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Pop… se acabó el cuento

{Banda sonora: Mr. Pitiful – Sir Douglas Quintet}

Por ALEX OLLER

Aún caliente la derrota de los Spurs en el primer partido de la Semifinal de la Conferencia Oeste contra los Warriors, donde Kawhi Leonard se lesionó el tobillo al caer sobre el pie extendido de Zaza Pachulia, la pregunta era bien simple:

“¿Cuánto se han complicado sus posibilidades de pasar ronda?”, cuestionó la prensa al entrenador de San Antonio, Gregg Popovich.

Y el hombre al que muchos llaman sencillamente Pop, explotó.

“¡Vamos hombre! Es una pregunta tonta. Ganábamos de 23 puntos en el tercer cuarto y Kawhi cayó, tal cual. ¿Queréis saber cómo nos sentimos? ¡Esto es una mierda!”, contestó un irritado Popovich. “¿A quién le importa un carajo su intención? ¿Habéis oído hablar de homicidio? Vas a la cárcel igual. Este tipo de jugada fue ilegalizada hace tiempo. Estoy cabreado”.

Hipérbole aparte, no le falta razón al entrenador de los Spurs, con todo el crédito que le otorgan sus cinco anillos de campeón de la NBA: Leonard llegó renqueante después de lastimarse el tobillo en la serie anterior contra Houston y, tras volvérselo a doblar en una jugada fortuita frente a su propio banquillo en Oakland, cayó víctima de una jugada antideportiva, malintencionada y despreciable de Pachulia, uno de los sospechosos habituales de la liga.

Pero rebobinemos la cinta un poco más lejos.

Como una década atrás.

Mayo de 2005. La víspera de las Semis de Conferencia contra los Supersonics, Popovich atendía a los medios de comunicación tras una sesión de entrenamiento en San Antonio.

Las quejas desde múltiples frentes sobre el supuesto juego sucio del especialista defensivo de los Spurs, Bruce Bowen, se venían multiplicando a lo largo de la temporada, y el alero sería sin duda el encargado de emparejarse con Ray Allen, el entonces mejor jugador de Seattle, con quien ya había tenido sus más y sus menos en numerosas ocasiones.

La pregunta, como ahora, era de lo más sencilla.

“¿Cree que la mala reputación de Bowen podría influenciar el arbitraje?”, intervino el periodista.

Popovich –perdón, Pop– podría haber contestado simplemente que no,  o que le importaba un pimiento, o aprovechado la ocasión para defender la inocencia de Bowen.

Pero al huraño entrenador –ese que suele afrontar con gruñidos más propios de Clint Eastwood en Gran Torino que como un multimillonario profesional las entrevistas a pie de cancha–, le dio también aquel día por explotar ante su interlocutor.

Solo que la deflagración le envió en dirección totalmente contraria a la actual.

“¿Mala Reputación? ¿Qué mala reputación?”, repreguntó a modo de contrataque Pop, con cara avinagrada.

“Bueno, ha habido varias quejas sobre su juego supuestamente sucio…”, contextualizó el periodista.

“¿Quejas? ¿Qué quejas? ¿Quién se ha quejado?”, refunfuñó Eastwood  –perdón, Pop–.

“Jugadores, prensa…”, siguió el periodista.

“¿Jugadores? ¿Qué jugadores?”, inquirió Pop.

“Ray Allen se ha quejado. Vince Carter se ha quejado. Michael Finley y Kobe Bryant se han quejado…”, enumeró el periodista.

“¿Prensa? ¿Qué prensa?”, cambió de frente Pop.

“Sam Smith, del Chicago Tribune, reporteó que la defensa de Bowen era susceptible de crítica…”, aclaró el periodista.

“¿Qué escribió Sam Smith? ¿Qué dijo exactamente?”, exigió saber Pop.

“Smith dijo que los rivales se quejaban de que Bowen intenta lesionarles. Que se desliza por debajo cuando lanzan para provocarles una torcedura en la caída”, explicó el periodista.

“¿Tienes esa cita literal en la mano? ¿No? ¿Intentas tomarme el pelo? ¡Vuelve cuando la tengas!”, ordenó el marcial Popovich, dando por cerrada la sesión ante los atónitos medios informativos.

Lo que siguió a continuación fue una desagradable subida de tono, mínimamente apaciguada por el repentinamente dócil equipo de comunicación de San Antonio, que alejó de la escena al no tan entrañable cascarrabias lo más pronto que pudo.

Solo le faltó espetar aquello de “¡Fuera de mi jardín!”.

Los Spurs acabaron ganando aquella serie por 4-2, la siguiente contra Phoenix por 4-1 y, finalmente, el campeonato frente a Detroit por 4-3.

Entre partido y partido, el impertérrito periodista entregó a Popovich una copia del artículo del Chicago Tribune, ampliando el dossier informativo a otras declaraciones publicadas en prensa, denunciando todas ellas las censurables tácticas de Bowen.

Y nunca más se supo del asunto.

Aceleremos pues, de nuevo, a 2017.

“Un acercamiento de dos pasos con el pie extendido no es apropiado. Es peligroso. Es antideportivo. Es algo que no se le hace a nadie. Y este particular individuo tiene un amplio historial de este tipo de acciones”, acusó el lunes Popovich.

El sujeto en este caso ya no era Bowen, sino Pachulia, quien cortó de cuajo el vulnerable descenso de Leonard tras suspensión y, de paso –valga la redundancia–, las aspiraciones de los Spurs de dar la sorpresa ante Golden State.

Fue una acción miserable que nos robó a todos del concurso uno de los mejores jugadores hasta el momento de la postemporada, descartado al menos para el siguiente partido.

Esperemos que vuelva pronto y sano. Por su bien, el de su equipo, y el de todos los aficionados a la NBA.

Porque sin él, los Spurs encajaron un parcial de 18-1 en apenas cuatro minutos y acabaron perdiendo por 113-111, recordándonos a todos que toda la preparación, sacrificio y estrategia de una larga temporada pueden irse al traste en un momento y de la forma más simple.

