[Este artículo fue editado y publicado en octubre de 2013 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
Corría el minuto 42 del clásico Real Madrid-Atlético de Madrid disputado el sábado cuando Diego Costa, el futbolista que mejor encarna el espíritu combativo del Atlético y que venía de chocar con Diego López, notó un ligero golpe de bota en el costado, propinado por la erguida e imponente figura del arquero madridista.
Como resorte, Costa se fue primero por el juez de línea y luego por López, con el que se encaró, retador, a escasos centímetros, rechazando sus explicaciones y aguantándole la mirada mientras le dedicaba todo tipo de improperios.
El momento vino a reflejar la rebeldía con que Costa y el Atlético afrontaban el partido contra el máximo rival, al que ya derrotaron en su feudo hace cuatro meses y medio, cuando se proclamaron campeones por la Copa del Rey e iniciaron lo que parece ser un abordaje en toda regla por la supremacía ciudadana.
Media hora antes de su rifi-rafe con López, Costa, ese delantero con modales de central, anotó el gol del segundo triunfo consecutivo de los “colchoneros”, 1-0, sobre el Real Madrid; algo que no ocurría desde 1999, cuando el Atlético ganó 3-1 en el Santiago Bernabéu para añadir a su victoria del curso anterior en su propio estadio.
El tanto de Costa llegó de similar manera al que anotó en la final copera, en punzante contragolpe tras robo de balón, subrayando una vez más el ideario grabado en piedra del técnico argentino Diego Simeone, basado en correr más que el contrario, pulir hasta la saciedad las jugadas de estrategia, morder en el mediocampo y lanzar a Costa, indomable promesa del pasado, hoy consolidado como máximo cañonero de la liga junto al argentino del Barcelona, Lionel Messi.
Con esa fórmula del “Cholo” en que “el trabajo no se negocia y no hay nadie más importante que el equipo” y agarrado a una excelente preparación física, el Atlético ha conseguido el mejor arranque liguero de su historia con siete triunfos en las siete primeras fechas y se postula, pese a las reticencias del timonel, como candidato al título.
Igual que el Barsa del también argentino Gerardo Martino, líder por diferencia de goles pero con sensaciones bien distintas.
Mientras la afición rojiblanca celebra eufórica los éxitos de su equipo, más identificada que nunca con los valores propuestos desde el banquillo y exhibidos sobre la cancha por futbolistas como Costa y el volante Jorge Resurreción “Koke”, un talentoso todoterreno con alma proletaria, el Barsa se mira al espejo y se pregunta qué le pasa.
Poco importa que el debutante Martino haya firmado el mejor inicio, ya con el título de la Supercopa (ganada al Atlético) en el bolsillo, y que Messi siga goleando a su habitual ritmo estratosférico.
Más allá de los resultados que han dejado al Madrid cinco puntos por debajo en el campeonato, en Barcelona se discuten cuestiones de estilo, estética, filosofía y ética. Y con apenas 67 días de servicio desde que sustituyera a Tito Vilanova por enfermedad, al “Tata” ya le andan rebatiendo el ideario por presunta traición a la hoja de ruta “culé”, basada en el juego asociativo que instauró en su día el holandés Johan Cruyff y pulió más tarde Pep Guardiola en torno a mediocampistas de talante coral como Andrés Iniesta y Xavi Hernández
Martino, quien hasta la fecha ha logrado encajar al brasileño Neymar en una propuesta algo más directa, donde el balón largo y vertical ya no se considera una herejía y cobran peso jugadores de ida y vuelta como Cesc Fábregas, deslizó recientemente que se le critica más por no ser holandés o catalán.
Puede que tenga razón el rosarino, aunque más que favoritismos de origen, lo que parece aflorar en el entorno azulgrana, distraído estos días por las declaraciones del central Gerard Piqué aludiendo al presunto favoritismo financiero que se le dispensa al Madrid y la emergente moción de censura al presidente Sandro Rosell, enfrentado a Cruyff, es su eterna hipocondría.
Bendecidos por los éxitos recientes, a los “culés” les siguen soliviantando periódicamente los fantasmas del pasado y un cierto fatalismo que hoy se ve reflejado en la anunciada marcha del arquero Víctor Valdés, en excelente forma, y última lesión muscular de Messi, cuya recuperación cobra urgencia de estado para afrontar el próximo clásico contra el Madrid, el 27 de octubre.
Los “merengues” no cuestionan tanto el estilo como su identidad tras la marcha del técnico José Mourinho y la llegada de Carlo Ancelotti. El italiano, supuestamente elegido por su talante conciliador y palmarés exitoso, parece confundido tras la buena pretemporada el equipo, sin saber muy bien a qué jugar ni con quién, dado el desmesurado intervencionismo del presidente Florentino Pérez.
Obsesionado con conquistar la decima Copa de Europa, Pérez contrató a Mourinho pero hoy empieza a sentir también la necesidad de recuperar la hegemonía en la liga, pues solo ha ganado una de las pasadas siete ediciones en que ha figurado como presidente. Su mano se ha dejado ver tanto en la política de fichajes, sobre todo en la incorporación del galés Gareth Bale, el traspaso más caro de la historia, como en algunas decisiones de Ancelotti, quien duda en sustituir al gafado delantero Karim Benzema, uno de los favoritos del mandatario, al tiempo que mantiene al arquero Iker Casillas como suplente en la liga.
Señalado por el mal juego del Madrid, el técnico no sabe muy bien qué responder, constatando como la pérdida del alemán Mesut Oezil, vendido al Arsenal tras el arribo de Bale, ha restado capacidad creativa al plantel, con más futbolistas de conducción y disparo que de toque y desmarque y claros problemas en una defensa que solo ha mantenido invicto su arco en uno de ocho cotejos disputados.
La sangría sería mayor de no haber ganado con polémico penal en los descuentos por la sexta fecha en Elche; victoria que sirvió, como no, para destapar la caja de los truenos en Barcelona.
¿Qué más da que los azulgranas anden perfectos en liga y Champions? Como tantos personajes del director de cine Woody Allen, el Barsa se recrea en sus miserias y supuesta grandeza del rival. Poco importa que del brazo pasee la chica más guapa de Nueva York, incapaz de disfrutar el momento por la paranoia que le genera el cómo, cuándo y por culpa de quién la acabara perdiendo.
El símil cinematográfico del Madrid se acerca más a una superproducción del actor Nicholas Cage: derroche de dinero y talento por una trama desordenada donde priman más el ruido y los efectos especiales que otra cosa. Y final a cara o cruz.
En este inicio de liga de cine, el Atlético es una balsa de aceite donde no se depara en la marcha del astro colombiano Radamel Falcao y veteranos ilustres como David Villa asumen sin rechistar un rol secundario.
El plantel de Simeone se siente fuerte y con ansias de pelea, cual gladiador resurgido de las tinieblas, mutado de piel pero no de espíritu, y desafiante, como Costa ante López el sábado.
Al brasileño solo le faltó darse la vuelta y espetarle al estadio blanco aquel grito que lanzó Russell Crowe al público del coliseo: “¡¿No están entretenidos?!”.