, el omnipresente Jorge Mendes.

El argentino, que por entonces estaba disputando el Mundial de Sudáfrica, firmó por fax un contrato que le ligaba al club blanco por seis temporadas y blindaba su salida con una cláusula de rescisión de 210 millones de euros.

Formó parte de una ofensiva “merengue” que también incorporó a Mesut Oezil, Ricardo Carvalho y Sami Khedira en el afán del presidente Florentino Pérez por juntar un plantel capaz de discutir la hegemonía azulgrana. Desde entonces, Di María se ha ganado a pulso el cariño de la grada del Santiago Bernabéu; aprecio no siempre ligado al puro talento futbolístico, como constata su compañero Cristiano Ronaldo, silbado en más de una ocasión.

Apodado “El Fideo” por su físico alargado, Di María ha interpretado como pocos su papel en el Madrid: correr la banda para abrir campo y penetrar como cuchilla en la defensa rival o, jugando a pierna cambiada, asistir de zurda los desmarques de Karim Benzema o su compatriota Gonzalo Higuaín, con quien se entiende casi de reojo.
De esta manera, el internacional albiceleste se ha erigido en el máximo asistente del campeonato con 11 pases de gol acumulados en sus 14 partidos disputados, hasta lesionarse antes de Año Nuevo y perderse los 10 siguientes. Ese periodo lo ha aprovechado su compañero Oezil para alcanzarle: ambos suman 11 asistencias, pero el alemán ha necesitado seis jornadas más.

Según estadísticas oficiales, también ha completado con éxito 22 de 27 regates intentados, suma cuatro goles y llama la atención que, siendo extremo, sólo haya incurrido en un fuera de juego, una prueba más de la inteligencia táctica tan valorada por su timonel.
Las excelentes prestaciones no podían llegar en mejor momento para Di María, empeñado en hacer cumplir una supuesta promesa de mejora de contrato por parte de la directiva. Aunque en las oficinas confían plenamente en alcanzar un acuerdo al final de temporada o incluso antes, desde diversos flancos se especula con el interés de equipos de la Premier League inglesa, y tanto Mourinho como Mendes están poniendo de su parte para agilizar la firma.

Las malas lenguas apuntan a su prolongada baja como arma de presión, pero lo único cierto es que el futbolista siente que su sueldo -uno de los más bajos del plantel- no se ajusta a su actual peso en el equipo. Y cada vez que salta al campo se empeña en demostrarlo.

Hijo de un carbonero que apuntaba maneras en las inferiores de River Plate pero dejó el futbol tras fracturarse la rodilla, Di María recuerda con especial emoción sus inicios humildes en barrio obrero vecino a la cancha de Rosario, cuando su madre le llevaba a entrenar en bicicleta después que el médico le recetara fútbol como antídoto a su hiperactividad. Y a sus siete amigos de juventud, en especial “el día que regresé por primera vez y allí me estaban esperando. Fueron varios días sin dormir”. Con ellos compartió calle y tinta en la piel: “La banda de la Perdriel” exhibe su pierna.

Pero la lealtad a los suyos llega bastante más hondo: cuando falleció su suegro el pasado diciembre, “El Fideo” no tuvo reparos en pagar de su bolsillo 120.000 euros para que un avión privado le llevara a Rosario y pudiera asistir al sepelio. Regresó para jugar, sin previo entreno, en Sevilla. Su último partido oficial.

Además de echarle una mano al progenitor cargando carbón, Di María se aficionó al baloncesto, en parte por los éxitos de la selección albiceleste, y también porque su físico se prestaba para la práctica. En Madrid, el contrato que ahora intenta modificar le impide echarse unos tiros, pero no acudir al pabellón como espectador, y allí se le puede ver en ocasiones acompañado de Cristiano. Curiosa foto: un ex Benfica y un ex Sporting, lejos de Lisboa, pasándola en grande viendo baloncesto.

Férreamente custodiado por la rígida política de comunicación del club, Di María transmite un carácter tímido en las entrevistas oficiales.

Nada más lejos de la realidad, asegura su ex compañero en Central, Marco Rubén: “Es muy distinto verlo en televisión a convivir con él. Es muy alegre y contento. Su personalidad va con su juego: eléctrico, descarado, siempre para adelante”, explica el hoy delantero del Villarreal. “Desde que empezó se le veía algo distinto a los demás, pero era muy flaquito y chiquito. En Madrid creció física y mentalmente. Ahora hace cosas increíbles. No le puede la presión”.

El discurso lo corrobora otro ex “canalla”, el arquero del Espanyol Cristian Alvarez: “Es un tipo extraordinario, con mucha chispa personal. Debutamos casi juntos, era muy flaquito, pero siempre tuvo esa explosión especial: era rapidísimo. Siempre fue muy desequilibrante y ha crecido mucho acá”.

Perseguido con saña por sus marcadores,  sus críticos le achacan un exceso de teatralidad en sus frecuentes caídas, rayando la simulación antideportiva.