Saltó Kawhi, metió el pie Zaza, y ¡Pop!… se acabó el cuento.

El arte de correr

{Banda sonora: Pull up some dust and sit down – Ry Cooder}

Por ALEX OLLER

“¿Tú sabes lo que es correr? Mueves la piernas una detrás de otra, así: rapidito”, expone el interlocutor mediante ejercicio de mímesis con la mano derecha, cruzando los dedos índice y corazón, al tiempo que silba, acelerando progresivamente la cadencia.

El ponente es monitor de tenis y asiduo patrón del Bar de los Montaditos Gratis, en especial en horario futbolero, cuando suele compartir análisis de cuanto aparece en la pantalla de televisión junto a mi suegro, otro formado opinador balompédico, doctorado en la siempre exigente grada de Mestalla.

En esta ocasión, la demostración se produce en plena goleada del Valencia al colista Osasuna, que acaba derrotado 4-1 pese al escaso esfuerzo físico desplegado por el equipo local, clasificado en mitad de tabla y sin apenas motivaciones a falta de dos jornadas para el final del campeonato.

La pregunta con auto respuesta del educador deportivo va a menudo dirigida a uno de sus alumnos, talentoso pero algo holgazán, que se resiste a correr pese a sus reiteradas peticiones, simulando una carrera que en realidad no lo es.

Pero, chico… ¿tú sabes lo que es correr?

La explicación codo en barra, que viene a ilustrar también la desgana de los futbolistas profesionales –en este caso del Valencia– me hace retroceder a una narración radiofónica escuchada diez años atrás. Fue una temporada de profunda crisis en el Barcelona, con el equipo lejos de competir por los grandes títulos, victimizado en gran parte por aquel irremediable dejarse ir de Ronaldinho, la estrella que rescató en su día a la entidad de la depresión y, un posterior amanecer, se levantó de la cama y decidió dejar de correr.

Y de jugar.

Porque, pese la variedad de tesis al respecto, al fútbol se juega corriendo buena parte del tiempo. Inclinarse por lo contrario nunca es una opción, como tampoco lo sería dejar de pensar y anticipar, de tocar, chutar o incluso chocar.

“Para jugar bien hay que correr, por supuesto, pero también hay que saber frenar. Si no hay pausa, no hay sorpresa”, matiza Jorge Valdano en su último libro Fútbol: el juego infinito, subrayando la evidencia de que la velocidad pura y dura no lleva a ninguna parte.

Y gran parte de razón tiene, pues el fútbol es toda una combinación de elementos artísticos en que no deja de tener un papel primordial la velocidad de piernas, ese sprint al espacio para recibir, quitar, desbordar y descolocar al rival.

El manejo de los tiempos es básico, como recalca Valdano, y para que se produzca un cambio de ritmo debe existir antes una paleta de distintas intensidades susceptibles de alteración.

Si no se corre, tampoco se para. Y ya me explicaran entonces como se juega.

Siempre hay excepciones, claro. Un talento supremo podría permitirse descartar prácticamente la carrera como arma, ni que sea de distracción; pero son contados los genios capaces de distinguirse en el fútbol sin el amago del más mínimo esfuerzo.

Romário da Souza Faría, conocido simplemente como Romário.

Esa es mi lista.

El excepcional y orondo goleador brasileño me consta como el único con la magia necesaria para jugar al tran-tran, exigir la pelota al pie y demoler un muro defensivo con una pirueta y toque de varita. E incluso él, de vez en cuando, debía recurrir a  –como bien explica nuestro amigo– “mover las piernas, así: rapidito”. Pocos metros, apenas dos soplos de aire, los suficientes para perfilarse y ejecutar un tiro fatídico.

Parecido a esos linieros defensivos de la NFL que, en reducida distancia, abalanzan sus 150 y tantos kilos de masa corporal sobre el quarterback rival, Romário requería puntualmente de la carrera corta para suplementar su privilegiado juego estático, capaz de desafiar incluso aquel viril míreme a los ojos del añorado Luis Aragonés.

Y entendemos la frustración del veterano entrenador, preocupado por la creciente falta de entusiasmo de los profesionales del balón; y no hablemos ya de fútbol, sino de otros deportes donde estrellas actuales descuidan la actividad física –mantenerse en forma sería el mínimo requerimiento de su oficio–  hasta el punto de competir con visibles kilos de más.

Gonzalo Higuaín, autor de 32 goles este curso,  jugará la final de la Liga de Campeones con la Juventus y notable sobrepeso.

Parecida barriguita luce James Harden en los Playoffs de la NBA con los Rockets, siendo pese a ello firme candidato a levantar el MVP de la temporada regular.

¿Y qué me dicen de los michelines de Eddie Lacy, nuevo corredor de los Seattle Seahawks  – jugoso contrato de por medio–  tras una mediocre campaña con los Packers en la NFL?

Quizás logren, como el alumno mencionado anteriormente,  escaquearse un rato más; pero ni los más grandes, como los dos Ronaldos, Lionel Messi o Ronaldinho, pueden sobrevivir largo tiempo en el fútbol sin recurrir al movimiento repetido de sus adineradas piernas.

Aquel alicaído Barcelona que sufrió el repentino desprendimiento del Gaúcho desde luego no consiguió reponerse, provocando la indignación del célebre locutor radiofónico, Joaquim Maria Puyal, en plena narración de una de sus varias derrotas.

Es pensa que corre! Es pensa que corre!”, exclamó el periodista catalán, entre el asombro y la denuncia, al constatar el impasible trote cochinero de Ronaldinho.

Y es que el éxito, mal les pese a algunos, no suele llegar regalado.

Bien lo saben en el Bar de los Montaditos Gratis.

