{Banda sonora: Te quiero dijiste (Muñequita Linda) – Javier Solís}
Por ALEX OLLER
Carmen tenía cien años, una sonrisa espontánea y bondadosa, con poso, y una mirada alegre, de cejas arqueadas, como quien espera que la vida le siga sorprendiendo con un giro insospechado a la más mínima ocasión.
Mujer de carácter, murió el jueves acompañada de los suyos y la enterraron el viernes en su pueblo junto a su amado Pepe El Chaco, el que fue su marido y a partir de entonces conocerían como el Raspas, honrado así el mote del suegro, alto y espigado.
Ni Carmen ni sus descendientes heredaron la genética paterna, pero el apodo sigue tan vigente hoy en día como el recuerdo de una generación a quien le fue robada gran parte de su juventud.
Cien años dieron para vivir la caída del Zar de Rusia, dos guerras mundiales, una guerra civil con su posguerra, dictadura y transición democrática, una gran revolución tecnológica, demasiados festivales de Eurovisión, e incontables capítulos de la telenovela Amar en tiempos Revueltos a la hora de la siesta.
Carmen se crio sin televisión y nunca mostró especial interés por los avances de Internet. Hija de la radio, acompañaba por el pasillo los carraspeos de guitarra de su otro Pepe, su primogénito, cuando este practicaba desde la habitación aquel Te Quiero Dijiste, popularmente conocido como Muñequita Linda, que compuso María Grever.
Acostumbraba, eso sí, a reinterpretar el aterciopelado estribillo de “Sí te quiero mucho, mucho, mucho, mucho…” por un ocurrente “muncho, muncho, muncho, muncho…”, misteriosa licencia poética que invitaba a la guasa familiar.
Los nietos, que solían cambiar la mueca socarrona por la característica cara de agobio que acompaña a los estudiantes en época de exámenes, recuerdan con cariño otro de los resortes de la abuela cuando se los encontraba, abrumados, entre libros.
“¡A resistir! ¡Con pan o sin pan! ¡Como dijo Negrín!”, alentaba.
La célebre arenga del ex presidente de la República era uno de los muchos tics que le quedaban a Carmen de una época pasada –pero no olvidada–, en que el sustento escaseaba y se aprovechaba hasta la última brizna de hierba, se reusaba el más gastado de los hilos de una cuerda, o se reciclaba en jabón la ceniza de los hornos, como tan bien relata Jaime Martín en su estupenda novela gráfica Jamás tendré 20 años.
Bajo ese intenso clima de supervivencia, Carmen perfeccionó un ajopotaje de rechupete que trascendió las modas culinarias tan propias del Siglo XXI, y conservó también la costumbre de responder con pasmosa naturalidad a la hora de la mesa.
-“¿Cuánto puchero le pongo, abuela?”
-“Pues el que me toque, hija”.
Quizás intuyendo que tenía los soplos contados, ya celebrado el centenario a lo grande junto a hijos, nietos y bisnietos, vivió con especial entusiasmo el último desfile de carrozas de Pascua en su localidad natal.
-“¡Vamos abuela, que ya solo queda el camión de la basura!”
-“Un ratito más, hija…”.
Y Carmen resistió.
Vaya si resistió. Hasta el final.
Con pan y sin pan.