Se trata, probablemente, del gran pecado futbolístico de un jugador defendido a capa y espada por Mourinho y alabado desde la trinchera rival, donde Pep Guardiola lo tachó recientemente de “futbolista fantástico”. El preparador barcelonista sufrió en carne propia sus diabluras en la pasada final de Copa del Rey, ganada por el Madrid gracias a una sobresaliente actuación del rosarino. “Nos hizo mucho daño por la banda de Dani Alves”, rememora. “Tiene unas facultades espectaculares, es muy fuerte y potente jugando al espacio. Puede jugar en los tres puestos de ataque. Con decir que juega en el Real Madrid está todo dicho”.

“Crecí jugando en la calle”, aseguraba en exclusiva entrevista a Real Madrid TV, y queda claro que algo de calle sigue acompañando su juego, aún en el máximo nivel.

“Di María duerme con la bayoneta calada” escribía en su relato del último Madrid-Barsa de liga Juanma Trueba, perspicaz cronista del diario AS.

A punto de toque de corneta este sábado frente al Racing tras mes y medio en la enfermería, queda por ver cuánto de afilada llega esa cuchilla.

Ever Banega y el mundo de nunca jamás

[Este artículo fue editado y publicado en febrero de 2012 por THE ASSOCIATED PRESS]

Por: Alex Oller

BARCELONA (AP)– Hace apenas un año, se producía una imagen bien curiosa en las instalaciones de entrenamiento del Valencia Club de Fútbol: la de un futbolista de élite llevándose la comida a casa en un ordinario  “tupperware”, como cualquier hijo del proletariado.

Se trataba de Ever Maximiliano David Banega, nativo de Rosario, ex fenómeno de Boca Juniors, internacional argentino desde 2008, actual organizador del tercer clasificado de la liga española y, a sus 23 años, eterna esperanza de los aficionados al fútbol cocinado a fuego lento.

Fue precisamente, la cocina -o mala cocina, en este caso- el motivo de la estampa obrera de Banega camino de su cercano domicilio, a la sombra del esqueleto del nuevo estadio Mestalla, aún en construcción.

Entre los múltiples factores que han influido negativamente en el irregular desarrollo del talentoso futbolista cuentan que estaba la pobre alimentación que a menudo resultó en nocivo sobrepeso en sus cinco primeras campañas en España.

Llegado con apenas 19 años, Banega residía solo en Valencia y, como es habitual en jóvenes expatriados, se alimentaba a base de comida rápida y  a deshoras. Pecado profesional para un deportista de elite que, fuera de los terrenos de juego, tampoco ejercía un estilo de vida acorde con su condición.

Es por ello que su máximo valedor, el técnico Unai Emery, optó finalmente porque el centrocampista almorzara al menos tres días por semana en la ciudad deportiva, donde podía supervisar su dieta. O, en su defecto, se llevara la comida preparada a casa. Y hasta al propio cocinero si fuera preciso.

Tal era la consternación con el chico que en Rosario apodaban “El Pucho” y en las categorías inferiores de Boca causó sensación, llegando a merecer elogios comparativos con Fernando Gago, su predecesor en el prestigioso puesto del clásico “cinco” argentino.

Pero el mimo y la atención deparados por parte del cuadro técnico y la cúpula directiva parece que al fin están dando sus frutos con Banega, futbolista de marcados altibajos que anda cuajando su mejor campaña en Europa después de tener pie y medio fuera del club el pasado julio. Transcurridas 21 fechas de liga y pese a una inoportuna lesión de rodilla que le tuvo cinco jornadas parado, acumula 13 partidos jugados, siempre de titular, con dos asistencias de gol, 160 balones perdidos por 58 recuperados, y ha ejecutado con éxito 22 de los 57 regates intentados.

Antes de la lesión, Banega figuraba incluso como el octavo mejor pasador del campeonato y segundo mejor regateador tras su compatriota y astro mundial, Lionel Messi. Estadísticas notables para un mediocentro.

“Nos da muchísimas cosas porque tiene un talento de primer de nivel”, explica su compañero Aritz Aduriz. “Ha madurado mucho y está rindiendo como nunca. Estoy seguro de que va seguir mejorando y dándonos grandes alegrías”.

Pero como el dicho de “nunca digas nunca jamás” no hay “ever” que valga con Banega.

Su discontinuo rendimiento desde que saliera de Boca por 18 millones de euros, unido a un largo historial de polémicas extradeportivas, resultaron en el intento -sin éxito, tras su decepcionante participación con Argentina en la Copa América- de ponerle en el mercado; y la contratación del ex Getafe Dani Parejo como seguro en caso que volviera por sus fueros.

La extensa lista de agravios del organizador incluían, además del sobrepeso, negarle el saludo a Emery tras un cambio, alargar la fiesta de cumpleaños del técnico hasta presentarse tarde y en pésimas condiciones al entrenamiento del día posterior, constantes salidas nocturnas aderezadas con un positivo por alcoholemia al volante y, finalmente, insinuaciones sobre posible cambio de aires durante las últimas vacaciones, incluida foto en las redes sociales posando con la camiseta del Real Madrid que irritó a la hinchada.

Y todo ello, sin contar la etapa previa al periplo europeo, cuando Banega fue más noticia por los destrozos de un hotel de concentración con sus compañeros de la selección Sub-20 y un explícito video íntimo colgado en el ciberespacio que por sus logros sobre la cancha, como el salir campeón de ese Mundial Sub-20 en 2007 o la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Pekín al año siguiente.