Gladiador Dybala, a eso hemos venido

{Banda sonora: I primi tempi – Paolo Conte}

Por ALEX OLLER

Allí donde juega la Juventus suelen acompañar en las gradas sus tifosi con una enorme bandera en que figura el rostro de Paulo Dybala. Sale el argentino tapándose media cara con la mano, el dedo índice alargado en horizontal y el pulgar en perpendicular, imitando la máscara de un gladiador romano, como la que luce Máximo Décimo Meridio en la película Gladiator.

En su escena más recordada, el general caído en desgracia se revuelve hacia el público de un polvoriento coliseo popular tras despedazar sin piedad a rivales de diverso pelaje y espeta, con creciente irritación:

“¿Os habéis divertido? ¿No habéis venido a eso?”.

El tremendo desplante me viene a la memoria cada vez que Dybala celebra un gol con el gesto evocador de la pregunta del protagonista, interpretado por el carismático Russell Crowe.

Y la respuesta vale para ambos:

Sí, me divierto. Y mucho.

Dybala no marcó el miércoles en la victoria por 2-0 en Mónaco, donde la Juventus presuntamente dio el penúltimo paso hacia la final de la Liga de Campeones de Cardiff.

Pero la actuación del revoltoso mediapunta cordobés fue tan o más decisiva que la de su compatriota Gonzalo Higuain, autor de los dos goles del equipo bianconero.

Ambos tantos surgieron de las botas del pequeño gladiador, quien inició el primero con un acrobático golpe de tacón en el mediocampo, y fabricó el segundo con robo en cancha contraria e instintiva apertura a Dani Alves, autor del centro definitivo.

Dybala buscó insistentemente al lateral brasileño en la banda derecha, en esa innata capacidad que tiene para esconderse, aparecer de pronto y asociarse tanto en corto como en largo, eligiendo casi siempre la mejor opción, con esa visión panorámica privilegiada que le permite cartografiar como pocos el campo de batalla.

Y lo que no ve, lo intuye, adelantándose en el desarrollo de la jugada al rival, a menudo a rebufo de la secuencia en el corto espacio de tiempo que separa a esta del éxito o el fracaso. O sea, el gol.

La Juventus, que parece en camino de reconquistar el trono europeo que ocupó por última vez en 1996, es mucho más que su nuevo jugador-franquicia. La Vecchia Signora actual cimienta su poderío en un portero de leyenda como Gianluigi Buffon, que afronta cada partido con la ilusión de un debutante, y una defensa que ha permitido solo dos goles en la competición, blanqueando incluso al Barcelona de Lionel Messi en cuartos de final.

Su técnico, Massimiliano Allegri, es un viejo zorro que ansía su primera validación continental, y cuenta también con amplios recursos en el mediocampo y un goleador fiable como Higuaín arriba.

Pero quien marca las diferencias es Dybala, un futbolista distinto, con swing seductor y pegada venenosa cuando la cosa se pone sería, muy al estilo de los grandes trescuartistas que nos ha dispensado históricamente el fútbol italiano.

Desde Giuseppe Meaza a Gianni Rivera, Roberto Baggio, Gianfranco Zola, Alessandro Del Piero y Francesco Totti, que recién anunció su retirada, el Calcio siempre se ha nutrido de futbolistas con talento para buscarse la vida e inventar peligro entre líneas, romper su temible cattenacio con un golpe de genio en campo minado.

Y Dybala, con sus medias bajadas y botines negros, muy a la antigua, con esa cara aniñada y definitivamente traviesa, con ese transitar sereno pero de pronto saltarín, sabe sortear sin despeinarse los afilados obstáculos de ese fútbol de trincheras, quizás menos agraciado que otros, pero de lo más competitivo.

Ya sobre el ruedo europeo, el pequeño Paulo se revela todo un gladiador de primera, capaz incluso, a sus 23 años, de ganarle el duelo personal a Messi a doble partido.

Le queda mucho por recorrer aún para establecer legítima comparación con el azulgrana, y lo más probable es que jamás logre acercarse a su descomunal palmarés.

Pero por ahora Dybala elimina rivales y hace camino, con ventaja sobre cualquier otro posible sucesor. Y vaya si nos divierte.

Tomates, patatas, uvas, salchichas, gallinas y el fantasma de Tom Joad

{Banda sonora: The Ghost of Tom Joad – Bruce Springsteen}

Por ALEX OLLER

Invitado improvisado, el pasado viernes tuve la ocasión de asistir a la proyección del documental La Teoría sueca del amor en la cooperativa Cydònia del Poblenou en Barcelona.

Rodeado de tomates, lechugas y buena gente, seguí con gran interés la tesis del director italiano, Erik Gandini, sobre la efectividad o no de la rompedora política que el gobierno socialista de Olof Palme introdujo en los años 70, fomentando el individualismo bajo el paraguas del estado del bienestar entre los ciudadanos escandinavos. Y participé modestamente del posterior coloquio con el resto de asistentes, previo ataque colectivo e indiscriminado de bocadillos, croquetas, tortillas y cuantos deliciosos pasteles caseros cayeron sobre la mesa compartida.

El sábado me desplace al estadio del RCD Espanyol, a ver una película de terror en que un grupo de abnegados jornaleros resiste largo rato el acoso de tiránicos caciques hasta que uno de los supuestos revolucionarios –de nombre tan poco épico como José Manuel, pero que aquí vamos a denominar pura y llanamente Patata– se dispara no uno, sino dos fatídicos tiros en el propio pie, y acaba así con la más mínima ilusión del pueblo oprimido, resignado un año más a la sumisión ante el poderoso vecino. Lo dicho: terror.

El domingo, ya repuesto del disgusto sabatino y del atracón intelectual, gastronómico y  – ¿por qué no reconocerlo? –  espiritual del viernes, me dirigí por la tarde a la Sala Phenomena, sin duda el mejor cine de la ciudad en cuanto a  recreación de un espacio colectivo de proyección clásica, donde uno revive como espectador la experiencia cinematográfica en todo su esplendor de antaño; desde que atraviesa el enmoquetado vestíbulo con la exposición de películas en cartel, hasta que se sienta ante la gran pantalla y se desliza el aterciopelado telón.

