{Banda Sonora: Egon Soda – Corre, hijo de puta, corre}
Por ÀLEX OLLER
Suena el despertador a las 7:30 de la mañana y llegamos con amplía antelación a la estación Joaquín Sorolla para tomar el AVE que parte de Valencia a Madrid. Ya se sabe que el tren no espera, ejemplo recurrente, cuando no máximo exponente de la tiranía del tiempo que impera en la era moderna. Lo explica muy bien Pablo Batalla Cueto en La virtud en la montaña. Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista, un notable ensayo humanístico-deportivo donde recuerda que fue la máquina a vapor, origen de la locomotora, la que sustrajo los afanes humanos a los ritmos de la naturaleza. “Las máquinas de Watt no hubieran alumbrado el capitalismo si este no hubiera puesto a manejarlas a trabajadores educados en el nuevo sentido del tiempo dictado por el reloj”, escribe.
También cuenta Carlos Arribas, en su crónica del día anterior del Tour de Francia, como el líder Tadej Pogacar se apoya en la ciencia del entrenador cántabro Yeyo Corral cuando se trata de maximizar recursos de cara la contrarreloj de este sábado por la 20ma etapa, que el esloveno aspira a ganar vestido de amarillo, en el que sería su cuarto triunfo en la carrera y tercero seguido en la modalidad cronometrada. Asegurados, a falta del paseo triunfal, el domingo en París, el maillot jaune de la general, blanco de joven y a topos de la montaña, el vigente campeón puede permitirse un capricho más llegando el primero a la meta de Saint-Emilion. Saldrá el último, como corresponde a quien encabeza la general, de Libourne, y le irán informando por el pinganillo de sus progresos –así como de los de la competencia–, en relación a la combinación de factores y datos como kilómetros, vatios, minutos, segundos y temperatura, además de sensaciones.
Me gustan los relojes de arena, los clásicos de agujas, digitales, de pulsera, de cadena o de pared, y lo paso mal si salgo a la calle sin su referencia. No me acostumbro a consultar la hora en el móvil y me avergüenza pedirla al vuelo, cuestión de pudor bastante absurdo, supongo… manías adquiridas de quien se crio con horarios en casa, timbres en clase y campanadas en la plaza. También de ciertas rutinas se forjan los recuerdos, aunque allá cada uno con lo que haga con su tiempo. En Trabajar cansa, su artículo dominical en El País, Iñigo Domínguez advertía hace unos días que ya nadie está distraído por el espectáculo que contemplan sus ojos, tan ocupados cómo andamos todos en fotografiar cuanto (no) vemos y compartir ese (no) testimonio con nuestros allegados. “Estar a secas, saber estar, es algo cada vez más difícil. Nos hemos especializado en no estar a lo que estamos”, denuncia, aludiendo al saludable sentido del hedonismo, ahora bajo amenaza. Y solo le falta citar a la espontánea de aquella funesta pancarta de “Allez Opi-Omi!” que saboteó con su imprudencia la primera etapa la ronda francesa. “Deja el puñetero móvil, estos días no volverán, no se guardan en una carpeta, no los vas a ver después”, cierra el columnista.
Mientras Pello Bilbao se altera al descolgársele el auricular, los aficionados alientan esta vez tras las vallas al local Guillaume Martin y, aunque los belgas se acercan algo más a Wout Van Aert, se abren como un acordeón a su paso, tal es la velocidad con la que el joven del Jumbo-Visma vuela por la carretera. 19no en la general, lucha por el triunfo de etapa porque es, según cuenta, “la ilusión de mi vida”; aunque también para negársela al omnipresente Pogacar, quien le quitó el pasado Tour en la prueba individual a su compañero Primoz Roglic, ausente hoy, tras verse forzado a abandonar, cumplida la primera semana de competición. No aguantó el esloveno después de caer y ver como su compatriota le sacaba más tiempo aún en los Alpes. Un tiránico Pogi le despertó antes de hora y, como tantos otros, el ex saltador de esquí optó por hacer las maletas y presentarse en la estación. Mejor esperar sentado al próximo tren.
Tiempo de AVE marca Van Aert al cruzar la meta tras 35 minutos y 53 segundos e intenta no perder comba Pogacar, consciente de que no le bastara el registro de 15 días atrás, cuando se impuso en la crono de Laval, para derrotarle. Pese a las indicaciones de Corral y su empeño, llega finalmente octavo tras el belga, tres daneses, dos suizos y el italiano Mattia Cattaneo. Después de todo, solo un mediterráneo clasifica entre los diez primeros, los nueve restantes son nórdicos, no sé si de los países autodenominados frugales, pero ciertamente adinerados y desde luego, no especialmente solidarios. Lo digo tras cenar la noche anterior con un recién llegado turista suizo, muy majo y con su correspondiente reloj tope de gama. Y, ya que preguntan, les diré que pagamos a pachas. También les comento que, del restaurante, muy rico y bien pintón, a las 22:30 nos tiraron. Muy educadamente, eso sí: “Necesitaríamos la mesa”, solicitaron. Por lo visto hay turno doble. No se lo tomen a mal, cuestión de ritmo y producción.
Al ponderar sobre el reino de la hora y del cronómetro sobre todas las cosas, Batalla Cueto subraya que, si en algún lugar imperan con el sadismo de un Führer es en el deporte, “no por casualidad nacido en Inglaterra y al mismo tiempo que el capitalismo”, y cita un proverbio italiano que dice que el hombre mide el tiempo y este mide al hombre. A falta de un día para concluir el Tour, el cronometro no engaña: Van Aert, finalmente tumbado en el sofá, contempla su obra mientras Pogacar, derrotado hoy, brindará como campeón mañana. Quien esto escribe, desembarcado puntualmente en Madrid, cuenta ha dado ya de unos sabrosos espárragos trigueros, rabo de toro, natillas y café entre pecho y espalda. Un menú de lo más apañado, sin más prisa que la de enlazar siesta y retransmisión ciclista. Aquí sí que me permito soltar el reloj y disfrutar de una buena digestión, sin despertador. Estar, en definitiva. A secas.