No hay recaída por ahora, y el desenlace está siendo más bien el opuesto: para grata sorpresa de la parroquia valencianista, Banega se asentó, siguió los consejos de sus entrenadores, cuidó su físico y se erigió en el líder sobre el campo que siempre vislumbraron los entusiastas de su fichaje.

Así lo validaba el pasado diciembre el diario local Superdeporte, titulando “El nuevo Ever” a doble página y citando fuentes anónimas del club que daban a entender que Banega había madurado y adoptado una actitud más profesional que le permitía rendir por fin con la regularidad anhelada.

Y es que, como el esperado futuro coloso valencianista, Banega es piedra angular de un proyecto, más que obra completada.

El propio presidente “che”, Manuel Llorente, no tuvo problema en así definirlo al extender su contrato hasta 2015 hace poco menos de un mes: “No lo hemos renovado con la intención de venderlo. Si sigue creciendo como hasta ahora, esperamos que se quede para construir el Valencia que todos queremos”.

El sentimiento pareció resonar en Banega, quien reconoció haber sufrido problemas de adaptación en sus primeros años y declaró sin tapujos: “Quiero quedarme porque estoy en deuda con el Valencia”.

Receloso de los periodistas, se esconde tanto de la prensa como se ofrece sobre la hierba, siempre dispuesto a tomar el mando.

Pese a los desencuentros con la afición, el vestuario le quiere casi tanto como a otro “bala perdida”, el lateral Miguel. Pero, al contrario que el portugués, con Banega hay la esperanza de que su recién adquirida tranquilidad fuera de los terrenos de juego se traduzca en mejores prestaciones sobre el césped.

Padre precoz de un hijo de cinco años nacido en Argentina fruto de una anterior relación, es también papá de la pequeña Agostina y parece estabilizada su actual relación sentimental. Comparte carnicería argentina, asados y mate con sus compatriotas Pablo Piatti y Tino Costa, sin importar que el segundo sea competencia directa en el eje de la medular. Y sigue siendo el preferido de Emery, quien mima su autoestima; receta opuesta a Costa, a quien deja menos cuerda.

El potencial ilimitado del futbolista es corroborado por el segundo entrenador, Juan Carlos Carcedo, quien explica que “tiene unas características únicas para mantener la posesión y presionar al contrario. Debe mejorar  con la izquierda, pero lee mejor los partidos y no abusa del pase corto como en Argentina. Físicamente está mucho mejor y aguanta el ritmo europeo”.

El recurso a la gambeta también obedece al gen “potrero” propio de su país, del que guarda recuerdos de enfrentamientos con Messi en los clásicos infantiles de Rosario. Era la etapa en que hizo los que denomina “verdaderos amigos” y compartía con sus hermanos su regalo más preciado: “unos botines que usábamos los tres en un mismo día”.

Luego llegaría el tatuaje en el gemelo derecho del escudo de Newell’s Old Boys, su verdadero amor futbolístico, y las pruebas superadas en River Plate y Boca. Banega se decantó los “xeneizes” para corresponder la pasión paterna.

Duró poco, como tantos jóvenes, el cambio a Europa le resultó brusco y dice que aprendió mucho en su año de cesión al Atlético de Madrid, que sorprendentemente no ejerció su opción de compra.

“No había podido demostrar aquí todo lo que tenía y lo vimos todavía un poco verde”, justifica sobre la cesión Carcedo, quien razona la renovada fe en el futbolista: “Sus cualidades lo meritan y está rindiendo a gran nivel”.

En pleno cruce con el Barcelona por las semifinales de Copa, a Banega le llueven elogios desde ambos bandos. Uno de los más valorados, de boca del preparador azulgrana, Pep Guardiola: “Es un jugador fantástico. Internacional y de gran calidad”.

Y pese a su discreta actuación, Emery le sigue “bancando” como dicen los argentinos: “Su aportación este año está siendo buena y queremos que vaya a más”, zanja.

Quizás el sentimiento predominante lo resuma perfectamente el secretario técnico valencianista Braulio Vázquez: “En el mundo hay pocos jugadores que puedan marcar su futuro y él es uno de ellos. Ever va a ser lo que él quiera”.

Emerge Marco Rubén, reflota el “Submarino Amarillo”

[Este artículo fue editado y publicado en enero de 2012 por THE ASSOCIATED PRESS]

Por: Alex Oller

BARCELONA (AP) – Corría el minuto 57 de partido cuando Marco Rubén trazó su enésimo desmarque, recibió el balón en carrera y recortó hacia la portería de Juan Pablo Colinas. Allí en el área, con el Sporting de Gijón y el Villarreal jugándose la vida en los calabozos de la liga española, le esperaban cuatro camisetas rojiblancas y un bosque de piernas.

Pero el “nueve” del Villarreal, entre rebotes, persistencia e instinto, salió de entre la maleza y, como quien toma aire tras contener la respiración bajo agua, soltó un zapatazo que alojó el balón al fondo de la portería visitante.

Así, de una, emergía la figura de Rubén, delantero de raza y con hambre tras un retorcido trayecto en España.

Y reflotaba el “Submarino Amarillo” sobre los puestos de descenso que vienen marcando su decepcionante campaña.