El motivo de la excursión no era otro que disfrutar –si es que este verbo aplica ante tan trágica historia– comme il faut de esa obra maestra literaria que es Las uvas de la ira, del gran John Steinbeck. Es de los pocos casos en que un pedazo de libro es llevado al cine por otro creador de similar altura creativa como John Ford, y que aquí consigue plasmar sin adornos la desgarradora travesía de Tom Joad –interpretado maravillosamente por Henry Fonda– y su familia agricultora por la América de la Gran Depresión.

Comercializado en 1940, el film destila alma y discurso en cada fotograma y sigue vigente en su mensaje reivindicativo 77 años después, con concluyente reflexión de la matriarca:

“Nacen y mueren nuevos ricos. Y sus hijos no valen para nada y también mueren. Pero nosotros somos los que estamos vivos y seguimos caminando. No pueden acabar con nosotros ni quitarnos del medio. Saldremos siempre adelante, porque somos el pueblo”.

Cooperativa, fracaso de la lucha obrera y Steinbeck.

¿No está mal como antesala del Día del Trabajador, no?

Tampoco se escandalicen: el fin de semana acabó con el consumo de una jugosa hamburguesa y simpática película de animación hollywoodiense, La fiesta de las salchichas, cómodamente estirado sobre el sofá.

Bueno, simpática sí, pero no carente de contenido, ni mucho menos. Digamos que el frankfurt protagonista, aparte de los impulsos reproductivos propios de su subespecie, tiene ciertas inquietudes existenciales sobre lo que le espera más allá del reluciente supermercado. Más revolución que fiesta, vamos.

El lunes tocó caminar, descansar y, de nuevo, cine con el D’A Film Festival en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona. Dos documentales sobre el inquieto realizador estadounidense Richard Linklater.

Autor, entre tantos otros títulos, de la más que atrevida Boyhood, resulta que al director tejano le encanta retirarse a su rancho a las afueras de Austin a contemplar los patitos y las gallinas.

Y pienso yo en eso el martes, ya jornada de las consideradas oficialmente laborales, escuchando en pantuflas al admirado Bruce Springsteen y su álbum de 1995, The Ghost of Tom Joad, pintiparado para la ocasión.

Lo hago a la antigua, del tirón, hasta el último y descorazonador tema, My Best Was Never Good Enough, que me deja nuevamente algo aturdido, inmerso en mis divagaciones.

Tomates, patatas, uvas, salchichas, gallinas…

Kawhi, Ka-boom

Por ALEX OLLER

“Lo pinchas y no brota sangre, sino anticongelante. Es un robot”.

Lo insinuó primero el entrenador de Memphis, el locuaz David Fizdale, después de que el alero de los Spurs presentara sus mejores registros anotadores en los seis partidos de la serie contra los Grizzlies, recién finiquitada por 4-2 gracias a otro dominante cierre del hombre también conocido como “La Garra”.

¡Ka-boom!

Preguntado sobre cómo frenar al jugador-franquicia de San Antonio, Fizdale reconoció sus limitaciones técnicas.

“Estoy abierto a todo tipo de sugerencias”, soltó el técnico.

Y es que el equipo de Tennessee dio guerra a los Spurs en los Playoffs, pero acabó sin resolver, como tantos antes, el problema de Kawhi; otro que se ha ganado a base de sudor y trabajo el derecho a ser reconocido únicamente por el nombre de pila.

La franquicia tejana cumple 20 años clasificando ininterrumpidamente a la postemporada y ostenta una historia plagada de legendarios jugadores como George “Iceman” Gervin, David Robinson, Tim Duncan, Tony Parker y Manu Ginóbili.

Los dos últimos siguen en el plantel como ilustres veteranos, garantes de la filosofía que libró cinco títulos de campeón desde 1999, siempre bajo el timón de Gregg Popovich.

Pero, tras seis campañas de constante progresión individual como evidencia, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que ni San Santonio ni la NBA han visto nunca un jugador como Kawhi Leonard.

Sean Ellliot sería, en su función polifacética desde la posición de “tres”, quien más se le asemejaría en el pasado de la entidad, pero sus prestaciones ofensivas no alcanzaron nunca el actual nivel de Kawhi, capaz de echarse al equipo al hombro en cualquier situación, incluso una serie completa como ante los Grizzlies.

En su mejor momento en Indiana, Paul George tampoco se acercó nunca a la influencia que tiene el ex de la universidad de San Diego State en los Spurs, donde asoma en cuanto se requiere su presencia, siendo capaz también de asumir un perfil secundario y adaptarse a la actuación coral del equipo.

Completísimo, constante en el esfuerzo y disciplinado como pocos, Leonard ya fue declarado el Jugador Más Valioso de la Finales de 2014 y exhibe, a sus 25 años, una mayor tenacidad defensiva que LeBron James, indiscutible monarca de la mejor liga del mundo en la última década.

“Kawhi es el mejor de la NBA ahora mismo”, concedió tras la clasificación Popovich.

Con promedio de 31,2 puntos por partido, seis rebotes, 3,8 asistencias, dos robos y porcentajes de 54.8 en tiros de campo, 48.3 en triples y 96.7 en tiros libres en estos Playoffs, hay poco que reprochar a un jugador que parece no tener techo, una vez ampliamente rebasados los más optimistas pronósticos cuando San Antonio le eligió con el número 15 del Draft de 2011.

