Blog

Bendito descanso

{Banda sonora: Permanent Vacation – Compilation}

Por ALEX OLLER

Desayunando en el céntrico Café d’en Víctor, con variada prensa a disposición, leo sobre la disputa de la Copa Confederaciones en Rusia, el Europeo Sub-21 en Polonia, el 20 aniversario del célebre mordisco de Mike Tyson a Evander Holyfield, y me informo de los supuestos movimientos del mercado futbolístico, así como del confirmado traspaso de Chris Paul a los Houston Rockets en la NBA y el cese de Phil Jackson en los Knicks.

Así discurre una mañana tonta entre semana de junio para un periodista deportivo desubicado y acalorado, sin información aparentemente relevante que echarse a la boca ni rabiosa actualidad que cubrir.

¿Cuánta paja, no?

El periódico, digo.

Empecemos por la Copa Confederaciones. ¿Existe un torneo más prescindible en el mundo que este? Alguno, supongo, pero cuesta digerir el hecho de que Cristiano Ronaldo, recién ganador de la liga española y la mal llamada Liga de Campeones, siga jugando a estas alturas de la temporada, justo un año después de levantar la Eurocopa con Portugal.

Sí, muchos cambiaríamos nuestra labor profesional por su privilegiado oficio de futbolista, pero ¿tan complicado resulta darles un poco más de descanso a los deportistas, ni que sea en puro beneficio del anhelado espectáculo? Y no digamos ya a los aficionados. ¿De verdad que alguien tiene aún hambre de fútbol a finales de junio? Si ya tenemos Mundiales, Eurocopas y Copas Américas cada dos por tres. Tomemos un respirito, ¿no? Que la pelota también se desgasta, aunque no lo parezca, y cualquier día se nos revienta.

Y sin embargo, allí siguen algunos, atentos a las evoluciones de la Sub-21 de Marco Asensio, Saúl Ñiguez y Kepa Arrizabalaga. Bueno, al menos estos son jóvenes con piernas frescas y supuestas ganas de comerse el mundo. Que jueguen pues, aunque no me vendan aún las maravillas de proyectos como Dani Ceballos, uno que poco o nada ha demostrado en primera división para justificar un millonario traspaso al vigente campeón. Maneras no le niego, pero necesito más que una leve seducción veraniega para proponerle matrimonio. Aunque ya sabemos que al presidente madridista, Florentino Pérez, le ponen sobremanera los flirteos playeros de pelo en pecho.

Que si Ceballos al Bernabéu, que si Marco Verrati al Barcelona, que si Francesco Totti a Japón y Pierre Aubameyang a la China… Páginas y páginas de parloteo hasta llegar a la sección de polideportivo, esa que sí ofrece chicha de la buena con las previas de los mundiales de natación y atletismo, el Tour de Francia, y el recordatorio de que el miércoles se cumplieron dos décadas desde que Tyson, en pleno enajenamiento mental, le arrancara de un mordisco un cacho de oreja a Holyfield en el fragor de un combate.

Aquello si fue un movimiento inesperado, y no los incesantes vaivenes, a menudo sin punch, del mercado futbolístico. Luego se supo que Tyson, que reaparecía de una prolongada ausencia, boxeó bajo los efectos de la cocaína, cosa que explicaría en parte su enloquecido arrebato.

Años después entrevisté a Holyfield, sin lograr apartar la mirada de la oreja mutilada más de diez segundos, y el púgil restó importancia al incidente.

“Mike no me mordió porque fuera un indeseable, sino porque quería irse del ring. Es lo que hacías en mi barrio: mordías al otro, te salías, te llamaban nena y fin de la historia”, aclaró The Real Deal Holyfield.

“El tiempo pasa… despacico”, cantaba entonces con sorna y caracterizado de Madonna el hilarante Joaquín Reyes en la tristemente desaparecida La Hora Chanante, que casualmente también celebra ahora los 15 años desde su creación.

Y tan despacico que pasa, desde luego, para los aficionado de los Knicks, que no ganan un campeonato de la NBA desde 1973 y el miércoles despidieron a Phil Jackson, quien integró aquel equipo ganador pero fracasó en su retorno a la franquicia en 2014 como director de operaciones.

El apodado Maestro Zen dejó un pésimo legado en los despachos neoyorquinos, pues los Knicks acabaron con balance de 80 victorias y 166 derrotas bajo su mandato, y con la misma sensación de descontrol que Jackson pretendió remediar a su llegada, cuando echó al igualmente inepto Isaiah Thomas.

Nunca acertó en la contratación de un entrenador, hundió el valor mercantil de Carmelo Anthony, erró en las incorporaciones de Derrick Rose y Joakim Noah e incluso logró torpedear su único acierto, la sorpresiva elección de Kristaps Porzingis en el Draft de 2015, enervando hasta tal punto al prometedor letón, que este se marchó de vacaciones sin atender a la entrevista de cierre de temporada con el directivo.

Quizás el batacazo de Jackson, ganador de 11 anillos como técnico de Bulls y Lakers, sirva de lección para aquellos que a menudo menosprecian las oscuras y minuciosas labores de despacho. La NBA no es un juego de niños, aunque a veces lo parezca.

Desde luego, la llegada de Paul a Houston cuesta de entender; aunque Daryl Morey, el general manager de los Rockets, venga de una escuela directamente opuesta al estilo free-lance del Maestro Zen.

Devoto del estudio estadístico que favorece los triples sobre los lanzamientos de media distancia, Morey seguramente sepa algo que desconocemos sobre la futura adaptación de Paul –canjeado por un puñado de jugadores secundarios– a su sistema. Pero me resulta difícil vislumbrar como un base de 32 años con tendencia al sobrebote de balón vaya a coexistir sin problemas con otro chupón igualmente acostumbrado a gozar de libertad de movimientos como James Harden, y que tampoco gusta de exigirse demasiado en tareas defensivas.

La cosa, así de primeras, se parece demasiado al quinteto-Frankenstein que presentaron los Bulls al inicio de la pasada campaña. Y todos sabemos cómo acabó aquel desconcertante experimento.

Pero de Chicago mejor hablamos otro día, que aún no estoy de humor.

Al fin y al cabo, las vacaciones son para descansar, ¿o no?

Fútbol de segunda

{Banda Sonora: A veces cuesta llegar al estribillo – Rosendo}

Por ALEX OLLER

Escribía Joaquín Luna, en su columna habitual de La Vanguardia publicada hace unos días, que “Junio es mes de promociones: quien no aprecia una promoción no sabe lo que es el fútbol”.

