[Este artículo fue editado y publicado en abril de 2017 por LA OPINION]
Por ALEX OLLER
Ronaldo, Cristiano, Cris… su nombre evolucionó conforme se fue afianzando en el Real Madrid, primero para evitar el equívoco con el adorado goleador brasileño al que muchos siguen considerando el “verdadero” Ronaldo.
Poco importa a estas alturas, Cristiano Ronaldo, actual estandarte del club merengue, suele anunciar su presencia en el Santiago Bernabéu con un simple efecto sonoro en boca de los aficionados: “¡Siiiiiiiiiiuuuuuu!”, exclaman en los prolegómenos de los grandes partidos alrededor del estadio.
Y con ello basta. Todos saben que el toque de corneta alude a la alargada sombra del cuatro veces ganador del Balón de Oro, quien celebró su penúltimo galardón con el inconfundible alarido.
Muchos torcieron el gesto con el primitivo festejo. Otros apartamos directamente la mirada cuando, tras marcar de penal el cuarto gol en la final de la Liga de Campeones de 2014 en Lisboa, ganada por 4-1 en la prórroga al vecino Atlético, optó por quitarse la camiseta y exhibir sus esculpidos abdominales. Uno de sus muchos ataques de egolatría. Esos que a menudo le distancian del mismo público que pretende conquistar.
Pero, por mucho que nos disguste, no podemos dejar de mirar a Cristiano.
Primero porque, independientemente del estilo, se trata de un gran futbolista, uno de los más completos de la historia en el apartado ofensivo, que en el mismo Madrid evoca la incomparable figura de Alfredo Di Stefano.
Imposible igualar la faceta todocampista de la “Saeta Rubia”, pero solo el hecho que Cristiano sea mencionado junto al argentino es ya toda una declaración sobre su peso simbólico en la legendaria entidad.
La segunda razón es que Cristiano, nos agrade o no, siempre está allí.
Sale también en la foto de la final de 2016, cuando vuelve a sentenciar desde el punto fatídico al Atlético, sobreponiéndose a una evidente cojera.
Se mantiene vigente en la liga española, donde su supuesto heredero, Gareth Bale, sigue esperando que le ceda el testigo en el vestuario madridista, mientras desde Barcelona, Lionel Messi observa de reojo.
El argentino, a su vez ganador de cinco Balones de Oro, ostenta el título no oficial de mejor futbolista actual y quizás de todos los tiempos. Y desde luego goza, pese a su acentuada timidez, de mayor simpatía entre el gran público.
Y puede que sea consciente de ello, pero si de algo está segura “La Pulga” es que, mientras Cristiano tenga un soplo de aire en su exuberante caja torácica, no puede relajarse.
El día que el azulgrana levante el pie del acelerador, el portugués estará allí, con la pierna armada y el grito a punto, como lo ha estado desde que debutara en la Champions hace 12 años con el Manchester United.
Cristiano sumó el miércoles 100 goles en competición europea tras anotar un doblete en la victoria por 2-1 contra el Bayern Munich, convirtiéndose en el primer goleador centenario continental.
La suya fue una actuación pletórica, redonda, digna del jugador-franquicia del Madrid, y que le permite mirar por encima del hombro a Messi, al menos en ese apartado.
Fue, paradójicamente, la mejor noticia para el Barcelona tras caer 3-0 ante la Juventus. Nadie como Cristiano para activar a Messi en su afán por reconquistar el trono europeo. Para el rosarino no hay confusión que valga. Ronaldo, Cristiano, Cris… ¿qué más dará?
Es, simplemente, el que siempre está allí.