{Banda sonora: The Warrior’s Code – Dropkick Murphys }
Por ALEX OLLER
Con los Celtics perdiendo en casa por 26 puntos en el tercer cuarto ante los actuales campeones de la NBA, Avery Bradley recibió un balón en el flanco derecho de la defensa de Cleveland y, como pundonoroso miura tocado de muerte ante la espada del altivo torero, embistió con toda su fuerza el aro rival.
En el camino se encontró con la intimidadora mano alzada de LeBron James y –falta personal mediante– el considerado mejor jugador del mundo logró evitar el furioso mate, con lo que Bradley procedió a convertir tranquilamente los dos tiros libres correspondientes.
La jugada no trascendió en el resultado final de 117-104, una paliza de los Cavs para abrir las Finales de la Conferencia Este con 1-0 a favor a domicilio.
Pero el valeroso intento de Bradley no debería caer en saco roto. Estos Celtics tienen mucho de aquel llamado orgullo celta que exhibieron los precedentes campeones de la franquicia, la más exitosa de la historia de la NBA con 17 títulos en su haber.
Bradley, escolta de séptimo año que inició su carrera como especialista defensivo, es el tipo de jugador que te roba el corazón. Incordio constante en la marca individual, ha ampliado progresivamente sus prestaciones al otro lado de la cancha, mejorando su manejo de balón primero, luego su visión de juego y finalmente el tiro exterior hasta promediar 16 puntos por partido en los actuales Playoffs, con porcentaje de 46% de acierto en tiros de campo.
Su concurso fue decisivo en la anterior serie frente a Washington, solventada en el séptimo partido en favor de Boston, y no hay duda de que el desgaste físico y mental de los Celtics tuvo su peso en ese primer revés contra los chicos de Cleveland, que llegaban descansados a la cita tras barrer 4-0 a Toronto.
Pero allí estaba Bradley, en plena debacle, para levantar de sus asientos al público con su intento de ‘posterizar’ al crack rival, algo que casi consiguió para sorpresa del mismísimo James.
Los curtidos aficionados de Boston reaccionaron con vítores hacia su máximo representante en la cancha, un hombre que juega sin estridencias pero entiende la importancia de la actitud y del momento, del cómo y el cuándo. El mate no se materializó, los dos puntos no revertieron el abultado resultado, pero el mensaje llegó bien claro: los Celtics, cansados o heridos, no se irán –si se van– sin dar pelea.
No se fueron en primera ronda, cuando remontaron un 2-0 en contra ante Chicago, sobreponiéndose al impacto que supuso la repentina muerte de la hermana de Isaiah Thomas, el diminuto base que, con sus demoledores triples y funambulescas penetraciones, les impulsó hacia el mejor balance de la Conferencia Este en la temporada regular.
No se fueron cuando Washington amenazó con llevarse el séptimo partido, encontrando en el momento justo al insospechado Kelly Olynik, el pívot suplente que decidió, por un día, disfrazarse de Larry Bird y hacer enloquecer el nuevo Boston Garden.
Y es que estos Celtics, fruto del imaginario de un viejo campeón como Danny Ainge, tienen mucho jugador de raza como Bradley: desde el carismático Olynik, al hipnotizador Thomas o Marcus Smart, el base suplente con cuerpo y actitud de running back de la NFL, capaz de dar la vuelta a un partido punto a punto, posesión a posesión, yarda a yarda, pulgada a pulgada, como diría Al Pacino en Un Domingo Cualquiera.
Es probable que Boston no logre eliminar al actual campeón, pero hay mucho a lo que agarrarse en esta franquicia. Empezando por el próximo número uno del Draft que le otorgó la lotería del pasado martes, y acabando por Brad Stevens, el joven entrenador que destila temple, conocimiento y liderazgo en su cuarta campaña al timón.
Hay base de buenos veteranos como Al Horford, Amir Johnson y Jae Crowder, y jóvenes como Jaylen Brown o Terry Rozier apuntan alto. Ainge, además, ha logrado posicionarse como nadie para ampliar sus opciones en los despachos: puede elegir un base como Markelle Fultz o Lonzo Ball el 22 de junio –y que aprenda sin prisas a la sombra de Thomas–, o canjear la primera elección por un hombre de perímetro contrastado como Jimmy Butler, de los Bulls, o un pívot dominante como Anthony Davis, de los Pelicans.
Contará también, al fin y al cabo, con otra elección alta en el Draft de 2018, fruto de aquel brillante traspaso múltiple que envió a los ya decadentes Paul Pierce y Kevin Garnett a Brooklyn.
Pero el mayor activo de la franquicia no es otro que el orgullo celta que exhibe su actual plantel. Quien venga deberá pintarse de verde, echar un vistazo a las camisetas retiradas colgadas del techo del pabellón y entonar como el que más ese I’m Shipping Up to Boston de los Dropkick Murphys, himno no oficial del graderío.
Aunque quizás la canción que más les pegue a estos Celtics es la que da el título a ese mismo álbum The Warrior’s Code, dedicada al legendario boxeador local Mickey Ward, que Mark Whalberg encarnó impecablemente en The Fighter.
Eres el peleador, tienes el ardor
El espíritu de un guerrero, el corazón de un campeón
Peleas por tu vida, porque un ganador nunca se rinde
Sacas lo mejor de la baraja que te han dado
Porque el rajado nunca gana
¡No!
Arriba en el bar del club gaélico
Cuentan la historia de un boxeador de los de antes
Con el corazón de león
Micky
Es el código guerrero
Micky
Tiene el alma del guerrero