{Banda Sonora: Franco Battiato – Voglio vederti danzare}
Por ÀLEX OLLER
Imposible contener las lágrimas de emoción mientras escucho en bucle Yo quiero verte danzar el día después del fallecimiento del inconfundible, indescifrable e irrepetible Franco Battiato. Nos dejó el gran artista siciliano un martes de descanso del Giro de Italia, y la noticia de su pérdida de inmediato desencadenó un rosario de lamentos en el grupo de amigos de whatsapp, así como sentidos obituarios en los grandes medios. Murió en su villa de Milo a los 76 años, cuentan que entre discos, libros, dibujos y cuadros. Poco más, era un hombre discreto. Desconozco si era aficionado al ciclismo. Quién sabe si llegó a ver el trepidante ascenso de Egan Bernal, el pasado domingo a Campo Felice. Quiero pensar que sí, y que le conmovió la belleza de la escena, tratándose como era de un creador universal, amante de la cultura popular, bailes absurdos y letras sencillas de profundo calado. Un humanista como él habría disfrutado viendo danzar sobre la tierra al campeón colombiano. Cómo zíngaros del desierto, sí. Y hubiera muerto con una sonrisa en los labios. Eso quiero pensar.
“Convencido de la inmortalidad humana y de la reencarnación, Battiato es”, subraya el presente Pablo Gil en El Mundo. Y me pregunto si sería posible que el cantante se reencarnara en ciclista. Y, en tal caso, ¿en qué tipo de ciclista? Cuando, de repente, mientras veo por televisión la undécima etapa del Giro entre Perugia y Montalcino, irrumpe en una cuneta una pancarta donde se lee “Pantani vive”. Ha sido un momento, visto y no visto. Pero la he visto, como si el fantasma de Marco Pantani sobrevolara la jornada de este miércoles, con trazado asilvestrado por la fotogénica región de La Toscana. Y claro, todo cuadra: de poder ser ciclista, Battiato se reencarnaría en El Pirata. ¿Es posible un imaginario físico más divertido que la simbiosis del Elefantino Pantani con Franco Nappiato, como lo bautizó en uno de sus sketches Martes y Trece? Difícil.
Corredor instintivo, todo garra, ídolo del pueblo, Pantani sigue muy vivo en el recuerdo de la hinchada, no solo en su país. Como Battiato, fue un alma libre con carisma e influencia universal. Bernal, nacido un 13 de enero, como el corredor de Cesena pero 27 años después en Zipaquirá, solo cuenta 24 primaveras, pero conocerá de oídas sus gestas de su estancia previa en Italia; como domina a fondo, de su pasado como competidor en mountain bike, las particularidades del llamado sterrato, que cubre de tierra 32 de los 162 kilómetros de la etapa del día. El aún más joven Remco Evenepoel, principal amenaza en la clasificación general, no goza de semejante experiencia, ni tan siquiera ha disputado antes una carrera de tres semanas, y es la primera vez que rueda tras una jornada de descanso. Por no hablar ya de que no se subía a una bicicleta tras su escalofriante accidente, nueve meses atrás, en Lombardía.
Quién sabe si por uno u otro factor, por un ataque de precaución o porque intuye que su lugarteniente en el Deceuninck, Joao Almeida, no acabará de comprometerse en tareas colectivas, Evenepoel pedalea con escasa convicción, algo rezagado, por el irregular trazado mientras Filippo Ganna lanza al Ineos de Bernal nada más pisar la grava, a 60 kilómetros de la meta. Delante anda un grupo de escapados, del que saldrá triunfal otro joven como Mauro Schmidt. Pero los focos, el drama, la danza, están detrás con el progresivo naufragio del aspirante belga, quien, en gesto de aparente frustración, suelta el pinganillo que le comunica con su director de equipo. “Se le puede ir el Giro”, avisa en Eurosport Alberto Contador, perplejo por el papelón de Almeida y la imagen de su líder, dejado a la deriva mientras empiezan a caer gotas que humedecen algo el camino.
Como pirata avistando posible botín, Bernal aprieta cuando restan cuatro kilómetros para la orilla. Es otra exhibición de potencia, olfato y pundonor del cafetero en un terreno rompepiernas a ritmo de himno rompepistas. Egan baila sobre la bici como derviches tourneurs que giran sobre la espina dorsal al son de los cascabeles del kathakali. “¡Va sin cadena!”, exclama, entusiasmado, Javier Ares, ya cronómetro en mano para medir la escabechina. El maglia rosa, al que acompañan en el podio de la general Aleksandr Vlasov y Damiano Caruso, le saca ahora dos minutos y 22 segundos a Evenepoel, que cae a séptimo en la clasificación. Al final, tras una tardía remontada, ha perdido dos minutos y ocho segundos respecto al colombiano. Podría haber sido mucho peor.
Ahora toca analizar qué pasó. En La Montonera no lo aclaran, tan solo Quique Iglesias acierta a proclamar que “esta jornada me reconcilia con el ciclismo caótico”. El de desapariciones como las de Almeida, reacciones como las de Evenepoel y arrebatos como el de un ya trascendente Bernal, se entiende. Es el caos, bello caos, de leyendas como Pantani, quien, sí, vive. De genios como Battiato que, efectivamente, es, por mucho que se haya perdido esta última danza. ¡Y qué danza!