{Banda Sonora: The Dream – Jerry Goldsmith}
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España – “¡Goool en Las Gaunaaas!”. No sé por qué, pero da la impresión de que cada vez que alguien alude a la clásica alerta dominical del Carrusel Deportivo, siempre lo hace con la noticia procedente desde el estadio del hoy desaparecido Club Deportivo Logroñés. El campo enfangado, el traje rojiblanco con pantalón negro de toda la vida, la calva, el mostacho y la volea en el Bernabéu del Tato Abadía, con más pinta de guardia civil de película de Berlanga que de futbolista de primera división… Y la premonición-provocación de mi amigo Joan, con setenta “¡Oleg Salenko!” seguidos antes de que sonará el temido pitidito de Canal Plus y apareciera, efectivamente, el nombre del goleador ruso en la pantalla: gol en Las Gaunas y malas noticias para el Espanyol, que acabaría bajando a segunda división esa temporada 1992-1993. Nunca he pisado Logroño, pero tengo la sensación de que todo empieza y acaba en Las Gaunas.
Y no. La ciudad del Tato, Oleg y otros héroes del fútbol añejo como David Vidal acoge hoy la octava etapa de la Vuelta, con final en otro puerto de primera categoría: el Alto de Moncalvillo, con una inclinación máxima del 15% no apta para cobardes.
Como el fútbol, el ciclismo también ha cambiado con el paso del tiempo, nos recuerda en el documental Volta, 100 anys de ciclisme Perico Delgado, al que le cuesta cada vez más disimular un cierto desdén por la influencia de la tecnología –desde luego, no siempre positiva– en un deporte hiperprofesionalizado pero que conserva aún gran parte de su espíritu amateur.
Mejores bicicletas, mejores maillots, mejores mecánicos, mejores masajistas, mejores hoteles, mejor dieta y mejor de todo, al menos en apariencia. ¿Mejores ciclistas? Con datos en la mano, seguro. Cuestión de evolución, como en el fútbol. ¿O se imaginan a Abadía y Cristiano Ronaldo entrando por la misma puerta de cualquier estadio actual sin levantar sospechas entre el cuerpo de seguridad? Los corredores de hoy pedalean más fuerte y más rápido, sí. ¿Pero mejor? Cuestión de gustos, sin duda; pero en no pocas ocasiones se echan de menos los arrebatos del ciclismo de antaño, cuando un Luis Ocaña, por poner un ejemplo, se lanzaba sin aparente ton ni son por la victoria desde demasiado lejos, o el Pirata Pantani –otra calva para la eternidad– abordaba una ascensión a puro golpe de riñón, sin mirar atrás.
La montaña contempla desde lo lejos al pelotón salido de Las Gaunas –perdón, Logroño– y observa impasible cómo se acercan, a ritmo alegre, las bicis impolutas, los cascos coloridos y la caravana de coches relucientes, e intenta adivinar si entre los 157 que tomaron la salida se halla algún valiente.
No será Tom Dumoulin, que abandona antes siquiera de subirse a la bici, pero se dan las condiciones para que la Vuelta regale a los aficionados una jornada para el recuerdo si los malditos pinganillos – esa ‘mejora’ tecnológica de la que aborrece el mismo director del Tour de Francia, Christian Prudhomme–, no lo impiden con instrucciones contemporizadoras desde los coches.
Neutralizada una primera escapada por el pelotón antes del ascenso al puerto final, el helicóptero de Televisión Española se entretiene con el imperial vuelo de un buitre, mientras Perico insiste en que será a partir del paso canadiense, a unos seis kilómetros de la meta, cuando la montaña se empine en serio. La ocasión se antoja pintiparada para el nativo de Toronto, Michael Woods, carroñero de raza la jornada anterior, cuando rapiñó una victoria de etapa a lomos de Omar Fraile y Alejandro Valverde, entre otros.
Al Bala, el primero en atacar, le debe sonar a dejà vu cuando ve como Woods y su jefe de filas, Hugh Carthy –quinto en la general– le superan con cinco kilómetros por delante; pero la ladera sigue mirando, selecciona finalmente a los mejores y los Education First se descuelgan ante el impulso de líder de Richard Carapaz y la persecución acorde de Primoz Roglic.
Con el duelo al sol entre ambos en el repecho definitivo, un espectacular tira y afloja evocador del también clásico juguete del yoyó, regresa una vez más el ciclismo vintage a esta Vuelta robusta, rica en matices y frescura, siempre roja como buen rioja, denominación de origen. Que no se me enfaden.
A estas alturas no hay pinganillo ni modernidad que valgan. Es hora de que hablen las piernas y escuche la montaña, y ningunas dicen más que las de Roglic, capaz de imponerse por 13 segundos al ecuatoriano, que se mantiene líder por la misma diferencia sobre el esloveno.
No todo empieza y acaba en Las Gaunas. Tampoco finaliza la Vuelta en el Alto del Moncalvillo. Esperan Cantabria, Asturias y Galicia, con los lagos de Somiedo, el Angliru y La Covatilla. Alta Montaña. Ciclismo del bueno, de hoy y de siempre.