{Banda sonora: Santa Maradona – Mano Negra}
Por ALEX OLLER
“¡Golassso!”
Y luego está el…
“¡Noooo! ¡Animal!”
Esas son las dos variantes esenciales que he podido observar entre aficionados argentinos y uruguayos –algo más sensibles al matiz los segundos– a la hora del análisis en vivo de un partido de futbol.
El gol siempre se grita, y casi siempre es un golazo, o golassso. En esta parte del mundo, parece que no existen los goles pachi-pacha o los goles a secas; en cualquier caso puede influir algo de suerte, y en tal circunstancia se abre una nueva puerta a la hipérbole.
Cuando el gol no es tal, la culpa suele atribuirse al rematador, sometido entonces al escarnio de la comparación animalística. Da igual la especie: como si un mamífero resolviera igual de mal un mano a mano que un reptil. La cuestión es que es un animal. Con puntos de exclamación.
Si, en cualquier caso, el delantero no convirtiera por intervención del arquero, se recurre a un adjetivo. Y uno solo.
“¡Tremendo!”
Como en “tremenda parada”, igualmente aplicable a la interpretación del reglamento, siempre limitada al negro o blanco, sin lugar a una amplia paleta de grises.
“¡Tremendo penal!” o “¡Tremendo foul!”; y no puede faltar, claro, ese “¡Tremendo offside!”.
Un offside, un foul o un penal, o son tremendos o, simplemente, no son.
De la misma manera en que la eliminación de Argentina en octavos de final del Mundial es un tremendo fracaso. O, como mínimo, un papelón.
La vigente subcampeona del mundo recién cayó 4-3 con la vigente subcampeona de Europa Francia, un resultado que no maquilla el pésimo juego de los de Jorge Sampaoli a lo largo del torneo.
Claro que, de haber enchufado ese último balón Maxi Meza, quizás la prórroga hubiera dictaminado un distinto final para Leo Messi y compañía, y ahora estaríamos hablando de una tremenda remontada.
Pero no pudo ser.
No pudo ser porque ni Messi apareció y, como era previsible, tampoco aparecieron ni sus compañeros ni el técnico, cuyo legado en Rusia quedará limitado a comparaciones estéticas poco decorosas.
¿Cuál les gusta más: la del hermano menos atlético de Andre Agassi o mini-Vin Diesel?
Sí salió en la foto Marcos Rojo, el del gol salvador en la fase de grupos, pero esta vez para verse retratado por Kylian Mbappé en el penal que supuso el primer gol de Antoine Griezmann.
Argentina flirteó con la remontada gracias a un golassso de Angel Di María y afortunado desvío de Gabriel Mercado a tiro de Messi, desesperado en el tramo final, consciente de que cada balón entregado a un compañero le era devuelto en forma de ladrillo.
No fue el día del Díez, desde luego.
Sí el de Mbappé, autor de dos goles, colaborador en otro y espectador de lujo del golassso –nuevamente– de Benjamin Pavard, el tanto clave que empató el partido previo al destape definitivo del goleador del PSG.
El Mal perder de Argentina quedó patente desde el primer tiempo, cuando Javier Mascherano pateó de mala manera a N´Golo Kanté –el típico cabreo del veterano frente al espejo de su declive–; también cuando Nicolás Otamendi se apropió de mala manera del botellín de agua de un lesionado Olivier Giroud, y otra vez al final, cuando el defensor bonaerense soltó un pelotazo a la espalda del francés.
Y como suele ocurrir, la fealdad sobre la cancha acabó por transgredir la pantalla del televisor.
Unas mesas tras la mía, la paciencia de un sufrido espectador albiceleste acabó por descorchar toda la bilis acumulada tras pasar del relativo entusiasmo en la igualada de Di María, al más oscuro de los lamentos con el cuarto tanto de Mbappé.
“¡Golassso!”, exclamó en el 1-1, luego suspiró un “Diosss” en el 3-2, y ya no pudo evitar la autopsia albiceleste, siempre asociada a Messi: “Parece que juegue otro”.
Y finalmente, tras la enésima escapada de Mbappé:
“Que alguien lo quiebre, vooo…”
Hay que ser animal.