[Este artículo fue editado y publicado en mayo de 2012 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
BARCELONA — Al acercarse los Juegos Olímpicos de Londres, los operarios trabajan contrarreloj en la puesta a punto de las instalaciones, los atletas ultiman su preparación, los comités olímpicos evalúan delegaciones, los medios de comunicación planifican su cobertura y el profesor David Cowan piensa en cómo garantizar al máximo una cita libre de tramposos.
Lo hace desde un flamante laboratorio antidopaje localizado en la localidad de Harlow, en el oeste británico. Ahí, junto a un millar de colaboradores, analizará los controles de más del 50% de los atletas participantes: unos 6.250 entre muestras de sangre y orina, superando la cifra de 4.470 de la pasada edición en Beijing.
“Tenemos la mejor tecnología y podemos detectar sustancias prohibidas mucho más rápido”, proclama Cowan, coordinador de una ofensiva que incluirá controles aleatorios, así como a todos los medallistas.
El moderno centro de operaciones abandera la sempiterna lucha de la Agencia Mundial Antidopaje contra lo que el presidente de la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional, Arne Ljunqvist, describe como “problema creciente de salud pública, especialmente entre la generación joven, proclive al uso de sustancias dopantes”.
Como los demás implicados en la lucha antidopaje, Ljunqvist loa “las mejoras técnicas en los laboratorios, que nos permitirán analizar una muestra de EPO en 20 minutos en lugar de 24 horas”.
Pero el propio presidente del COI, Jacques Rogge, advirtió en mayo pasado que “no debemos ser ingenuos: aunque hemos hecho todo lo humanamente posible para minimizar la amenaza del dopaje, siempre ha habido positivos en los Juegos desde que iniciamos controles”.
Rogge, que compitió en vela en tres Juegos consecutivos, explicó que “el atleta hace trampas porque cree que los demás también lo hacen. Está incrustado en la naturaleza humana”.
Pese al despliegue, la AMA sospecha que la cifra de cazados por cada cinco infractores es inferior a uno. Según su presidente, David Howman, “el problema es que la ciencia que les ayuda también es muy sofisticada”.
“Muchas veces, las muestras que recibimos no son analizadas al máximo, como con el EPO, por ejemplo. Es una lucha diaria”.
El organismo, que cuenta un presupuesto de 25 millones de dólares para combatir una lacra mundial, requiere, dice Howman “una mayor implicación de los países, federaciones y la policía ante el poder de las mafias”.
Los mejores propósitos ya se plantearon previo a la cita de Beijing, cuando la ciclista española Maribel Moreno se convirtió en la primera de 23 atletas en dar positivo durante los Juegos.
España, con grandes triunfos deportivos en los últimos años, se considera especialmente estigmatizada por la sombra del dopaje. Tras el caso de Moreno, el ciclista Alberto Contador fue perseguido por la AMA tras su positivo por clembuterol durante el Tour de Francia 2010, del que fue desposeído como ganador.
Su caso sirvió para exponer el, en ocasiones, complicado entramado procesal de la lucha antidopaje, donde las jurisdicciones de los múltiples estamentos involucrados parecen pisarse las unas a las otras.
Tras los controles efectuados por las agencias antidopaje de cada país, las federaciones nacionales ejercen de primer instrumento sancionador en caso de un positivo. Generalmente a instancias de la federación internacional de turno, capacitada -como la AMA- para recurrir ante el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), órgano regulador que dicta sentencia definitiva.
“Ningún país hace más que nosotros en la lucha antidopaje”, defendió el presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, ante las críticas llovidas desde la vecina Francia, especialmente con ácidas parodias televisivas.
Desde ciertos sectores, se intentó explicar la fallida candidatura olímpica de Madrid por su falta de credibilidad en la lucha antidopaje. Y aunque Ljunqvist suscribe esa relevancia a la hora de evaluar sedes, Brasil, que acoge los siguientes Juegos, ni siquiera dispone de agencia antidopaje propia.
Incluso la AMA suspendió la acreditación del laboratorio de Río de Janeiro por un caso de falsos positivos.
Howman razona que su organismo sigue los protocolos establecidos en el polémico caso del velocista británico Dwain Chambers que, tras dar positivo por consumo de esteroides, fue vetado de por vida de los Juegos por el Comité Olímpico Británico. Pero, al considerar que ya había cumplido su sanción, la AMA recurrió el fallo ante el TAS, que permitió su participación en los Juegos de Londres.
“No estamos en contra de las sanciones vitalicias. Simplemente seguimos el código vigente. Si alguien pretende cambiar esa norma, ahora es el momento, porque está bajo revisión”, explica Howman.
En octubre de 2011, el TAS ya falló en contra del COI, en intento del organismo de vetar la participación en los próximos Juegos a quienes hubieran sufrido una sanción de más de seis meses.
Era el caso del estadounidense LaShawn Merritt, medalla de oro en los 400 metros que, cumplidos sus 21 meses, vio como la máxima corte jurídica, a petición el Comité Olímpico de Estados Unidos, negaba al COI la potestad de sumar sanciones. Merritt podrá finalmente estar en los Juegos.
El matiz, como en el caso de Chambers, radica en la interpretación del castigo. No puede ser acumulativo, como sostiene el TAS ante la postura del COI, que define la diatriba como una cuestión de “elegibilidad” a la hora de seleccionar los participantes en sus eventos. Algo parecido al “derecho de admisión”.
Aún reconociéndola, Ljungqvist relativiza la presión social sobre el atleta moderno. “Antes era peor, porque se politizaba el éxito y los atletas ingresaban como conejillos en programas de dopaje gubernamental, como ocurrió en Alemania del Este. Ahora les mueve el dinero”.
Las tres grandes diferencias respecto a Beijing, según Howman, radican en que “ningún atleta puede alegar no estar al corriente de las reglas. No hay excusas. La ciencia ha avanzado y podemos detectar nuevas sustancias prohibidas. Luego, tenemos mucha más información sobre los movimientos de los tramposos, en especial por Internet, gracias a una mayor colaboración policial”.
Y todo lo resume en un consejo: “Mejor no hacer trampas”.