[Este artículo fue editado y publicado en mayo de 2013 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
MADRID, España (AP) – “Estoy triste”.
La frase la soltó Cristiano Ronaldo en la zona mixta del Santiago Bernabéu el pasado 2 de septiembre tras marcar un doblete y vencer 3-0 al Granada; y resonó con estruendo en las entrañas del coloso del Real Madrid, generando una onda expansiva de consecuencias imprevisibles en el mediatizado entorno “merengue”.
El destinatario de tan enigmático pero contundente mensaje parecía ser el presidente Florentino Pérez, quizás demasiado pasivo a ojos del astro portugués en materias tan sensibles como la renovación de su contrato o el apoyo institucional en la lucha por galardones individuales como el Balón de Oro.
El lamento con tintes de melancolía, conocido en Portugal como “saudade”, no parecía aventurar precisamente la mejor de las temporadas para Cristiano, futbolista de talento ilimitado pero mercurial carácter, capaz de decidir un partido con un golpe de riñón o contagiar su crispación al resto del plantel en una mala noche.
Pero el siguiente partido en casa marcó un punto de inflexión en la particular campaña del delantero, quien borró cualquier atisbo de tristeza rescatando al equipo en su estreno de la Liga de Campeones contra el Manchester City, cuando marcó el gol de lA victoria en los descuentos y lo celebró con ganas ante su público.
“Lo importante es que el equipo ganó”, zanjó desde el mismo lugar donde, días antes, había acelerado el pulso a los seguidores madridistas.
Al término de su cuarta temporada en la capital de España, la afición “merengue” adora como nunca a Cristiano, a quien avalan las estadísticas pero refuerza un renovado espíritu deportivo, más pendiente de ayudar al equipo en momentos de zozobra que de reivindicar logros individuales.
Alejado, como tantos otros en el vestuario, del particular tono incendiario del entrenador José Mourinho, Cristiano ha actuado más de bombero que de pirómano desde que salvara los tres puntos ante el City y, aparcada la “saudade”, ha optado por hablar sobre la cancha.
Y el discurso ha sido impecable.
Lejos quedan ya la actitud altiva y gestos desconsiderados del astro con compañeros, rivales, árbitro y público. Siguen supurando, de vez en cuando, ciertos síntomas de irritación cuando no salen las cosas, pero ya no el sentimiento de que el mundo se torna en su contra. La versión 2013 de Cristiano no solo muestra a un futbolista más completo, generoso y altruista sobre la cancha, capaz incluso de decidir como suplente, sino también a un hombre más maduro y ajeno a la polémica.
Consciente de que cada palabra suya se calibra al detalle, ha optado, cuanto menos, por la reclusión, saliendo a escena solo cuando la situación lo merita. Como en la previa de la final de la Copa del Rey, el viernes, contra el Atlético de Madrid.
“Es un partido especial, pero mi ambición es siempre la misma: jugar bien, hacer goles, dar asistencias. Lo afronto con gran responsabilidad. Estoy tranquilo”, declaraba el miércoles en la web oficial del club.
Cristiano sumó 87 goles en sus primeros 89 partidos con la camiseta blanca. Pero esas dos temporadas iniciales apenas dispensaron un título y generaron imágenes narcisistas como la exhibición de sus abdominales en el Bernabéu o el enfrentamiento habitual con aficiones rivales.
“A nivel personal, ha siso mi mejor temporada: me pongo un ocho o un nueve”, consideró el portugués sobre su segunda campaña, aunque dejando claras cuales iban a ser sus prioridades. “Batir un récord es muy importante, pero preferiría marcar menos goles y ganar la Champions”, subrayó entonces.
Cuatro años después, poco ha cambiado en ese sentido para el astro portugués, quien sigue marcando goles a granel y suma una liga pero al que elude, repetidamente, la ansiada Champions.
52 dianas en 51 encuentros contemplan esta temporada a Cristiano, privilegiado inquilino del Olimpo de goleadores junto al barcelonista Lionel Messi, anotador de 58 en 48 encuentros. En aparente plenitud deportiva, la voracidad de ambos se antoja ilimitada, y el duelo personal alimenta sus respectivos ardores competitivos.
Así, si Messi firmó con el Barsa el mejor arranque de la historia de la liga y acabó el 2012 como el máximo goleador en un año calendario con 91 dianas, Cristiano aceptó el desafío y tiró del Madrid en el inicio de 2013, liderando al equipo a su segunda semifinal consecutiva de Champions y creciéndose particularmente en los duelos ante el Barsa.
Acostumbrados a medirse en las galas de premios internacionales, los últimos clásicos entre Madrid y Barsa han servido a Cristiano para reivindicarse ante el rosarino, al que ha superado en los duelos directos. Harto de caer siempre segundo en las comparaciones, el luso dio un golpe sobre la mesa; sobre todo en el Camp Nou, donde ha marcado ocho goles en sus últimas seis visitas, con solo dos derrotas de su equipo, ambas por ajustado 3-2.
Nunca el madridista había martilleado tan contundentemente al rival azulgrana como en la presente campaña, en que acumula media docena de tantos ante el equipo de Messi. Y si algo más la ha caracterizado, ha sido su capacidad para crecerse en partidos importantes, librándose de un estigma que le perseguía desde sus tiempos en el Manchester United, especialmente tras fallar un penal en la final de Champions ganada en 2008.
Fue precisamente en Old Trafford, ante su ex equipo el pasado 5 de marzo, donde más evidenció su progreso, resolviendo la eliminatoria de octavos de final con el gol decisivo (que no celebró) y justificando los elogios de su ex entrenador.
“Ha batido todos los récords en Madrid: Di Stefano, Puskas, Hugo Sánchez… Ni Zidane ni Figo eran mejores. Es fundamental”, dijo Sir Alex Ferguson, mientras que Gareth Bale, lateral del Tottenham y objetivo del Madrid, proclamaba ya desde enero la condición de “mejor jugador el mundo” de Cristiano, así como favorito para quitarle el Balón de Oro a Messi en 2013.
Decisivo también en cuartos con tres dianas al Galatasaray, Cristiano acabó pagando el sobreesfuerzo en semifinales contra el Borussia Dortmund (como Messi) y finaliza la temporada renqueante pero con su segundo título de copa al alcance de la mano.
Más maduro y avispado, ha evitado entrar al trapo públicamente con Mourinho, quien aludió recientemente a su “tristeza” para explicar las penas del equipo en la liga. El futbolista se distanció este curso del timonel, con quien se enfrentó definitivamente tras un partido contra el Valencia, y se acercó a veteranos como Sergio Ramos e Iker Casillas.
Le sigue aflorando ocasionalmente el arrebato orgulloso, como cuando pide calma a los aficionados del Barsa tras cada gol en el Camp Nou. Pero, en general, ha sabido soportar de forma ejemplar el acoso al que es sometido regularmente en los estadios visitantes.
Solo en la última fecha ante el Espanyol se enredó en escaramuzas, ganándose una absurda tarjeta amarilla. Casualmente, fue en el partido que selló matemáticamente el campeonato para el Barsa y que Mourinho planteó sin más ambiciones que alcanzar plácidamente la final copera.
Fue, quizás, el último ramalazo de rebeldía del astro, librado de “saudade” pero incapaz de rendirse al ninguneo, al vacio competitivo. El mejor Cristiano compite, sin atender a razones. Y este curso lo ha hecho mejor que nunca.