[Este artículo fue editado y publicado en octubre de 2015 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España (AP) – A once metros de la línea de gol y con la pelota inerte en el punto de penal, Neymar clavó la mirada en el arquero con cara de póker, apoyó la pierna zurda atrás y dio un paso adelante, impulso suficiente para patear con la derecha, raso y a la derecha de Toño Rodríguez, que estiró el cuerpo al lado contrario, burlado por el brasileño que volvería a victimizarlo tres veces más.
Fue el primer tanto que Neymar celebró el sábado en la goleada del Barcelona por 5-2 al Rayo Vallecano, que le mantiene compartiendo el primer lugar de la liga española, mientras espera defender el liderato de grupo en la Liga de Campeones, el martes en cancha del Bate Borisov. Y caería otro de pena máxima, también provocada por él mismo mediante sotana al lateral Nacho Martínez, más los dos últimos empujados con la zurda tras intervenir Luis Suárez.
El oriundo de Sao Paulo, de 23 años, tardó poco en devolverle el favor al uruguayo, pues le sirvió la diana definitiva que aseguró que ambos engordaran su cuenta goleadora en ausencia de Lionel Messi, quien celebró desde la grada, contando los días para regresar a las canchas, probablemente el próximo 21 de noviembre en el clásico contra el Real Madrid.
Mientras, los aficionados del Barsa se agarran a la magia de Neymar y la garra de Suárez, quien tomó el timón al lesionarse el astro argentino, marcando tres goles en situaciones límite para el equipo dirigido por Luis Enrique.
Neymar tardó algo más en aparecer, pero la esperanza es que su primer póker en Europa, más allá de alzarle como máximo cañonero del campeonato con ocho dianas, haya significado su puesta de largo tras fichar por el club catalán en junio de 2013, precisamente para ejercer de escudero y eventual relevo de Messi.
“Disfrutaremos de muchas noches mágicas juntos”, aventuró el día de su presentación el entonces director deportivo, Andoni Zubizarreta, seguramente sin sospechar el cúmulo de problemas legales que desencadenaría el traspaso de la principal figura del Santos y que, en la previa de su exhibición ante el Rayo, vivió su más reciente episodio con petición de inhabilitación por parte de su antiguo club.
Pero el paulista, aparentemente ajeno al runrún del entorno, se destapó con la que muchos consideraron su mejor actuación vestido de azulgrana, que incluyó la gestación de los dos penales que iniciaron la remontada del Barsa tras el tanto inicial visitante. En el primero desbordó sobre una baldosa a Diego Llorente, quien incurrió en derribo necesario, aunque adornado en la caída por Neymar. En el segundo, contravino el manual del delantero al uso, abandonando el área para regresar de inmediato, como si algo hubiera olvidado; pero se trataba apenas de habilitar la superficie para su siguiente diablura, en la que se zafó de su defensor con un ligero toque de diestra y bicicleta para colarle el balón entre las piernas antes de caer trastabillado y recibir la felicitación de Suárez.
“Estuvo eléctrico, impresionante”, sintetizó Luis Enrique, quien hizo especial hincapié tras la lesión de Messi en que Neymar debía seguir ejerciendo de sí mismo, más que asumir las estratosféricas tareas del rosarino.
“Ha sido uno de mis mejores partidos”, reconoció el propio brasileño, quien había dejado bien claro a su arribo que nunca aspiraría a igualar al “diez”, aunque también ha quedado patente la mutación en su juego según la presencia o no de Messi en el once.
Como el resto de compañeros, Neymar delega sobre la cancha en “La Pulga”, quien tira del carro con el principal requerimiento de que los destinatarios de sus pases no fallen ante el arco contrario. Bajo ese prisma, la convivencia entre ambos es excelente, como demuestran sus frecuentes intercambios y sintonía en las celebraciones, con 62 goles en 101 partidos del brasileño.
Pero el papel finalizador del “once” se agranda al de canalizador del juego cuando no le acompaña el rosarino, y a esos efectos lideró al equipo frente al Rayo, bajando a la zona de medios a recibir el balón cuando sus compañeros se trababan en la salida, acusando también la baja del volante Andrés Iniesta.
Su repertorio de conducciones, cambios de ritmo, aperturas y controles cirquenses que incluyeron una rabona recordaron a algunos los malabarismos que en su día desplegó Ronaldinho sobre el verde del Camp Nou. Pero, aunque Neymar proviene de la misma escuela del fútbol-samba que pregona Brasil y se esforzó en premiar la colaboración de sus compañeros con pases generosos, las diferencias entre ambos siguen siendo notables.
La más clara reside en la polarización que el actual delantero del Barsa provoca entre rivales y aficionados, que discrepan sobre su interpretación de los cánones en que debe discurrir el juego respetuoso. Gustoso de celebraciones altisonantes cara a la galería y la bronca a ras de césped, irrita en parte su tendencia al excesivo protagonismo, mientras que al carismático Ronaldinho, igualmente profeta del divertimento, se le reían la mayoría de gracias, incluido en el estadio del Madrid, del que un día salió ovacionado.
Cuesta vislumbrar un sentimiento unánime respecto a Neymar, mientras el futbolista se encuentra en pleno desarrollo futbolístico entre el líder que le exige ser Brasil y el secundario de lujo que cultiva el ecosistema del Barsa. Más que al idolatrado “Dinho”, que cambió con su alegría el humor de un club entonces en estado depresivo, su figura futbolística quizás evoque más a la de Rivaldo, híbrido entre prolijo goleador y organizador de potente zancada y conducción, condenado a menudo a labores antinaturales en banda izquierda por el entonces técnico, Luis Van Gaal.
Su ex compañero y actual entrenador, Luis Enrique, se cuida mucho de limitar la fantasía de Neymar, a quien mayormente exige implicación defensiva, y con el que comparte preferencia por los choques de ida y vuelta y tensión permanente.
Sí bien su desempeño sobre en el rectángulo de juego es el que acabará juzgando la valoración que Zubizarreta hizo del futbolista, es fuera de la cancha donde el apodado “Ney” más se acerca al risueño Ronaldinho. Ídolo de masas e imán para los patrocinadores, cuentan que, al contrario que su compañero Gerard Piqué, no suele enfadarse jugando al póker, si no que disfruta de la partida, broma va, broma viene, sin mayores preocupaciones.
Pero de su perspicacia y capacidad para seguir creciendo como futbolista habla su alteración en la forma de ejecutar los penales, constatada ante el Rayo, cuando desestimó las carreras largas con rocambolescos cambios de dirección y amagos del pasado por el minimalismo del pateo a pierna parada, más similar a aquellos lanzamientos ralentizados de Rivaldo.
Y, como frente al tapete, cara de póker ante las distracciones del arquero, guardando tres ases más en la manga para completar la mano de cuatro y validar la gran apuesta del Barsa.