El gol abrió el camino para el primer triunfo castellonense en dos meses y vino a definir la carrera de este nativo de Fray Luis Beltrán (Santa Fe, Argentina) de 25 años que, en su quinta temporada en España, aspira a consolidarse en el fútbol de elite. Y quién sabe si, también algún día, la selección argentina.

“Ojala. Es mi mayor ilusión y trabajo para ello”, explica Rubén. “Me lo tomo como objetivo para no perder ilusión y ganas. Si las cosas se siguen dando bien, quizás surja otra posibilidad más adelante”.

El delantero ya anotó un gol en su único amistoso con la albiceleste pero por ahora se centra en salvar al Villarreal, 17mo clasificado en la liga y transitando con dificultades la nueva era post-Santi Cazorla, tras el traspaso del talentoso organizador al poderoso Málaga.

El “Submarino” acabó imponiéndose por 3-0 al Sporting, y el tanto tampoco pudo llegar en un mejor momento para Rubén. Justo cuando el club negociaba en Brasil el traspaso del ariete Nilmar y la posible incorporación de un nuevo delantero, el santafecino sumaba su sexto tanto del campeonato en 11 cotejos de titular, mejorando la marca personal de cinco goles conseguida el año pasado y dando vida a un equipo huérfano de su delantero referencia, Giuseppe Rossi, lesionado desde octubre.

Ha sido un viaje dificultoso para el ariete surgido en 2004 de las inferiores de Rosario Central, donde compartió equipo con grandes de la liga como el madridista Angel Di María o figuras en ciernes como el arquero del Espanyol, Cristian Alvarez.

“Lo conozco de hace muchísimos años y es un jugadorazo”, le valida el “periquito”, que define a Rubén como “más callado que Angel pero muy buena gente, un tipo extraordinario que fue muy importante en Central: es muy fuerte, con un gran juego aéreo, mucha calidad y una entrega increíble. Estoy seguro que aún va a dar mucho más de sí”.

Tras destacar en el equipo “canalla” Rubén fichó por el River Plate argentino, el Villarreal se fijó en él y pagó unos 7 millones de dólares al conjunto “millonario” por sus servicios en 2008 e inmediatamente después lo cedió al Recreativo de Huelva las dos siguientes temporadas.

El ariete valora la experiencia como positiva, aunque contempló la posibilidad de dar el salto a la Premier League inglesa al verse con pocas opciones de jugar en el club que le fichó. “Los primeros seis meses en el Recreativo fueron lindos. Marqué goles y nos salvamos del descenso”, recuerda.

En la mejor época del Villarreal bajo la dirección técnica del chileno Manuel Pellegrini, Rubén no encontró acomodo en una delantera con gran competencia y nombres como Rossi, Guille Franco, Joseba Llorente o Nihat Kahveci. Pero siguió evolucionando en el potente filial amarillo, donde registró 17 goles en 31 partidos la temporada 2009-2010, números que le valieron para debutar en el primer equipo de la mano de Juan Carlos Garrido.

“Tuve la oportunidad de irme al Wigan hace dos años, pero mi objetivo era triunfar en el Villarreal. Por suerte no se dio y Garrido confió en mí”, explica, consciente del punto de inflexión que supuso la llegada del técnico valenciano, hoy reemplazado por José Molina.

“La anterior fue mi mejor temporada porque marqué goles y clasificamos para la Champions. En esta, me va bastante bien en lo personal. Lamentablemente, el equipo no está en su mejor forma, pero estoy contento con mi trabajo y espero que contribuya a salir de esta situación”, dice.

La llegada de Molina ha supuesto una bocanada de aire nuevo al “Submarino” que andaba tocado pero no hundido, y parece que las exigencias del nuevo timonel a sus delanteros se ajustan como anillo al dedo a las características del santafecino. “Nos pide que presionemos la salida de balón del rival, lleguemos con mucha gente al área contraria y, en lo particular, que sea una referencia”.

Rubén deberá hacer todo eso y más este sábado en El Madrigal, pues visita el campeón Barcelona con el objetivo de recortar los cinco puntos de desventaja con el Real Madrid, puntero.

Consciente de lo mucho que se juegan ambos equipos, sabe que será un choque tenso aunque, a diferencia de Di María, no es de los que se quejen por una entrada o busquen tirarse al piso al mínimo contacto con el defensa. “En todos lados te pegan mucho, pero es normal: el defensor tiene que ser duro, fuerte, y tener al delantero sintiéndolo todo el tiempo. El fútbol argentino no es tan diferente del español, más allá que este sea un poco más rápido y las canchas estén mejor. Por eso vienen tantos argentinos a la liga”.

En plena madurez deportiva, Rubén reconoce que se siente “más tranquilo como jugador, más profesional. Conozco mi papel y sé lo que necesita el equipo de mi”.

Asentado en Benicassím cerca de la playa, vive con su novia Giselle, de su misma ciudad, y pasa el rato libre compartiendo los típicos asados argentinos con compañeros como Mateo Musacchio y Gonzalo Rodríguez, a los que arrastra en ocasiones a compartir una de sus grandes aficiones: la pesca.