Asentí con la cabeza y, con ese espíritu indómito-primaveral-hedonista-en-paro que me caracteriza, le di una vuelta de tuerca al descarado plan de auto invitarme a la sede elegida por la familia Palacio Román para ver el Getafe-Huesca, partido de vuelta de la eliminatoria de lo que hoy denominan playoff de ascenso a la Primera División.

“Qué, Marcos, ¿habemus plan? Si hace falta, la televisión la pongo yo”, incité por Whatsapp –sí, al fin caí en las redes de la ya no tan nueva moda comunicativa– , esperando que la respuesta fuera positiva en la pregunta y negativa en la segunda propuesta. Al fin y al cabo, la gracia estaba en constatar como los cuatro hermanos vivían el evento desde su hábitat natural.

Carlos puso generosamente la casa, el picoteo, y buena dosis de paciencia, Vicente la cerveza y su torrencial locuacidad, Marcos la única marca de cerveza digna de su experto paladar –Mahou Cinco Estrellas, aclaro–, y Abel un inefable look de ciclista vintage de los años ochenta –gorrita y bici incluidas– con actitud abiertamente guasona nada más aparecer en escena.

“¿Cómo ha quedado la sección del Barça de petanca?, soltó de entrada a los dos mayores, seguidores del Barcelona, y también pendientes en esos momentos de la final de fútbol sala que disputaba el club azulgrana contra el Inter Movistar.

Y es que  –por si no han reparado aún en ello–, los hermanos Palacio Román son grandes aficionados al deporte, fieles espectadores desde su más tierna infancia de los Juegos Olímpicos cada cuatro años, peregrinos habituales de los diversos campeonatos de rallies en nuestro territorio, seguidores del tenis, el ciclismo, el atletismo, el baloncesto y, como no, el omnipresente fútbol.

Abel y Marcos, los dos menores, se pasaron curiosamente del Barça al Espanyol en distintos momentos vitales. El primero, tras el disgusto que le provocó la final de la extinguida Copa de Europa de 1986, pérdida contra pronóstico en Sevilla en una fatídica tanda de penales frente al Steaua Bucarest. El arrebato tránsfuga del segundo lo provocó el sentimiento más contrapuesto posible: el aburrimiento supino que le produjo el empacho de títulos en la época más reciente bajo la dirección de Pep Guardiola.

No seré yo, pese a mi acérrima defensa del credo de Pablo Sandoval en El Secreto de sus ojos, quien cuestione a estas alturas los motivos de adhesión a la debilitada causa blanquiazul. ¡Bienvenidos todos al carrusel de emociones del periquitismo! ¡Anímense, que hay sitio! ¡Que estoy hay que vivirlo!

Con el partido ya iniciado y el bagaje de 2-2 de la ida en El Alcoraz, se incorporó también el sobrino Víctor, quien practicó el atletismo tras probar el fútbol en las categorías inferiores del Europa, otro histórico centenario del fútbol catalán con pasado en Primera, subcampeón de la Copa del Rey, y actualmente relegado al relativo oscurantismo de la tercera división.

El balcón de Carlos da precisamente a la tribuna del Nou Sardenya, el coqueto estadio del barrio de Gracia; así que, mientras esperaba la llegada del clan familiar a la hora pactada, no perdí ocasión de pisar las gradas que tantas veces ocupó mi padre en su juventud, otro obcecado devoto del mal llamado fútbol de segunda.

La verdad es que el césped artificial le rebaja algo de encanto, pero el resto del teatro mantiene intacto el aroma balompédico de antaño: desde el pequeño bar a pie de cancha, donde preparan una cena para los integrantes del club, a los cuatro chavales dando patadas a la pelota en la inmensidad del verde, y hasta el panorama de la dulce puesta de sol entre edificios que abrazan el campo de juego.

Carlos dice que dejaron de ir porque el Europa hace tiempo que no juega un pimiento. Y seguramente tenga razón; pero me pregunto, pese a todo, si no prefiero cuatro balonazos en directo a unos cuantos malabares por televisión. Cuestión de gustos.

De vuelta al apartamento, el Huesca juega la bola con asueto pero pierde. Juan Cala, el rival más repudiado por los asistentes, ha adelantado al Getafe empujando un gol con la tibia.

Pero el humor no decae. Hay cierta esperanza en Samu Sáiz, a quien Víctor destaca como el mejor jugador oscense. La cosa sigue estando difícil porque, en caso de empate, habría prórroga pero no penales, ya que el Getafe, en condición de tercer clasificado, sería declarado vencedor por encima del Huesca, sexto en la liga. Cosas de las promociones.

Tras el descanso, el análisis pertinente y las puyas de rigor entre culés y periquitos, se desvanece el sueño de los azulgranas –en esta ocasión luciendo la cruz de San Jorge–, pues Francisco Portillo, el referente local, impulsa la mejora del Getafe, que sentencia con dos goles más de Dani Pacheco y David Fuster.

En el tramo final hay de todo: patadas, rifirrafes, una fuerte discusión entre el entrenador del Huesca y un jugador sustituido que acaba en cabezazo de Juan Antonio Anquela al discípulo, un feo escupitajo de Iñigo López a Cala, y una surrealista entrevista conjunta a ambos técnicos en la zona de prensa.

Hay también un reconocimiento a la gesta del Huesca, club de trayectoria ascendente que seguirá pujando por asaltar la primera división, territorio virgen para los altoaragoneses. Perderá próximamente a Sáiz, cedido por el Atlético de Madrid y presumiblemente traspasado ya al Eibar, y anunció también el adiós Anquela. El expolio del talento, lamentablemente, sigue siendo una lacra para los modestos, obligados a reinventarse a cada nuevo abordaje.

Pero el club mantiene de su lado a toda una incondicional afición de espíritu irremediablemente aventurero, con cuatro hermanos en el exilio barcelonés a la cabeza. Y a la que se suma, desde ya, este humilde aficionado a las causas perdidas.

Lo dicho: quien no aprecia una promoción no sabe lo que es el fútbol.

EnFemme, al fin

{Banda sonora: Oceanes – Clara Peya}

Por ALEX OLLER

Reconozco que mi primera reacción fue ambivalente.

¿Otra vez el mundo trans?, me cuestioné de nuevo equivocadamente, pues travestismo y transexualidad no van necesariamente cogidas de la mano.

No es que no me interesara la temática del documental EnFemme, dirigido de forma brillante por Alba Barbé i Serra y pre-estrenado el jueves en la Filmoteca de Catalunya.

Al fin y al cabo, fue el talentoso Xavier Dolan quien me abrió los ojos hace cinco años cuando, advertido por el programa Días de Cine, remanso de calidad en nuestra maltratada televisión pública, me animé a ver la cinta Lawrence Anyways, donde el precoz realizador canadiense cuenta la fascinante historia de una pareja que se enfrenta a la temida encrucijada que sigue suponiendo el travestismo.

