[Esta columna fue editada y publicada en junio de 2014 por LA OPINIÓN]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España – “¿Cambiamos monas?”
La pregunta, ante mi desconcertada mirada, se la hizo el viernes Estefanía a Daniel, amigo de infancia con el que se reencontraba, tras años de relación a distancia, en improvisada reunión en mi apartamento de Barcelona.
Habíamos estado arreglando el mundo durante una larga y placentera comida hasta que ella recordó que, entre los motivos de la cita, estaba la curiosa liturgia que seguiría a continuación.
Y así, mientras otros nos ocupábamos de otras cosas, Estefanía y Daniel se dispusieron a cambiar monas (lo que en España llamamos cromos) del álbum del Mundial, como hicieran años atrás en Bogotá; y como siguen haciendo tantos niños y adultos alrededor del mundo.
Daniel: “127”…
Estefanía: “No”.
Daniel: “56”…
Estefanía: “Sí”.
En ese ejercicio, aunque con bastante menor alegría y mayor sensación de soledad, debe andar también Vicente Del Bosque estos días en Brasil. Poco podía imaginar el seleccionador de España, como ninguno de nosotros, que el partido que debe enfrentar el lunes a “La Roja” contra Australia fuera a tornarse intrascendente, sin otro aliciente que disfrutar de los últimos pelotazos de una de las mejores generaciones que haya dado el mundo del fútbol.
Blanqueada en el casillero, igual que Australia, España ya no pinta nada en el Mundial pero debe afrontar desde ya la renovación de cara a la defensa de su trono Europeo.
La cuestión es si el mejor punto de partida es un ensayo con quienes deben tomar el relevo o un homenaje final a los campeones.
Y en esas se debate Del Bosque, hombre leal y respetuoso con los ritos del fútbol… incluido el de cambiar monas.