{Banda sonora: I primi tempi – Paolo Conte}
Por ALEX OLLER
Allí donde juega la Juventus suelen acompañar en las gradas sus tifosi con una enorme bandera en que figura el rostro de Paulo Dybala. Sale el argentino tapándose media cara con la mano, el dedo índice alargado en horizontal y el pulgar en perpendicular, imitando la máscara de un gladiador romano, como la que luce Máximo Décimo Meridio en la película Gladiator.
En su escena más recordada, el general caído en desgracia se revuelve hacia el público de un polvoriento coliseo popular tras despedazar sin piedad a rivales de diverso pelaje y espeta, con creciente irritación:
“¿Os habéis divertido? ¿No habéis venido a eso?”.
El tremendo desplante me viene a la memoria cada vez que Dybala celebra un gol con el gesto evocador de la pregunta del protagonista, interpretado por el carismático Russell Crowe.
Y la respuesta vale para ambos:
Sí, me divierto. Y mucho.
Dybala no marcó el miércoles en la victoria por 2-0 en Mónaco, donde la Juventus presuntamente dio el penúltimo paso hacia la final de la Liga de Campeones de Cardiff.
Pero la actuación del revoltoso mediapunta cordobés fue tan o más decisiva que la de su compatriota Gonzalo Higuain, autor de los dos goles del equipo bianconero.
Ambos tantos surgieron de las botas del pequeño gladiador, quien inició el primero con un acrobático golpe de tacón en el mediocampo, y fabricó el segundo con robo en cancha contraria e instintiva apertura a Dani Alves, autor del centro definitivo.
Dybala buscó insistentemente al lateral brasileño en la banda derecha, en esa innata capacidad que tiene para esconderse, aparecer de pronto y asociarse tanto en corto como en largo, eligiendo casi siempre la mejor opción, con esa visión panorámica privilegiada que le permite cartografiar como pocos el campo de batalla.
Y lo que no ve, lo intuye, adelantándose en el desarrollo de la jugada al rival, a menudo a rebufo de la secuencia en el corto espacio de tiempo que separa a esta del éxito o el fracaso. O sea, el gol.
La Juventus, que parece en camino de reconquistar el trono europeo que ocupó por última vez en 1996, es mucho más que su nuevo jugador-franquicia. La Vecchia Signora actual cimienta su poderío en un portero de leyenda como Gianluigi Buffon, que afronta cada partido con la ilusión de un debutante, y una defensa que ha permitido solo dos goles en la competición, blanqueando incluso al Barcelona de Lionel Messi en cuartos de final.
Su técnico, Massimiliano Allegri, es un viejo zorro que ansía su primera validación continental, y cuenta también con amplios recursos en el mediocampo y un goleador fiable como Higuaín arriba.
Pero quien marca las diferencias es Dybala, un futbolista distinto, con swing seductor y pegada venenosa cuando la cosa se pone sería, muy al estilo de los grandes trescuartistas que nos ha dispensado históricamente el fútbol italiano.
Desde Giuseppe Meaza a Gianni Rivera, Roberto Baggio, Gianfranco Zola, Alessandro Del Piero y Francesco Totti, que recién anunció su retirada, el Calcio siempre se ha nutrido de futbolistas con talento para buscarse la vida e inventar peligro entre líneas, romper su temible cattenacio con un golpe de genio en campo minado.
Y Dybala, con sus medias bajadas y botines negros, muy a la antigua, con esa cara aniñada y definitivamente traviesa, con ese transitar sereno pero de pronto saltarín, sabe sortear sin despeinarse los afilados obstáculos de ese fútbol de trincheras, quizás menos agraciado que otros, pero de lo más competitivo.
Ya sobre el ruedo europeo, el pequeño Paulo se revela todo un gladiador de primera, capaz incluso, a sus 23 años, de ganarle el duelo personal a Messi a doble partido.
Le queda mucho por recorrer aún para establecer legítima comparación con el azulgrana, y lo más probable es que jamás logre acercarse a su descomunal palmarés.
Pero por ahora Dybala elimina rivales y hace camino, con ventaja sobre cualquier otro posible sucesor. Y vaya si nos divierte.