En un ejercicio cinematográfico concienzudo y virtuoso, Dolan ofreció una visión inédita –al menos para este ignorante espectador– sobre el mayormente oculto mundo del llamado crossdressing: un hombre, ya emparejado, le explica a su novia que le gusta vestirse de mujer, y ambos intentan, con convicción adulta, el complicado asalto conjunto del empinado recorrido hasta su transformación definitiva.

Y pese a la fascinación por la cinta y ese nuevo mundo revelado, la cuestión muchas veces me sigue incomodando. Me cuesta ver a un hombre vestido de mujer, lo admito. Cada vez menos, pero no me acostumbro del todo. A veces me da palo.

Es por ello que EnFemme es un documental tan necesario, de más que recomendable proyección en nuestros institutos, casales, centros cívicos y –evidentemente– cines y festivales en cuanto inicie su distribución.

Porque somos muchos los que, lamentablemente, aún conservamos esos molestos tics del pasado y requerimos de más terapia de shock como esta película para palpar, de frente y sin tapujos, la realidad trans que no conseguimos entender del todo en las –para mí hace ya tiempo cansinas– películas de Pedro Almodóvar.

Porque son tantos los que ni siquiera se acercan, ni que sea remotamente, a este mundo; por puro desconocimiento o prejuicios más pronunciados.

Porque la transfobia, incluso desde los ambitos más supuestamente progresistas, sigue siendo un problema grave de nuestra sociedad, y demasiado a menudo con trágicas consecuencias.

Porque debemos educarnos siempre. Aprender a distinguir, por ejemplo, entre lo supone defender la identidad de género, pero también la expresión de género, no necesariamente ligada a la identidad sexual de la persona.

Apoyada en un excelente equipo técnico, Barbé encara sin complejos el complicado proceso de cada una de las protagonistas de EnFemme, el club privado en al que acuden para travestirse, sentirse como lo que son y hacer terapia de grupo.

La magnitud de sus historias personales, todas teñidas de episodios de profunda tristeza, sentido lícito de indefensión o exasperante desconcierto, trasciende la pantalla pero no inunda la sala de melancolía, sino que despierta, siempre desde el placer, una conciencia adormecida, pero que muchos deseamos alimentar pese a esos añejos tics, cada vez menos latentes en nuestro interior.

Ellas y ellos –perdónenme por no recurrir a la arrob@, pues hasta allí aún no llego– nos acompañan con sus estimulantes reflexiones, humor inteligente, risas, naturalidad y alegría vital, expuestas de forma deliciosa por el académico montaje de Nuria Esquerra y Andrea Corachán, y siguiendo el hilo conductor del matrimonio entre Xesca y Carme, alterado como tantos otros cuando la primera le comunica por primera vez a la segunda que le gusta vestirse de mujer.

Aunque el semiclandestino local irradia esperanza, su dura realidad no se diluye en un falso discurso frívolo. “Aquí hemos llorado. Y mucho”, subraya Mónica desde el refugio comunitario.

Y hay un notable trabajo de campo. Como la entrevista al dibujante Nazario o las críticas de la propia comunidad homosexual al desaparecido Javier Pérez Ocaña en los años 70, por su supuesto exceso de lo que hoy seguimos llamando pluma.

“Uno de los principales dilemas era que lo que aquí se muestra es la experiencia del crossdressing, que si por algo se vertebra es por la experiencia compartida en el secreto. ¿Cómo revelar el secreto sin revelarlas a ellas? ¿Era posible una mirada neutral no tránsfuga de una investigadora sui generis en un contexto donde opera la transfobia?”, se preguntaba Barbé, quien acudió primero al club con la intención de profundizar en su tesis de Antropología. “La intención del documental era la de visibilizar esta práctica e interpelar al espectador, sacarlo de su zona de confort”.

Tras poco más de hora y media de visionado, con incontables carcajadas y más de una lágrima, puedo decir, sin temor a caer en el equívoco: Misión cumplida.

La directora acabó ovacionada por una sala repleta y emocionada, puesta en pie en el aplauso y seducida en el arranque por el íntimo piano en directo de Paula Vegas interpretando las piezas compuestas por Clara Peya para la banda sonora.

Ante tanto regalo, no cabe más que sumarse al elogio unánime.

Gracias, estimado Luis, por arrastrarme a la Filmoteca en una tarde tonta y calurosa de junio.

Gracias Alba, por incomodarme una vez más con tu imborrable e indispensable documental. Bravo. Y mucha suerte con los proyectos por venir. Te seguiremos la pista.

Gracias, femmes, por existir y, con vuestra valentía diaria, arrojar un poco más de color –a golpe de rímel si hace falta– sobre este mundo tan a menudo ensombrecido que nos rodea.

Y, si podéis, perdonadnos a los que no nos acabamos de acostumbrar del todo a vuestra arrebatadora presencia. Yo, por lo menos, seguiré intentándolo.

Con ambiciosos y maravillosos documentos como este, se hace algo más la luz.

Al fin.

Jueguen más, posen menos

{Banda sonora: Vivir para contarlo – Violadores del verso}

Por ALEX OLLER

Recién coronados los Warriors campeones de la NBA, unas pocas reflexiones respecto a las Finales que acabamos de vivir.

Primero, lo que me gustó:

-El juego ofensivo, siempre plástico, muchas veces efectivo, de Kevin Durant, el jugador llamado antes de la serie a dar un paso al frente por su capacidad anotadora y polémica mudanza a Oakland tras hacérsele pequeña Oklahoma City. Con media de 35.2 puntos por juego, el declarado MVP de las Finales al fin superó a LeBron James en enfrentamiento directo; y lo hizo sin alterar el delicado ecosistema de su nuevo equipo, con los correspondientes egos de sus superestrellas.

-El juego ofensivo de James, polifacético en sus habilidades, generoso en la creación de oportunidades para sus compañeros y pundonoroso en cuanto se inclinó la balanza. Asumió responsabilidades, no se escondió y atacó con saña cuando el equipo estaba herido, promediando un inédito triple-doble en los cinco partidos.

-La aportación de Klay Thompson a ambos lados de la cancha, asumiendo la asignación de frenar a James y, en otras ocasiones, acorralar al escurridizo Kyrie Irving. El hijo del ex de los Lakers, Mychal Thompson, demostró conocer el secreto del éxito, pues hizo todo lo necesario para que su equipo se llevara el gato al agua con su juego fluido, forzando menos tiros de los que lanzó en las pasadas Finales y facilitando espacios para jugadores menos dotados en el bote, como los suplentes Andre Iguodala o David West. Más maduro, aportó serenidad en momentos de máxima presión para Stephen Curry y compensó la comprensible ansiedad de Durant.