Y, para que no se diga, aquí reedito lo publicado en este mismo espacio hace seis años, con motivo de aquella curiosa primera ronda que vio desfilar a hombres como Derrick Williams, Jan Vesely, Alec Burks y Jimmer Fredette antes que el hoy dos veces All Star:

 

  1. Indiana Pacers: Kawhi Leonard (San Diego State)

Los Pacers eligen a Leonard, un joven de trenzas vestido a lo gánster años 50 que sumó 23 dobles-dobles en San Diego State, y del que Bilas destaca sus “enormes manos y garra” (supongo que como conceptos independientes). Es inmediatamente traspasado a los Spurs a cambio de George Hill, en una a operación que automáticamente quíntupla su valor, pues sabemos que los Spurs no suelen hacer tonterías en el Draft. Leonard pasa de ser un ala-pívot con potencial en Indiana junto a Roy Hibbert, a posible sucesor de Tim Duncan en San Antonio. Más importante aún, el movimiento parece indicar que los Spurs seguirán confiando en Tony Parker al menos una temporada más, con la consiguiente inquietud de todos los hombres comprometidos del vestuario texano.

 

Bastantes tonterías más he escrito desde entonces (y las que caerán), pero la mayor infravaloración de ese Draft corresponde a Kawhi, que el jueves se encargó de sepultar prácticamente él solito a los correosos Grizzles, posibilitando que San Antonio siga soñando con la conquista de su sexto campeonato.

Como en partidos anteriores, el multiusos hizo de todo: defendió, atacó, y lideró con su tesón silencioso, quizás poco vistoso, pero de lo más efectivo.

Punto a punto, robo a robo, rebote a rebote, asistencia a asistencia, Kawhi completó su faena con robótica precisión, apenas concediendo un ligero gesto de fastidio tras recibir una dura falta como muestra humana de relativa frustración. Y así asumió progresivamente la responsabilidad de crear juego en momentos de máxima presión, antes de rematar a Memphis con sucesivas jugadas de tres puntos, dos robos y tres asistencias en el parcial decisivo.

¿Soluciones para el desesperado Fizdale?

Todavía pendientes.

Mientras esperamos, propongo entretenernos con sugerencias para nombrar al fascinante robot.

¿Qué tal Kawhi Ka-Boom?

Todos somos testigos

Por ALEX OLLER

“We are all witnesses”.

Todos somos testigos.

Ese era el rompedor eslogan con que, hace ya diez años, NIKE encabezó su campaña publicitaria a mayor gloría de LeBron James, rey indiscutible de la NBA en la última década y amo y señor de Cleveland, adornada para la ocasión con un póster gigante del baloncestista, los brazos extendidos, como quien recibe la plena adoración de sus paisanos.

Similar sensación, la de privilegiados testimonios, tuvimos muchos el domingo, cuando Lionel Messi ejecutó su enésima obra maestra en el estadio Santiago Bernabéu, liderando con precisión quirúrgica la remontada del Barcelona sobre el Real Madrid y catapultando a los azulgranas al liderato de la liga española, con el mismo total de puntos.

Apremiado por la reconquista del Balón de Oro por el que también puja Cristiano Ronaldo, prácticamente inédito en el clásico, Messi salió a por todas y, con la frialdad de un asesino (futbolístico) a sueldo, fue aniquilando sus objetivos, uno a uno, hasta culminar su misión con un último tiro fatal con silenciador.

¿Tarjeta condicionante para el mediocentro Carlos Casemiro?

Cumplido.

¿Cura de hemorragia tras herida en combate?

Cumplido.

¿Gol del empate?

Cumplido.

¿Practica de tiro con el portero rival?

Cumplido.

¿Participación en el gol que ponía al Barça en ventaja?

Cumplido.

¿Provocar la expulsión del central Sergio Ramos?

Cumplido.

¿Golazo en el último suspiro para decantar la balanza y abrir de par en par la liga?

Cumplido.

¿Exhibición de la camiseta extendida al público rival, como quien planta la bandera en territorio enemigo recién conquistado?

Misión re-cumplida.

Ahora, a por la liga, la Copa del Rey y, puede incluso que el Balón de Oro que parecía tener prácticamente en la mano Cristiano.

Dijimos que la mejor noticia para el Barcelona de cara al tramo final de su ajetreada temporada fueron los cinco goles que el portugués le marcó al Bayern Munich en cuartos de final de la Liga de Campeones.

La gesta de Cristiano activó definitivamente a Messi, aunque no a tiempo de que los azulgranas resolvieran a su favor su propia eliminatoria de Champions contra la Juventus.

Pero nuevamente exigido, reclamada su más excelsa versión sobre un máximo escenario, Messi respondió como solo él puede, sobreponiéndose a tantas adversidades como le planteó el Madrid, ninguna más temeraria que el violento codazo que le propinó Marcelo a los 21 minutos.

Si debemos hablar del crack argentino en términos parecidos a Michael Jordan –palabras mayores pero no prohibidas a estas alturas–, las comparaciones aquí empezarían en el momento en que “la Pulga” se levantó con cara de mala leche del césped y, sin mediar palabra, ninguneó al descerebrado infractor que, consciente de su fatídico error, se acercó a disculparse.

Messi se limitó a buscar una gasa, jugar un buen rato con la mano aplicando presión sobre la boca, y despedazar a partir de entonces sin piedad a cuanto jugador blanco se cruzara en su camino, incluido Dani Carvajal, a quien dejó petrificado en el primer gol.

La noche pudo acabar de mil maneras, en un partido loco que vio al Barça remontar, al Madrid igualar con uno menos y por vía de un suplente como el colombiano James Rodríguez, y a ambos arqueros lucirse con incontables atajadas, a cual más espectacular.

Pero solo un cierre cabía en la memorable venganza de Messi, y en ese figuraba él como cruel y sigiloso goleador, apenas percibido por las alarmas madridistas en la jugada del golpe definitivo, que rubricó, para no ser menos, con una pose icónica para el recuerdo.

Y una inequívoca evidencia para quien tuvo la suerte de ser testigo: solo hay uno como él.

Lo que nos falta

Por ALEX OLLER

Vergüenza. Dignidad. Justicia. Educación.

Abel Martínez.

Profesor interino, nacido en 1979 en Lérida, fallecido hace dos años en Barcelona al ser atacado con una ballesta por un alumno en un centro escolar.

