Estreno este blog a destiempo, como casi todo lo que hago en la vida, pero… ¡qué carajo! José Juan Barea obliga. Es lo que tiene el menudo base boricua de los Mavericks. Eso y tantas otras cosas más que, espero, siga exhibiendo en lo que queda de estos estupendos Playoffs de la NBA.
El plan era inaugurar Balón Lebowski con un mínimo de fanfarria. Quizás la primera entrega de los Premios Little Lebowski Achievers de la temporada NBA o algo similar que sirviera de introducción a este modesto rincón cibernético de miscelánea deportiva; o lo que sea que vaya a devenir en el futuro Balón Lebowski.
Pero todo saltó por los aires la pasada madrugada, cuando José Juan Barea (simplemente JJ a partir de ahora) se marcó uno de esos partidos que a uno le hacen rencontrarse con la principal razón por la que ama el deporte. ¿Qué hago yo despierto a estas horas de la mañana, viendo en diferido un partido de Playoffs de la NBA que no involucra a mi equipo (Chicago) ni se intuye vaya a ofrecerme nada nuevo bajo el sol?, pensaba tirado en el sofá, esperando que los efectos del primer café del día cundieran.
Claro, Dirk Nowitzki se marcó un partidazo antológico (41 minutos jugados, 48 puntos, 12 de 15 en tiros de campo, 24 de 24 en tiros libres, 6 rebotes, 4 asistencias, 4 tapones) y su cara a cara con Kevin Durant (42 minutos, 40 puntos, 10 de 18 en tiros de campo, 2 de 5 en triples, 18 de 19 en tiros libres, 8 rebotes, 5 asistencias, 2 tapones) recordó aquellos duelos clásicos de los 80 entre Dominique Wilkins y Michael Jordan. Pero lo de JJ….
¿Cuántas veces un latino de 1,80 metros y 80 kilos, no seleccionado por el Draft y más parecido a Jeff Van Gundy que a LeBron James ha sido capaz de secuestrar un partido como el primero de las Finales del Oeste? Pasada la media hora de partido, JJ había logrado que me semi-incorporara sobre mi asiento y, cuando clavó su segundo triple, a punto estuve de levantarme y romper el código de afiliación de todo fiel seguidor (solo saltar de la silla en un juego que involucra a tu propio equipo). Increíble pero cierto: JJ había pasado la prueba del sofá, por muy raro y sexualmente ambiguo que eso suene.
Que Nowitzki era capaz de anotar con los ojos vendados ya lo sabíamos. Que Durant puede seguirle paso a paso también. Pero lo de JJ…
Y eso que ya había dado muestras de poder poner patas arribas un juego con su eléctrica serie ante los Lakers, donde desquició tanto a los campeones que Andrew Bynum se sintió obligado a marcarse un ajuste de cuentas al más puro estilo Cobra-Kai en la despedida de Phil Jackson como entrenador. Poco le importó al puertorriqueño, que reaccionó a lo be water, my friend cuando le preguntaron sobre el feo gesto tras la barrida a los angelinos.
Pero, ¿de dónde salió este tipo?
La respuesta rápida es de Mayaguez, Puerto Rico. De un padre jugador de waterpolo y una madre practicante de voleibol y tenis, deporte al que se dedicó hasta optar por el baloncesto a los 17 años. Súbitamente convertido en la mayor estrella baloncestística de su país, y encima pololeando con la Miss Universo Zuleyka Rivera, JJ está literalmente que se sale y cuesta imaginar quien le desbancaría en la cola del restaurante de moda. Señor Barea, su mesa esta lista.
Pese a que promedió más de 20 puntos por partido en sus últimos tres años en la universidad de Northeastern y dobles dígitos en la segunda mitad de la actual temporada con los Mavericks, nunca esperé que el hermano baloncestístico de Michael J. Fox se convirtiera en la versión un Mini-Me de Derrick Rose en el tramo decisivo de la temporada. Tal como destrozó a los Lakers y explotó para 22 puntos y 8 asistencias en 27 minutos en el primer juego contra Oklahoma City con un despliegue insospechado de fintas, penetraciones, tiros y asistencias, esperaba que, mediado el tercer cuarto, empezara a brotarle pelo de la nuca y garras de las zapatillas, recreando aquella escena de Teen Wolf en que Micheal J. protagonizó uno de los finales de partido más dominantes de todos los tiempos.
Y más sorprendente todavía, ¿quién iba a pensar que Barea se convertiría en el segundo JJ en robarme el corazón en unos Playoffs de la NBA? Después de que Redick se revelara el año pasado como el mejor jugador de los Orlando Magic (sí, incluyendo a Superman Howard), Barea ha conseguido que me replantee muy seriamente mis prejuicios con el apodo de la doble jota. Incluso sopeso la posibilidad de nombrar a mi primer barón Justin Jerome. Seguiremos informando.
Espero por el bien de los Thunder que su técnico, Scott Brooks (otro asombroso clon de Michael J.), haya dado con la tecla para frenar a nuestro amigo de cara al segundo partido porque, de seguir así, la mejor opción para los ex Seattle Supersonics será la de no dejarle entrar al pabellón. Algo que, aludiendo a su pinta de escolar, ya han intentado otros equipos anteriormente, sin éxito.
Tendrán que espabilar si quieren seguir con su cartel de equipo en alza, porque lo que no puede ser es que el tipo con pinta de aparcacoches de Russell Westbrook esté mareando al joven All Star hasta el punto de que Brooks tenga que recurrir a Nate Robinson para intentar frenar a mini D-Rose. Y con desastroso resultado, por cierto, como se puede contemplar en la maravillosa secuencia en que JJ burla al pequeño saltamontes para una de sus múltiples bandejas.
Pensándolo bien, esa imagen resume perfectamente el fenómeno JJ: Robinson comete el error de quitarle el ojo de encima por un solo instante y ese microsegundo es lo único que nuestro nuevo héroe necesita para quemar a los Thunder. Como en el tenis que practicaba de pequeño, el base suplente de Dallas apuesta por un juego agresivo de servicio y volea, buscando el punto ganador.
Lección aprendía pues: prohibido perder de vista a Barea.