-La emoción contenida de Steve Kerr, cinco veces campeón como jugador, y ya dos como entrenador jefe de los Warriors. Solo él sabe lo que ha tenido que sufrir para poder dirigir sobre la pista los últimos cuatro partidos, después de someterse a una operación de espalda hace dos años y padecer una más que complicada rehabilitación. Ojalá me equivoque, pero su cristalina mirada al techo del Oracle Arena durante la celebración y posterior elogio de su ayudante, Mike Brown, me inclinan a pensar que la retirada está más cercana que nunca. En ese caso nos quedaría aplaudir la labor de un hombre inteligente, astuto, humilde y elegante. Tanto en la victoria como la derrota. Bravo.

Ahora, lo que no me gustó:

-El juego defensivo en general, y en particular de los Cavaliers y James. Para un aficionado criado en las duras guerras de trincheras de los años 80 y 90, una media conjunta de 236.4 puntos por partido es un ataque a la dignidad baloncestística. Demasiadas veces, Lebron y sus colegas de colgaron en la marca, trotaron sin vergüenza en las transiciones o se apartaron descaradamente del camino en las penetraciones rivales. Y para los que se hartaron de aplaudir la supuesta mejora de Durant en ese apartado, recomiendo revisar las cintas, porqué muy lejos está nuestro amigo de emular legendarias perras presa como Bill Russell, Michael Cooper, Joe Dumars Scottie Pippen o el mismísimo Michael Jordan.

-El desproporcionado protagonismo de la madre de Durant antes, durante y después de la coronación de los Warriors. Mis respetos, estimada señora, pero una cosa es compartir la alegría de su hijo in situ y otra, muy distinta, es chupar cámara hasta la extenuación, por lo menos, de este sufrido espectador. ¿Es mucho pedir que, una vez televisado el emocionado abrazo a pie de pista, mamá se retire a un segundo o tercer plano y facilite mínimamente la entrevista con la estoica reportera de la ESPN, Doris Burke? Muchos estarán encantados con estas muestras de cariño supuestamente espontáneo, pero servidor hubiera agradecido algo más de moderación. Llámenme ogro, pero tampoco soy muy fan de los festejos cada vez infantilizados, con los peques de por medio. ¿Qué pinta el hijo de Draymond Green, más allá del quinto sueño, en un abarrotado pabellón junto a miles de ruidosos adultos con ganas de gresca? Ni idea.

-El constante postureo de muchos de los protagonistas, con Green a la cabeza en sus enérgicas protestas a los árbitros, y siguiendo por la mayoría. LeBron, siempre atento a la cámara, balbuceando vete a saber qué a la oreja de Durant. David West, Tristan Thompson y JR Smith encarándose en incomodo menage a trois tras forcejeo del primero con Irving. Avísenme cuando alguien se anime a lanzar un puñetazo. Mejor, cuando el puñetazo conecte. Sobraron también el último arrebato de Durant, reclamando el balón para jugarse un uno contra uno ante James con las Finales ya decididas, y la chulería de Curry tras clavar un triple con arabescos en la siguiente jugada. Un poco de contención, por favor.

-Demasiadas interrupciones en el desarrollo de los partidos, ya fuera por los mencionados ataques escénicos de los jugadores, mal funcionamiento del cronometro, desconcierto arbitral en situaciones dudosas como la polémica no técnica a Green, o el cansino recurso del instant replay que –dicho sea de paso– de instant tiene bien poco. A los defensores de la aportación de las nuevas tecnologías al deporte pregunto, ¿es necesario revisar jugadas tan claras como un triple de JR Smith bien por detrás de la línea de tres, o esta falta flagrante de Zaza Pachulia a Iman Schumpert que, al final, fue saldada con una simple técnica? En mi humilde opinión, rotundamente no. Y, además, con VAR o sin, los árbitros seguirán cometiendo fallos humanos, como no ver este clarísimo palo de Durant a James, potencialmente decisivos en el resultado final.

Resumiendo, unas Finales cortas en partidos pero no tanto en minutaje, con excelso baloncesto ofensivo, pobre balance defensivo e incontables postales para la posteridad.

Y una petición prioritaria, al menos desde este modesto foro: jueguen más y posen menos.

Créanme, lo primero se les da mucho mejor.

Buenas noches y buena suerte

{Banda Sonora: Tell me something: the songs of Mose Allison – Van Morrison}

Por ALEX OLLER

Als periodistes s’ens gira feina”, aseguraba Karma Peiró, directora de Nació Digital, al tomar primero la palabra en la conferencia sobre nuevos formatos de periodismo que ofreció el ciclo Rastres de Futur, la cultura catalana del segle XXI el pasado martes en la Sala Seca Espai Brossa de Barcelona.

A los periodistas se nos acumula el trabajo, venía a decir sobre la encrucijada actual Peiró, para quien parte de la clave en adelante radicará en la función de guía del profesional de la información. Ya saben, verificación de datos y comprobación de esas chorraditas que tanta pereza nos dan. Y el viejo mantra que nunca caduca: ir, observar, preguntar y explicar. Que cosas.

Que el debate sobre el incierto futuro del oficio se celebrara en el íntimo espacio teatral que lleva el nombre de Joan Brossa, el añorado e irreverente dramaturgo catalán, no deja de tener su guasa. Una charla de periodistas, dócilmente moderada por Joan Solé, de la revista Mirall, en un marco inicialmente diseñado para las artes escénicas. No hubo alzamiento ni bajada de telón en este caso, pero no faltaron reflexiones interesantes.

“Vivimos en una sociedad a la carta, donde uno puede elegir, por ejemplo, desde qué monoplaza de Fórmula Uno visionar un Gran Premio en televisión. El problema es que, mientras asumes desde tu sofá las funciones de realizador amateur, puede que te pierdas el accidente que acabe definiendo la carrera”, apuntó Jofre Llombart, subdirector de El Món a RAC1.

El comunicador radiofónico resaltó la democratización que twitter y demás redes sociales representan para los medios, pero advirtió también de los peligros que acarrea el denominado reto de la pertenencia que, de forma tan creciente, emerge en el día a día a modo de pregunta mal disimulada.

¿Y tú, con quien vas?

La reflexión me traslada a la polémica suscitada hace unos días con la partidista promoción de la final de la Liga de Campeones que emitió TV3 y que provocó el rechazo de parte de quienes, con nuestros impuestos, financiamos la televisión pública catalana. Entre los indignados no faltó el ex presentador de su noticiario, Carles Francino hoy en la Cadena Ser con un demoledor artículo al respecto en el Periódico.

