Arranca la vela, sigue el debate sobre las aguas de Río

[Este artículo fue editado y publicado en agosto de 2016 por THE ASSOCIATED PRESS]

Por ALEX OLLER

RIO DE JANEIRO (AP) – Hojas, preservativos usados, bolsas, chancletas, palos, sillas, sillones, sofás, neveras, depósitos de agua y neveras flotantes.

Ese es el recuento de objetos avistados durante sus recientes meses de entrenamiento por algunos de los participantes en las pruebas de vela de los Juegos Olímpicos, que arrancaron el lunes en la famosa bahía de Guanabara.

Y aún falta el listado faunístico.

“Hace un mes, me encontré un cerdo muerto, no muy lejos de aquí”, revela el griego Miko Pateniotis, poco antes de echarse al agua enfundado en un espeso traje de neopreno.

“Yo  vi el cadáver de un perro”, apunta el argentino Bautista Saubidet, aparentemente impertérrito pese al estudio que realizó The Associated Press y que detectó altos indicios de contaminación en las zonas de competición olímpica.

“Cuando tenemos tiempo libre, vamos a surfear a la playa de Ipanema, donde está más limpia, y nos bañamos sin problemas”, asegura el windsurfista de 20 años, el más joven del equipo albiceleste.

Pero que se lo digan a su veterano compañero Mariano Reutemann, quien se quedó fuera de los Juegos tras sufrir una herida compitiendo en el preolímpico y caer infectado por las bacterias que abundan las aguas de la bahía.

“Tomamos todas la precauciones, tratándolo con antibióticos desde el primer momento, pero ni así lo pudimos evitar. Lo llevamos a cinco hospitales de Río y no tenían penicilina”, se queja su entrenador, Hernán Vila. “La basura flotante depende de los movimientos de la corriente y de sí el mar entra o sale. Hay momentos en que no se puede navegar. En la regata es una variable si agarras una bolsa o no, y eso no puede ser en una cancha olímpica”.

Pero la denuncia de Vila no es unánime, y cae en saco roto apenas unos metros más adelante en la zona de desembarco, donde la española Marina Alabau sostiene que las orillas de Río no representan problema alguno para la competición. “Hace 10 años que entreno aquí y el agua está perfecta: muy fresquita y limpia. Hoy solo vi una bolsa. La gente exagera”, zanja la actual campeona olímpica de windsurf.

Quizás en la valoración individual pese la jerarquía deportiva, pero los datos científicos son claros en los análisis que la AP realizó durante 16 meses y que indicaron lecturas de adenovirus infecciosos en casi el 90% de los lugares examinados en Río, siendo los puntos más contaminados la laguna Rodrigo de Freitas, donde se disputa el remo, y la Gloria Marina, punto de partida de las carreras de veleros.

Como Saubidet, el mexicano David Mier concede que las aguas están mucho más limpias que en los meses previos. “Hoy veo más botes verdes”, comenta en relación a las embarcaciones que recolectan basura en las orillas. “Pero no es solo un problema de las autoridades. Hay que concienciar a la gente, que no tiene educación y lo ensucia todo”.

Mier es algo más crítico con el gobierno local respecto a los deshechos vertidos desde las favelas directamente al agua, sin tratamiento previo, y que añaden al elevado riesgo de infección de atletas y bañistas ocasionales.

El consenso entre los críticos es que las condiciones han mejorado momentáneamente, pero con soluciones que sirven apenas de parche, y altamente susceptibles a las inclemencias del tiempo y caprichos de las mareas.

“Existe un desagüe cloacal en el mismo puerto olímpico, y lo único que hacen allá es tirar bacterias para evitar que la porquería inunde la zona de competición. Pero eso es solo para estas semanas. Lo mismo que las redes que aguantan la basura que cae de los cerros. Luego lo volverán a soltar todo”, delata Vila. “Dicen que no pasa nada, pero sí pasa. Lo lamentable desde el punto de vida humanista es que no hayan hecho nada en cuatro años, cuando tuvieron presupuesto y tiempo. Lamentablemente en Sudamérica, la plata desaparece y las cosas no se hacen”.

Arrancada pues la vela en Río, sopla fuerte el viento y se aviva el debate con diversidad de opiniones. Los presentes miran al horizonte pendientes de que un obstáculo no les fastidie la prueba, los organizadores al cielo rezando por buen clima, y los ausentes, como Reutemann, deberán contentarse con verlo por televisión.

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