[Este artículo fue editado y publicado en agosto de 2019 por AGENCE FRANCE-PRESSE]
Por ALEX OLLER
LIMA, Perú (AFP) – Abrigadas las piernas por una toalla azul y el torso por un buzo rojo, Juan Miguel Echevarría caminaba por el tartán, animando con palmas a sus rivales y gesticulando a las cámaras mientras esperaba su momento en la final del salto largo de los Juegos Panamericanos.
Al oriundo de Camagüey le gusta el espectáculo y se toma la competencia como una diversión, aunque también máxima seriedad a la hora de competir.
Y cuando su momento en Lima llegó, Echevarría, emergente promesa del atletismo mundial, no defraudó, imponiéndose por vez primera sobre un magno escenario y con un título continental en juego.
Brincó 8,27 metros en el cuarto salto de sus seis intentos y se aseguró la medalla de oro panamericana a falta de cuatro días para cumplir 21 años, dejando la plata para el jamaiquino Tajay Gayley y el bronce para el uruguayo Emiliano Lasa.
“Este es el mejor regalo para mí, mi país y mi gente. Siempre fue una meta esta medalla. Valió la pena tanto sacrificio. Ahora vamos a pensar en el Mundial de Doha”, comentó Echevarría tras colgarse el metal más preciado. “Pese al frío me sentí cómodo. No estaba nervioso, sabía que llegaba súper bien e intenté dar espectáculo. Estoy muy satisfecho, espero que todo el mundo haya disfrutado”.
La esperanza ahora para Cuba es que su preciada joya desarrolle todo su potencial para emular a sus ídolos: el velocista Usain Bolt y los saltadores Iván Pedroso y Caterine Ibargüen.
Palabras mayores, sin duda, pero es que tal es el talento que se le supone a Echevarría, quien no tiene problema en alentar las altas expectativas y hablar incluso de esa distancia prohibida: los nueve metros.
“Como todo atleta me marco mis metas: ser campeón olímpico, medallista mundial y quizás superar la barrera de los nueve metros… a veces me da por pensar en eso. Todos los días me preguntan, pero no sé qué responder”, se sincera el isleño, de fulgurante trayectoria desde que empezara a apuntar maneras.
Con 19 años y 203 días se consagró como el campeón más joven en pista cubierta al imponerse el 2 de marzo de 2018 en el campeonato de Birmingham, pero fue tres días después cuando dio el gran salto a la fama de forma literal con un registro de 8,83 en la Liga del Diamante en Roma, el más largo en 23 años, que le postuló como nueva estrella de la modalidad.
El cubano acarició con esa marca no homologada por el factor +2.1 del viento a favor –el límite es de +2.0– el mítico récord de 8,95, propiedad del estadounidense Mike Powell desde 1991 e hizo saltar todas las alarmas en el mundo del atletismo; más cuando, el pasado febrero en La Habana, brincó nueve centímetros más hasta el 8,92 –también ayudado por +3.3 de viento ilegal– para superar los 8,90 de Bob Beamon en 1968.
“Todas las competencias las llevo a un nivel superior. Nunca me cuido e intento hacer la mejor marca posible”, asegura el cubano.
Con 1,84 metros de envergadura y una desbordante personalidad, Echevarría es bien querido en Camagüey, donde fue criado por su madre, fallecida cuando el saltador cumplió los 18 años; fue entonces cuando se mudó a La Habana para acelerar su formación deportiva.
Su entrenador Daniel Osorio le insiste en la necesidad de trabajar la técnica, ritmo de carrera e impulso y ejerce de referente, a menudo también extradeportivo, para el nuevo campeón.
“Aunque no haya salido de mis entrañas lo quiero como un hijo. Lo preparo desde el punto de vista físico y le doy las herramientas para que sea el mejor ser humano posible”, explica Osorio.
También lo conoce bien el pertiguista Andy Hernández, compañero de delegación y camada. “Es un chico bien divertido, que hace mucha broma y le gusta cantar reggaetón”, explica Hernández. “Antes siempre le ganaba Maykel Massó y lo llevaba mal, aunque por adentro. No lo exteriorizaba mucho”.
Con saltos de 7,07 y 7,21 y un nulo, el ex campeón juvenil Massó ni siquiera logró clasificar a las últimas tres rondas en Lima, resignado a ver como espectador otra nueva exhibición de quien, no hace tanto y pese a lucir la etiqueta de promesa, ejercía de mero escolta en la clasificación.