[Esta columna fue editada y publicada en julio de 2014 por LA OPINIÓN]
Por ALEX OLLER
BARCELONA, España – 1988: Mi Espanyol (entonces “Español” y, sí, existe otro equipo en Barcelona) afronta el partido de vuelta de la final de la Copa de la UEFA (hoy “Liga Europa” y, sí, entonces se disputaba a doble juego) con ventaja de 3-0 en cancha del Bayer Leverkusen.
¿Qué pasó?
El apocalipsis, estimados.
Los chicos del Bayer (a partir de entonces “esos malditos alemanes”) nivelaron con tres goles (uno de ellos del inmortal Cha Bum-Kun) en la segunda parte (ojito) y luego ganaron en la tanda de penales, culminando el mayor trauma preadolescente de quien firma esta columna.
Nunca más me fiaría de Alemania. Y eso también vale para usted, Angela Merkel.
1984: España, tras clasificar a la Eurocopa de Francia con un surrealista 12-1 a Malta, supera rondas a cual más épica hasta plantarse en la final contra la anfitriona, partido que pierde 2-0 con desgarrador fallo del arquero Luis Miguel Arconada, ídolo de toda una generación, ante un tiro libre de Michel Platini.
Nunca perdonaré a los franceses. En especial Napoleón.
1982: Alemania y Francia se miden en semifinales del Mundial de España y el guardameta germano, Toni Schumacher, realiza una de las entradas más salvajes de la historia sobre Patrick Battiston, acaparando el protagonismo de un enorme partido que acaba 3-3, con “gol del cojo” de Karl-Heinz Rummenigge y agónica clasificación de la “mannschaft” por penales (Perdería la final contra Italia).
Lección en verso: Francia siempre decepciona cuando menos te lo esperas. Y Alemania nunca muere de primeras.
2014: Germanos y “bleus” vuelven a cruzarse en cita mundialista, despertando un añejo resquemor infantil junto a recuerdos de gran fútbol (GRAN FÚTBOL).