De vuelta a la conferencia sobre nuevos formatos de periodismo, Biel Figueras señaló que, ya puestos a asumir la dictadura del click, los contenidos positivos suelen ser más virales que los negativos, y dio en la tecla al reconocer el grave problema de credibilidad que sufren los mass media en la actualidad. “Al lector hay que tratarlo como un adulto, no como un niño. Necesitamos un periodismo elaborado, con artículos revisados y editados. Con valores”, resumió el fundador de la revista L’Endavant.

El asunto es que las grandes corporaciones de la comunicación, por diversos motivos, no están por la labor; sospecha que pude corroborar el miércoles con el visionado del Documental del mes que proyectó el Centre Civic Fort Pienc, Todos los gobiernos mienten.

La cinta, dirigida por Fred Peabody y producida por el combativo Oliver Stone, delata el compadreo y connivencia de las poderosas cadenas norteamericanas con el gobierno de los Estados Unidos y las calamitosas consecuencias que resultan de la dejadez de funciones del llamado cuarto poder en tiempos de crisis.

Sobresale la resistencia de trinchera del desaparecido I.F. Stone, que intentan seguir discípulos como Matt Taibi, de Rolling Stone, el crítico Jeff Cohen o Amy Goodman, de Democracy Now. Pero, sobre todo, destaca la constatación de que seguimos de lleno en lo que Noam Chomsky y Edward S. Herman definieron hace ya dos décadas atrás como La construcción del consenso.

Desconcierta, por ahora, el hecho de que toda una institución como el New York Times, haya optado por eliminar la trascendente figura del Defensor del lector, y alterado a la vez el organigrama de redacción, con la contratación de un mayor número de periodistas en perjuicio de la labor editorial.

Pero preocupa más el dato aportado por Llombart: “Según un estudio de la universidad de Stanford, el 82% de jóvenes estudiantes americanos no sabe distinguir una noticia falsa de una real. Falta educación. Somos un pilar fundamental, pero no exclusivo”, resalta, y con razón, el comunicador.

Esa crítica apenas aparece en Todos los gobiernos mienten. Y es clave.

Todos los gobiernos mienten, cierto.

Todos.

El trabajo de la prensa es encontrar la mentira y presentarla al público, tal como subrayó Ed Murrow en su profético discurso llevado a la gran pantalla en Buenas noches y buena suerte y que, por desgracia, sigue vigente hoy en día.

Y el público es responsable de lo que consume. Su deber es exigirle a la prensa que haga su trabajo.

Mientras eso no ocurra, seguiremos abonados a la dictadura del click y sus nocivos clickbaits –incluso en rincones tan supuestamente sagrados como el de fe de erratas–, y seremos presa fácil de quienes pretenden manipularnos a través de los medios.

“Debemos autorregularnos, desechar las noticias falsas y rebatir a quienes intoxican las reales con información no contrastada en sus comentarios. Internet es más pequeña de lo que parece”, sostuvo, de nuevo desde el surrealista Espai Brossa,  Arturo Puente, periodista de El Diario.es.

Quizás tenga razón. Pero tampoco parecemos tantos lo que alzamos la voz en contra de la estupidez reinante en el actual relato periodístico.

Y encima, como casi siempre, se nos van los mejores.

Permítanme, para cerrar, un recuerdo para el legendario Frank Deford, maestro en el arte de contar historias, ya fuera en la radio pública norteamericana NPR, la prestigiosa Sports Illustrated o tantos de sus libros publicados.

Fallecido hace poco más de una semana, fundó también en 1989 el ambicioso rotativo The National, frustrado experimento del magnate mexicano Emilio Azcárraga, de corta pero intensa vida impresa.

Y cito nuevamente al Murrow cinematográfico, tras la muerte de un apreciado colega:

Un obituario del montón, pero al menos no cometimos errores y fue breve. Y eso es todo lo que Doug Hollenbeck hubiera pedido.

Buenas noches y buena suerte.

Bienvenidos al lado oscuro

{Banda Sonora: Ride The Lightning – Metallica}

Por ALEX OLLER

“Just win baby”, solía decir Al Davis, el legendario propietario y entrenador de los Oakland Raiders.

Y, con el paso del tiempo, la frase se convirtió en inconfundible slogan de la histórica franquicia, que posteriormente se mudaría a Los Angeles, luego volvería a la bahía, y próximamente jugará en Las Vegas, donde el logo del popular pirata con el ojo parcheado muy posiblemente refuerce su condición de bestseller en el apartado de la mercadotecnia.

Pero era Davis, fallecido en 2011, quien se inventó prácticamente de la nada la mística del lado oscuro que luego evolucionaría al Raider Nation que conocemos ahora, con sus personajes al límite de la ley  –incluido el propio Davis–, su Black Hole en el fondo del decrépito Coliseum, y esa estética tan atractiva del negro y plata, que seduciría a incontables bandas de hip-hop en los años 90, como N.W.A .

Su exitoso álbum Straight Outta Compton era tan puramente L.A. como los mismos Raiders entonces, pese a sus constantes vaivenes. Un puñetazo directo al hígado, al igual que ese Just win baby, que pregonaba Davis, para quien la corrección política era apenas un rival más camino del touchdown, el premio por excelencia del fútbol americano y,  según su particular credo, el trazo más rápido hacia la victoria.

En eso, el estilo de los Raiders en la NFL no dista mucho del que luce el Real Madrid en Europa.

Recién coronado campeón por 12da vez tras imponerse con autoridad, 4-1 a la Juventus, el equipo merengue flexiona de nuevo músculo en el viejo continente, mientras sus rivales directos se miran al espejo, perplejos por no haber dado aún con la fórmula.

Los chicos de Zinedine Zidane repitieron como campeones por primera vez en la historia de la Champions, y lo hicieron con un juego por momentos excelso, en ocasiones aburrido y otras muchas especulador, pero eventualmente ganador. Como tantas veces en el pasado.

Y para el Madrid, considerado ampliamente el mejor club de la historia por su impresionante palmarés, lo demás son paparruchas.

Just win baby.

En Barcelona, el más despreciado de sus rivales gusta de subrayar el particular aroma de sus títulos, y es cierto que su admirado fútbol de posesión ha labrado éxitos notables, tanto a nivel doméstico como internacional. Pero la difundida teoría de que los triunfos de la selección española son atribuibles a la génesis azulgrana es, cuanto menos, cuestionable. Y no digamos ya la pretendida misión evangelizadora de su técnico más laureado, Pep Guardiola, en Alemania e Inglaterra.

Son opciones. Ambas respetables.

El Barça gana mucho, y muchas veces juega muy bien.

El Madrid gana más, y le importa un pimiento como juegue.

