[Este artículo fue editado y publicado en agosto de 2016 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
RIO DE JANIERO (AP) –Luciendo top de bikini amarillo, minifalda azul y las típicas sandalias hawaianas de Brasil, a Flavia Brandeinberg, empresaria de 34 años originaria de Espírito Santo, solo le faltaba un trapo verde para completar los colores de la bandera de su país.
Pero lo que no le faltaba era la pelota de voleibol playa, acunada en su brazo derecho mientras paseaba felizmente, tostándose al sol junto a la célebre playa de Copacabana.
“Es que vengo de jugar con mis amigos”, explicó sonriente Brandeinberg, sin caer en el hecho de que su estampa bien podría servir como imagen promocional del deporte que actualmente causa furor en Brasil.
A pocos metros, sobre la arena se levanta el estadio de vóley de playa de los Juegos Olímpicos donde acababan de ganar sus compatriotas, Agatha y Barbara, al equipo argentino de Ana Gallay y Georgina Klug.
Pese a tratarse de un lunes laboral, cerca de 10,000 personas celebraron la victoria de las consideradas favoritas en las gradas, la mayoría brasileños amantes de un deporte que en Atlanta 1996 supuso la primera medalla olímpica para el país sudamericano en el deporte femenino.
“A los brasileños nos gusta ganar y en voleibol de playa ganamos mucho”, reconoce Agatha, rebosante de arena y alegría tras la victoria.
Y no le falta razón. El vóley de playa le ha dado al país 11 preseas (seis para las mujeres) desde su inclusión como deporte olímpico hace dos décadas, momento en que muchos brasileños se engancharon al juego como pasatiempo, llenando las playas a lo largo y ancho del territorio los fines de semana.
“Hay pasión por este deporte en todo el litoral”, dice Agatha. “El fútbol sigue siendo el número uno. Pero cada vez nos acercamos más, junto al voleibol de pista cubierta, al segundo lugar”.
Incluso iniciada la semana, en periodo invernal para los locales, los habitantes de Río se expanden por toda Copacabana y hacen uso de las numerosas canchas dispuestas junto al mar, compartiendo espacio con turistas como Brandeinberg, quien ya tiene su boleto para el partido de la tarde del equipo masculino. “Me gusta porque es un juego informal, donde uno está muy en contacto con la natura”, resumió la oriunda de un estado cercano a Río de Janeiro.
Lamentablemente, el dúo formado por Alison y Bruno no le pudo brindar una victoria, pues cayó inesperadamente por 2-1 ante Austria, toda una desilusión para la “torcida” que llenó prácticamente el recinto.
Pero al contrario que en el fútbol la noche anterior, cuando los seguidores abuchearon al equipo tras igualar 0-0 con Irak, los presentes aplaudieron el esfuerzo de ambos voleibolistas en la derrota.
Quizás las exigencias no sean las mismas pese al gran potencial brasileño, y ciertamente en las filas para adquirir boletos se palpaba de todo menos tensión, en un ambiente festivo acorde a una competencia que incluye ruidosos animadores, música y mucho color amarillo en el graderío repartido entre varias generaciones.
“El vóley de playa es mi deporte favorito, porque es muy acelerado, dinámico y estético”, explica Walquiria Pinto, enfermera de 68 años residente del norte de Río.
Locales y extranjeros curiosos por degustar un deporte con tanto sabor brasileño como la caipirinha se mezclan en el recinto, desde donde se puede avistar a lo lejos el majestuoso monte del Pan de Azúcar.
Similar panorámica matutina disfrutan desde la playa de Copacabana los chicos que participan de un curso organizado por la federación y que cuenta con la presencia de Mauricio Lima, ganador de dos oros olímpicos con la selección de pista cubierta.
“Este es otro mundo para mí”, reconoce Lima. “En Brasil, y Río especialmente, se vive la diversión. La gente es feliz y, en cuanto se abre el sol, sale corriendo para jugar en Copacabana. Es el Maracaná del vóley playa”.