[Este artículo fue editado y publicado en junio de 2015 por THE ASSOCIATED PRESS]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España (AP) – “Después de un año como el que hemos vivido, con las dificultades pero un gran resultado final, estamos más que ilusionados esperando volver a conquistar títulos”, declaró Luis Enrique el martes, tras sellar su prórroga de contrato con el Barcelona, apenas dos días después de celebrar el triplete con la entidad azulgrana.
Cualquier espectador neutral que hubiese contemplado el domingo los fastos en las calles de la capital catalana por la conquista de la liga española, la Copa del Rey y la Liga de Campeones seguramente consideraría de lo más normal que el entrenador de semejante equipo ganador alargara su vínculo con el nuevo monarca del fútbol europeo.
Pero ni Luis Enrique es un tipo corriente, ni el Barsa puede considerarse un equipo normal, condición de la que alardea en su slogan fundacional: “Más que un club”, proclama el cuello interior de su camiseta oficial.
Cuesta a veces interpretar semejante mensaje incluso el en entorno culé más cercano, capaz de definir al Barsa como “el ejército no armado de Cataluña”, como en su día hiciera el escritor Manuel Vázquez Montalbán. Muchos de los aficionados que el domingo agasajaron al plantel campeón y sacaron a pasear banderas de diversos colores tras un desenlace de ensueño se desgañitaban hace apenas seis meses por cuestiones puramente deportivas que, sin embargo, desencadenaron una tremenda crisis institucional, se cobraron la cabeza del director deportivo, Andoni Zubizarreta, y provocaron el anuncio de elecciones por parte del presidente Josep Maria Bartomeu.
No es casualidad que el anuncio de la renovación de Luis Enrique, por una campaña más hasta 2017, se produjera el mismo día en que Bartomeu oficializó su dimisión para presentarse como candidato cara a los comicios de julio. El técnico asturiano, fichado hace un año por Zubizarreta, quedó seriamente tocado en enero, cuando tensó la cuerda con Lionel Messi y el Barsa perdió transitoriamente el liderato de la liga, con consecuente alerta roja en todos los estamentos del club.
No costaba demasiado aventurar un turbio desenlace por la fuerte personalidad de Luis Enrique, quien ya a su llegada aseguró que el equipo acabaría definiéndose para bien o para mal y, fiel a su estilo de futbolista finalizador y maratoniano amateur, cerró la temporada con los brazos en alto y la certeza de no haber escatimado esfuerzos en el camino.
Los obstáculos superados fueron variados y notables, desde las distracciones que provocaron la imputación de Bartomeu y el anterior presidente, Sandro Rosell, en el caso por fraude fiscal en el contrato de Neymar, a la sanción de la FIFA que impedirá al club reforzarse mediante traspasos antes del próximo mercado invernal; pasando por los retos sobre la cancha, donde el Real Madrid partía con ventaja en el sprint final por la liga, y Manchester City, Paris Saint Germain, Bayern Munich y Juventus intentaron evitar sucesivamente la conquista de la Champions.
Rebasados los merengues en la competición doméstica, superados los cuatro campeones de sus respectivas ligas en el torneo europeo, el Barsa se coronó también en la copa frente al Athletic de Bilbao, consiguiendo el segundo triplete de su historia con un renovado estilo de juego y erigiéndose como el primer club en repetir tal gesta.
El éxito validó el método de trabajo de Luis Enrique, capaz de activar un plantel decaído tras la marcha del anterior técnico en ganar los tres títulos, Pep Guardiola, el fallecimiento de su sucesor, Tito Vilanova, y la decepcionante experiencia del año pasado bajo el timón del argentino Gerardo Martino, huérfana de grandes conquistas.
También restauró en parte la dañada figura de Zubizarreta, quien juntó a Messi con Neymar y luego Luis Suárez, a pesar de la sanción de la FIFA al uruguayo, y solventó la marcha de Víctor Valdés con las incorporaciones del chileno Claudio Bravo y Marc-André ter Stegen.
Ambos arqueros son hoy pilares de un proyecto deportivo en que apenas se perciben fisuras, donde Messi reina de nuevo como monarca indiscutible del fútbol mundial, veteranos como Gerard Piqué vienen de recuperar también su mejor versión y recientes incorporaciones como Ivan Rakitic asumen sin traumas el vacío que dejan hombres de glorioso palmarés como Xavi Hernández. Salvando quizás el tridente ofensivo, la competitividad del once se antoja asegurada en las restantes líneas, con el joven Rafinha pujando por desbancar a Andrés Iniesta del mediocampo y el francés Jeremy Mathieu y el canterano Marc Bartra erigiéndose relevos de garantías para Piqué y el argentino Javier Mascherano atrás.
Sí permanecen varios frentes abiertos en el área deportiva, con el reciente descenso de categoría del equipo filial y la definición de una próxima estructura directiva, así como en los despachos, entre ellos la elección del presidente que comande la nueva estrategia. Pero Bartomeu deja en herencia un plantel cerrado con las recientes renovaciones del atacante Pedro Rodríguez y los laterales Jordi Alba y Dani Alves.
Las tensas negociaciones con el último evidenciaron que la institución sigue débil y susceptible a torcer el brazo en momentos de tensión; pero, una vez superados los grandes retos deportivos, al aficionado le preocupa principalmente el estado físico y anímico de Messi, con contrato en vigor hasta 2018 y principal conector del ciclo de Guardiola con el que espera abrir ahora Luis Enrique.
Queda por ver el rol que tendrán jugadores cedidos como Denis Suárez o Gerard Deulofeu a su retorno. Aleix Vidal, fichado del Sevilla aunque sin posibilidad de debutar hasta que concluya el castigo de la FIFA, es el primer refuerzo del Barsa para la temporada que viene y tranquiliza así a los temerosos de que la marcha o el declive de Alves abriera un peligroso boquete en el carril derecho del triple campeón.
La esquizofrenia forma parte de la genética del Barsa, ese ente que se autodefine “más que un club” y que hoy saborea las dulces mieles del éxito a golpe de renovaciones.
Pendiente de si Bartomeu sigue al frente de la entidad o Joan Laporta recupera el sillón presidencial abandonado en 2010, el técnico que durante meses evitó pronunciarse sobre su continuidad ha sido el último en estampar su firma sobre un compromiso de futuro con afirmación que suena a proclama: “El proyecto continua”, resume hoy Luis Enrique.