Por ALEX OLLER
“We are all witnesses”.
Todos somos testigos.
Ese era el rompedor eslogan con que, hace ya diez años, NIKE encabezó su campaña publicitaria a mayor gloría de LeBron James, rey indiscutible de la NBA en la última década y amo y señor de Cleveland, adornada para la ocasión con un póster gigante del baloncestista, los brazos extendidos, como quien recibe la plena adoración de sus paisanos.
Similar sensación, la de privilegiados testimonios, tuvimos muchos el domingo, cuando Lionel Messi ejecutó su enésima obra maestra en el estadio Santiago Bernabéu, liderando con precisión quirúrgica la remontada del Barcelona sobre el Real Madrid y catapultando a los azulgranas al liderato de la liga española, con el mismo total de puntos.
Apremiado por la reconquista del Balón de Oro por el que también puja Cristiano Ronaldo, prácticamente inédito en el clásico, Messi salió a por todas y, con la frialdad de un asesino (futbolístico) a sueldo, fue aniquilando sus objetivos, uno a uno, hasta culminar su misión con un último tiro fatal con silenciador.
¿Tarjeta condicionante para el mediocentro Carlos Casemiro?
Cumplido.
¿Cura de hemorragia tras herida en combate?
Cumplido.
¿Gol del empate?
Cumplido.
¿Practica de tiro con el portero rival?
Cumplido.
¿Participación en el gol que ponía al Barça en ventaja?
Cumplido.
¿Provocar la expulsión del central Sergio Ramos?
Cumplido.
¿Golazo en el último suspiro para decantar la balanza y abrir de par en par la liga?
Cumplido.
¿Exhibición de la camiseta extendida al público rival, como quien planta la bandera en territorio enemigo recién conquistado?
Misión re-cumplida.
Ahora, a por la liga, la Copa del Rey y, puede incluso que el Balón de Oro que parecía tener prácticamente en la mano Cristiano.
Dijimos que la mejor noticia para el Barcelona de cara al tramo final de su ajetreada temporada fueron los cinco goles que el portugués le marcó al Bayern Munich en cuartos de final de la Liga de Campeones.
La gesta de Cristiano activó definitivamente a Messi, aunque no a tiempo de que los azulgranas resolvieran a su favor su propia eliminatoria de Champions contra la Juventus.
Pero nuevamente exigido, reclamada su más excelsa versión sobre un máximo escenario, Messi respondió como solo él puede, sobreponiéndose a tantas adversidades como le planteó el Madrid, ninguna más temeraria que el violento codazo que le propinó Marcelo a los 21 minutos.
Si debemos hablar del crack argentino en términos parecidos a Michael Jordan –palabras mayores pero no prohibidas a estas alturas–, las comparaciones aquí empezarían en el momento en que “la Pulga” se levantó con cara de mala leche del césped y, sin mediar palabra, ninguneó al descerebrado infractor que, consciente de su fatídico error, se acercó a disculparse.
Messi se limitó a buscar una gasa, jugar un buen rato con la mano aplicando presión sobre la boca, y despedazar a partir de entonces sin piedad a cuanto jugador blanco se cruzara en su camino, incluido Dani Carvajal, a quien dejó petrificado en el primer gol.
La noche pudo acabar de mil maneras, en un partido loco que vio al Barça remontar, al Madrid igualar con uno menos y por vía de un suplente como el colombiano James Rodríguez, y a ambos arqueros lucirse con incontables atajadas, a cual más espectacular.
Pero solo un cierre cabía en la memorable venganza de Messi, y en ese figuraba él como cruel y sigiloso goleador, apenas percibido por las alarmas madridistas en la jugada del golpe definitivo, que rubricó, para no ser menos, con una pose icónica para el recuerdo.
Y una inequívoca evidencia para quien tuvo la suerte de ser testigo: solo hay uno como él.