Ya pasaron unos días y, que quieren que les diga, a uno le apenan estas cosas. La escritura siempre ayuda un poco en la terapia, pero el hecho de que uno decida irse antes de tiempo no deja der ser una noticia triste, por mucho que el futuro le depare otras grandes oportunidades.
No tengo la menor duda que a Fabricio Oberto le va a ir fenomenal en la vida tras colgar las zapatillas. Se trata, a mi modesto y limitado entender, de un tipo listo, alegre, vital y optimista al que, se diría por sus andares, sólo le pasan cosas estupendas cada día.
Cuando me enteré de su precipitada retirada por culpa de unos problemas cardiacos, dos pensamientos opuestos chocaron en mi mente de inmediato: 1. Qué suerte que se lo detectaron a tiempo. 2. Qué lástima que no pueda seguir jugando, haciendo lo que más le gusta.
Quien suscribe estas líneas no puede contarse entre los íntimos de Fabricio, ni mucho menos. Pero sí entre los muchos afectados por su retirada del baloncesto. No es muy casual, en estos tiempos, encontrarnos con tipos tan genuinamente amables, sinceros y generosos como el ya ex internacional argentino. Siempre una sonrisa a punto y una mano extendida, una declaración de interés mutuo y respeto profesional cuando, seguro, tenía muchos más motivos que otros para andar cabizbajo y enfurruñado.
Llegó algo tarde a la NBA, aunque él, siempre positivo (¿qué opinaría Louis Van Gaal de este tipo?), no lo viera así. Los Spurs se lo trajeron del Pamesa Valencia con 30 años para ejercer de poste suplente en un equipo campeón. Jugaría detrás del titular Nazr Mohammed. Lo que muchos no entendíamos, -“¡Oberto destrozaría a Ben Wallace! ¡Le haría un traje!”, se desesperaba un colega por aquel entonces-, él lo veía como una triple oportunidad: vivir una nueva aventura en un país lejano de la mano de su esposa e hija recién nacida, jugar con su amigo Manu Ginóbili en San Antonio y conseguir un anillo de campeón de la NBA.
Y, cómo no, Fabricio consiguió todos esos objetivos y disfrutó de cada uno de ellos. Fue una gozada verle entrar en cancha y empezar a carburar con Manu, con el que se entendía a las mil maravillas.
Pero a nosotros siempre nos supo a poco. Pensamos que Oberto podía, debía ser titular. Que un tipo que lo había ganado todo con la Selección Argentina y que venía de demostrar su valía en Europa con un palmarés envidiable merecía un mayor reconocimiento en la NBA. No era un poste glamouroso, ciertamente. Pero, muy a la semejanza de su otro amigo, Luis Scola, era un jugador técnicamente bueno, con excelentes fundamentos, una manera privilegiada de entender el juego como algo colectivo y, sobretodo, mucho corazón y muchas ganas.
Pero Gregg Popovich nunca lo consideró más allá de un rol de reserva y, tras conseguir el ansiado anillo, lo traspasó a Detroit, quien lo desestimó para que finalmente fueran los Wizards quienes le ofrecieran un contrato. De allí, Fabricio pasó a ser agente libre y, presto a seguir jugando, enroló en Portland el pasado verano. Un veterano, ganador contrastado a todos los niveles, sólo quería seguir jugando. Disfrutar del baloncesto. Y siempre con una sonrisa en la boca, cero quejas, cero reproches hasta el final. Como en el Canto a Itaca, el viaje es lo que importa.
Y el viaje se acabó recién. Irónicamente fue ese corazón enorme el que le avisó definitivamente en un partido contra Milwaukee: “Fabricio, hora de decir adiós”. Y Fabricio supo escuchar y dijo adiós, nuevamente, con la mejor de sus sonrisas. “No se preocupen”, vino a decir. Un nuevo viaje le espera al viejo rockero, y así me enteró que ya anda haciendo de las suyas como conductor radiofónico en su amada Córdoba.
Pues, pese a la tristeza, no queda más que desearle la mejor de las suertes a nuestro amigo. Y aprovechar estas últimas líneas para, ya puestos, afiliarme al modus vivendi ‘Obertiano’ para despedirme de ustedes en este espacio dedicado al Blogsquad. Han sido cinco años colaborando y realizando, como Fabricio, un pequeño sueño infantil con la mayor ilusión del mundo; por lo que únicamente me queda agradecerle a la NBA la oportunidad y, a quienes me hayan leído durante este tiempo, la paciencia.
Encaro nuevo viejo proyecto, de nombre ‘Balón Lebowski’. Les contaría más pero, ¿qué quieren?… las despedidas me apenan.
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