[Esta columna fue editada y publicada en septiembre de 2020 por LA OPINIÓN]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España – El primer viernes de septiembre arrancó en España con un chute en la bolsa por una titánica fusión bancaria y cerró con una más que notable alta en las listas de empleo: Lionel Messi seguirá desempeñándose laboralmente (por ahora) en Barcelona.
El anuncio, vía entrevista exclusiva con el portal Goal.com, sacudió los cimientos del planeta fútbol, pero careció en esta ocasión de la euforia que generó el primer regreso de Michael Jordan a la NBA en 1995, por poner un ejemplo.
“A día de hoy, la economía ha producido 6.1 millones de empleos desde que soy presidente y, si Michael Jordan vuelve a los Bulls, serán 6,100.001 nuevos empleos”, proclamó el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, como muestra del impacto que ‘Air’ ejercía no solo en el ámbito deportivo, sino también en el social, económico y hasta cultural.
No consta pronunciamiento alguno del gobierno español sobre la reincorporación de Messi, retenido a regañadientes por un Barça mezquino con el que muchos consideran el mejor futbolista de la historia.
Tampoco tuiteó esta vez un escueto (y precipitado) “se queda” Gerard Piqué, como hiciera el central azulgrana en 2017 tras malinterpretar las señales de Neymar, otro en salir por la puerta falsa rumbo al Paris Saint-Germain.
Messi se queda. Pero a disgusto. Y así, francamente, no es lo mismo.
Puede que el 10 dé lo máximo de sí. Sería lo esperable, por la altura de su ficha y su palmarés. Puede que regrese con ansias de callar bocas, firme otra temporada de Balón de Oro y conquiste todos los títulos a su alcance. Puede…
También puede que no. Puede que al rosarino, retenido contra su voluntad mediante un discutible legalismo, le dé un ataque de melancolía y la pelota por primera vez se transmute en pesado grillete encadenado al tobillo.
Es tan lícito que la entidad catalana defienda sus derechos contractuales como conveniente recordar que su máximo goleador histórico será libre de firmar con el club que mejor le parezca a partir del próximo 1 de enero. El Manchester City sigue siendo, por ahora, el mejor perfilado pero… ¿alguien se imagina a un despechado Messi echándose a los brazos del Real Madrid?
Seguramente el melodrama no dé para tanto, aunque queda claro que el gran beneficiado hasta el momento no es otro que el eterno rival blanco. Ni el Barça, ni desde luego Messi salen reforzados de semejante esperpento.
Poco acostumbrado a pisar en falso sobre la cancha, el crack quedó en fuera de juego al no ejecutar a tiempo la cláusula liberadora, y el club se limitó entonces al “no es personal, solo son negocios”, dejando a la vez la gestión del teatro al recién llegado Ronald Koeman.
La hinchada ‘culé’ ha asistido, atónita, al bochornoso desenlace del adiós anunciado (que no concretado) de su ídolo. Con un océano de goles a su espalda -el ‘maradoniano’ al Getafe, el cabezazo en suspensión al Manchester en la final de Roma, la vaselina al Betis, el triplete en el Bernabéu…-, Messi parece haberse marcado por primera vez en contra.
“Como todos lo autogoles, son lindos… pero el daño es sublime”, sentencia desde la distancia mi amigo Rodrigo, inicialmente embrujado por ‘La Pulga’ 15 años atrás en una ya difunta redacción texana.
Discutible la primera afirmación, incuestionable la segunda, Messi y el Barça avanzan ahora hacia un futuro donde la única certeza es que ya no van de la mano.
Y exclamarán, los más cínicos: “¡Es el mercado, amigo!”.