{Banda Sonora: Journey – Don’t Stop Believin‘}
Por ÀLEX OLLER
De entre las nosecuantasmil cajas de libros, discos, utensilios de cocina, material deportivo y ropa que me rodean, he rescatado mi camiseta del Dream Team de Scottie Pippen. Aparte del valor coleccionista y sentimental, es ligera, transpirable y multiusos: sirve tanto para soltar un mate en las narices de un pívot balcánico (a quien pueda, claro), como para la bastante menos glamurosa tarea que me ocupa esta mañana de sábado, que es la de limpiar, reparar y poner algo de orden en nuestro nuevo hogar.
Me lanzo a ello con casi el mismo empeño con el que Pippen se propuso blanquear a Toni Kukoc en los Juegos de Barcelona’92, cuando el escudero de Michael Jordan en los Chicago Bulls se tomó como una afrenta personal la incorporación del croata por parte de la franquicia. Entre ambos, consiguieron anular a la Pantera Rosa, considerado entonces el jugador europeo de mayor proyección. El alero estadounidense, descontento con su contrato y sabiéndose siempre a la sombra de MJ, andaba resquemado por la entrada en escena de un competidor directo en su posición, tanto en la pista como en jerarquía de vestuario. Y hablando de… voy por esos armarios.
El inicio, llegado el mediodía, de la 14ta etapa del Tour de Francia supone un respiro de las prioridades domésticas y también un paréntesis en el monólogo, estos últimos días, de Mark Cavendish en la carrera. Igualado el récord de 34 victorias de Eddy Merckx, el protagonismo recae hoy –cortesía de un recorrido de 183.7 kilómetros con ascensiones a cinco puertos de montaña– en quienes conservan opciones en la clasificación general, si por opciones entendemos la lucha por el segundo lugar. No está nada mal la pelea tras Tadej Pogacar, indiscutible líder con más de cinco minutos de ventaja sobre Rigoberto Urán. Separados por menos de 40 segundos, se encuentran a continuación Jonas Vingegaard, Richard Carapaz y Ben O’Connor, afilados los codos para subirse a podio final en París, cuando faltan ocho días y esperan, a la vuelta de la esquina, los Pirineos.
Las caídas están siendo una constante en la presente edición, y no hay jornada en que no aparezca en pantalla un maltrecho corredor. En esta ocasión es Stefan Bissegger, con heridas en el hombro y el muslo. Pese a todo, sigue empeñado en unirse cuanto antes al resto del grupo, camino del Col de Saint Louis y sus rampas de un 12% de inclinación. “Algunos ya están oliendo la montaña”, bromea en Teledeporte Carlos de Andrés. Y es que hay ganas de gesta, formato hachazo, de fugas valientes cuesta arriba, de volar como Jordan en un concurso de mates.
Al pobre Pippen, cuando querían chincharle, le trataban de segundón, aún a sabiendas de que, en cualquier otro equipo, hubiera sido el capataz. Su mejor temporada a nivel individual fue en 1994, cuando Air se retiró momentáneamente y le dejó solo al frente del equipo, apenas secundado por un recién llegado Kukoc. El 33 se salió con una campaña digna de MVP, aunque con el tachón de negarse a ingresar en los instantes finales del tercer partido de las Semifinales del Este contra los Knicks. Tras seis años a la sombra de Jordan, no supo digerir la decisión de Phil Jackson de diseñar el último tiro para el croata (que, además, lo metió). Y es que, si debe costar pasar de ser el número uno en la universidad a convertirse en número dos en la NBA, no digamos ya volver a erigirse en perro alfa para ver cómo, de repente y en el momento cumbre, se exige una nueva bajada de escalón.
Mandar es complicado y delegar también. No envidio a los jefes, aunque se consideren bien pagados. Va con el sueldo, entiendo, atender peticiones de diversos frentes, gestionar egos y organizar el trabajo para alcanzar objetivos y que, en ocasiones, brillen otros, o responder de los fracasos. No es para cualquiera. Bien se lo recordaba Tony a Silvio en los Sopranos, cuando le dijo que no tenía “ni puta idea de lo que es ser el número uno. Cada decisión que tomas afecta una faceta de todo lo demás. Es demasiado, a veces. Y, al final, estás tú solo frente a todo ello”. Quizás pecara de duro con su fiel consigliere, pero, en cuanto faltó el jefe unos días, a Silvio le pudo la presión. La responsabilidad es una carga que no todos están dispuestos a asumir, y no es una excepción el ciclismo, un deporte de equipo donde un corredor fuera de su elemento puede llegar a dinamitar el objetivo colectivo.
No parece pesarle la etiqueta de favorito a Pogacar, aunque se le note menos alegre de a lo que nos tiene acostumbrados , cuando se cumplen dos semanas de competición. Anda vigilante en el pelotón cuando se escapa un grupo de corredores, entre los que no está ninguno de los anteriormente mentados, pero sí Guillaume Martín, al que La Maja alienta con fervor, me temo que por corporativismo. El autor de Sócrates en bicicleta no es una amenaza para el campeón esloveno, pero sí para los aspirantes a podio, y amplía diferencias mientras Urán, Vingegaard, Carapaz y O’Connor, conservadores, hacen cálculos y confían en recuperar ese tiempo en las cotas pirenaicas. El francés, de formación filósofo, no es un alfa, como tampoco lo es Bauke Mollema en el Trek-Segafredo, pero el neerlandés tira como un husky en el Yukón y suelta un trineo de rivales que no se ponen de acuerdo para darle caza antes de que sea demasiado tarde. El seleccionador nacional, Pascual Monparler, encargado de elegir el uno, el dos y el resto de nuestros representantes en los inminentes Juegos de Tokio, analiza: “A Mollema le interesa una carrera rápida. Cuanta más agonía, mejor”.
Solo en la carretera, a lo Tony Soprano, el otras veces gregario aprieta y llega el primero, una anomalía como lo es también el salto de Martin a segundo de la general, a cuatro minutos y cuatro segundos de Pogacar y 1’14’’ del tercero, Urán. No sé si con agonía, pero hay que saber ubicarse, tanto en la lucha por la etapa como en la carrera. Un buen ejemplo es Michael Morkov, lanzador estrella del récord de Cavendish, que tras cada esprint corre a agradecerle su impagable labor. El danés, como Pippen en los seis campeonatos de los Bulls, se sacrifica y acostumbra a salir en la foto, a veces incluso como segundo, que nunca segundón.