“Cada año que pasa es importante para aprender”, reflexiona. “Lo que más me asusta es no tener la continuidad necesaria para poder jugar dos o tres campeonatos enteros, pero creo que con el tiempo llegará”.

También amante de la caza y confeso hincha “canalla”, admite que “mi corazón está siempre con Central. Bajó a segunda pero este año puede pelear el ascenso y espero que lo consiga”.

Si de combatir y sacar la cabeza se trata, los rosarinos siempre pueden a mirar a uno de sus ex alumnos más aventajados, haciendo la temporada de su vida en Villarreal.

Alexis, de “Niño Maravilla” a “roba-corazones” en Barcelona

[Este artículo fue editado y publicado en enero de 2012 por THE ASSOCIATED PRESS]

Por: Alex Oller

BARCELONA (AP) — Finalizado el amistoso Chile-México en Barcelona el pasado 4 de septiembre, Alexis Sánchez cruzó la zona de prensa del estadio Cornellá-El Prat con el teléfono móvil pegado a la oreja y a tanta velocidad que cualquiera hubiera pensado que, al horizonte, le esperaban tres postes y un arquero.

Sánchez, de estilo rápido y directo, vive el fútbol con los cinco sentidos puestos en la portería contraria pero, ante todo, el flamante delantero del Barcelona es un tipo reservado fuera de la cancha, alérgico a focos y grabadoras, y amante del buen marisco y el excelente solomillo que frecuentemente le sirven en un conocido restaurante del puerto olímpico barcelonés.

El internacional chileno, fichaje estrella del campeón del mundo el pasado verano, disfruta de su nueva vida a orillas del mediterráneo en la cosmopolita Barcelona tras dejar la geopolíticamente histórica pero limitada Udine, urbe de paso entre Italia y Eslovenia, a tiro de piedra del mar adriático.

Nacido hace 23 años en la comuna de Tocopilla, puerto de salida de minerales en el norte de Chile, Sánchez nunca se ha alejado demasiado de la costa y no pierde ocasión de hincarle el diente a un buen crustáceo cuando comparte mesa -siempre en reservado- con sus colegas del Barsa, Gerard Piqué y Dani Alves; o alguno de los familiares que a menudo visitan su residencia en Castelldefels, cerca de la del astro argentino Lionel Messi y, cómo no, la playa.

Hijo de un minero que abandonó la familia en su niñez y criado por su tío, fallecido el año pasado, destacó pronto con la pelota y sorteó con habilidad las dificultades propias de un entorno pobre y áspero.

Hoy, Sánchez tiene fútbol y regates como para aburrir, pero la mejor gambeta siempre se la reserva a los periodistas.

Desde que llegara a Barcelona de la mano de su agente, Fernando Felicevich -el mismo que representa a sus compañeros de selección Gary Medel (Sevilla) y Arturo Vidal (Juventus)-, Sánchez se ha parado solo dos veces a atender a la prensa tras un partido.

En eso, asemeja a Messi. En otras, dicen, a Samuel Eto’o.

Bien es sabido en Barcelona que el astro argentino impone sus propios códigos sobre el césped del Camp Nou; y quien no cumple con su alta exigencia futbolística acaba relegado a la caseta por el técnico, Pep Guardiola.

La ‘maldición del nueve’ ya se ha cobrado víctimas tan ilustres como Eto’o, Zlatan Ibrahimovic o Bojan Krkic, que acabaron cobijándose en el fútbol italiano. Pero Sánchez, en trayecto inverso, no dudó en pedir el dorsal que precede al ‘10’ de Messi en cuanto aterrizó. Y, medio año después, “La Pulga” le aceptó formalmente como socio al asistirle en carrera para que anotara su primer gol en el estadio del Real Madrid, donde el Barsa se impuso por 3-1.

Para la exquisita afición azulgrana, Sánchez también se graduó en el clásico liguero. Quien marca en el Santiago Bernabéu se gana para siempre un sitio en el corazón de los barcelonistas y, por si quedaba algún  receloso, su meritoria actuación en el pasado choque de cuartos de final de la Copa del Rey, nuevamente en el coso madridista, acabó de conquistar pasiones.

“Nos tiene robado el corazón”, se deshizo en elogios Guardiola. “Ha hecho un partido fantástico con su despliegue físico y esfuerzo en la recuperación. A veces me da la sensación que vive un poco solo, pero tiene un coraje y una fuerza increíbles. Es muy joven, ha llegado con ilusión y aun no la ha dejado ir”.

El Barsa le costó convencer al Udinese para que aceptara el traspaso. 26 millones de euros fijos y 11,5 más en variables para ser concretos. Pero, con siete goles en 10 partidos como titular, el punta ha iniciado con buen pie la amortización de su fichaje. Considerando que se lesionó en la segunda jornada y no reapareció hasta la 11ma, sus números son todavía más convincentes, en especial tras sumar seis goles en los últimos seis partidos del campeonato.

El caminó le quedó algo más despejado tras la lesión de David Villa (otro que no acabó de mezclar bien con Messi) en  el pasado Mundial de Clubes, pero puede argumentarse que el chileno ya le estaba ganando terreno al internacional español.