Numerosos barcelonistas aun critican que muchos trofeos merengues se lograron en época de televisión en blanco y negro, cuando la dictadura de Francisco Franco presumiblemente favorecía los intereses del equipo de la capital.

Ya en color, el Barsa conquistó cinco copas de Europa desde su primera en 1992, bajo el timón del venerado Johan Cruyff.

Tras 32 años de sequía, el Madrid inició una nueva oleada con la conquista de la La Séptima en 1998. Desde entonces, acumula otras cinco Champions más.

Ni los Raiders, ganadores de tres Superbowls, pueden exhibir tal fortaleza, y apenas esta última temporada lograron revertir su dinámica perdedora de las últimas décadas.

Pero el decálogo de Davis, ese personaje mezcla de genio, villano de Star Wars, y con ademanes del repelente magnate de los Simpsons, Montgommery Burns, sigue tan vigente hoy como entonces, tanto en la franquicia americana como en el Madrid.

“La teoría en la NFL es ‘toma lo que te dé la defensa’, pero yo prefiero verlo al revés: nosotros tomamos lo que queremos”, explicaba Davis. “Apostamos por un juego vertical. Vamos por el touchdown”.

Y la perla, casi con acento de Barbarroja, momentos antes del abordaje:

“Hay que infundir miedo en el rival. En los primeros diez minutos, es necesario golpear al quarterback. Tiene que caer. Y tiene que caer duro”, apostillaba el propietario-entrenador.

En Cardiff, el Madrid se presentó con la confianza propia de quien ha ganado las últimas seis finales europeas que ha jugado. Contempló a la Juventus un buen rato, rascó lo que tuvo que rascar en el arranque al más puro estilo heavy metal y, ya con Cristiano Ronaldo a la cabeza, asestó cuatro martillazos fatales al campeón italiano, que apenas había concedido tres goles en toda la competición.

“Los equipos venían y se arrodillaban enseguida”, recuerda el ex linebacker de los Raiders, Phil Villapiano. “Y eran equipos buenos, pero quedaban impresionados por nuestra mística y se empequeñecían”.

El Madrid, incontestable rey de Europa, quizás no pueda presumir nunca del juego estético de muchos de sus rivales, pero a sus hinchas les basta con exhibir el aura que sigue desprendiendo la camiseta blanca que antes portaron leyendas como Alfredo Di Stefano, Paco Gento, Ferenc Puskas, Raúl González o el propio Zizou.

Siempre bajo el mismo concepto.

 Just win baby.

Merengues… bienvenidos al lado oscuro.

Draft Day, otra vez

{Banda Sonora: American Splendor – Varios Artistas}

Por ALEX OLLER

Recuerdo cuando vi con cierto retraso la película Draft Day, en que Kevin Costner, encarna al general manager de los Cleveland Browns y, tras una maniobra de lo más surrealista, canjea todas sus selecciones del Draft de la NFL, más las de las dos siguientes ediciones, para conseguir la primera elección.

Luego procede a seleccionar impulsivamente a un jugador proyectado como séptimo en el mejor de los casos, pero acaba recuperando sus elecciones originales algo más tarde, añadiendo además otros jugadores, después de desechar al quarterback más valorado por los expertos.

Y pensé: “menuda gilipollez de argumento. Esto se no lo cree nadie”.

Bienvenidos a 2017.

Hace cosa de un mes, los Chicago Bears. Mis Chicago Bears, decidieron doblar la apuesta de aquel Draft Day de Costner y cedieron hasta cuatro selecciones del Draft, incluida la tercera elección global, para subir un lugar y hacerse con el quarterback de la Universidad de Carolina del Norte, Mitch Trubisky.

Subir un lugar, repito.

Um…

Mitch Trubisky.

¿Quién?

Perdón, Mitchell Trubisky. Prefiere que le llamen Mitchell.

¿Qué?

Y, al contrario que Costner, no recuperaron ninguna de sus selecciones originales.

¿Cómo?

Pues sí, esa sigue siendo la reacción general, con un colchón de un mes de reflexión al respecto, sobre la rocambolesca operación del general manager de los Bears, Ryan Pace.

¿Qué?

¿Cómo?

Ah… ¿Y mencioné que los Bears, esa franquicia que no disfruta de un quarterback ganador desde Jim McMahon, acababan de presentar a Mike Glennon, tras ofrecerle un contrato de 44 millones de dólares por tres años?

¿Qué?

¿Cómo?

Lo dicho. Los Bears, que venían de soltar lastre con la retirada de Jay Cutler, afrontan su particular plan de renovación con dos quarterbacks aspirantes a la titularidad.

Glennon se apremió a subrayar que él será quien arranque la temporada en el equipo inicial. No sé ustedes, pero el propósito de reafirmación no me infunde precisamente confianza a la hora de valorar sus dotes de liderazgo sobre la cancha.

Tampoco me inspiran, pese a los intentos del siempre uber-motivado y entrañable Jon Gruden, las sesiones particulares de Trubisky con el ex entrenador de Raiders y Buccaneers.

No, si majete parece… Pero a Mitch, así de pronto, no le intuyo madera de ganador despiadado en esas charlitas y simulacros de acciones de partido.

Mitchell, perdón.

Como verán, he hecho mis deberes desde que la operación me pillara, – como a todos– por sorpresa. No he parado de buscar, como Indiana Jones en persecución del Santo Grial, una buena razón para creer en la sabiduría de Pace.

Y no la he encontrado, siento comunicar.

Ni aquí.

Ni aquí.

Ni, desde luego, aquí.

Quizás en Hollywood se animen a filmar un feliz desenlace como este, pero en la NFL cuesta vislumbrar como Trubisky, que por de pronto lo único que ha conseguido es ejercer de molesto soplo en el cogote de Glennon, vaya a convertirse en el próximo Aaron Rodgers.

Sí, lo he dicho. Y me duele.

Rodgers también esperó tres temporadas para asentarse como titular tras la marcha del legendario Brett Favre, pero venía de ganar 17 partidos en la universidad de California, perdiendo solo cuatro; y fue elegido al final de la primera ronda por los Packers con la selección 24 de 2005, muy por debajo de lo inicialmente esperado. Una ganga, vamos.

Trubisky fue la segunda selección global, muy por delante de lo inicialmente pronosticado, y a precio de caviar ruso. Tras dos años de suplente, inició 13 partidos y ganó ocho en la universidad.

Quizás este sea un buen momento para recordar también que Jim McMahon jugó en Chicago en la década de los ochenta, liderando a los Bears a la conquista de su última Superbowl en 1985. Más de tres décadas sin un mariscal a la altura. Casi nada.

