[Este artículo fue editado y publicado en agosto de 2019 por AGENCE FRANCE-PRESSE]
Por ALEX OLLER
LIMA, Perú (AFP) – Tiene la carrera escrita en la palma de la mano pero son puros números: 30.20, 26.15, 22.10… Un código indescifrable para el ojo inexperto.
Pero para Yarisley Silva son referencias clave en su ‘sprint’ de impulso camino de la gloria. En cada punto deposita un señuelo distinto para no confundirse: un cono en el primero, un zapato en el segundo, un botellín de agua en el tercero –y así sucesivamente– que marcan distintos movimientos en su aceleración hacia el salto definitivo con la pértiga, que debe propulsar a la cubana de 32 años sobre la barra inmóvil y hacia la dulce caída del lado opuesto, con feliz aterrizaje en el colchón.
“Me lo anoté antes de competir para que sea más rápido a la hora de montar. Tienes que memorizar tanto… lo marco aquí para que no se me olvide ningún detalle”, explica este jueves tras imponerse en la final del salto con garrocha de los Juegos Panamericanos de Lima-2019.
Porque cuando Silva brinca por penúltima vez sobre el tartán del estadio de La Videna, lo hace a lo grande y con un registro de 4,75 metros que le sirve para registrar su mejor marca de la temporada, derrotar a la estadounidense Kathryn Nageotte y adjudicarse su tercer oro seguido en la cita continental.
“Estoy muy feliz, he tenido un año dificilísimo, y solamente con la ayuda de Dios he podido llegar hasta aquí. Al principio cuando empezó la competencia nos dieron 35 minutos, y siempre dan una hora. Tuve que empezar con alturas muy bajas y tuve nulos producto de que no pude calentar bien”, expuso Silva, quien reconoció llegar a Lima menos confiada y con mayor presión que en ocasiones previas. “La competencia estuvo muy fuerte y tenía que ir un poco más arriba si quería ganar. Estoy feliz. Son mis cuartos Juegos Panamericanos y mi tercera medalla de oro”.
Dueña del récord panamericano de 4,85 metros, establecido hace cuatro años en Toronto, la isleña desprende carisma desde la pista y calidez fuera, donde ha sufrido altibajos bastante más pronunciados en los últimos tiempos, en especial en febrero de 2016, cuando su novio, el ex saltador de altura Sergio Mestre, sufrió un accidente que lo paralizó de cintura para abajo.
“Desde 2016 encontré a Dios en mi corazón y ahora me siento diferente. Por eso digo que Él me ha ayudado a llegar hasta aquí. Ha sido muy duro el camino, he tenido muchos bajones, y por un momento pensé que no iba a lograr nada”, se sincera Silva, quien se llevó la presea de plata olímpica en Londres-2012 y dos bronces en los mundiales de Moscú-2013 y Londres-2017 pero no saboreaba el oro en una gran cita desde Pekín-2015.
La autodefinida cristiana suele mirar directamente a los ojos cuando habla con la serenidad propia de una atleta más que familiarizada con sus virtudes y debilidades y que pasó su peor momento en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro-2016 cuando, rota por la emoción, solo pudo clasificar séptima.
Predica Silva que “la grandeza no se mide por las veces que uno cae, sino por las que es capaz de superarse” y la cubana no escatima esfuerzos a la hora de esculpir el éxito, sea ya puliendo su agarre, el despegue o simplemente fortaleciendo su mentalidad por vía de psicólogos, técnicos y seres queridos.
“O héroe o mártir”, suele repetir su entrenador, Alexandre Navas, consciente de la volatilidad de una disciplina que su pupila practica desde que una profesora de ballet la declaró demasiado musculada para lucir tutú.
“Saltar me gusta, pero lo que más me place es bailar, sobre todo reggaetón”, asegura la oriunda de Pinar del Río, quien suele estar tranquila antes de las competencias. “Algunas prédicas o videos que me den aliento, buscar la palabra. Cosas que me estimulen”.
Rapada la frondosa melena morena de éxitos pasados, ahora teñida de rubio, Silva luce renovado ‘look’ y nueva medalla panamericana a juego, color oro.