Acostumbrado a quemar etapas desde que debutara a los 16 años con Cobreloa, fuera fichado por el Udinese y recalara en Colo-Colo y el River Plate argentino, el tocopillano tuvo que esperar su turno en el Camp Nou por detrás del “Güaje” y Pedro Rodríguez. Pero poco a poco, fue ganándose un sitio en el once -y el corazón- del entrenador.

Y lo hizo como es requerido hoy en día en los campos de entrenamiento barcelonistas: con humildad, asumiendo conceptos y adaptándose a las necesidades del colectivo. Así, Sánchez acabó haciendo caso de las instrucciones de Diego Simeone en River, cuando el hoy entrenador del Atlético de Madrid le insistía una y otra vez en que le sobraba un regate.

El ex seleccionador chileno Marcelo Bielsa, que ya lo considera entre los 10 mejores del mundo, le define como “un gran jugador con muchos recursos ofensivos y un tipo entrañable, futbolista de raza, enamorado de su condición”.

Sánchez, que asegura que su estilo saltarín y gambeteador se debe a que “de pequeño jugaba descalzo”, pone en el Barsa todo su talento en beneficio de un equipo técnicamente superdotado, y es tan apreciado por su trabajo defensivo como por sus destellos en territorio enemigo.

“Su trabajo en la presión es fundamental. Nos ayuda en muchas facetas del juego”, resalta Alves.

El internacional chileno detesta que comparen su juego con el del madridista Cristiano Ronaldo, y tanto su espíritu altruista en la cancha como el aprecio que le confiesan los compañeros en el vestuario estimulan el recuerdo de otro favorito de la afición culé: Eto’o.

El camerunés, despreciado por Guardiola aduciendo falta de ‘feeling’, también es un futbolista de garra y sangre caliente, aunque a Sánchez por ahora no se le ha apercibido rastro de la megalomanía de su antecesor, que en ocasiones se traducía en episodios desagradables.

“Es cierto que tienen similitudes”, reconoció este lunes Andrés Iniesta. “Alex tiene gol, es rapidísimo, se mueve bien al espacio y aguanta bien el balón. Hace el campo grande y eso nos ayuda a los medios”, detalló el volante. “Ya sabíamos cuando lo fichamos que nos daría muchas cosas. Tiene un futuro espectacular”.

Sánchez debutó en el Camp Nou ante el Villarreal anotando un gol y quitándose la camiseta, en el gesto más temperamental que se le recuerda.

“Se ha adaptado perfectamente. Como persona es un diez, un espectáculo en el vestuario que siempre está de broma, aunque muchas veces no le entendamos”, se ríe Piqué. “Es un crack y en el Bernabéu dio un recital. Te da mucho aire, porque le buscas, se la das, la aguanta de espaldas y se gira de maravilla”.

“Niño Maravilla” le apodaban en Argentina, antes “Dilla” en Chile -“porque mis amigos decían que corría como una ardilla”, explica-, y el técnico Claudio Borghi hasta llegó a decirle “perro nuevo”, por su manía de llegar a los entrenamientos y echarse a correr con el balón.

Por ahora, “Alex” basta en Barcelona. Aunque, al ritmo que va, pronto podría ganarse una nueva etiqueta: “roba-corazones”.

Claudio Bravo: “Cóndor chico” por fin vuela alto en San Sebastián

[Este artículo fue publicado en enero de 2012 por THE ASSOCIATED PRESS]

Por: Alex Oller

BARCELONA (AP) – Acabada la rueda de prensa tras el último clásico entre la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao, el técnico ganador, el argentino Marcelo Bielsa, solicitó un momento a los periodistas presentes.

“Quería hacer un reconocimiento público al arquero de la Real Sociedad porque conviví con el mucho tiempo y, más allá de lo extraordinario arquero  que es, yo en particular y mi grupo de trabajo le debemos mucho porque fue el capitán y sostenedor de todo lo que intentamos cuando trabajamos en común”.

Bielsa, ex seleccionador de Chile y actual entrenador del Athletic, se refería a la figura de Claudio Bravo, pupilo suyo en el combinado nacional y hoy consolidado y reputado portero de la liga española con la Real.

Las palabras de Bielsa, hombre poco dado a individualizar, dicen tanto sobre el enigmático carácter del “Loco” como de Bravo, futbolista de bajo perfil mediático pero honda reputación personal y profesional.

“No es algo usual, y eso habla muy bien de su compromiso y de lo que internamente siempre aporta a un equipo, como bien sabe Bielsa tras su experiencia juntos”, valora Jaime Pizarro, actual gerente deportivo de Colo-Colo, donde Bravo debutó en la primera división chilena.

Pizarro fue precisamente el técnico que le dio la alternativa cuando ejercía de entrenador en el club albo. “El estaba con la Sub-17 en 2001. En 2002 debutó y, al año siguiente, tras un progreso muy rápido y coincidiendo con una lesión de Eduardo Lobos, ya fue titular con apenas 19 años”, recuerda antes de destacar sus virtudes: “Llamaba la atención su personalidad. Era muy seguro, responsable y dedicado en los entrenamientos. A nivel técnico, distingue su movilidad en el área, como sale a cortar los centros, y su buen saque con el pie”.