Ojalá me equivoque. Ojalá Pace, quien vio de primera mano las evoluciones de Drew Brees como director de personal en Nueva Orleans, valide sus cualidades de ojeador y Trubisky rompa la maldición de quarterbacks en la Ciudad del Viento.

Pero esta es la misma franquicia que consideró una buena idea contratar como agente libre a Ray McDonald hace apenas dos años, después de que el linero defensivo fuera arrestado en repetidas ocasiones por violencia doméstica. Y ya sabemos todos como acabó aquello.

Así que perdón por la desconfianza Mitch. Eh… Mitchell. Crucemos los dedos y esperemos que esos intangibles – porque tangibles veo pocos, no nos engañemos– acaben floreciendo en el Soldier Field.

Yo por de pronto, también voy a sorprenderme a mí mismo viendo por segunda vez Draft Day. No sea que se me escapara algo.

Resistir

{Banda sonora: Te quiero dijiste (Muñequita Linda) – Javier Solís}

Por ALEX OLLER

Carmen tenía cien años, una sonrisa espontánea y bondadosa, con poso, y una mirada alegre, de cejas arqueadas, como quien espera que la vida le siga sorprendiendo con un giro insospechado a la más mínima ocasión.

Mujer de carácter, murió el jueves acompañada de los suyos y la enterraron el viernes en su pueblo junto a su amado Pepe El Chaco, el que fue su marido y a partir de entonces conocerían como el Raspas, honrado así el mote del suegro, alto y espigado.

Ni Carmen ni sus descendientes heredaron la genética paterna, pero el apodo sigue tan vigente hoy en día como el recuerdo de una generación a quien le fue robada gran parte de su juventud.

Cien años dieron para vivir la caída del Zar de Rusia, dos guerras mundiales, una guerra civil con su posguerra, dictadura y transición democrática, una gran revolución tecnológica, demasiados festivales de Eurovisión, e incontables capítulos de la telenovela Amar en tiempos Revueltos a la hora de la siesta.

Carmen se crio sin televisión y nunca mostró especial interés por los avances de Internet. Hija de la radio, acompañaba por el pasillo los carraspeos de guitarra de su otro Pepe, su primogénito, cuando este practicaba desde la habitación aquel Te Quiero Dijiste, popularmente conocido como Muñequita Linda, que compuso María Grever.

Acostumbraba, eso sí, a reinterpretar el aterciopelado estribillo de “Sí te quiero mucho, mucho, mucho, mucho…” por un ocurrente “muncho, muncho, muncho, muncho…”, misteriosa licencia poética que invitaba a la guasa familiar.

Los nietos, que solían cambiar la mueca socarrona por la característica cara de agobio que acompaña a los estudiantes en época de exámenes, recuerdan con cariño otro de los resortes de la abuela cuando se los encontraba, abrumados, entre libros.

“¡A resistir! ¡Con pan o sin pan! ¡Como dijo Negrín!”, alentaba.

La célebre arenga del ex presidente de la República era uno de los muchos tics que le quedaban a Carmen de una época pasada –pero no olvidada–, en que el sustento escaseaba y se aprovechaba hasta la última brizna de hierba, se reusaba el más gastado de los hilos de una cuerda, o se reciclaba en jabón la ceniza de los hornos, como tan bien relata Jaime Martín en su estupenda novela gráfica Jamás tendré 20 años.

Bajo ese intenso clima de supervivencia, Carmen perfeccionó un ajopotaje de rechupete que trascendió las modas culinarias tan propias del Siglo XXI, y conservó también la costumbre de responder con pasmosa naturalidad a la hora de la mesa.

-“¿Cuánto puchero le pongo, abuela?”

-“Pues el que me toque, hija”.

Quizás intuyendo que tenía los soplos contados, ya celebrado el centenario a lo grande junto a hijos, nietos y bisnietos, vivió con especial entusiasmo el último desfile de carrozas de Pascua en su localidad natal.

-“¡Vamos abuela, que ya solo queda el camión de la basura!”

-“Un ratito más, hija…”.

Y Carmen resistió.

Vaya si resistió. Hasta el final.

Con pan y sin pan.

1,5 metros

{Banda Sonora: De ti sin mí – De mí sin ti – Delafé y las Flores Azules}

Por ALEX OLLER

¿No parecen mucho, no?

1,5 metros equivalen aproximadamente a la longitud de un escritorio de oficina, la anchura de una cama de matrimonio, y generalmente menos que la de un automóvil.

Y en cambio, en demasiadas ocasiones, miden el límite entre la vida y la muerte.

En la carretera no suele haber margen para el error.

1,5 metros es la distancia requerida por la Dirección General de Tráfico para  que un coche efectúe una maniobra sobre una bicicleta con un mínimo de seguridad para el ciclista adelantado.

La reciente ola de homicidios sufrida por este colectivo no hace más que otorgarle relevancia informativa a un hecho –la reiterada violación de este espacio vital por parte de conductores–  largamente denunciado por los defensores del civismo, en particular sobre el asfalto, donde España está  a la cola de Europa… por lo menos.

El ciclismo no es solo un bello deporte que trasciende fronteras y nos emociona con etapas épicas y carreras míticas como el ya centenario Giro de Italia, que estos días afronta un apasionante desenlace entre el holandés Tom Dumoulin, el colombiano Nairo Quintana y el italiano Vicenzo Nibali.

Es también una opción de transporte ecológicamente sostenible para muchos ciudadanos; y un modo de vida para otros tantos amantes de la ligera y estética montura y el pedaleo, que disfrutan de su placentera cadencia, el paisaje con pausa o el simple roce de la brisa contra el rostro.

¿Es demasiado pedir que se respeten las normas, que se trate con deferencia a quienes, con el mismo derecho pero mayor vulnerabilidad, comparten la vía pública?

1,5 metros. Insisto.

Pero, como diría Groucho Marx, si no les gusta este, tengo más datos:

-Pendientes de las cifras finales de la DGT, España suma 51 ciclistas fallecidos en accidentes de tráfico, entre 2016 y 2017,

-El 82% de los accidentes mortales ocurren en vías interurbanas, donde en 2015 se registraron 2.013, casi el doble de los 1.082 totalizados en 2009.

Ante la creciente inseguridad, conviene pues, repasar lo estipulado por el código de circulación en carretera, tanto para conductores como los propios ciclistas:

-Los ciclistas deben circular por el arcén de las carreteras urbanas. Si no es transitable, pueden utilizar la parte imprescindible de la calzada

-En autovías solo podrán circular por el arcén siempre que sean mayores de 14 años. En autopista tienen prohibido circular.

-Se puede circular en grupo, no en pelotón, pero extremando las precauciones para evitar toques entre ellos. Podrán circular en paralelo, pero en columna de un máximo de a dos, siempre lo más a la derecha posible de la vía.

