(No) trabajar cansa

({Banda Sonora: Rosendo – Y venga vueltas}

Por ÀLEX OLLER

No quiero contarles mi vida (bueno, un poco sí…), pero creo que va siendo hora de desmitificar un tanto el oficio de periodista que en el pasado glamourizaron la industria de Hollywood, con reporteros ficticios que encarnaron actores del talante y porte de Humphrey Bogart, o las editoriales, que potenciaron la imagen del dandi con traje a medida y copa de licor en la mano de grandes escritores como Tom Wolfe, Gay Talese o Paco Umbral. Es cierto que escribo estas líneas sobre un suelo de parqué noble y a espaldas de una (falsa) chimenea flanqueada por una mini-barra de bar en el más que curioso piso que acabamos de alquilar en Valencia, pero también es verdad que muchas se han gestado antes desde el asiento de copiloto de una furgoneta en plena mudanza, la butaca de un tren, terraza de un bar o el banco de un parque, expuesto a los ataques de insectos. En fin, nada nuevo para quienes acostumbramos a rodar por el mundo con el bloc de notas, grabadora y portátil colgando, generalmente a horas intempestivas y justos de tiempo. Puede que incluso forme parte del encanto, sobre todo cuando nos envían a ello, con sueldo acorde y gastos pagados.

“¡Vamos, Dostoievski!”, apremia, con no poca guasa y entre montones de cajas, La Maja. Y es que queda mucho por hacer en este apartamento. Ahora le ha dado por rizar el rizo y pintar. “Ganas de complicarse”, reitero, plenamente consciente de que no soy el mejor ejemplo. ¿Quién toma la salida en Vuelta, Volta, Giro y ahora Tour en una misma temporada, al fin y al cabo? Inconscientes, chalados tipo Lachlan Morton, quien se empeñó en recorrer los 5,550 kilómetros reales del trazado de la ronda francesa en solitario, sin las comodidades propias de un equipo profesional y llegó cinco días antes que el pelotón. Y, sin embargo, en esas estamos: encarando la tercera carrera de tres semanas del calendario ciclista en pleno cambio de residencia y prolongada inmersión en la bolsa laboral. Que trabajar cansa, como titula Iñigo Domínguez su columna dominical en El País, está comprobado. Hace unos días, durante una comida con colegas de profesión en Madrid, uno explicaba cómo disfrutó de sus primeras vacaciones completas tiempo atrás y que probablemente fueran también las últimas, poniendo como ejemplo a otro compañero que le ocultaba a su familia, año tras año, el total de los días de descanso que le quedaban pendientes por disfrutar. ¡Toma claudicación a la dictadura de la supuesta productividad! Y luego luchamos para reducir las jornadas a 32 horas semanales…

Pero es que no trabajar también cansa. Porque hay que ponerse a buscar empleo, y eso es bastante peñazo: que si apúntate en el SEPE, que si monitorea los anuncios, que si actualiza y envía currículums, que si mantén y amplia contactos, que si acude a la capital para una entrevista, etc… Claro, hablo aquí de la mayoría de los mortales que no nos movemos por círculos como los que frecuentaba el Pequeño Nicolás, hoy condenado a prisión, y todos esos pequeñosnicolases a los que alude, en otro de sus brillantes artículos, Manuel Jabois; chuparuedas de toda la vida, en términos ciclistas, por ceñirnos a la variante menos ofensiva de la acción de lamer, o simplemente tramposos que pretenden ahorrarse un tramo del camino, sin darse cuenta de que el engaño, al final, se lo hacen a ellos mismos.

“¿Falta mucho? ¡Más rápido!”, protesta La Maja, que cada día va adquiriendo más maneras de editora de cierre, de no ser por la brocha gorda y cubo que arrastra y, me temo, pañuelo de cuatro nudos que pronto cubrirá su cabeza. “Ya va, ya va…”, contesto, aplicado en encontrar, tras otros 21 días de ruta, el punto y final. El resumen siempre ayuda, dicen, pero basta señalar que murió Raffaella Carrà, ganó Italia la Eurocopa, corren por allí unos audios de Florentino Pérez que tienen de lo más entretenido al personal y preocupan más que nunca (o sea, un poquito) el cambio climático y la variante Delta del coronavirus. No acabamos de salir del todo, por mucho que parezca que vayan a celebrarse los Juegos de Tokio y hagamos planes vacacionales. En Madrid intentamos visitar Ciclos Otero, tienda de referencia, y nos llevamos un chasco, pues la encontramos cerrada al estar de baja los dueños: malestar tras la vacunación. Son los tiempos que corren, un pequeño recordatorio de que no vale aún soltar los pedales. Trabajar cansa y no trabajar, también. Y cuentos, que nos cuenten los justos, como decía el otro día una amiga, empleada de bajo perfil y alta responsabilidad en el hospital de La Paz. En contar historias estamos pues, inclinando, de paso, la cabeza ante misiones más esenciales. También en leerlas en diarios, blogs, revistas –gracias, Volata–, libros y cómics. Todo sea por seguir avanzando, hacer camino juntos, echarnos unas risas y, de ser posible, coronar alguna que otra cima.

“Cuando vuelva, quiero ver eso acabado”, ordena, mientras va a por pintura, la editora. Aprovecho y le pido el nuevo Mortadelo y Filemón, Misión por España, con el pretexto de la inspiración, aunque tampoco miento. Bien me vale en cuestión de posibles viajes, quien sabe si incluso para preparar la Vuelta y, seguro, para un buen final de esos tan clásicos de Ibáñez: maldiciones, disfraz, escapada y promesa de nuevas y disparatadas aventuras.

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