Nacido hace 28 años en Viluco, área metropolitana de Santiago, Bravo dejó hace seis el tumulto de la capital de Chile por la terapéutica arena de la playa de Ondarreta, cerca de su domicilio en San Sebastián. La ciudad, serena y moderada, se ajusta perfectamente al carácter del portero, que llegó con su esposa Carla y su hija Josefa (siete años) y ahora cuenta familia numerosa con los arribos de Maite (cinco años) y Mateo, de apenas cinco meses, nacido durante la disputa de la última Copa América.

Plenamente asentado en la capital guipuzcoana, goza del innegable cariño de los aficionados “txuriurdins”, así como de amplio respeto en un club de rica historia de arqueros en el fútbol español.

“Es un estimulo seguir los pasos de grandes como (Luis Miguel) Arconada porque te obliga a trabajar más para figurar en la historia del club”, explica Bravo, que recordó su arribo a Europa como “un gran reto profesional porque, históricamente, no se hablaba mucho de arqueros chilenos acá. Llegamos tras ganar el torneo con Colo-Colo, hechos unos niños con mi mujer, y ahora nuestros hijos hablan en euskera. Nos han salido las cosas de maravilla”.

Pero hubo baches y notables, pues el fichaje del apodado “Cóndor chico” en honor al gran Roberto “Cóndor” Rojas, coincidió con una de las épocas más bajas de la historia de la Real, que descendió a segunda división en su primera temporada bajo palos.

Bravo, llegado como gran promesa del fútbol sudamericano y primer arquero del continente en ocupar la portería donostiarra, se vio además relegado a la suplencia en la categoría de plata, de donde el club tardaría tres temporadas en salir.

A la segunda, el chileno recuperó la titularidad, ganó el trofeo Zamora al portero menos goleado, y ya no volvió la vista atrás.

Hombre tranquilo, de trato afable y costumbres familiares, rompe el molde del arquero excéntrico y pasado de revoluciones, fue nombrado recién tercer capitán y ejerce habitualmente de cicerone, sobretodo en caso de los latinoamericanos recién llegados.

“El portero debe transmitir tranquilidad dentro del campo. Si no, se pone nervioso todo el mundo: compañeros y aficionados. Dejé de ser supersticioso y también soy muy tranquilo fuera, donde paso la mayor parte del tiempo con mi familia”, explica el arquero, que luce los nombres de sus hijas tatuados en el brazo izquierdo.

Criticado desde algunos sectores por su actuación en la Copa América, reconoce que es de los que les da vueltas a los fallos “para mejorar”, pero que su principal evolución desde que llegó a España reside en que “veo la vida y mi futuro con mucha más tranquilidad: ahora tengo familia y el futbol es secundario”.

Pese a ello, este aficionado al tenis sigue siendo un estudioso del juego que, explica “requiere hoy en día mayor dinamismo, implicación y responsabilidad por parte de los arqueros”.

Bravo, que este sábado enfrenta al poderoso Barcelona con su equipo, se ha convertido en un seguro de vida para el técnico de la Real, Philippe Montanier, también ex arquero.

“A veces se mete bajo palos y nos echamos una risas”, cuenta el chileno, quien siente especial admiración por Bielsa: “Me dio la responsabilidad de ser capitán y nos dejó una gran enseñanza, exigiéndonos esfuerzo diario, afrontar los partidos a muerte y no renunciar nunca a desplegar lo que entrenábamos”.

El desarrollo deportivo de Bravo, que en su tercera temporada en primera división lucha con la Real por mejorar el 15to puesto del pasado curso (actualmente ocupan  la 12da plaza) ha sido notable según Pizarro: “Ha mejorado en todas las áreas: no solo en el arco, también en comunicar y liderar. Seguro que va a dar un paso más en el futuro”. El gerente de Colo-Colo no tiene reparos en situar históricamente a su ex discípulo “en el grupo de elite de futbolistas que ha dado Chile”.

Bravo ha recibido ofertas de clubes importantes, pero en 2010 optó por renovar su contrato hasta 2015. “No me cierro puertas, pero quiero ganar algo con la Real. El Zamora no me importa tanto como lo colectivo”, y advierte: “No necesito el brazalete para sentirme capitán y espero llegar lo más pronto posible al próximo Mundial con Chile”.

Héctor Cúper hace camino en Santander

[Este artículo fue publicado en octubre de 2011 por THE ASSOCIATED PRESS]

BARCELONA (AP) – “Me da igual, me da igual… ¡Con Héctor Cúper hasta el final! Me da igual, me da igual… ¡En Primera nada más!”.

Ese es el curioso cantico que ‘Bravo Luchador’, peculiar y perenne seguidor del Racing de Santander, dedica  a las puertas del estadio El Sardinero al técnico argentino Héctor Cúper, inquilino del banquillo cántabro desde el pasado mes de junio, cuando este hombre nacido hace 55 años en Chabas, Argentina, fichó por un histórico del fútbol español.

Pese al dificultoso arranque del Racing en la presente campaña, en que ocupa el penúltimo puesto con cuatro unidades previo a la octava fecha, es demasiado prematuro aventurar si el “final” al que alude ‘Bravo Luchador’ será más pronto que tarde. Aún y con sólo cuatro goles anotados y ninguna victoria, el equipo empezó con buenas sensaciones el campeonato, destacando su empate en casa con el Real Madrid, y hay que tomar en cuenta que la plantilla ha sufrido bajas importantes, como la del mediocampista Gonzalo Colsa o el delantero argentino Lautaro Acosta.

