Malditas prisas

{Banda Sonora: Chubby and the Gang – Speed Kills}

Por ÀLEX OLLER

La justicia poética no toma prisioneros y hoy caí con todas las de la ley en el hogar materno. En ese ajetreo tan urbano que lleva uno, contando los segundos perdidos, maldiciendo por tener que esperar un minuto de más porque se escapó el último metro, desenfundando a paso ligero las llaves del bolsillo, cual pistolero del Oeste, para sincronizar la apertura del portal con la apresurada zancada, resulta que me equivoqué de revolver y me disparé un tiro en el pie.

Clic, clac, clec… nchst.

Introducir la llave errónea en una cerradura puede conllevar que esta se atasque y tengas que llamar a un cerrajero de urgencia que te aligerará la cartera entre 55 euros (sin factura, ojo) y 95 (más IVA) o incluso podría llegar a 1.077 pavetes, (así, sin reírse ni nada). También puede acarrear, en caso de que ocurra en la finca de tu madre, la mirada socarrona de la vecina de toda la vida, esa que ya es familia y puede enumerar de carrerilla tu Top 10 de jaimitadas desde que andabas en pañales. Pero lo peor no es eso. Lo peor es la sensación de que con qué cara vuelves a regañar ahora a tu progenitora, la misma que te cambiaba esos pañales, sobre la conveniencia de ir rebajando esas prisas, tomarse la vida con más calma y no cruzar los semáforos en rojo, que tenemos una edad y cualquier día de estos vamos a sufrir un disgusto…

¡Ay, esas prisas!

Y encima, claro, todo se retrasa. Pero por suerte llego a tiempo de ver la quinta etapa del Giro de Italia, que empieza a ponerse interesante tras el paso al frente de Egan Bernal y Mikel Landa el día anterior, con victoria de Joe Dombrowski. Este miércoles toca jornada llana y teóricamente tranquila, que conviene reservar fuerzas para el fin de semana y la primera llegada en alto de la carrera, el jueves en Ascoli Piceno. Hoy, día de sprinters, el pelotón parte de Módena con intención de recorrer sin avinagrarse los 175 kilómetros que la separan de Cattolica, localidad natal del carismático motociclista, Marco Simoncelli, fallecido hace diez años en accidente en Sepang. Supersic no será la única referencia a la velocidad de la jornada; tampoco a la muerte prematura, pues los corredores atraviesan a la vez Imola, en cuyo circuito de Fórmula 1 se estrelló fatalmente Ayrton Senna en 1994, y pasan por Rimini, donde tristemente nos dejó una década después Marco Pantani, con la misma edad que el piloto brasileño: 34 años. El Pirata, cuyas virtudes siguen glosando los aficionados al ciclismo, se despidió en circunstancias extrañas y definitivamente demasiado pronto, tras un precipitado declive.

Las campañas de la Dirección General de Tráfico han contribuido algo a concienciar a la población, aunque no del todo, a tenor de los gritos al cielo de ciertos sectores por las nuevas limitaciones en algunas poblaciones. Y es que, por mucho que brille el sol, el día pinte plácido y Lorenzo Fortunato aproveche para distanciarse y saludar a sus vecinos al paso por su barrio de Bolonia –apodada La Ciudad Gorda por su rica gastronomía–, los circuitos urbanos los carga el diablo. Y más si los equipos, en previsión de una llegada masiva, aceleran para posicionar a sus especialistas. El primero en avisar, como casi siempre, es Javier Ares en la retransmisión de Eurosport, maldiciendo rotondas y peligros ocultos. Se suma Alberto Contador, incluyendo a bienintencionados espectadores “pero que acuden con la silla, el carrito o el perro”. Y acto seguido, empiezan a caer ciclistas como moscas: a 22 kilómetros del final muerde el polvo Tejay Van Garderen; siete después, es Pavel Sivakov quien patina en una recta, se come un árbol y a duras penas se reincorpora con el brazo ensangrentado; y a cuatro del final, se produce la catástrofe cuando Landa se estrella no se sabe muy bien con qué, ni cómo y queda malherido junto a François Bidard y Dombrowski. Los dos últimos logran retomar la bici, pero el alavés abandona la carrera en ambulancia.

El Giro, de repente, es un Vietnam, y sufro por la multitudinaria volata final, donde Caleb Ewan da toda una exhibición de potencia, propulsando su diminuto cuerpo entre cuatro rivales mientras se me escapa un antinatural “¡no corras!”; ese mismo del irritado reclamo familiar que tantas veces oí y no escuché, con las consabidas consecuencias. Nchst.

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