Vergüenza.

La que le falta a la Comisión Jurídica Asesora de la Generalitat de Cataluña y, por extensión, al gobierno catalán, cuando esgrime en su dictamen 50/2017 que:

“No se puede considerar que los daños causados al profesor deriven de una actuación llevada a cabo en el ejercicio de sus funciones como maestro, puesto que su origen se halla en una reacción violenta, repentina e imprevisible del alumno, con quien, además, no tenía relación alguna, encontrándoselo en el pasillo, cuando salía de su aula”.

Llama la atención que, entre las incontables funciones que debe asumir hoy en día un profesor en un instituto público, no conste la básica y humana del requerimiento de socorro, al que Abel acudió valerosamente, al percibir tumulto fuera de su aparente jurisdicción.

Pero también sorprende ese concepto de relación (o falta de la misma), entre el maestro y el alumno; como si el solo hecho de que estos no formen parte de la misma clase les exima de cualquier otro vínculo.

Y me pregunto entonces a que se refieren nuestros gobernantes cuando se llenan la boca al hablar de la “comunidad educativa”, tan obsesionados ellos con el idioma, bastante más dispersos con el lenguaje.

Acostumbrados a inhibirse ante tanto conflicto, supongo que es de recibo su grotesca interpretación de lo que constituye una extralimitación de funciones.

La noción del más mínimo respeto –respecte, en catalán– a la memoria del compañero fallecido directamente no aparece en su cada vez más limitado diccionario.

Dignidad.

La que nos falta a demasiados ciudadanos, muy a menudo espectadores pasivos de tales injusticias, vejaciones y atropellos en nombre de no se sabe bien qué poder superior. Inmovilizados, cada vez más amordazados y sin voluntad de protesta –no digamos ya una adecuada respuesta–, solemos excusar tal sumisión en la creciente apatía general y de la prensa en particular, igualmente cómplice de silenciar casos como el que nos ocupa (y ya sabéis quienes sois).

Justicia.

La que le falta a la comunidad docente, maltratada en el salario público y el (no) reconocimiento social, al igual que el funcionariado de Sanidad. ¿O los que se quejan hoy no son los mismos que se mofaban ayer, cuando la cresta de la ola inmobiliaria y financiera parecía no tener límite? ¿Opositaron acaso a esas plazas tan supuestamente privilegiadas? ¿Devolvieron el dinero no supuestamente estafado? ¿Para cuándo una compensación justa, en la nómina mensual y el apartado afectivo, a los profesionales que libran día a día la dura batalla de educar a nuestros jóvenes?

Educación.

La que falta cada vez más en nuestra sociedad. En la escuela, los medios de comunicación y los hogares, permeables al efecto devastador de la deteriorada economía que nos rodea y que tanto tiene que ver con los diversos grados de violencia que sufrimos en las calles, los centros educativos, los campos de fútbol, las redes sociales…

Si nuestros educadores dispusieran de más y mejores herramientas, recursos humanos, compresión, apoyo y colaboración de todos, quizás tragedias como esta –que el departamento de Ensenyament se apresuró a declarar “un caso excepcional, imprevisible y aislado”– se hubieran podido evitar.

Abel.

Pero lo que nos falta, sobretodo, es Abel. Y más gente como él.

Draymond me confunde

Por ALEX OLLER

Lo declaró mi amigo Pepón, ya a pocos días de celebrar el medio siglo de condecorada existencia, con motivo de una impactante y no tan lejana fotografía en que aparecía en pleno free-ride descendente, impulsado por cómplices nocturnos, incrustado en un carrito de la compra, la risa suelta e incipiente calva al viento.

“La noche me confunde”, soltó, con mueca de pillín.

Pues algo parecido me pasa a mí con Draymond Green, mira tú.

El tipo me confunde hasta el punto que no sé si vamos todos dentro de un carrito de la compra que él empuja hacia una montaña rusa de emociones, o es él quien nos saluda alegremente acomodado desde su interior, sin perder ocasión de vacilarnos con lo que viene.

Allí estaba yo anoche, estirado en el sofá, dispuesto a gozar del primer partido de playoffs de la NBA en la serie entre Warriors y Trailblazers. La esperanza era que Portland pudiera plantar cara a los actuales subcampeones. Y desde luego que lo hizo, durante tres cuartos en que CJ McCollum y Damian Lillard dieron un maravilloso recital anotador, con jugadas de uno contra uno crecientes en dificultad, cada una de ellas una aventura selvática que lograban resolver con determinación e hipnotizantes arabescos.

Hasta que apareció Draymond.

Y es que Green, como Kobe Bryant antes y Lebron James ahora, se ha ganado a pulso el reconocimiento exclusivo por nombre de pila. Tal es su impacto en el juego, aunque para decantar la balanza no necesariamente requiera, como tantos otros, de desorbitadas cifras anotadoras.

Draymond, que hasta entonces había transitado por el partido en segundo plano pese a sus reiterados esfuerzos por chupar cámara con sus ya habituales postureos, emergió en todo su esplendor al inicio del último cuarto con empate en el marcador y, como quien suelta un carrito de la compra cuesta abajo,  impulsó un parcial de 15-2 favorable a los Warriors que decidió la contienda.

Poco importaron ya las sobrecogedoras penetraciones de Lillard o las plásticas suspensiones de McCollum, a quienes el multiusos de Golden State provocó incesantemente con su infatigable “trash-talking”. Draymond se adueñó definitivamente de la escena exhibiendo lo mejor –y en ocasiones peor– de su particular repertorio.

Destacaron –además de sus 17 puntos en serie de seis de 10 con tres triples de cuatro intentos, 12 rebotes, nueve asistencias y tres robos– sus cinco tapones, uno de ellos sobre un desbocado intento de mate de Lillard, a quien no olvidó soltar un recado en la última posesión, ya camino del vestuario.

