{Banda Sonora: Lametavolante – Facto Delafe y las flores azules}
Cuenta mi amiga Ángela que cuando su marido, Gerald, generoso administrador del blog donde suelo escribir mis disparates, le comentó que estaba elaborando un diario de la Vuelta a España respondió entusiasmada que qué gran idea. Que fenomenal.
Ángela es periodista, lee muchas cosas no necesariamente relacionadas con el ciclismo, reportea en varios formatos y sabe bastante de esto. O sea, que valoro su opinión, vamos.
La cosa es que Ángela interpretó “Vuelta” con minúscula y el artículo “la” como “mi” o, en su defecto, “nuestra”, si incluimos a mi mujer. Tras un periodo de casi dos años viviendo en Uruguay, la pandemia interrumpió nuestro intento de sabático por el sudeste asiático y precipitó un caótico regreso a España en abril. Y Ángela pensó que este Diario de una Vuelta –con mayúscula– iba de eso, y que resultaría de lo más interesante.
La idea no era mala. De hecho, ya la tenía pensada. Y había entrenado un ejercicio similar durante el Mundial de fútbol de Rusia 2018. Pero, como soy más vago que un chuparruedas en un puerto de quinta categoría, se quedó durante meses en un cajón. Y allí sigue, como tantas otras…
Una cosa es andar de sabático saltando de una isla pirata a otra en chancletas y otra muy distinta estar confinado en Poble Sec sin oficio ni beneficio y tirado en el sofá en pantuflas, por mucho que uno admire el estilo de vida de The Dude, el inimitable héroe de The Big Lebowski. Llevaba demasiado tiempo sin darle al teclado. Urgía, como decía un antiguo jefe, “mover esos deditos”.
Y entonces empezó la Vuelta y me fui a ver Volta, 100 anys de ciclisme, el estupendo documental de Gerard Peris y Jon Herranz que me puso definitivamente las pilas. A la mañana siguiente, estaba delante del ordenador, tecleando. “A ver cuánto duro…”, me dije. Por la tarde vi la segunda etapa y repetí. Y así hasta completar las 18 jornadas de carrera. Todo sin tener ni la más pajolera idea de ciclismo, más allá de las eruditas crónicas de Carlos Arribas y las deliciosas columnas de Pedro Horrillo, verdadera fuente de inspiración de este particular formato.
Tres semanas dan para mucho en esta nueva normalidad: el diario empezó con mi mujer confinada por coronavirus y acabó con su regreso –aparentemente sana– al trabajo, entremedio hubo un fallido intento de moción de censura al presidente del gobierno, nuevos confinamientos –o restricciones de movilidad social, como prefieran–, toques de queda, protestas de todo tipo, elecciones a la presidencia de Estados Unidos, una reforma constitucional en Chile, otra crisis institucional en el Barça, el último disco de Bruce Springsteen y decesos ilustres como el de Sir Sean Connery o todo un referente como Javier Reverte que vinieron a engordar la dolorosa lista de fallecidos de este 2020 que no acaba.
La pandemia ha cambiado cosas. Aunque no necesariamente nuestra percepción de las mismas. A quienes nos gusta el deporte y el periodismo siguen sin gustarnos muchas cosas relativas al deporte y al periodismo. Pero, como quien se sube de nuevo a una bicicleta tras un largo paréntesis sin pedalear, inevitablemente regresamos, ni que sea por disfrutar del espectáculo y el simple placer de darle de nuevo a los deditos.
Este es (ha sido) el diario de una vuelta. O Vuelta. Ya no sé.