{Banda sonora: Cuando fuimos los mejores – Loquillo y Trogloditas}
Por ALEX OLLER
Los nacidos en 2008 aún no han catado el acné pre-adolescente (o eso espero), ni mucho menos saben distinguir, gracias a Dios, entre el buen fútbol y el fútbol bonito.
Se cumple una década desde que España ganara el primer título en color de su historia, la Eurocopa de 2008. Y mucho nos falta, todavía, para adquirir la mayoría de edad y sentarnos en la mesa de los mayores junto a Brasil, Alemania, Italia, Argentina y Uruguay, que cuenta dos Copas del Mundo en su palmarés; e incluso Inglaterra, ni que sea por derechos de autor.
Y pese a que solo contamos con tres trofeos europeos y un Mundial, no solo nos las damos de relevantes, sino que somos los nuevos guayones de la clase, los que reinventamos el juego, cuando por estos lares menospreciamos tanto a Luis Aragonés mientras fuimos vírgenes como ahora a José Antonio Camacho, un histórico de la selección y que tanto aportó al fútbol español.
Preferimos abonarnos a la absurda noción de que creamos el llamado tiki-taka, sin reconocer que los grandes torneos se ganan, claro está, con buen fútbol; pero también con cierta dosis de suerte, un solidario trabajo defensivo, jugadas a balón parado convenientemente ensayadas y las intervenciones de un arquero en estado de gracia como lo fue en su día Iker Casillas.
Salvo la primera variante, del resto poco o nada se ha apreciado en el Mundial de Rusia en una España crecientemente inocua en ataque, obsesionada en masajear la pelota hasta rayar lo obsceno, y empeñada en reflejarse en la exagerada figura de Isco Alarcón, el futbolista-bisutería por antonomasia.
Como dijo en su día Xavi Hernández, abanderado de la mejor versión de La Roja, no es lo mismo jugar bien que jugar bonito, y da la sensación de que Isco, a quien iba dirigida la aclaración, juega con el espejo de mano en el bolsillo.
España pasó, tras el triunfo de 2008, de aspirar a ganar algún trofeo a pretender sentar cátedra balompédica, ahorrándose por el camino todo un temario de estudio teórico y práctico.
Y así nos las pegamos.
Como hoy, cuando caímos en penales ante la ninguneada Rusia. Cero de cuatro ya ante países anfitriones en Mundiales y, en este caso, aburriendo a las ovejas.
Uno, llámenme carca, echa a veces de menos la simpleza de esa época en que el fútbol olía a hierba, habano y sobaco. Tiempos de ilusiones frustradas y bastantes menos pretensiones. Cuando éramos los mejores (pero no ganábamos nunca).
Pero un día ganamos y, en vez de tomar nota y disfrutarlo con naturalidad, optamos por autoproclamarnos los nuevos representantes del jogo bonito que originalmente inventó Brasil.
Justamente, proclamarán algunos.
Pecado de nuevo rico, opinarán otros.
Peor incluso. Si me permiten, nunca fuimos tan malos.
Y tampoco tan buenos.