Genio y figura hasta el final, Draymond me sometió a un vaivén de contradicciones durante los 48 minutos que duró el bello sueño de los Blazers, despertados a golpe de defensa, cortesía de uno de los jugadores más polarizantes que recuerde, capaz de seducir e irritar simultáneamente.

La comparación con Dennis Rodman surge al vuelo, aunque “El Gusano” era un jugador mucho más limitado en el apartado ofensivo. Como su predecesor, el provocador de Golden State disfruta del juego psicológico con constantes salidas de tono que, a menudo, se salen de madre.

Su entrenador, Steve Kerr –también ex compañero de Rodman–, parece entender mejor que nadie como y cuando tensar la cuerda con un competidor único por su capacidad desestabilizadora, tanto en lo puramente baloncestístico como en lo emocional.

Los demás, entretanto, asistimos estupefactos a sus fascinantes exhibiciones rebeldes, siempre con cara de pillín.

“¡Siiiiiiiiiiuuuuuu!”: Cristiano, el que siempre está allí (nos agrade o no)

[Este artículo fue editado y publicado en abril de 2017 por LA OPINION]

Por ALEX OLLER

Ronaldo, Cristiano, Cris… su nombre evolucionó conforme se fue afianzando en el Real Madrid, primero para evitar el equívoco con el adorado goleador brasileño al que muchos siguen considerando el “verdadero” Ronaldo.

Poco importa a estas alturas, Cristiano Ronaldo, actual estandarte del club merengue, suele anunciar su presencia en el Santiago Bernabéu con un simple efecto sonoro en boca de los aficionados: “¡Siiiiiiiiiiuuuuuu!”, exclaman en los prolegómenos de los grandes partidos alrededor del estadio.

Y con ello basta. Todos saben que el toque de corneta alude a la alargada sombra del cuatro veces ganador del Balón de Oro, quien celebró su penúltimo galardón con el inconfundible alarido.

Muchos torcieron el gesto con el primitivo festejo. Otros apartamos directamente la mirada cuando, tras marcar de penal el cuarto gol en la final de la Liga de Campeones de 2014 en Lisboa, ganada por 4-1 en la prórroga al vecino Atlético, optó por quitarse la camiseta y exhibir sus esculpidos abdominales. Uno de sus muchos ataques de egolatría. Esos que a menudo le distancian del mismo público que pretende conquistar.

Pero, por mucho que nos disguste, no podemos dejar de mirar a Cristiano.

Primero porque, independientemente del estilo, se trata de un gran futbolista, uno de los más completos de la historia en el apartado ofensivo, que en el mismo Madrid evoca la incomparable figura de Alfredo Di Stefano.

Imposible igualar la faceta todocampista de la “Saeta Rubia”, pero solo el hecho que Cristiano sea mencionado junto al argentino es ya toda una declaración sobre su peso simbólico en la legendaria entidad.

La segunda razón es que Cristiano, nos agrade o no, siempre está allí.

Sale también en la foto de la final de 2016, cuando vuelve a sentenciar desde el punto fatídico al Atlético, sobreponiéndose a una evidente cojera.

Se mantiene vigente en la liga española, donde su supuesto heredero, Gareth Bale, sigue esperando que le ceda el testigo en el vestuario madridista, mientras desde Barcelona, Lionel Messi observa de reojo.

El argentino, a su vez ganador de cinco Balones de Oro, ostenta el título no oficial de mejor futbolista actual y quizás de todos los tiempos. Y desde luego goza, pese a su acentuada timidez, de mayor simpatía entre el gran público.

Y puede que sea consciente de ello, pero si de algo está segura “La Pulga” es que, mientras Cristiano tenga un soplo de aire en su exuberante caja torácica, no puede relajarse.

El día que el azulgrana levante el pie del acelerador, el portugués estará allí, con la pierna armada y el grito a punto, como lo ha estado desde que debutara en la Champions hace 12 años con el Manchester United.

Cristiano sumó el miércoles 100 goles en competición europea tras anotar un doblete en la victoria por 2-1 contra el Bayern Munich, convirtiéndose en el primer goleador centenario continental.

La suya fue una actuación pletórica, redonda, digna del jugador-franquicia del Madrid, y que le permite mirar por encima del hombro a Messi, al menos en ese apartado.

Fue, paradójicamente, la mejor noticia para el Barcelona tras caer 3-0 ante la Juventus. Nadie como Cristiano para activar a Messi en su afán por reconquistar el trono europeo. Para el rosarino no hay confusión que valga. Ronaldo, Cristiano, Cris… ¿qué más dará?

Es, simplemente, el que siempre está allí.

Del árbol al éxtasis, Sampaoli sigue su camino en Sevilla

[Este artículo fue editado y publicado en noviembre de 2016 por THE ASSOCIATED PRESS]

Por ALEX OLLER

BARCELONA (AP) – Con el delirio propio de un león enjaulado, Jorge Sampaoli recorre compulsivamente el área técnica de un lado a otro, la mirada gacha y el ceño fruncido, como detective buscando una pista entre las briznas de hierba del estadio Sánchez-Pizjuán.

El ritual, repetido hasta la saciedad, evoca la obsesiva rutina del también argentino Marcelo Bielsa -máximo referente del actual entrenador del Sevilla, que finalmente rompe el embrujo en cuanto percibe que algún detalle del partido requiere nuevamente su máxima atención.

Y entonces Sampaoli se revuelve con celeridad, clava la vista, corrige, ordena, grita, salta y protesta con la pasión propia del amateurismo que tanto él como Bielsa reclaman para el ultraprofesionalizado fútbol moderno.

Y tal es su estado de fervor, de identificación con la grada y sus futbolistas y de desquicio con la labor del árbitro, que acaba expulsado con tarjeta roja directa en el encuentro de Liga de Campeones que, en esos momentos, el Sevilla empata 1-1 con la Juventus.

