[Este artículo fue editado y publicado en julio de 2019 por AGENCE FRANCE-PRESSE]
Por ALEX OLLER
LIMA, Perú (AFP) – El oro, preciado metal forjador y destructor de civilizaciones, en su estado natural, de 24 quilates, puede mezclarse para aumentar su dureza y durabilidad. Ni se oxida ni pierde brillo. En caso de ralladura, basta un toque de orfebrería para recuperar su esplendor inicial.
“No las he vuelto a mirar”, dice Luis Scola, basquetbolista de cortar y rasgar, poco dado a los excesos estéticos, sobre las medallas doradas que guarda en su casa de Ciudad Jardín, Buenos Aires.
“Las tengo en un mueble en el sótano, y tampoco soy de enseñarlas mucho”, señala al cierre del entrenamiento en Lima.
El veterano ala-pívot afronta a partir del miércoles contra Uruguay la que sorpresivamente es su primera participación con Argentina en unos Juegos Panamericanos; y aspira a retirarse como campeón antes de encarar, en agosto, otro reto que se presume punto y final de una brillante carrera: el Mundial de básquetbol en China.
A sus 39 años, Scola encarrila su puesta de sol como profesional, uno de los que mayor gloria haya alcanzado vistiendo la camiseta albiceleste. Hasta 14 medallas de distintos colores adornan el palmarés del bonaerense, miembro de la ‘Generación Dorada’ que se subió al primer cajón del podio en los Juegos Olímpicos de Atenas-2004, tomó el bronce en Pekín-2008 y se adjudicó la medalla de plata en el Mundial de 2002 en Estados Unidos.
Con 10 temporadas de servicio NBA a sus espaldas, primero con los Houston Rockets, Phoenix Suns, Indiana Pacers y Toronto Raptors, finalmente con los Brooklyn Nets, Scola es el gran referente para los actuales integrantes del combinado nacional, donde destacan los exteriores Nicolás Lapprovittola y Facundo Campazzo, estrellas en la Liga ACB de España.
El poste Marcos Delía no duda en calificarlo como tal, y recuerda con especial cariño el gesto que tuvo el veterano cuando lo invitó siete años atrás, siendo el primero una emergente promesa, a entrenar con él en su casa en Houston, cuando jugaba con los Rockets.
“Me acogió sin conocerme y ahora llevo seis años jugando con él en la selección. Es un privilegio: me enseña a ocupar los espacios y es muy duro en los entrenamientos. Marca el camino dentro y fuera de la cancha”, explica el pívot.
Delía tiene 12 años menos de los que cuenta Scola como bastión interior de un equipo cuya edad promedio ronda los 25. Retirados ya el escolta Manu Ginóbili, el alero Andrés Nocioni, los bases Carlos Delfino y Pablo Prigioni y el poste y Fabricio Oberto, ‘Luifa’ queda como único representante de aquella histórica camada que encumbró al basquetbol albiceleste.
“Físicamente no hay muchas diferencias de cuando empezó hace 20 años. Él me dice más cosas a mí de las que le digo yo a él”, bromea el seleccionador Sergio Rodríguez antes de analizar a fondo la evolución técnica de su pupilo.
“Está mejor que otras veces. Es un atleta que se va adaptando a la exigencia, incluso a cómo va cambiando el básquetbol, que ahora es mucho más dinámico. Era un jugador de posiciones cortas pero vio que venía por otro lado y empezó a jugar más rápido y alejarse del aro”.
– Panorama favorable –
El reto ahora es recuperar el oro, sí posible en el Mundial que arranca el 31 de agosto. Y qué mejor trampolín que los Panamericanos, donde el panorama para Argentina, que debuta el miércoles contra Uruguay, se antoja favorable: el último campeón, Brasil, no clasificó a Lima-2019 y Estados Unidos, líder del histórico, presenta un plantel de jóvenes alternativas, como viene siendo habitual.
“Venimos bastante sólidos en los últimos dos o tres años, jugando un básquet parecido, con los mismos pilares desde la Americup-2017. Es la misma situación”, consideró antes de embarcar rumbo a Lima Scola, el primero en presentarse a los entrenamientos pre-Panamericanos en Bahía Blanca.
Venezuela y Puerto Rico, sobre todo, plantarán batalla a una albiceleste sobrada de talento desde el perímetro y donde Scola, curtido en infinitas batallas bajo los aros, deberá ejercer un rol intimidador en la pintura, aportando a la vez serenidad en momentos de zozobra.
“Lo mismo que hice siempre. Difícil que a estas alturas del partido haga cosas diferentes. Hace años que tengo experiencia y que soy importante dentro del equipo”, zanja el jugador, ya desvinculado a nivel contractual de los Shanghai Sharks.
El tiempo no pasa en balde para el ala-pívot, cuyas cicatrices revelan una competitividad innegociable a lo largo de dos gloriosas décadas. Serían ralladuras más bien. El oro, ya se sabe, ni pierde brillo ni se oxida. Tampoco la ‘Generación Dorada’.
Y menos aún su último miembro resistente, ese que peina canas y sigue defendiendo la camiseta a todo pulmón, empecinado en adornar la albiceleste con el más preciado de los metales colgando del cuello. 24 quilates. Dureza y durabilidad. Argentina y Scola. Por el oro… una vez más.