Nada como la primera vez

{Banda Sonora: Dire Straits – Romeo and Juliet}

Por ÀLEX OLLER

La decimotercera etapa del Giro de Italia sale de Rávena y llega este viernes a Verona, donde encontraron el amor y la muerte Romeo y Julieta; o, si prefieren, Julieta y Romeo. Aunque, como nos excedamos en ajustes políticamente correctos, me da que de la obra de Shakespeare no quedarán ni las grapas. Ya se montó una buena con el tradicional manoseo del pecho derecho de la estatua de bronce de la protagonista –menor de edad, a más inri–, que se erige en el patío de su supuesta casa. La leyenda mantiene que, al acariciar el seno de la susodicha, uno encontrará el amor verdadero… o algo parecido. Y claro, tal es la necesidad entre los peregrinos, que hay cola para meterle mano a la teta, que se desgasta y luce tan brillante en la retransmisión de la carrera que aparenta ser de oro.

Es hablar de ubres y pensar en la onírica escena de lactancia a distancia de La Teta y la Luna, de Bigas Luna, o en el olor a tortilla de patatas que desprendían, según Javier Bardem, las domingas de Penélope Cruz en Jamón, Jamón –que, por cierto, pasan está noche en Televisión Española y tampoco se ajustaría a los actuales estándares de respeto a las mujeres–. La tórrida pasión ibérica que exhiben en la cinta quienes son, casi 30 años después de su estreno, pareja en la vida real, poco tendría que ver, creo, con la trágica ternura juvenil de Romeo y Julieta, virginales amantes declarados en rebeldía, entregados con furor a la defensa de su amor prohibido. Un auténtico coup de foudre. Y es que no hay nada como la primera vez.

Al contrario que Edoardo Affini, a quien reciben sus vecinos al paso del pelotón por Mantova, Giacomo Nizzolo es de Milán y, pese a un notable palmarés ciclista a sus 32 años, parece que lo que tiene prohibido es un triunfo en el Giro. Hasta 11 veces ha quedado segundo el actual campeón de Europa e Italia en la carrera, su carrera, que le niega el beso una y otra vez. ¿Será esta etapa, la más larga y llana de la presente edición, con llegada a la llamada ciudad del amor, la buena?

Aunque hoy parezca imposible, Verona se enamoró una vez de su equipo de fútbol. Fue a mediados de los años ochenta, cuando al Hellas le dio por fichar jugadores como el alemán Hans-Peter Briegel o el danés Preben Elkjaer-Larsen, quienes pelearon la liga a los todopoderosos Juventus, AC Milan e Inter Milan y llegaron a ganar un scudetto en aquel Calcio de superestrellas como Franco Baresi, Michel Platini, Karl-Heinz Rummenigge, Junior, Gianluca Vialli o un recién llegado Diego Armando Maradona. Si hablamos de flechazos, lo mío con la selección danesa de Elkjaer-Larsen califica sin duda como tal. Aunque el goleador no fuera el más querido –me seducían más la elegancia de John Lauridsen, el desborde de Frank Arnesen o la finura de Michael Laudrup– posiblemente fuera el más talentoso. En cuanto vi jugar aquella Dinamarca en la Eurocopa de Francia’84 caí rendido a sus pies. Poco importó que perdiera en semifinales contra España. Fue un amor para toda la vida. Es lo que tiene la primera vez.

Las primeras veces conllevan fracasos. No son siempre perfectas. Y hay primeras veces para todo, incluso para embarcarse en un crucero, cuenta mi amigo Miguel Ángel, quien descubrió un blog de consejos para cruceristas primerizos. Aquí les resumo: lo primero es encontrar el barco, lo segundo, elegir bien el camarote y, no menos importante, a los compañeros de mesa; es clave evitar “a los invasores de jacuzzi, ninjas de buffet y quienes se pasan con el alcohol” (textual). No les vendría mal a Simon Pellaud, Umberto Marengo y Samuele Rivi echarle una ojeada, pues los tres fugados del día protagonizan una escapada de lo más estrambótica, en la que desisten de ayudarse por un supuesto rifirrafe en un sprint intermedio y hasta se atacan. Más que amor y desamor, la secuencia parece salida del camarote de los hermanos Marx.

Fracasado el intento de romper la carrera, la montonera encara con cierta tranquilidad la entrada a Verona, aunque la aparición de un operario con bandera en una intersección no hace más que revivir el fantasma del accidente de Mikel Landa días atrás. Esta vez, la volata es limpia, con anchura de calzada para que los equipos posicionen a sus especialistas mientras el maglia rosa, Egan Bernal, Simon Yates, Remco Evenepoel y demás favoritos en la general ejercen por un día de meros espectadores. Conviene no desgastarse ante el magno desafío del sábado: la subida al temido Monte Zoncolan.

¿Se llevará la etapa Elia Viviani en su casa? ¿Qué tal Peter Sagan, para hacer doblete con la del pasado lunes? ¿Y Dylan Groenewegen, purgará su larga sanción con una subida al podio en la ciudad del amor? Tras los abandonos de Calen Ewan y Tim Merlier, el camino luce más despejado que nunca para los velocistas. ¿Será por fin Nizzolo, o le hará la cobra el Giro nuevamente? Mientras pensamos todo esto, sale escopeteado Affini a menos de un kilómetro para la meta y sorprende a todos. Parece que no lo alcanzan, pero, conforme el del Jumbo-Visma pierde fuelle, gana empuje por la izquierda Nizzolo, quien aguanta el tirón de Sagan y rebasa a su compatriota en la línea de gol. La victoria la celebra, emocionado, el milanés como un título de liga, como un primer beso en un balcón a la luz de la luna.

“Mi objetivo esta mañana era llegar segundo y, así, a lo mejor lo conseguía de una vez”, bromea el vencedor. En la etapa número 13, en la villa de las supersticiones, donde se juntaron para la eternidad los dos novios más célebres de la literatura, encontró Nizzolo su primer triunfo en el Giro. El amor, al fin.

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