{Banda Sonora: Qué puedo hacer – Los Planetas}
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España – Sin duda no es la mejor idea afrontar el visionado de la undécima etapa de la Vuelta con un tremendo cachopo entre pecho y espalda pero, ¿cómo homenajear si no el épico ágape que nos pegamos –hace tres años ya– La Maja y yo al poner pie a tierra en Villaviciosa, de donde parte este sábado la carrera rumbo al alto de La Farrapona?
Fue nuestra propia ronda ciclista de mes y medio, desde Toulouse hasta Gijón bordeando el Canal du Garonne y luego la costa atlántica. Conforme nos acercábamos a Asturias, crecía con cada pedalada mi ansiedad por saborear de una vez el típico plato asturiano. ¿Recuerdan cuando aún podíamos ir a restaurantes?
Poca broma con el cachopo. La primera vez que lo caté fue con mi padre en Oviedo, tras un partido de Copa del Rey del equipo local contra la Real Sociedad. Casi a medianoche. Craso error. Y fue uno por cabeza. Pa’ morir de la fartà. No recuerdo cuantos orujos de hierbas siguieron para bajar tal monstruo de carne empanada, jamón y queso, pero por suerte el hotel quedaba a dos pasos.
La segunda fue en Villaviciosa, compartido, a mediodía y a medio paso de la pensión. Flor de cachopo, que dirían los uruguayos, otros enamorados de lo que allí denominan milanesas. Solo hubo que tomar el ascensor para asegurar la digestión. Eso sí, la siesta fue de aúpa. La Maja desconectó durante cuatro horas, lo que me dio tiempo para atender pendientes como el visionado del documental Aigua, infern, cel, desgarradora crónica de la selección española de waterpolo que se colgó la plata en Barcelona’92. Muy recomendable.
Volviendo a la Vuelta, cabe decir que el recorrido sabatino lo hubiera firmado el propio Dragan Matutinovic, el seleccionador croata al que todos los integrantes del equipo coincidieron en odiar por su áspero carácter, severidad y exigentes métodos de entrenamiento. Hasta cuatro puertos de primera categoría depara la considerada por muchos etapa reina, con permiso de la ascensión al Angliru del domingo, sin apenas tiempo para recuperarse.
Primoz Roglic, de nuevo líder empatado a tiempo con Richard Carapaz tras exhibirse el viernes, reserva piernas para más adelante junto al ecuatoriano y deja que tanto Marc Soler como Guillaume Martin y David Gaudu, entre otros, se escapen a 80 kilómetros de la meta. Pero ambos favoritos llegan justos de fuerzas, a 1:03 del ganador y acompañados por Dan Martin, tercero en la general, y Enric Mas, quinto. Hugh Carthy, cuarto clasificado, es el único de los candidatos en ceder siete segundos.
El plato del día se lo disputan un bravo Soler quien, tras liderar un buen tiempo la escapada sin demasiada colaboración, da un golpe de riñón a falta de 5 kilómetros y logra descolgar a Martin pero no a Gaudu, quien le sigue a rueda, amenazando con zamparse de un bocado la etapa que durante tan largo rato ha estado cocinando el catalán.
Tras a batir los huevos y esparcir el pan rallado, es indispensable para la elaboración de un buen cachopo –según aprendo de mi admirado Alberto Chicote en Pesadilla en la cocina– golpear y espalmar la carne para romper sus fibras, asegurando así que el bistec se enternezca y sea lo suficiente fino como para admitir sin hincharse la capa del rebozado y el relleno del queso.
La receta es simple pero la elaboración casera tiene su truco, especialmente si uno se empeña en complicarse la vida respetando las mastodónticas cantidades –ideales para llenar el estómago de un minero asturiano, no tanto para una plácida digestión urbana– y opta además por la variedad del Cabrales para completar el invento. Ante el riesgo de desastre, La Maja aparece con una solución a la antigua (no aprobada por Chicote pero que en este espacio amateur validamos) para evitar que el librito acabe perdiendo hojas por toda la cocina: con unos simples palillos, cose los bordes de la carne y ¡voilà!: Vuelta y vuelta en la freidora y a degustar.
Pues bien, Soler puso todo lo que tenía que ponerle a la etapa – sobre todo, amor– pero olvidó los palillos; y Gaudu, que como buen bretón seguramente también sienta cierto aprecio por la sidra, se bebió los últimos 200 metros de un trago y le hizo un descosido. El postre, en lo alto del podio; a poder ser, cuajada con miel.
“Siento rabia porque quizás me he precipitado”, reconoció a Televisón Española el de Vilanova.
¿Qué más puedo hacer?, se preguntará Soler.
Y quizás tararee entonces aquel pegadizo estribillo de Los Planetas: pero nunca más, pero nunca, nunca más.