{Banda Sonora: Vincent Tempera & Orchestra, RZA – Ode To Oren Ishii}
Por ÀLEX OLLER
“La sala de trofeos está llena de copas despreciadas”, advirtió en la previa del Barcelona-Sevilla Ricard Torquemada en Tot Costa. El veterano analista no es precisamente sospechoso de resultadista; simplemente opina que, en el deporte, debemos valorar en su justa medida la consecución de un título pues, por lo general, no suelen caer por inercia.
Tampoco en la vida los regalan –pese a las triquiñuelas de algunos–, subrayaba recientemente Ramón Besa, maestro de periodistas por mucho que le duela la definición. “No conozco a nadie del gremio que tenga colgado el diploma en el despacho, como sí hacen los médicos o los ingenieros”, señalaba Besa, denunciando así un extraño pudor por parte de quienes tuvimos la ocurrencia de licenciarnos en la materia.
Puestos a citar referentes, Bruce Lee renegaba de la palabra “estilo” porque consideraba que condicionaba en exceso, que más valía expresarse libre e individualmente en el arte del combate, sin atender a patrones. “Me gusta porque es muy rápido y siempre gana a los malos”, resumía un joven fan en el documental Be Water, cuya retransmisión coincidió en La 2 con la vuelta de semifinales de la Copa del Rey en Telecinco.
A veces conviene dejarse la camiseta en el armario, los librillos en el cajón y disponerse, sin más, a disfrutar de un buen partido de fútbol como el que libraron Barça y Sevilla –más los primeros que los segundos– en un desierto Camp Nou. Necesitados de remontar el 2-0 de la ida, los azulgranas culminaron una meritoria gesta a la antigua, con gol a pelota parada de un central en el último suspiro y aparición de un suplente en la prórroga.
Perdón, de nuevo, por las etiquetas. El hábito, ya se sabe.
Digamos que los aficionados neutrales –si es que aún existen– debieron apreciar el tesón y la valentía de los locales frente a un Sevilla que intentó gestionar su ventaja y, por no acertar, no acertó siquiera a transformar un penalti que hubiera inclinado considerablemente la cuesta a escalar por el rival.
Aparecieron la diestra de Ousmane Dembélé, una mano de Marc-André ter Stegen y la cabeza de Gerard Piqué –por ese orden– para forzar el tiempo suplementario y permitir la celebración de un actor secundario como Martin Braithwaite una vez volteada la eliminatoria. Y estuvo como siempre Lionel Messi. Poco debería importar ya su futuro, que se marche o que se quede al finalizar la temporada. Hoy está. Y marca diferencias. Que lo gocen los culés. Fluyan. Be Water, amigos.
El panorama horas antes era nefasto para el club, con el presidente Josep María Bartomeu enfangado en el Barçagate a pocos días de las elecciones y el equipo lejos del liderato en la liga y al borde de la eliminación en la Copa y la Champions.
“Ya esto es monte y culebras”, sentencia Natalie, la maestra de Congo Mirador en el documental “Érase una vez en Venezuela”, que retrata la inevitable decadencia de un poblado flotante cercano al lago Maracaibo, azotado por el cambio climático, la polución, la negligencia y las corruptelas.
En Barcelona, pese al olor a podrido, queda, por lo pronto, la posibilidad de seguir peleando un título, que no es poco.