-Es obligatorio el casco en vías interurbanas. Es preceptivo el uso de luz delantera y reflectante trasero, y usar una prenda reflectante si se circula de noche.

-La distancia mínima de seguridad es de 1,5 metros entre vehículo motorizado y ciclistas. En caso de adelantamiento, se debe ocupar parte del carril contiguo o contrario, incluso si la línea es continua, y mantener el margen de seguridad. Está prohibido adelantar si la maniobra pone en peligro al ciclista, o a otros ciclistas que viajen en sentido contrario.

-La velocidad máxima del ciclista no debe exceder los 45 kilómetros por hora.

Soy plenamente consciente de que no todos los accidentes se producen por la violación de ese espacio mínimo requerido. Algunos son directamente producto de la inconsciencia y desconsideración más atroz, como ponerse al volante con la tasa de alcohol por las nubes, directamente drogado, o ambas cosas a la vez.

Hay mucho trabajo educativo por delante para erradicar de una vez por todas tan nocivas conductas para nuestra sociedad.

Propongo pues, empezar con lo básico.

1,5 metros.

Repitan conmigo.

Celtics, corazón de león

{Banda sonora: The Warrior’s Code – Dropkick Murphys }

Por ALEX OLLER

Con los Celtics perdiendo en casa por 26 puntos en el tercer cuarto ante los actuales campeones de la NBA, Avery Bradley recibió un balón en el flanco derecho de la defensa de Cleveland y, como pundonoroso miura tocado de muerte ante la espada del altivo torero, embistió con toda su fuerza el aro rival.

En el camino se encontró con la intimidadora mano alzada de LeBron James y –falta personal mediante– el considerado mejor jugador del mundo logró evitar el furioso mate, con lo que Bradley procedió a convertir tranquilamente los dos tiros libres correspondientes.

La jugada no trascendió en el resultado final de 117-104, una paliza de los Cavs para abrir las Finales de la Conferencia Este con 1-0 a favor a domicilio.

Pero el valeroso intento de Bradley no debería caer en saco roto. Estos Celtics tienen mucho de aquel llamado orgullo celta que exhibieron los precedentes campeones de la franquicia, la más exitosa de la historia de la NBA con 17 títulos en su haber.

Bradley, escolta de séptimo año que inició su carrera como especialista defensivo, es el tipo de jugador que te roba el corazón. Incordio constante en la marca individual, ha ampliado progresivamente sus prestaciones al otro lado de la cancha, mejorando su manejo de balón primero, luego su visión de juego y finalmente el tiro exterior hasta promediar 16 puntos por partido en los actuales Playoffs, con porcentaje de 46% de acierto en tiros de campo.

Su concurso fue decisivo en la anterior serie frente a Washington, solventada en el séptimo partido en favor de Boston, y no hay duda de que el desgaste físico y mental de los Celtics tuvo su peso en ese primer revés contra los chicos de Cleveland, que llegaban descansados a la cita tras barrer 4-0 a Toronto.

Pero allí estaba Bradley, en plena debacle, para levantar de sus asientos al público con su intento de ‘posterizar’ al crack rival, algo que casi consiguió para sorpresa del mismísimo James.

Los curtidos aficionados de Boston reaccionaron con vítores hacia su máximo representante en la cancha, un hombre que juega sin estridencias pero entiende la importancia de la actitud y del momento, del cómo y el cuándo. El mate no se materializó, los dos puntos no revertieron el abultado resultado, pero el mensaje llegó bien claro: los Celtics, cansados o heridos, no se irán –si se van– sin dar pelea.

No se fueron en primera ronda, cuando remontaron un 2-0 en contra ante Chicago, sobreponiéndose al impacto que supuso la repentina muerte de la hermana de Isaiah Thomas, el diminuto base que, con sus demoledores triples y funambulescas penetraciones, les impulsó hacia el mejor balance de la Conferencia Este en la temporada regular.

No se fueron cuando Washington amenazó con llevarse el séptimo partido, encontrando en el momento justo al insospechado Kelly Olynik, el pívot suplente que decidió, por un día, disfrazarse de Larry Bird y hacer enloquecer el nuevo Boston Garden.

Y es que estos Celtics, fruto del imaginario de un viejo campeón como Danny Ainge, tienen mucho jugador de raza como Bradley: desde el carismático Olynik, al hipnotizador Thomas o Marcus Smart, el base suplente con cuerpo y actitud de running back de la NFL, capaz de dar la vuelta a un partido punto a punto, posesión a posesión, yarda a yarda, pulgada a pulgada, como diría Al Pacino en Un Domingo Cualquiera.

Es probable que Boston no logre eliminar al actual campeón, pero hay mucho a lo que agarrarse en esta franquicia. Empezando por el próximo número uno del Draft que le otorgó la lotería del pasado martes, y acabando por Brad Stevens, el joven entrenador que destila temple, conocimiento y liderazgo en su cuarta campaña al timón.

Hay base de buenos veteranos como Al Horford, Amir Johnson y Jae Crowder, y jóvenes como Jaylen Brown o Terry Rozier apuntan alto. Ainge, además, ha logrado posicionarse como nadie para ampliar sus opciones en los despachos: puede elegir un base como Markelle Fultz o Lonzo Ball el 22 de junio –y que aprenda sin prisas a la sombra de Thomas–, o canjear la primera elección por un hombre de perímetro contrastado como Jimmy Butler, de los Bulls, o un pívot dominante como Anthony Davis, de los Pelicans.

Contará también, al fin y al cabo, con otra elección alta en el Draft de 2018, fruto de aquel brillante traspaso múltiple que envió a los ya decadentes Paul Pierce y Kevin Garnett a Brooklyn.

Pero el mayor activo de la franquicia no es otro que el orgullo celta que exhibe su actual plantel. Quien venga deberá pintarse de verde, echar un vistazo a las camisetas retiradas colgadas del techo del pabellón y entonar como el que más ese I’m Shipping Up to Boston de los Dropkick Murphys, himno no oficial del graderío.

Aunque quizás la canción que más les pegue a estos Celtics es la que da el título a ese mismo álbum The Warrior’s Code, dedicada al legendario boxeador local Mickey Ward, que Mark Whalberg encarnó impecablemente en The Fighter.

Eres el peleador, tienes el ardor

El espíritu de un guerrero, el corazón de un campeón

Peleas por tu vida, porque un ganador nunca se rinde

Sacas lo mejor de la baraja que te han dado

Porque el rajado nunca gana

¡No!

Arriba en el bar del club gaélico

Cuentan la historia de un boxeador de los de antes

Con el corazón de león

Micky

Es el código guerrero

Micky

Tiene el alma del guerrero