Ello ha obligado a Cúper, que siente predilección por futbolistas curtidos, a recurrir más de lo deseado a los jóvenes. También es cierto que el historial del técnico evidencia una trayectoria de estancias cortas, no más de dos años en un mismo equipo, desde que colgara las botas.

Fue aguerrido defensor de Ferrocarril Oeste, Independiente Rivadavia y Huracán, además de la selección argentina. “Un poco como yo”, apunta su compatriota y colega Mauricio Pochettino, del Espanyol, con quien se enfrenta este sábado. “No sabría decir si se le ha reconocido justamente su dilatada carrera, que para mi tiene un gran valor y mérito y ha sido muy exitosa. Lo respeto muchísimo y lo saludaré antes del partido”.

El éxito al que alude Pochettino es ciertamente relativo según el interlocutor, pues el camino de Cúper está marcado tanto por las gestas logradas con equipos de perfil medio-bajo como por la incapacidad de concretar sus hazañas en títulos: hasta siete trofeos importantes se le han escurrido de las manos en el último instante.

Los más destacados, dos finales de la Liga de Campeones perdidas consecutivamente con el Valencia ante Real Madrid y Bayern Munich en 2000 y 2001, respectivamente. O el ‘scudetto’ italiano cedido con el Inter Milan a la Juventus en la última jornada de la siguiente campaña.

Cúper regresó “ilusionado” a la liga española, que define como “la mejor del mundo” cuatro años después de dirigir al inestable Betis y, previamente, al Mallorca. Su arribo a Santander, otro club en apuros tanto en el terreno de juego como en los despachos,  creó las expectativas justas. “El objetivo, sin duda, es la permanencia”, subraya.

Su estilo austero, profesional y educado pero distante, gustara más o menos, pero nadie acusa al estratega de engaño. Apuesta por un fútbol defensivamente sólido, con especial atención a la estrategia a balón parado y directo. Ni proclama vistosidad ni la busca. Sí promete compromiso y seriedad. Y sus futbolistas suelen seguirle a rajatabla.

La reputación es la de un técnico más apto para etapas y torneos cortos que grandes proyectos, capaz de diseñar magistralmente un partido concreto pero poco dado a trazar una hoja de ruta a largo plazo o apostar decididamente por la cantera.  Su fútbol de supervivencia se intuye un traje a medida del actual Racing, aquejado de problemas económicos e inestabilidad institucional.

“En unos casos duré poco porque tuve ofertas para progresar y las acepté. Sí me gustaría liderar un proyecto a largo plazo”, reconoce. “La Selección es algo que tengo en mente pero tampoco me obsesiona”.

Para los anales del fútbol español quedan aquellos choques de los años 90 entre el Barcelona del holandés Louis Van Gaal y el Valencia de Cúper, en que los “chés” se acababan imponiendo sistemáticamente con goles del argentino Claudio ‘Piojo’ López. También la final de Copa del Rey perdida en 1998 ante el Barsa, en que su Mallorca batalló hasta alcanzar la tanda de penales con dos hombres menos.

Pep Guardiola formaba entonces parte del plantel azulgrana, y el hoy técnico “culé” reconoció su admiración por Cúper previo a su reciente enfrentamiento, saldado en victoria del Barsa por 3-0: “Es un maestro del trabajo defensivo y la estrategia. Sus equipos son difíciles, hay que pensar en cómo atacar y defenderse de su juego directo”.

Tan directo como Cúper en la definición de su filosofía futbolística: “Para mí, el valor más importante es ganar”, zanja, al tiempo que destaca “la consecución de la CONMEBOL con Lanús, el primer título mío y del club”, como su mayor satisfacción como técnico. Y una espina clavada: “No haber ganado alguna de mis finales”.

En Santander defienden a capa y espada la labor de un hombre plenamente dedicado a su oficio, que optó por instalarse en un piso cercano al estadio, conduce un auto de gama básica proporcionado por el club y parece haberle tomado el gusto al pescado del mar cantábrico, pese a su preferencia por la carne, como buen argentino.

Apasionado del fútbol y devoto de Carlos Timoteo Griguol, a quien considera maestro, Cúper explica que lo que más le gusta “es preparar el trabajo que se va a desarrollar durante la semana” y revela que “de no ser entrenador, hubiera sido periodista deportivo. Mis primeros recuerdos con el balón son partidos del fútbol de cinco contra cinco cuando era niño. Decidí hacerme entrenador un año previo a retirarme, aunque lo tenía muy claro desde mucho antes”.

Le acompañan en su quinta aventura en España sus fieles escuderos, el segundo entrenador José Carlos Fantaguzzi y el preparador físico Ángel Puebla, sobre los que delega a menudo. El trío tuvo un inicio accidentado, cuando el primer entrenamiento del Racing fue saboteado por un fallo en el sistema de iluminación.

No ha sido, desde luego, la única dificultad. Pero, con luz o sin ella, Cúper sigue su camino, fiel a sus ideas..

“Hasta el final”, como canta ‘Bravo Luchador’.