{Banda Sonora: Pierre de la Rue – O salutaris hostia}
Por ÀLEX OLLER
Maravillado por el infinito talento de Leonardo da Vinci, el Rey Francisco I apadrinó en 1516 al pintor, arquitecto, matemático, anatomista, botánico, pensador, escultor, ingeniero, urbanista, inventor, científico, músico, poeta y escritor –como para no abrumarse con semejante currículum– y se lo llevó al Château du Clos Lucé, a orillas del Loire, donde el monarca le dijo, básicamente, que se pusiera cómodo e hiciera lo que le viniera en gana. El sueño de cualquier creador se cumplió para el ilustre florentino en Amboise, donde falleció tres años después y donde circulan este jueves los ciclistas del Tour de Francia, salidos de Tours y camino de Chateauroux en esta sexta etapa, reservada, en teoría, una vez más, a los sprinters.
La resaca de la prodigiosa contrarreloj de Tadej Pogacar, el miércoles en Laval, es dura en el pelotón, que toma aire en previsión a los ascensos del fin de semana, donde esperan cinco puertos de primera categoría. Los corredores cicatrizan las heridas provocadas por la epidemia de caídas de los primeros tres días y ponderan como hincarle el diente al prodigio esloveno, cuando restan más de dos semanas de carrera. “Queda mucho Tour”, dice el tópico. “Sí, ya… ¿y eso, es bueno?, responderán los más pesimistas.
Pensemos que sí, que es bueno, especialmente para quienes albergamos la esperanza de que Mark Cavendish logre repetir su hazaña del martes y añadir un triunfo más a su palmarés en la ronda francesa. Le faltan tres al velocista británico para igualar la marca de 34 victorias de Eddy Merckx en la grande boucle, después de años sin comparecer, más cerca de la retirada que otra cosa, tras sufrir mononucleosis e indicios de depresión. El recorrido, que ni pintado por el propio Leonardo, es como para alegrarle la vida a cualquiera de bonito, con los castillos del Loire como principal reclamo turístico y un paisaje de campos de trigo y lagos, también del agrado de los roulers, que disfrutan la planicie en un día soleado, de festejo a pie de carretera, pero sin peligrosas aglomeraciones. Se distancian así, al tran-tran, Greg Van Avermaet y Roger Kluge, pero no más de tres minutos, siempre a tiro de piedra del gran grupo, donde descansan los favoritos, incluido Pogacar.
“La ciencia fue el capitán, la práctica fue el soldado”, se aplicaba Leonardo, privilegiado autodidacta en multitud de disciplinas, para las que se valía del arte de la observación. Entre ellas parece que figuraba también el de diseñador de armas de guerra, según nos contarán esta noche en la serie que le están dedicando en Televisión Española. En el plató de Teledeporte, entretanto, Perico Delgado se entretiene explicándole a Carlos de Andrés cómo echaba de menos el cocido familiar cuando se eternizaban las carreras: “necesitaba otro aire, alimentar el estómago, pero también la cabeza”. Lo dicho, esperemos que el Tour 2021 no se nos haga bola.
Dentro de lo accidentado, de entre los comparecientes no se lamentan más bajas ilustres que la de Marc Soler, y el ramillete de figuras mantiene intactas sus opciones pese al golpe sobre la mesa del vigente campeón. En estos tiempos de bigdata, mediciones de vatios y demás, las cualidades físicas de Pogacar bien merecerían un dibujo tipo Hombre de Vitruvio por parte del polifacético hombre del Renacimiento; quizás también el aleteo de Julian Alaphilippe sea digno de una prolongada contemplación, o la sonrisa de Richard Carapaz invite a un retrato como el de La Gioconda, o la docena de favoritos inspire una pintura coral como la de La última Cena.
Otro Leonardo, de apellido DiCaprio, encarnó hace unos años a un trampero en la película El Renacido, en la que, en su afán por reunirse con su hijo, sufría un sinfín de peripecias y adversidades en las nevadas montañas de Dakota, la más recordada, el ataque de un oso, filmado en toda su crudeza. La técnica cinematográfica del Siglo XXI posibilita despliegues como ese, y los avances televisivos nos permiten contemplar, desde múltiples ángulos, como, una vez alcanzados los fugados, el pelotón se estira y se parte en dos trenes a partir del último kilómetro, con los equipos posicionando a sus velocistas de cara al triunfo final. “A veces los sprinters funcionan por inspiración”, alerta De Andrés.
Están entre ellos Sagan, Jasper Philipsen, Nacer Bouhanni y Arnaud Démare, pero también Cavendish, luciendo ya el maillot verde que le acredita como el mejor en este tipo de lides y hábil para buscar el carril derecho, apretar los dientes y superar al resto rumbo a su segunda volata en la carrera, tercera en Chateauroux tras 2008 y 2011 y 32da en sus 13 participaciones en el Tour. Cae la inevitable pregunta sobre la que vendría a ser su gran obra: la réplica o ampliación del récord de Merckx. Pero el británico prefiere centrarse en los pormenores de la llegada, dando cuenta de sus propias dotes para la observación: que si los anteriores finales fueron en líneas distintas, que si he sentido el viento por la izquierda, he pillado una rueda por la derecha… Quizás no baste para considerarlo un hombre del Renacimiento, pero si para constatar que Cavendish, ni que sea en términos ciclistas, puede saberse renacido.
Cierto que queda mucho oso todavía, pero si yo fuera su director de equipo, le diría lo que Francisco I a Leonardo: “Figura, el castillo lo pongo yo. Tú, a lo tuyo”.