Alejado de su hábitat natural, al oriundo de Rosario opta entonces por contemplar las evoluciones de su equipo desde el palco, pero tampoco se encuentra a gusto entre tanta butaca noble y busca refugio unos peldaños más abajo en los asientos más populares, hecho un manojo de nervios hasta que suena el silbato final.

El desenlace no fue bueno para el Sevilla, que acabó sucumbiendo el martes a la remontada visitante por 3-1 y sigue pendiente de sellar su boleto a los octavos de final de la Champions seis años después de su última clasificación.

“Si no duele, no sirve”, repite el tenaz Sampaoli, quien debió labrarse el camino de entrenador desde la nada, sin pedigrí como futbolista de éxito y sí con muchos kilómetros a la espalda.

 

Todo empezó, en cierta manera, en un árbol de su localidad natal de Casilda, al que se encaramó tras ser expulsado en un partido de división regional dirigiendo al equipo local, Alumni, en 1996.

“El árbitro me mostró tarjeta porque estaba saliendo constantemente del área técnica, así que me subí al árbol para seguir dando instrucciones, y aquella foto impulsó mi carrera”, explica el estratega que en 2002 recorrería en tren España e Italia, mochila al hombro y junto a su fiel preparador físico, Jorge Desio, para asistir a múltiples entrenamientos de colegas a modo de aprendizaje.

El viaje preludió su debut en Perú con Juan Aurich y, tras pasar por Sport Boys, Coronel Bolognesi y Sporting Cristal, su primera gran oportunidad llegó en 2008 en Chile al mando del O’Higgins, al que clasificó tercero en el torneo doméstico. Después de un subcampeonato de Ecuador con Emelec, celebró dos torneos Apertura, un Clausura, y la conquista de la Copa Sudamericana con la Universidad de Chile.

De allí se ganó el salto a la selección nacional chilena, con la que alcanzó el éxtasis en la Copa América 2015, cuando venció en la final a la Argentina de Lionel Messi, abatida contra pronóstico en la tanda de penales.

Su despedida del país austral para enrolar en el Sevilla no estuvo exenta de polémica pues, pese a sus éxitos, Sampaoli cosechó también críticas por la exigencia al límite de sus futbolistas, que forzaban la máquina por defender la camiseta y los conceptos ideados por un entrenador que algunos siguen considerando enajenado.

“Es más bielsista que el propio Bielsa”, esgrime Rodrigo Astorga, autor del libro “De Bielsa a Sampaoli”, respecto de la fascinación que el apodado “Loco” provoca sobre el hoy sevillista.

Sampaoli reconoce que vive obsesionado con el gran ídolo de Newells e incluso llegó a dedicar 14 horas al día al minucioso estudio de sus métodos; aunque siempre prefirió limitar el contacto personal “para no perder la mística”.

Ramón Rodríguez “Monchi”, director deportivo del Sevilla, no dudó a la hora de ficharle para sustituir a Unai Emery, otro hiperactivo de los banquillos que celebró tres Ligas Europa con el club andaluz antes de emigrar al PSG el pasado junio.

“Llevaba cuatro años siguiéndole, desde que me lo recomendaran (Gary) Medel y (Bryan) Rabello (entonces jugadores chilenos del Sevilla), y me gustaba mucho su modelo de gestión deportiva”, explicó -previo al cotejo del sábado con el Valencia- “Monchi”, reputado cazatalentos a quien bastó una reunión en Madrid con su asistente, Juan Manuel Lillo, y dos conversaciones telefónicas con Sampaoli para decidirse.

“Tiene una completa dedicación y está encima de todo. No me importa que sea demasiado pasional, porque tenemos las mismas inquietudes y yo también lo soy. Se ha adaptado muy rápido a la ciudad y a nuestra idea de club”, valoró “Monchi”, quien a punto estuvo de fichar al propio Bielsa en 2011.

La evolución del Sevilla ha sido notable bajo el timón del rosarino, pues el equipo empezó al más puro estilo Bielsa, con una alocada victoria local por 6-4 ante el Espanyol, y poco a poco ha ido asentando su juego, más equilibrado en la faceta defensiva y sólido en la medular.

“Miro a los centrocampistas para saber qué rival me voy a encontrar”, reveló Sampaoli, quien se decanta últimamente por dos todoterrenos como Steven N’Zonzi y el argentino Franco Vázquez, Jorge Machín “Vitolo” de puñal, y Samir Nasri como fino estilista.

La fórmula funciona por ahora tanto en la Champions como en la liga, donde el Sevilla clasifica tercero tras 12 fechas disputadas, a seis puntos del líder Real Madrid.

Los andaluces contabilizan una derrota por la mínima ante el vigente monarca, Barcelona, y un triunfo sobre el actual subcampeón europeo, Atlético de Madrid; pero sobre todo refuerzan la sensación de que son un equipo al alza, capaz de desafiar a los grandes del continente.

Ese mismo afán de superación sin complejos es el sello que Sampaoli dejó tras su etapa en Chile, y allá por donde ha pasado.

 

“Es un ganador. Sus equipos son muy dinámicos y compiten de igual a igual. El Sevilla está creyendo y tiene la misma filosofía que teníamos nosotros: Aprieta alto, es incómodo, y trata siempre jugar desde atrás”, comentó desde la distancia el capitán de la selección chilena, Claudio Bravo, tras disputar su propio partido de Champions con el Manchester City que dirige Pep Guardiola, otro declarado bielsista.

“Con ambos he tenido mucho diálogo futbolístico, como de otras tantas cosas. Sampaoli es muy metódico, obsesivo del trabajo, y trata de sacarle el máximo provecho a sus jugadores”, resumió Bravo.

Y es que, en el caso del aprendiz y pese a los matices, la manzana nunca cae demasiado lejos del árbol futbolístico, se alarguen o no sus ramas convenientemente sobre la cancha.

En el Sánchez-Pijzúan hay otras alternativas en caso de expulsión, pero un solo camino para Sampaoli, empeñado en recorrerlo a su manera y arrastrar con él la pasión de toda una ciudad.