[Este artículo fue editado y publicado en julio de 2013 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España (AP) – Lizeth Rueda tenía suficientes preocupaciones entre los nervios desbocados, el agarrotamiento de músculos, el cansancio físico y psíquico, el amontonamiento de brazos, piernas y codos al paso por las boyas y la peste que destilaban las turbias aguas del puerto de Barcelona como para extraviar la cabeza con un nuevo imprevisto; de esos que tan frecuentemente dinamitan las pruebas de natación en aguas abiertas.
Por eso cuando, en la penúltima vuelta, una rival le dio un golpe en una curva masificada, desplazando violentamente con su impacto los “goggles” de su cara, la nadadora mexicana no perdió ni los nervios ni el enfoque: buscó los anteojos, reubicados más cerca de lo que había sospechado en un principio, los reajustó sobre la marcha a la línea de visión original, y retomó su rumbo hacia la meta, reenganchándose al grupo original para acabar 22da clasificada en la maratón acuática de los 10 kilómetros del mundial de natación en categoría femenil.
Sí perdió un tiempo precioso. Unos 15 segundos, según sus cálculos, que quizás hubieron posibilitado una gesta aún mayor para la nativa de Gualajara de 19 años, quien quedó a tan solo 17.4 segundos de la eventual ganadora, la brasileña Poliana Okimoto.
Fue la primera nadadora latinoamericana en llegar a meta, dos puestos por delante de la venezolana Vicenia Navarro, y mejorando su propio 33er lugar en el mundial previo. Y, aunque México había firmado en el pasado mejores clasificaciones mundialistas, concretamente el puesto 19 de Alejandra González hace cuatro años, era la primera vez que la diferencia con la primera se reducía tanto, hecho que llenó a la protagonista de satisfacción.
“Estoy algo cansada, pero el dolor lo compensa la felicidad que tengo. Fue mi mejor resultado, y México nunca había conseguido estar tan cerca, lo que me hace muy feliz”, expresó la nadadora, aún empapada de sudor, sal y grasa, intentando reponerse en la zona de descanso reservada a los atletas. “No me esperaba un resultado así, pero lo tenía en mente. Siempre me han enseñado a pensar en lo inimaginable para alcanzarlo. Hay que verse más allá de las posibilidades de uno. Me aferré todo el rato a conseguirlo”, expuso.
La capacidad de visionado de la nadadora pasó del ámbito conceptual al físico en plena carrera, cuando su principal elemento orientativo quedó descentrado. “Me tiraron los “goggles”, y rápido traté de recuperarlos y volver a ponérmelos, pero entre lo que te paras, el grupo sigue avanzando y perdí un poco mi lugar. Pensé que habían caído al agua y los busqué desesperada, pero tan solo se me habían quedado atrás de la cabeza, con la gorra también desplazada. Me los acomodé rápido, no me di por vencida e intenté pegarme al grupo puntero. Creo que mi mente me ayudó mucho a motivarme, echarme porras todo el tiempo y disfrutar, estando atenta a todo lo que pasaba delante de mí”, relató.
Los juegos mentales suelen ser un recurso tan habitual como el golpe de riñón en los fondistas. Y Rueda, quien también compite en triatlones, reconoció que, sin perder jamás el enfoque, acostumbra a intentar divertirse al máximo bajo el agua, ya sea tatareando la canción de moda o lo que se le pase por la cabeza. “Los nervios me estaban comiendo al inicio de la carrera, que fue muy duro. Pero una vez en al agua me relajé, disfruté y pude concentrarme en seguir avanzando”, explicó, zanjando el incidente de los “goggles” bajo la máxima de que, lo que pasa en el agua, queda en el agua. “A veces te fijas en quien fue la nadadora, pero lo vas perdiendo. No se toma nada a pecho y no puedes pensar en los rozones en una competición así. Si te pegan, ni modo: toca pensar que fue sin mala intención y continuar”.
La tapatía, también consciente de que su cuerpo más bien menudo no da para según qué luchas acuáticas, señaló que los jueces se esfuerzan por estar cada vez más encima y, por lo general, han logrado limpiar la competición del clásico juego sucio.
No puede decirse lo mismo de las aguas del puerto barcelonés que, calentadas por el sol y contaminadas por el petróleo de los barcos, hacen poco apetecible un aventón. “Está muy sucia. El otro día salía con una mancha enorme de aceite en el hombro”, reía Rueda, formada en piscina, donde sigue entrenando, y en su día recelosa de las aguas abiertas.
“Al principio le daba pánico la fauna marina y tuvo varios abandonos”, explicó su entrenador, Luis Miguel Chávez, quien destacó la perseverancia como principal virtud de su pupila, a la que ve capacitada para competir con las mejores tras consolidarse en Barcelona.
La mexicana esquivó en esta ocasión a las medusas que la jornada anterior habían picado a compañeros como el argentino Guillermo Bertola, aunque también sufrió en alguna ocasión el ataque de moluscos urticantes. “Me han picado malagüas, y muy fuerte, en Puerto Vallarta y Jalisco. Estaba preocupada porque un compañero sí me comentó que vio una medusa muy grande, pero tratas de disuadir ese pensamiento y centrarte en lo tuyo. Una vez también me quedé atorada en una boya con las sogas, otras te hunden o te pegan…. son los riesgos de las aguas abiertas”, dijo.
Adiestrada en la focalización de objetivos, Rueda no pierde tampoco de vista sus estudios universitarios de odontología, que combina con un exhaustivo régimen de entrenamiento diario, con sesiones incluso de madrugada, que deja poco espacio a la vida social. “Es muy sacrificado, pero sí me gusta salir a divertirme algún fin de semana. El ser humano también necesita despejarse y salir de la rutina”, consideró.
Entusiasta de Barcelona, a la que ya conocía de un campamento previo, la mexicana se dispuso a comer, sestear y disfrutar en medida de lo posible de la ciudad antes de su próxima competencia, el jueves en la prueba de los 5 kilómetros por equipos.
“Pero antes una ducha”, bromeó, torciendo la nariz, la aspirante a odontóloga. No fuera cuestión de perder también la sonrisa.