{Banda sonora: Cabalgata de las Walkirias – Richard Wagner}
Por ALEX OLLER
Lo dijo un día el locuaz Gary Lineker, honrando ese fino humor inglés, y a modo de perogrullada: “El fútbol es un deporte donde juegan once contra once y siempre gana Alemania”, espetó el máximo goleador del Mundial de México’86, donde curiosamente se impuso Argentina en la final sobre… Alemania.
La ocurrente sentencia ilustra en cierta mesura la histórica frustración británica respecto al gran rival germano. Recelo, obviamente, que va mucho más allá del terreno futbolístico, donde la Mannschaft cuenta cuatro Copas del Mundo por solo una de Inglaterra, campeona en 1966, cuando ejerció de anfitriona.
Las demás finales –incluida la última ganada por los alemanes en Brasil–, los Pross las escucharon por radio o las vieron por televisión.
Y allí, frente a la caja tonta, estarían seguramente muchos de sus actuales seleccionados la noche del sábado, viendo el Alemania-Suecia en Sochi, sin duda inquietos por la posibilidad de que el equipo de Joachim Löw tropezara por segunda vez consecutiva en Rusia-2018 y se complicara el pase a los octavos de final, fase en la que los germanos han dicho presente en 17 de sus 18 Mundiales disputados.
Y Alemania se complicó, desde luego que sí: primero tuvo que sustituir al volante Sebastian Rudy por lesión, luego encajó un golazo de Ola Toivonen al contragolpe y, tras empatar por vía de Marco Reus, vio como el árbitro expulsaba a Jerome Boateng a 13 minutos del final por doble tarjeta amarilla.
Apremiaban el reloj y el marcador. Por no hablar del resultado de México, vencedor pocas horas antes sobre Corea del Sur, en otro convincente ejercicio de juego colectivo, que impulsó al ‘Tri’ al liderazgo del Grupo F.
Parecía, por esta vez, que la profecía de Lineker no se cumpliría.
Alemania volvió a ganar, correcto.
Pero, esta vez, fueron diez contra once.
La volteada se forjó con el típico empuje de los germanos, sin duda reforzados por el peso de su mítica camiseta; aunque en esta ocasión no fue un remate aéreo del nueve –clásico método de derrumbe en múltiples remontadas históricas con sabor a bratwurst–, sino que el golpe definitivo lo asestó Toni Kroos en tiempo añadido, con una pincelada digna del mejor lienzo de Alberto Durero.
Personalmente, nunca dudé de que Alemania acabaría validando la Teoría Lineker, incluso después del inesperado tanto sueco. Aunque equivoqué el tanteo final, intuido más cercano a la goleada; e incluso el héroe, pasando del insistente Thomas Müller al portero Manuel Neuer, imaginado en agónico cabezazo a las mallas tras desesperado abandono de su propio arco.
Pero fue Kroos, el de la mirada de acero y engominado peinado, quien rompió moldes con un magistral libre indirecto a la escuadra que le redimió de su error en el 1-0 y levantó al espectador universal, neutral o no, de su asiento.
Desde Sochi a Montevideo, pasando incluso por México y, me atrevo a pensar que Inglaterra.
¿Qué me dices, Gary?