{Banda sonora: Permanent Vacation – Compilation}
Por ALEX OLLER
Desayunando en el céntrico Café d’en Víctor, con variada prensa a disposición, leo sobre la disputa de la Copa Confederaciones en Rusia, el Europeo Sub-21 en Polonia, el 20 aniversario del célebre mordisco de Mike Tyson a Evander Holyfield, y me informo de los supuestos movimientos del mercado futbolístico, así como del confirmado traspaso de Chris Paul a los Houston Rockets en la NBA y el cese de Phil Jackson en los Knicks.
Así discurre una mañana tonta entre semana de junio para un periodista deportivo desubicado y acalorado, sin información aparentemente relevante que echarse a la boca ni rabiosa actualidad que cubrir.
¿Cuánta paja, no?
El periódico, digo.
Empecemos por la Copa Confederaciones. ¿Existe un torneo más prescindible en el mundo que este? Alguno, supongo, pero cuesta digerir el hecho de que Cristiano Ronaldo, recién ganador de la liga española y la mal llamada Liga de Campeones, siga jugando a estas alturas de la temporada, justo un año después de levantar la Eurocopa con Portugal.
Sí, muchos cambiaríamos nuestra labor profesional por su privilegiado oficio de futbolista, pero ¿tan complicado resulta darles un poco más de descanso a los deportistas, ni que sea en puro beneficio del anhelado espectáculo? Y no digamos ya a los aficionados. ¿De verdad que alguien tiene aún hambre de fútbol a finales de junio? Si ya tenemos Mundiales, Eurocopas y Copas Américas cada dos por tres. Tomemos un respirito, ¿no? Que la pelota también se desgasta, aunque no lo parezca, y cualquier día se nos revienta.
Y sin embargo, allí siguen algunos, atentos a las evoluciones de la Sub-21 de Marco Asensio, Saúl Ñiguez y Kepa Arrizabalaga. Bueno, al menos estos son jóvenes con piernas frescas y supuestas ganas de comerse el mundo. Que jueguen pues, aunque no me vendan aún las maravillas de proyectos como Dani Ceballos, uno que poco o nada ha demostrado en primera división para justificar un millonario traspaso al vigente campeón. Maneras no le niego, pero necesito más que una leve seducción veraniega para proponerle matrimonio. Aunque ya sabemos que al presidente madridista, Florentino Pérez, le ponen sobremanera los flirteos playeros de pelo en pecho.
Que si Ceballos al Bernabéu, que si Marco Verrati al Barcelona, que si Francesco Totti a Japón y Pierre Aubameyang a la China… Páginas y páginas de parloteo hasta llegar a la sección de polideportivo, esa que sí ofrece chicha de la buena con las previas de los mundiales de natación y atletismo, el Tour de Francia, y el recordatorio de que el miércoles se cumplieron dos décadas desde que Tyson, en pleno enajenamiento mental, le arrancara de un mordisco un cacho de oreja a Holyfield en el fragor de un combate.
Aquello si fue un movimiento inesperado, y no los incesantes vaivenes, a menudo sin punch, del mercado futbolístico. Luego se supo que Tyson, que reaparecía de una prolongada ausencia, boxeó bajo los efectos de la cocaína, cosa que explicaría en parte su enloquecido arrebato.
Años después entrevisté a Holyfield, sin lograr apartar la mirada de la oreja mutilada más de diez segundos, y el púgil restó importancia al incidente.
“Mike no me mordió porque fuera un indeseable, sino porque quería irse del ring. Es lo que hacías en mi barrio: mordías al otro, te salías, te llamaban nena y fin de la historia”, aclaró The Real Deal Holyfield.
“El tiempo pasa… despacico”, cantaba entonces con sorna y caracterizado de Madonna el hilarante Joaquín Reyes en la tristemente desaparecida La Hora Chanante, que casualmente también celebra ahora los 15 años desde su creación.
Y tan despacico que pasa, desde luego, para los aficionado de los Knicks, que no ganan un campeonato de la NBA desde 1973 y el miércoles despidieron a Phil Jackson, quien integró aquel equipo ganador pero fracasó en su retorno a la franquicia en 2014 como director de operaciones.
El apodado Maestro Zen dejó un pésimo legado en los despachos neoyorquinos, pues los Knicks acabaron con balance de 80 victorias y 166 derrotas bajo su mandato, y con la misma sensación de descontrol que Jackson pretendió remediar a su llegada, cuando echó al igualmente inepto Isaiah Thomas.
Nunca acertó en la contratación de un entrenador, hundió el valor mercantil de Carmelo Anthony, erró en las incorporaciones de Derrick Rose y Joakim Noah e incluso logró torpedear su único acierto, la sorpresiva elección de Kristaps Porzingis en el Draft de 2015, enervando hasta tal punto al prometedor letón, que este se marchó de vacaciones sin atender a la entrevista de cierre de temporada con el directivo.
Quizás el batacazo de Jackson, ganador de 11 anillos como técnico de Bulls y Lakers, sirva de lección para aquellos que a menudo menosprecian las oscuras y minuciosas labores de despacho. La NBA no es un juego de niños, aunque a veces lo parezca.
Desde luego, la llegada de Paul a Houston cuesta de entender; aunque Daryl Morey, el general manager de los Rockets, venga de una escuela directamente opuesta al estilo free-lance del Maestro Zen.
Devoto del estudio estadístico que favorece los triples sobre los lanzamientos de media distancia, Morey seguramente sepa algo que desconocemos sobre la futura adaptación de Paul –canjeado por un puñado de jugadores secundarios– a su sistema. Pero me resulta difícil vislumbrar como un base de 32 años con tendencia al sobrebote de balón vaya a coexistir sin problemas con otro chupón igualmente acostumbrado a gozar de libertad de movimientos como James Harden, y que tampoco gusta de exigirse demasiado en tareas defensivas.
La cosa, así de primeras, se parece demasiado al quinteto-Frankenstein que presentaron los Bulls al inicio de la pasada campaña. Y todos sabemos cómo acabó aquel desconcertante experimento.
Pero de Chicago mejor hablamos otro día, que aún no estoy de humor.
Al fin y al cabo, las vacaciones son para descansar, ¿o no?