[Este artículo fue editado y publicado en abril de 2016 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España (AP) – La temporada empezó para el Real Madrid en agosto, con duras críticas a su entonces entrenador Rafa Benítez luego de un decepcionante empate sin goles en cancha del Sporting de Gijón por la jornada inaugural de la liga española. Pero bien podría acabar el sábado con Zinedine Zidane, toda una leyenda del club “merengue”, siendo manteado por sus futbolistas tras la consecución de la inesperada 11ma Copa de Europa en la historia de la entidad.
Para poner el broche de oro a su encomiable e improvisada tarea, el técnico francés deberá derrotar al vecino Atlético de Madrid en la final la Liga de Campeones que se disputa en Milán, un reto harto complicado, pero que todos los aficionados “merengues” hubieran firmado poder afrontar hace apenas seis meses.
Generalmente un cambio de entrenador a mitad de temporada no suele conllevar éxitos deportivos para un club de la talla del Madrid, pero el factor “Zizou” resultó sin duda decisivo para concretar una meritoria remontada en la liga española con una racha de 12 victorias finales, que sirvieron para arrebatarle al Atlético la segunda plaza. El equipo, además, superó también las eliminatorias de Champions hasta plantarse en su segunda final en tres años, nuevamente frente al vecino rojiblanco.
Comprometidos e identificados con su nuevo técnico, los jugadores reaccionaron a cada botón que pulsó desde su arribo en enero Zidane, quien no escatimó duras críticas cuando la ocasión requirió franqueza.
“Tenemos que jugar mejor. Así no vamos a ninguna parte”, espetó el francés después de una apurada victoria liguera por 2-1 en cancha de Las Palmas a mediados de marzo.
Posiblemente menos dotado para la estrategia que el veterano Benítez, el admirado ex futbolista sí le dio toda una lección a su antecesor en el manejo de la prensa y equilibrio emocional del vestuario, donde supo alternar el palo y la zanahoria, hasta activar a la mayoría de implicados.
Beneficiado por su aura carismática, Zidane gozó del beneplácito generalizado de sus pupilos, a los que se acercó con palabras bienintencionadas, como cuando elogió al colombiano James Rodríguez y al otro mediapunta creativo, Isco Alarcón, previamente ninguneados por Benítez.
“Son muy buenos, son jugadores importantes. Hay que darles cariño y confianza”, expresó entonces.
Pero las acciones del timonel hablaron mucho más claro. Ni le tembló el pulso a la hora de sentar a James después que el internacional cafetero no mostrara el máximo en sus apariciones, ni tuvo reparos en poner a Pepe y Sergio Ramos por delante de Raphael Varane, el prometedor defensa que él mismo recomendó fichar años atrás.
El “efecto Zizou” generó éxitos inmediatos en el estadio Santiago Bernabéu, donde el Madrid hilvanó goleadas consecutivas practicando un fútbol de alta escuela, que llegó incluso a generar apelativos grandilocuentes como la “felizidane” en el entorno “merengue”.
Fuera de casa, el equipo sufrió más, pero el punto de inflexión llegó en el Camp Nou por la 31ra fecha liguera, cuando reaccionó a un gol adverso del Barcelona y, pese a jugar con un hombre menos desde el minuto 83, logró voltear el resultado hasta llevarse la victoria en el feudo menos esperado.
De verse 13 unidades atrás con una posible derrota en el clásico, el equipo pasó a sólo siete, con siete fechas por jugarse, e inició su escalada hasta el segundo lugar del torneo doméstico y la posibilidad de levantar la llamada “orejona” el sábado, tras remontar también la eliminatoria de cuartos contra Wolfsburgo con exhibición de Cristiano Ronaldo.
Atrás quedaron las interrogantes sobre el rendimiento del organizador Toni Kroos, a quien el técnico escoltó con el mediocentro Carlos Casemiro, de ascendente influencia en el equipo. Tampoco muchos se acordaron de la distracción que supuso en noviembre la detención del goleador Karim Benzema con relación a un caso de chantaje sobre su compañero de la selección de Francia, Mathieu Valbuena, y que le mantendrá fuera de la próxima Eurocopa.
Ni el debate sobre James ni las dudas sobre la fiabilidad de Gareth Bale lograron desviar el rumbo de la nave madridista, aferrada como siempre a los goles de Cristiano y asentada en la firmeza del costarricense Keylor Navas en el arco.
El portero “tico” se sobrepuso sin aparente dificultad al frustrado fichaje de David De Gea a principios de temporada y se afianzó desde el primer momento como titular.
La solidez del último hombre, unida al resurgir de Pepe en el eje de la zaga, tapó las notables lagunas de la línea defensiva, donde Sergio Ramos acusó problemas físicos a lo largo de la temporada y el lateral Danilo apenas rindió al nivel esperado, siendo desplazado de la titularidad por Dani Carvajal.
La gran crisis de la temporada se produjo fuera de la cancha, cuando Cristiano explotó en febrero tras perder el clásico ciudadano, 1-0 contra el Atlético.
“Si todos estuvieran a mi nivel, igual estábamos los primeros”, espetó el astro portugués, dolido por las dudas sobre su rendimiento, según él injustas.
Las declaraciones amenazaban con dinamitar el ecosistema del plantel pero, quitando alguna mala cara de Isco o murmuro desde el entorno de James, el vestuario se mostró unido, sacrificado y más solidario que en pasadas campañas, valores representados a diario en la persona de Casemiro.
Ningún futbolista mejor que el brasileño para resumir la trayectoria del Madrid. Tras inicial protagonismo con Benítez, el técnico madrileño renunció a sus principios y le devolvió al banco para ubicar a James e Isco, los preferidos por el presidente. Entrado en escena Zidane, el francés tardó poco en decantarse por el mediocentro recuperador, pieza angular del juego en la remontada liguera, marcada por el sentido coral, con 11 goleadores distintos en los últimos 12 triunfos del campeonato.
Poco importó que la estadística desmintiera al propio Cristiano, pues el equipo “merengue” ganó los ocho partidos en que causó baja el portugués; o que el siempre frágil Bale no alcanzara a disputar 10 cotejos seguidos en el torneo doméstico.
“Desde que llegó Zidane, jugamos con más libertad y alegría. Es una persona elegante y humilde, con el aura y la confianza de quien fue uno de los mejores jugadores del mundo”, resume Bale. “Se nos cae la baba cada vez que habla”.
Tanto Cristiano como el galés brillaron por momentos y cumplieron con su cuota goleadora, aportando 51 y 19 dianas respectivas en el total de competiciones.
Pero fue la base la que sostuvo al equipo rumbo a Milán y una final que, independientemente de su desenlace, ya cuenta como triunfo personal para Zidane.