{Banda Sonora: New Funk Génération – F.F.F}
Por ÀLEX OLLER – Empecé el miércoles trotando por delante del ya icónico Hotel Vela, escenario la madrugada del martes de un piromusical no solicitado por parte de algunos desubicados aficionados culés. “Recurso de equipo pequeño”, pensé, constatando que no quedaba ya rastro de la gamberrada, destinada a interrumpir el sueño de los futbolistas del Paris Saint-Germain allí hospedados.
Mal asunto para el Barcelona cuando una eliminatoria de octavos de la Liga de Campeones parece disputarse más en la calle que en el campo, donde los azulgrana se vieron arrollados por el que, a día de hoy, es su principal rival en Europa desde el punto de mira institucional. Tras años de rifirrafes en los despachos, siempre ganados por los parisinos, Ronald Koeman calentó la previa quejándose de los insistentes guiños desde la capital francesa hacia su principal activo futbolístico: Leo Messi.
Al goleador de la primera Champions del Barça y hoy técnico se le empieza a torcer el tupé, irritado por la creciente presión sobre su continuidad, las críticas sobre el juego en otra frustrante temporada y la escasa competitividad del equipo en la sonada derrota, 4-1 en casa contra el PSG. Apenas las paradas de Marc-André ter Stegen y un arrebato verbal de Gerard Piqué –ventajas de la nítida acústica que proporcionan los estadios vacíos en tiempos de pandemia–, esbozaron una mínima resistencia por parte de un equipo venido a menos en el que bien pudo ser el último partido internacional de Messi en el Camp Nou defendiendo –es un decir–los colores azulgrana.
Algunos culparán al diez, que estuvo peor en la sala de prensa –o sea, no estuvo– que sobre el campo, aunque tampoco allí se distinguiera, precisamente. Otros apuntarán a Koeman, no sin argumentos, y no faltarán los dedos que señalen los despachos, pendientes por ahora de que los ocupe una nueva junta directiva; o no tan nueva, de imponerse Joan Laporta en las próximas elecciones.
Entretanto, Kylian Mbappé levantó la mano en las oposiciones a relevar a Messi del trono del fútbol mundial con una pletórica demostración de técnica, velocidad y goles que evocó la memorable exhibición de George Weah en el mismo Camp Nou hace 25 años y con la misma camiseta. No menos brillante, pese a no marcar, estuvo Mauro Icardi, quien regresó a la casa donde se formó para firmar un auténtico partidazo con presión defensiva incluida sobre Messi, acusado en ocasiones de vetarle en las convocatorias de la selección argentina. Marco Verratti, otro objetivo del Barça retenido por el PSG, se multiplicó para borrar del campo a Sergio Busquets, Frenkie De Jong, Pedri y quien se pusiera por delante, sin atender al carné de identidad.
Tranquilo en la zona técnica, Mauricio Pochettino, dirigía sin aspavientos a los suyos, consciente de que este Barça dista mucho del Dream Team de Johan Cruyff que tantas veces le amargó la existencia como central del Espanyol; no digamos ya de la versión mejorada luego por Pep Guardiola, que dio el martes su último coletazo sin más testigos presenciales que los propios protagonistas.
Ni necesitó el PSG a Neymar, baja por lesión, para sentenciar a los azulgrana y anunciar su firme candidatura a conquistar de una vez por todas la Champions. En el Camp Nou, escenario en 2017 de su más sonado batacazo, el club parisino evidenció el martes que su ambicioso proyecto continental no solo parece asentado, sino que navega a toda vela, con sueño o sin.