[Este artículo fue publicado en enero de 2012 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por: Alex Oller
BARCELONA (AP) – Acabada la rueda de prensa tras el último clásico entre la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao, el técnico ganador, el argentino Marcelo Bielsa, solicitó un momento a los periodistas presentes.
“Quería hacer un reconocimiento público al arquero de la Real Sociedad porque conviví con el mucho tiempo y, más allá de lo extraordinario arquero que es, yo en particular y mi grupo de trabajo le debemos mucho porque fue el capitán y sostenedor de todo lo que intentamos cuando trabajamos en común”.
Bielsa, ex seleccionador de Chile y actual entrenador del Athletic, se refería a la figura de Claudio Bravo, pupilo suyo en el combinado nacional y hoy consolidado y reputado portero de la liga española con la Real.
Las palabras de Bielsa, hombre poco dado a individualizar, dicen tanto sobre el enigmático carácter del “Loco” como de Bravo, futbolista de bajo perfil mediático pero honda reputación personal y profesional.
“No es algo usual, y eso habla muy bien de su compromiso y de lo que internamente siempre aporta a un equipo, como bien sabe Bielsa tras su experiencia juntos”, valora Jaime Pizarro, actual gerente deportivo de Colo-Colo, donde Bravo debutó en la primera división chilena.
Pizarro fue precisamente el técnico que le dio la alternativa cuando ejercía de entrenador en el club albo. “El estaba con la Sub-17 en 2001. En 2002 debutó y, al año siguiente, tras un progreso muy rápido y coincidiendo con una lesión de Eduardo Lobos, ya fue titular con apenas 19 años”, recuerda antes de destacar sus virtudes: “Llamaba la atención su personalidad. Era muy seguro, responsable y dedicado en los entrenamientos. A nivel técnico, distingue su movilidad en el área, como sale a cortar los centros, y su buen saque con el pie”.
Nacido hace 28 años en Viluco, área metropolitana de Santiago, Bravo dejó hace seis el tumulto de la capital de Chile por la terapéutica arena de la playa de Ondarreta, cerca de su domicilio en San Sebastián. La ciudad, serena y moderada, se ajusta perfectamente al carácter del portero, que llegó con su esposa Carla y su hija Josefa (siete años) y ahora cuenta familia numerosa con los arribos de Maite (cinco años) y Mateo, de apenas cinco meses, nacido durante la disputa de la última Copa América.
Plenamente asentado en la capital guipuzcoana, goza del innegable cariño de los aficionados “txuriurdins”, así como de amplio respeto en un club de rica historia de arqueros en el fútbol español.
“Es un estimulo seguir los pasos de grandes como (Luis Miguel) Arconada porque te obliga a trabajar más para figurar en la historia del club”, explica Bravo, que recordó su arribo a Europa como “un gran reto profesional porque, históricamente, no se hablaba mucho de arqueros chilenos acá. Llegamos tras ganar el torneo con Colo-Colo, hechos unos niños con mi mujer, y ahora nuestros hijos hablan en euskera. Nos han salido las cosas de maravilla”.
Pero hubo baches y notables, pues el fichaje del apodado “Cóndor chico” en honor al gran Roberto “Cóndor” Rojas, coincidió con una de las épocas más bajas de la historia de la Real, que descendió a segunda división en su primera temporada bajo palos.
Bravo, llegado como gran promesa del fútbol sudamericano y primer arquero del continente en ocupar la portería donostiarra, se vio además relegado a la suplencia en la categoría de plata, de donde el club tardaría tres temporadas en salir.
A la segunda, el chileno recuperó la titularidad, ganó el trofeo Zamora al portero menos goleado, y ya no volvió la vista atrás.
Hombre tranquilo, de trato afable y costumbres familiares, rompe el molde del arquero excéntrico y pasado de revoluciones, fue nombrado recién tercer capitán y ejerce habitualmente de cicerone, sobretodo en caso de los latinoamericanos recién llegados.
“El portero debe transmitir tranquilidad dentro del campo. Si no, se pone nervioso todo el mundo: compañeros y aficionados. Dejé de ser supersticioso y también soy muy tranquilo fuera, donde paso la mayor parte del tiempo con mi familia”, explica el arquero, que luce los nombres de sus hijas tatuados en el brazo izquierdo.
Criticado desde algunos sectores por su actuación en la Copa América, reconoce que es de los que les da vueltas a los fallos “para mejorar”, pero que su principal evolución desde que llegó a España reside en que “veo la vida y mi futuro con mucha más tranquilidad: ahora tengo familia y el futbol es secundario”.
Pese a ello, este aficionado al tenis sigue siendo un estudioso del juego que, explica “requiere hoy en día mayor dinamismo, implicación y responsabilidad por parte de los arqueros”.
Bravo, que este sábado enfrenta al poderoso Barcelona con su equipo, se ha convertido en un seguro de vida para el técnico de la Real, Philippe Montanier, también ex arquero.
“A veces se mete bajo palos y nos echamos una risas”, cuenta el chileno, quien siente especial admiración por Bielsa: “Me dio la responsabilidad de ser capitán y nos dejó una gran enseñanza, exigiéndonos esfuerzo diario, afrontar los partidos a muerte y no renunciar nunca a desplegar lo que entrenábamos”.
El desarrollo deportivo de Bravo, que en su tercera temporada en primera división lucha con la Real por mejorar el 15to puesto del pasado curso (actualmente ocupan la 12da plaza) ha sido notable según Pizarro: “Ha mejorado en todas las áreas: no solo en el arco, también en comunicar y liderar. Seguro que va a dar un paso más en el futuro”. El gerente de Colo-Colo no tiene reparos en situar históricamente a su ex discípulo “en el grupo de elite de futbolistas que ha dado Chile”.
Bravo ha recibido ofertas de clubes importantes, pero en 2010 optó por renovar su contrato hasta 2015. “No me cierro puertas, pero quiero ganar algo con la Real. El Zamora no me importa tanto como lo colectivo”, y advierte: “No necesito el brazalete para sentirme capitán y espero llegar lo más pronto posible al próximo Mundial con Chile”.