Cristiano Ronaldo en busca de los goles perdidos

[Este artículo fue editado y publicado en marzo de 2015 por THE ASSOCIATED PRESS]

Por ALEX OLLER

BARCELONA, España (AP) – “No eres el hombre que conocí hace diez años”, le espeta la bella Marion a Indiana Jones en un momento de la película En Busca del Arca Perdida.

“No son los años, cariño. Es el kilometraje”, responde, rápido de reflejos pero lento de movimientos, el magullado Indy tras su enésimo rifirrafe con los malos.

La réplica del célebre aventurero cinematográfico sigue sirviendo de coartada a aquellos hombres de mediana edad cuya merma de condiciones físicas impide, en ocasiones, duplicar gestas pasadas o incluso la menos épica de las tareas cotidianas.

También suele decirse de los deportistas de élite que se trata de animales de otra raza; pero a falta de corroboración científica y en vísperas de la disputa del clásico de la liga española contra el Barcelona el domingo, los aficionados del Real Madrid se preguntan si su idolatrado Cristiano Ronaldo ha pasado finalmente a ingresar en la anterior y poco halagüeña categoría.

Recién cumplida la treintena y con más de 600 partidos disputados solo a nivel de club en su carrera profesional, el internacional portugués atraviesa una preocupante crisis deportiva y, según algunos sectores, personal, que tiene en vilo al madridismo en el tramo decisivo de la temporada.

Relegado a la condición de escolta del Barsa con un punto de desventaja cuando restan 11 fechas para la conclusión del campeonato, clasificado con sufrimiento a cuartos de final de la Liga de Campeones y eliminado de la Copa del Rey, el Madrid echa la mirada sobre su astro en  busca de la reactivación del equipo, que cerró brillantemente el 2014 con 22 triunfos consecutivos en todas las competiciones y la conquista del Mundial de Clubes.

Eran tiempos de abundancia deportiva para Cristiano, declarado el mejor jugador del mundo por la FIFA y destacado máximo cañonero de la liga con 25 tantos por los 13 que contaba entonces el barcelonista Lionel Messi por la 15ta fecha. El astro argentino, obligado reflejo del madridista en su carrera por la inmortalidad futbolística, ha reaccionado desde entonces con la friolera de 19 dianas en 12 jornadas ligueras, mientras que CR7 ha sufrido un notable bajón: solo cinco tantos y seis fechas en blanco.

Sus reducidas prestaciones han supuesto que Messi le rebasara en la tabla goleadora con 32 redes por sus 30, y acarreado el despeñamiento del liderato en beneficio de los azulgranas, desencadenando un perturbador desencuentro con la hinchada merengue.

Los primeros síntomas de tensión aparecieron tras perder 4-3 de local en la vuelta de los octavos de la Champions contra el Schalke hace diez días. Pese a marcar dos goles clave en el partido y tres en la eliminatoria, Cristiano acabó desquiciado por las protestas del público, y solo la intervención del capitán Iker Casillas consiguió que se despidiera desde el centro del campo junto a sus compañeros.

El siguiente incidente ocurrió el pasado domingo tras vencer 2-0 al Levante con dos goles de Gareth Bale que apenas celebró, visiblemente irritado por el ligero toque que el galés aplicó a su zapatazo, negándole la autoría del segundo tanto.

Su pésimo lenguaje corporal acabó contagiando a sus compañeros en la segunda parte e incluso la grada, reincidente en los abucheos que indujeron al murmullo soez del futbolista, captado por las cámaras de televisión.

“Es ambicioso y estaba enfadado consigo mismo. Ya le conocemos: cuando marca 40 goles quiere 60. No hay que tener en cuenta los gestos, sino lo que aporta al equipo”, le disculpó el central Sergio Ramos, una vez el atacante transmitió su voluntad de guardar silencio informativo hasta final de temporada.

Ocurre que, en su afán por competir con Messi, a Cristiano se le llevan por delante más demonios de los que persiguen a Indiana Jones en sus correrías; y lejos de arropar al equipo en momentos de zozobra colectiva, añade un inoportuno foco de tensión de cara al clásico y retos venideros.

El nativo de Madeira ya se proclamó “triste” hace dos temporadas y media, y su entorno ha insinuado que podría decantarse por un cambio aires en caso de no sentirse suficientemente apreciado. Bajo ese prisma y aunque su contrato con la entidad blanca no vence hasta 2018, inquietó su reciente encuentro en Madrid con Alex Ferguson, ex entrenador suyo en el Manchester United.

Pese a la reciente defensa que de él hizo el presidente Florentino Pérez, quitando trascendencia a la criticada fiesta de su cumpleaños poco después de ser goleado 4-0 por el vecino Atlético de Madrid, no es secreto que el predilecto del máximo mandatario sigue siendo Bale. Quizás sorprenda más que algunos directivos se planteen una venta próxima del nuevo treintañero, una vez consideran suficientemente amortizado su fichaje tras seis años de estelar servicio.

Las últimas estadísticas publicadas por el diario El País son interpretables, pero parecen abonar la tesis del declive, pues destacan que, al contrario que en las cinco temporadas anteriores, cuando contabilizó 42 goles desde fuera del área, en esta apenas acumula dos tantos de larga distancia, ambos fechados antes de octubre. Su paso adelante en la cancha, recurso habitual de delantero físicamente condicionado, también queda reflejado en el hecho de que sus últimas 18 dianas hayan sido a un solo toque (cinco de penal y siete de cabeza), y solo seis de los 41 tantos anotados en el presente curso hayan requerido de más de un golpeo. Tampoco regatea tres veces por encuentro como en su primera campaña de blanco, sino la mitad; señal de que prefiere engatillar desde cerca a encarar al galope.

Puede que se trate solo de un problema de puntería, como sugeriría su falta de acierto en el medio centenar de tiros libres directos ejecutados a lo largo del curso, persistan más de lo que deja entrever sus molestias en la rodilla izquierda, o sencillamente acuse el kilometraje tras arrancar como un tiro la campaña, acarreando el desgaste del Mundial.

Pero no es menos cierto que Cristiano destiló también síntomas de cierta inestabilidad emocional al agredir sin motivo aparente a un rival por la 20ma fecha (lo que le costó dos partidos de sanción) y abandonar la cancha en actitud chulesca, cepillándose el escudo de campeón del mundo al más puro estilo Indy con su célebre sombrero.

Como el protagonista al inicio del film, cuando agarra sonriente el ídolo dorado de los hovitos en un remoto templo de la jungla peruana, Cristiano seguramente sintiera la plenitud del objetivo conseguido en la Gala del Balón de Oro celebrada hace dos meses, en la que no pudo reprimir un selvático grito al despedirse con su tercer galardón bajo el brazo. La reacción gutural del astro madridista equivaldría en términos cinematográficos a la confiada mueca del carismático arqueólogo al tomar su botín, previo desmoronamiento de todo cuanto le rodea, forzando al héroe a una precipitada retirada en la que salva su pellejo por los pelos.

A Cristiano se le suponen desde hace tiempo similares aptitudes escapistas a la hora de solventar situaciones comprometidas. La cuestión, más allá de su innegable capacidad resolutiva, reside en torno a si el espectador asiste al nudo o inesperado desenlace de la película, con próxima escena de aventuras en el majestuoso Camp Nou.

 

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